Electrónica Andina, un baile global
Una fría y agitada noche citadina llegamos hasta el sector de Patronato, un famoso barrio comercial en Santiago de Chile donde, principalmente, se vende ropa “tres B” —buena, bonita y barata— y en el cual predominan históricamente inmigrantes árabes y coreanos. Ahí, en calle Loreto, está la sala Onaciú, un centro de eventos que funciona en una antigua casona del área, amplia, con pasillos de madera, varios salones y patios interiores con figuras costumbristas coloreando el entorno. Un lugar idóneo para presentar espectáculos sonoros alternativos, de fusión, que mezclen lo tradicional con lo moderno. El aborigen Selk’nam —antiguos habitantes del extremo sur del territorio— pintado en su frontis así lo confirma.Tras el éxito internacional de artistas como Nicola Cruz, Mateo Kingman, Chancha Vía Circuito, Matanza, el Búho y Dengue Dengue Dengue, entre otros, se ha generado una escena sonora y cultural que tiene sus raíces en el Cono Sur y que crece en adeptos en clubes y tarimas del continente y el mundo. En él convergen nóveles y experimentados músicos, productores y dj’s que crean y cultivan nuevas músicas, sobre la base del folclore de la región fusionado con beats y elementos digitales. Todo para poner al público a bailar. Festivales como el Coachella en USA, el Mutek en Canadá o el Sónar en Barcelona han disfrutado esta vibra que emerge de Los Andes y que, por cierto, ha extendido su eco también hasta Puerto Rico.
Por eso es quizás que la fiesta showcase Kuy Kuy se realiza esa noche ahí. Organizado en conjunto por el “crew” del Festival Puchuncahuín, más la agencia Puente y la productora Eroica, es un evento que invita músicos, productores y dj`s nacionales e internacionales para explotar la escena de la electrónica mestiza, o folclore digital, como guste llamarlo. Un conjunto de sonidos tradicionales andinos, mapuches, quechuas, del desierto, de la pampa, de la sierra, de la Patagonia, mezclados en una batidora creativa con loops, samples y efectos para ponerlos en las nuevas pistas de baile. Charangos, zampoñas, quenas, tambores, voces chamánicas y samples de artistas como Violeta Parra, Luzmila Carpio o Atahualpa Yupanqui, se entrecruzan con computadoras, softwares, interfaces y “drums machines” para hacer el suelo vibrar. Tiene sentido entonces que “Kuy Kuy” en mapudungún —la lengua mapuche— signifique “puente”.
Comienza la fiesta
La invitada principal es la banda argentina Tremor, unos conocidos en el ambiente, gérmenes del movimiento allá por el 2004. Ha dado vida e inspiración a muchos. Llegan por primera vez a Chile a presentar su trabajo, y hay expectativas por parte de ellos y del público. Su música es una especie de psicodelia electrónica aborigen construida sobre vientos altiplánicos, retumbes de bombo legüero y técnicas digitales de producción. “Estamos muy contentos de estar en Chile. Hemos tocado en varios países y es increíble que no hayamos podido venir antes siendo que estamos al lado y que tenemos tanto en común. Siempre fue algo que nos quedó pendiente, así que estamos súper contentos de romper esa racha”, nos cuenta Leo Martinelli, líder del grupo, antes de subir al escenario. Les acompañan en el cartel dos proyectos más nóveles en esto del folclore digital pero que no carecen de potencia y calidad: el dúo De Pereiras, conformado por los hermanos peruano-chilenos Gabriel y Paulo Pereira, que fusionan sayas, chicha, ritmos afroperuanos y folclore sudamericano, y el joven productor chileno Derrok, que a través de su downtempo orgánico evoca paisajes del extenso suroeste de Los Andes.
De Pereiras tiene una puesta en escena llamativa. Chaquetillas fosforescentes y gafas “antiparras” iluminadas ayudan a crear la atmósfera. Los asistentes gozan la “folctrónica” afroperuana y cumbiera de los Pereira. Los suelta y los pone a mover. El entorno se va acelerando, como partículas microscópicas expuestas al calor. El salón principal comienza a llenarse y cada vez más y más gente, de entre 25 y 40 años mayormente, se concentran frente a la larga barra principal, ubicada en un amplio patio interior al aire libre y calefaccionado. En la antecámara de la casona hay un segundo ambiente donde se van turnando dj’s de electrónica que incansablemente mantienen la pista activa. Los hermanos Pereira comienzan ya a despedirse en la sala contigua y el cabeza de cartel va tomando posición sobre la tarima.
