Elegir la audacia
Este texto es una versión abreviada de la presentación del libro La crisis del trabajo en el siglo XXI: perspectivas desde las ciencias sociales, coeditado por T. García, A. Colón y L. Ortiz y publicado por el Centro de Investigaciones Sociales de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, celebrada el 13 de noviembre en la Biblioteca José M. Lázaro.
La crisis del trabajo en el siglo XXI: perspectivas desde la Ciencias Sociales, editado por las colegas Tania García, Alice Colón y Laura L. Ortiz y publicado por el Centro de Investigaciones Sociales de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, es un conjunto iluminador de miradas hacia ese elemento de lo cotidiano –el trabajo– que pesa más en cuanto más se prolonga su ausencia, sin que su presencia resulte siempre bienvenida o redunde en aportaciones a la vida personal o colectiva. En su acotada modalidad como empleo, el trabajo es como la comida de la bouncy castle que se quejaba algún interno: «mala, muy mala y además insuficiente.» Puesto que nos encontramos ante un problema –»el trabajo es un problema, no una solución», nos dice Laura Ortiz, casi al saque (46) –debemos encontrarle soluciones cualitativas y cuantitativas. Estas razones me bastan para sumarme a la propuesta hecha por varios de los autores, entre ellos, Madeline Román, que señalan que la mal llamada sociedad postrabajo es una oportunidad para desatar el nudo de aspiraciones, necesidades y fuerzas vitales tejidas en torno al trabajo y su endeble alter ego, el empleo.
En Puerto Rico hemos tenido motivos de sobra para haber emprendido hace rato esta ruta, pues como nos ilustra Jaime Benson en su artículo, el pos trabajo vino casi de la mano del llamado progreso. Si nuestra propia historia no bastara para esta tarea, ni el desazón constante que nos causa una tasa de participación laboral que no hace más que descender, bastará leer en esta colección el artículo de Saskia Sassen para encontrar nuevos bríos. Los tiempos son verdaderamente apocalípticos, argumenta Sassen, en su texto. Si alguna ventaja puede representarnos el apocalipsis anticipado por la socióloga vuelta profeta es que al fin podremos liberarnos de la primera parte de la maldición del Génesis: «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente». Visto desde estos tiempos y desde este tema, me parece que tenía razón Santo Tomás cuando identificaba a Dios como el motor inmóvil propuesto por Aristóteles. Solo a un Dios verdaderamente ocioso se le hubiera ocurrido tal condena: obligarnos a ganar el pan con el sudor de la frente. De cualquier modo, si estamos al final de una historia, aquella que le hubiera permitido a nuestros hijos y estudiantes aspirar a un empleo con el cual satisfacer sus necesidades de por vida, tal y como lo detallan Stanley Aronowitz y Limarie Nieves, conviene entonces examinar lo que ha resultado falluco ab initio. A esto nos convoca el texto que presento hoy.
Decía Wittgenstein, entre las muchas cosas hermosas e incisivas que dijo, que todo acto de conocimiento se basa siempre en un acto de reconocimiento. Sobre el trabajo, su historia y contexto hay mucho que conocer, pero mucho más aún que reconocer. Empecemos, por ejemplo, por la ubérrima distinción entre empleo y trabajo, tan ignorada como básica, lo que la salvó de que Madeline y Laura la incluyeran en su «pequeño diccionario de categorías y entendidos de probada insolvencia teórica». Desde la óptica del viejo Marx, si usted está empleado es porque alguien está generando una ganancia a costa de su esfuerzo, tanto por el plusvalor que obtiene de su trabajo como por la demanda que se activa a través de su salario. Cuando usted trabaja fuera de su empleo, como le es habitual, probablemente satisface necesidades sociales o personales que no hemos querido reconocer como responsabilidades colectivas dentro de nuestra organización social. No se crea que esta falta de reconocimiento social al trabajo que usted realiza lo protege de los circuitos del capital. Nacariles del oriente. Sospeche. Su gratuidad representa economías para aquellos que tendrían que asumir los gastos de un salario, si el trabajo suyo se tornase empleo ajeno. Nos lo han dicho una y mil veces las feministas que estudian estos temas y cuyas voces eché de menos en este texto. A alguien habría que pagarle si algunas de las tareas que hacemos gratuitamente las mujeres quedasen sin atender.