“Es segunda vez que vengo a esta fiesta, la primera fui a ver a King Coya. Estuvo muy buena”, nos cuenta animado un chico sentado en una mesa con sus amigos. De pronto, una de sus acompañantes exclama “a ver, contémosle la verdad. La verdad es que nosotros aquí en Chile hacemos un festival que se llama Nómade, que es un evento de música electrónica y downtempo”. Resulta que el muchacho es Tomás Gálvez, una de las ocho cabezas del evento, y ella Javiera Epple, encargada de comunicaciones y marketing. “Nos gusta muchísimo esta música. Es la música por la que vibramos, por la que nos movemos y es un regalo estar escuchándola. Venir para acá tiene mucho que ver también con apoyar la escena que converge aquí en Santiago”, explica.
“Nómades” de la música
Tomás sabe la vibra que generan estos sonidos y el potencial que tienen. “En Santiago es súper fácil innovar. Hay mucha gente haciendo lo mismo, así que si traes algo distinto y lo haces con amor siempre hay buena acogida. Partiendo obviamente por tus amigos y por la gente que te rodea, pero después el espíritu se va expandiendo. Eso es lo importante de estas fiestas y de los festivales que hacemos, generar un movimiento y darle cabida a un nuevo mundo”, señala.
El Nómade es un evento de música “non stop” que se extiende por siete días y que se lleva a cabo en una zona apartada, lejos del mundanal ruido. Un paraíso natural desde donde retumba lo más cautivador de la electrónica andina. Primero se realizaba en Caleta Cóndor, un remoto pueblo costero situado 6 mil kilómetros al sur de Santiago en una hermosa bahía austral. Zona de bosques, ríos y lagos por doquier. Veinte kilómetros todavía más al extremo está la Reserva Costera Manquemapu, parque indígena que acoge actualmente el festival y cuya denominación en mapudungún significa “tierra de cóndores”.
El Festival Nómade ha llegado ya a su cuarto año, y de las 80 personas que asistieron a su lanzamiento en 2016 se ha pasado a más de mil. “Queremos crear un espacio para que las personas puedan ser quienes quieran ser. Para eso durante siete días creamos una sociedad paralela que funciona bajo un paradigma totalmente distinto al que vivimos en la ciudad y donde todo es posible. Están todos entregando lo que saben y te encuentras con gente que piensa como tú y salen muchas colaboraciones para proyectos artísticos y para muchas otras cosas. Es como libertinaje, ser libre. Por ejemplo, había personas que estaban todo el festival con una bata. Había gente disfrazada también. Podías hacer yoga con el músico que tocaba el día después, porque no hay jerarquías, ni clases, están todos mezclados siendo quienes son”, cuenta Tomás.
Baile y trance
La espera ha acabado y los esperados Tremor ya están sobre el escenario. Las ansias se disipan y todos los cuerpos se disponen a vibrar. La mítica banda captura rápidamente la atención con hipnóticos sintetizadores, potentes beats e instrumentos del folclore argentino. Tocan sus éxitos —oídos a granel por los adeptos de este sonido underground— y canciones de sus últimos trabajos. La gente corea y se menea. De un lado a otro, como botes a la deriva en alta mar. Se los ve disfrutando sobre el escenario, implicados en una complicidad rítmica con el público. Este sigue respondiendo con baile. Piden una y otra más. Se disfrutan hasta el final y las expectativas se han cumplido. Tremor está contento en su debut en Chile. La gente ha gozado. Y la fiesta aún no acaba.
“El ambiente que se genera es más de unidad, la gente se reencuentra con sus ancestros, porque es música muy visceral, muy de adentro, muy nuestra, entonces se conectan, tiene una experiencia mucho más allá. El tema espiritual yo creo que sale a flote”, nos cuenta María José, nutricionista de 37 años. “Me encanta la mezcla andina con música electrónica. Es super bonito rememorar nuestras raíces, nuestros ancestros y poder hacerlo a través de la música. Además fusionando también sonidos de la naturaleza, que es lo que más me gusta. Acá en Chile, por el hecho de tener tantos pueblos originarios, es un muy buen producto para exportar. He visto que a los extranjeros les llegan mucho estos sonidos”, recalca.
Ella junto a su novio son recurrentes de estos “carretes” —como se le llama en Chile a las fiestas—, sobre todo cuando va a tocar Derrok, el artista nacional que cierra la noche. Exponente de un house orgánico, evoca imágenes sonoras de distintos paisajes de su país. Pisadas sobre caminos de tierra, agua fluyendo por las vertientes, cantos de aves endémicas y voces indígenas aparecen en su música, amalgamadas sobre un downtempo seductor que transporta por los altos y bajos del territorio. Esto, junto a los sublimes sonidos del charango, de flautas y de “trompes” mapuches, hacen que la música de Derrok sea una de la revelaciones de la escena electrónica sudamericana.
Estamos en el último bloque de la noche y toca darlo todo. El público se remece entre el grave de los beats y las reminiscencias de los aires andinos. A ritmo continuo y ascendente Derrok va poniendo movimiento a las caderas. Muchos entran en trance y bailan brazos y manos abiertas, como flotando en medio de un bosque sureño. Otros se sueltan y saltan. Otros se entregan al relajado vaivén. Otros se besan y se aprietan contra la pared de turno. Otros observan y simplemente ríen. Se puede decir que ha sido una gran noche. “En estas fiestas siempre hay un público flotante y un público fijo. Como una familia que sigue esta música. En general es gente muy buena onda, con muy buena vibra y que te hace sentir en un ambiente familiar”, nos describió Derrok al terminar su set.
Diego Franco, gerente general de la productora Eroica y del Festival Puchuncahuín, relata que ante este fenómeno musical “la reacción de la gente es muy interesante. Hoy en día está pegando el trap y la música urbana y es difícil competir contra eso, pero igual hay personas que se motivan con esta música, que es muy rítmica y de trance”. Nos asegura que hay una escena de electrónica mestiza en Santiago, que la gente se repite y está motivada.
Los Andes desde un “rooftop”
Como se trata de una escena, hay más cosas pasando. Es alternativa, lo que quiere decir que no abundan, pero que no faltan. Días después de Kuy Kuy se lleva a cabo en la capital chilena un evento especial y de nivel, el Santiago Rooftop, un acontecimiento sonoro que convoca a la familia del folclore digital en la azotea de algún edificio patrimonial de la ciudad para poner a las almas a bailar. Visuales y música se congregan en los altos de inmuebles históricos, de arquitectura decimonónica, generando una particular atmósfera cultural y de fusión. En el line up se anuncian dj’s y productores de la escena de dentro y de fuera, entre los que destacan Inti Kunza, Ahau, Kollektiv Chucha y Zenderista.
“Todo comenzó de un día para otro. Un domingo cualquiera estaba pensando en mi cuarto hacer una fiesta con un nuevo concepto. Creamos el evento y a los cuatro días fue un fenómeno, tenía más de 10 mil personas confirmadas. Menos mal que pusimos secreta la ubicación, porque el ‘rooftop’ que conseguimos era de un amigo donde cabían solo 100 invitados. No le hicimos nada de publicidad y pese a eso fue un fenómeno en la ciudad. Todo el mundo sabía de la fiesta y comenzaron a llamarme las marcas para auspicios”, relata todavía con sorpresa el fundador y gestor del evento, Alejandro Santiago.
Primero se empezó en un sitio del casco urbano llamado Radicales, antigua estancia de tres pisos que otrora fue la sede del Partido Radical. Luego se trasladaron al tradicional barrio Concha y Toro, a un lugar llamado Palacio Concha, desde donde saltaron a la actual residencia que tienen de centro de operaciones, la Casona de Hilda Parra —folclorista y hermana de Violeta—, ubicada en pleno barrio Bellavista, centro neurálgico de la juerga capitalina.
De Violeta Parra al club
En la residencia se respira folclore. Suelos y escaleras de madera antigua, cuadros relativos a la música nacional y una cocina donde por el día se preparan platos típicos chilenos. Además, en sus paredes exteriores lucen radiantes murales de casi toda la familia artística de los Parra, liderados por su reina con nombre de flor. Cuenta con dos pisos extensos y, por supuesto, una amplia azotea con vista al cerro San Cristóbal y donde se baila bajo noches estrelladas. “Ya llevamos tres años haciéndola y cada día crece. Llega público de distintos países y muchos dj’s de sitios como Ecuador, Perú, Argentina, Brasil y Alemania, entre otros. La idea es que la fiesta siempre sea en lugares patrimoniales e históricos. Ahora estamos en este local que es de la familia Parra y que, aparte de ser patrimonial, está vinculado al folclore y a las raíces de la música chilena y latinoamericana”, destaca Alejandro.
Los beats empiezan a resonar en el rooftop. Con ritmo rápido se van metiendo en los cuerpos, ávidos de calor bajo el frío manto del cielo santiaguino. En un pasillo lateral está la barra. Y en el primer salón, antes de llegar a la azotea, ya retumba la vibra de Los Andes. El dj Ahau va dando acogedoras dosis de una electrónica espacial con sonidos del mundo, desde oriente hasta el Cono Sur americano. Visuales de fractales y geometría psicodélica se proyectan sobre el dj al ritmo del beat. La gente se hipnotiza y comienzan a bailar. Mientras en el primer piso resuena el dance y la electrónica de Inti Kunza, el dj residente.
“Con mis amigas nos dijimos que hoy iríamos a un lugar distinto, a un ambiente distinto. Llegamos aquí y ha sido la raja! No sé donde están mis amigas, están todas esparcidas por ahí pasándolo increíble. El solo hecho de sentirte identificado con la música, de que cada uno pueda estar en la suya y que nadie te controle o te acose es lo mejor. Yo voy a muchas fiestas, puedo estar en una fiesta distinta todos los días, pero siento que éste es el único lugar donde puedo cambiar de ambiente. Aquí nadie me mira, nadie me juzga, me siento bien y todos están pasándola bien”, relata Luisa, de 26 años.
Marcela Valdebenito, estudiante de arquitectura de 27 años, comparte ese ímpetu. “Estar en esta fiesta, en la pista de baile, envuelta por toda esta música poderosa, es como estar levitando. Vuelas al oír tambores y flautas junto a los beats y los graves. Entras en un trance de goce que hace que se te mueva el cuerpo, la mente y el alma. Me transporta a distintos paisajes y rincones de Chile. Es un viaje cultural, musical, y a la vez una de las mejores fiestas de Santiago”.
Ahau se despide entre aplausos y repentinamente el segundo piso se llena para sentir los “vibes” de uno de los números fuertes de la noche, el productor y dj Zenderista. Su house folclórico, latino y tribal convence con ritmo suave y bailón. Sus mezclas se van robando el protagonismo, dando paso incluso a la cumbia digital. En ese momento las almas ya están inmersas en un ritual de danza cósmica. Está siendo una feliz jornada.
“En Santiago ya hay una escena de folclore electrónico. Desde hace un par de años que está pegando más fuerte y saliendo más al aire. Se nota como los dj’s se la pasan girando en Europa y la rompen, los llaman y tocan en todos los festivales. En el resto del mundo esta música llama mucho la atención, aquí y allá les gusta y la bailan sin parar”, nos comenta Zenderista, a.k.a. Francisco Baquedano, de 25 años. “A veces se escucha bastante música de fuera, pero cuando escuchan esto le gusta la onda y sienten algo que los identifica, algo propio, que es de acá, y eso les mueve algo especial y que no se da en cualquier fiesta”, remata.
Pese al crecimiento, Francisco recuerda que aún sigue siendo un movimiento alternativo, por lo que aún no hay tantos locales que se dediquen específicamente a estas músicas ni tantos gestores que las promuevan. “Hace dos semanas toqué en un festival que se llamaba ‘Andes Eclipse’, que también esta muy conectado con esta vibra, donde incluso invitaron ancianos de comunidades indígenas de la zona. Fue un espectáculo mas ancestral y cultural. Los que lo mejor lo han hecho han sido los festivales, porque han sabido plasmar una visión más global”.
Desde Tierra del Fuego al Caribe
Es así como estos nuevos sonidos andinos van viajando por el mundo expandiendo su eco. El Festival Comunité en la Riviera Maya, el Fertilindo en Buenos Aires, el Sónar en Barcelona, el Plissken Festival en Grecia, el Dour Festival en Bélgica, el Coachella en USA, el Worldwide Festival Leysin en Suiza, el festival Jour & Nuit en Francia, el Lollapalooza internacional, el Aperitivo Al Verde Festival en Italia y el festival Mutek en Canadá, entre otros, han sentido la vibra electroandina.
En este mapa de la escena Puerto Rico no está ausente. Pese a que el reguetón pareciera ser imposición sonora en cada rincón, existe una escena electrónica que subyace al mainstream y que escucha, gusta y se nutre también de este nuevo movimiento. Nina Lorenzo, gestora de eventos, fue la primera en organizar un ‘party’ con ese sello en la isla. En 2017 decidió navegar contra la corriente y apuntar su brújula hacia el sur. Así, con ayuda de amistades e inversionistas inesperados, contactó a la productora chilena Carla Valenti. “Una noche conversaba con una reconocida productora y le dije que la escena estaba llena de hombres que lo único que hacían eran ‘mixear’ las mismas canciones del género todas las noches. Ella entonces me preguntó a quién yo querría traer, a lo que contesté que a Carla Valenti, por ser una cara nueva que hacía sonar el ‘vibe’ que los dj’s de aquí estaban tratando de trabajar pero que no les salía. Esa misma noche me confirmó que la presentaríamos aquí. Carla estuvo igual de sorprendida que yo de que esto estuviese pasando”, relata.
El lugar escogido fue el Patio de Solé, un acogedor y costumbrista rincón ubicado en el barrio de Santurce, San Juan, donde Carla fue la cabeza de cartel junto a varios dj’s locales. “Fue la segunda vez trabajando con un artista sudamericano y me temía que el evento podía ser un ‘escocote’ total. Pero fue todo lo contrario. A la gente le encantó y vinieron otros productores y dj’s a dar el ‘caretazo’. El chiste recurrente de la noche era que la música electrónica andina es música de mujeres. Música que a la mujer le encanta bailar y que se debería hacer más de esto en San Juan”, dice Nina.
Puerto Rico “mainstream”
Nicola Cruz, Mateo Kingman, Dengue Dengue Dengue y la agrupación chilena Matanza son algunos de los nombres más reconocibles aquí en Puerto Rico. “Hace poco entré a una tienda de un centro comercial porque escuché una de las canciones de Matanza sonar. Le pregunté a la encargada que cómo había llegado a escucharlos y me dijo que no sabía quién era Matanza, que el artista que estaba sonando en Spotify era ‘Summer Sol’. Me reí porque ‘Summer Sol’ no es un artista, sino que es un compilado de canciones. Aún así, me dio una alegría tipo ‘fangirl’ porque vi una muchacha joven que genuinamente le encantaba esa música solo por la música y no porque es ‘cool’ o está de moda”, añade.
Pese al gusto creciente, aún no hay ninguna fiesta específica del estilo. De vez en cuando canciones sueltas suenan en algún local o en algún dj set, pero nunca al punto de que el mix sea solo de música electroandina. “Hace tres años en One Club, en el Viejo San Juan, nos tiramos un set andino completo y para mi sorpresa todos los jóvenes de ese evento quedaron enamorados de las canciones. En los ‘threads’ de Facebook los comentarios pedían que se volviera a tocar ‘lo que fuera eso que se tocó’”. Para Nina hace falta que los dj’s y productores de Puerto Rico se abran a nuevos géneros de la electrónica y “dejen de pensar que solo lo que hacen los estadounidenses y europeos es lo que vale la pena escuchar”.
Víctor Rivera Lleras, a.k.a. Lucha Libre, es dj y productor de eventos de global bass y a su vez es amante y exponente de estos nuevos sonidos. “Recuerdo que en el 2015 tuve una residencia como dj en un local en La Placita de Santurce y el concepto era “Latin House Nights”, pero no funcionó pues en un lugar como La Placita es difícil esquivar las garras del reguetón (risas)”. Ese mismo año lo contrataron como “brand ambassador” para tocar en los eventos de Black Label y casi toda la música era house con elementos latinos, incluyendo bastante electrónica andina. “Esa experiencia me definió”, reconoce, al punto de que en los eventos públicos que realiza ha mantenido sus sesiones de global bass, pero en los privados trabaja el house y la electrónica.
Esa música fue también su respuesta ante la ansiedad y el desazón provocado por la debacle que dejó el huracán María en su paso por la Puerto Rico. Una respuesta sanadora ante el desastre. “El país estaba devastado y yo no quería entretener a través de la música, sino sanar”. Con esa meta lo ficharon en el restaurante Cocina Abierta, donde se había creado un sistema «scavenger» con sus empleados para recolectar diariamente los alimentos que hubiese disponible y crear un menú a bajo costo. “Fue una manera de mantener cotidianidad en un momento de caos y una oportunidad para crear un espacio de sanación a través de la música y la gastronomía”, agrega. Luego de eso continuó su labor en los «Viernes de Lucha”, en los cuales uno de los pilares era precisamente el folclore digital.
Agrega que actualmente en la isla hay varios dj’s que explotan la folctrónica, ninguno de manera exclusiva pero sí la tienen como parte de su repertorio. Entre ellos están Chaman Díaz, King Chinchillo, D’marquesina, Smaine, La Nigros, Atabey, Watusi, Rosamalia, Saki, Pow y Ugui, por señalar algunos.
Mientras en Chile, tanto la fiesta Kuy Kuy como el Santiago Rooftop se mantienen activos y en alza, en lo que se espera el gran evento de la escena en ese país, el Festival Nómade, que se proyecta del 4 al 10 de febrero de 2020. Todos invitados.