Ahora bien, resulta que en Puerto Rico, como en casi cualquier sitio imaginable, hay más trabajo que empleos. Tendríamos que hilar muy fino para determinar cuánto del deterioro en nuestra calidad de vida es producto del trabajo que se queda por hacer y no solo de los empleos que se que quedan sin crear. Y esto a pesar de las buenas intenciones de iniciativas como las que describe Rafael Boglio en su texto y de los esfuerzos históricos reseñados por Jaime Benson y Tania García. En el análisis habitual, que no es el único que se atiende en este texto, impera el tema del desempleo y el de la pobre participación laboral elevada a la categoría de crisis moral sin que por ello declaremos un estado de emergencia nacional. Nuestra pasividad frente a esto que denominamos la raíz de todos los males se explica en parte porque sabemos, aunque no lo queramos reconocer, lo que Norma Rodríguez nos explica: que los desempleados trabajan, aunque no les dé para vivir, como tampoco le da al 40% de los empleados en nuestro país que siguen siendo pobres.
Volvamos, a la distinción entre los empleos que faltan y los trabajos que no se realizan. Estos últimos quedan relegados a un oscuro rincón tanto a nivel teórico como práctico. Para muestra, el proverbial botón: la apertura de Walmart en Santurce creará 500 empleos. Para cuando el Walmart Súper Center esté operando las 24 horas prometidas, la gerencia del establecimiento anticipa haber contratado 700 personas. Cabe hacerse muchas preguntas, algunas formuladas por Mariveliz Cabán en su artículo sobre las consideraciones psico-sociales en torno al empleo. Una de las que se queda siempre por hacer es si estos empleos constituyen el trabajo que es necesario –no desde la perspectiva del salario, la democracia y las condiciones laborales, temas importantísimos donde falta avanzar muchísimo– sino desde el conjunto de tareas socialmente pendientes. Esta pregunta, incómoda por impráctica, excesivamente idealista, pertenece, no obstante, a los principios de organización económica que Pablo Guerra, en su artículo denomina políticas alternativas de trabajo. Se trata de una hoja de ruta amplia, a la que suma sus aportaciones el texto de Carmen Correa Matos, y cuyos primeros asentamientos en Puerto Rico debemos estudiar a fondo con el propósito urgente de evaluar cómo y cuán rápido podemos avanzar por ella.
Hasta el momento tenemos abierta la discusión, que más que discusión es una herida, sobre el empleo que nos falta. He añadido la invitación a inventariar el trabajo importante que se nos queda siempre por realizar. Invito al lector a iniciar una lista en la que tiene cabida lo grande y lo chiquito mientras regreso al texto que en estos días me trajo de vuelta a Wittgenstein. Junto a éste colocaba un epígrafe a La Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer: «toda reificación es un olvido». Sí, y todo trabajo también. Trabajar es olvidar. Laura y Madeline nos recuerdan que el trabajo no es lo mismo que la actividad vital humana, de la que el primero se nutre y también aniquila. Partir de la consideración sobre cómo democratizar y pluralizar la expresión y disfrute de la acción vital es una agenda de más hondo calado que la del empleo o incluso que la del trabajo. Para quienes teman que estas consideraciones son muy románticas o incluso hedonistas, les recuerdo que no todos somos cristianos y algunos renegamos de la maldición del Génesis. Insisto en una razón más práctica para ampliar la agenda ante nuestra consideración. Vivimos en tiempos noveles, inexactos con su pasado inmediato. Por ejemplo, esta nueva etapa del capitalismo, nos dice Sassen, está caracterizada por la extracción de cuanto valor haya sido sedimentado en las etapas previas. Ya no se trata, como planteaba Marx, de la destrucción de formas pre-capitalistas de producción a través de los procesos de acumulación primitiva. Hay más, incluso, que lo que agudamente señala David Harvey cuando propone que el proceso de acumulación primitiva se repite incesamente en la historia del capitalismo; por lo cual, debe llamarse acumulación por desposesión. Para Sassen, lo distinto de la lógica de extracción capitalista en nuestros tiempos es que un tipo de capital, el financiero, se alimenta del capital acumulado por formas de extracción previas. Capital come capital. Una segunda cualidad del capitalismo de nuestro tiempo, insiste Sassen, es que opera como una maquinaria de expulsión de gentes, prescindiendo de quienes antes le fueran esenciales como productores o consumidores. Menciona Sassen, como ejemplo, la crisis de las hipotecas subprime. Para Sassen, los 15 millones de casas que estaban en el 2010 en peligro de ejecución eran daños colaterales (nunca mejor dicho) producidos por la necesidad del capital financiero de colocar en el mercado de inversiones instrumentos vinculados a bienes tangibles en medio de un clima especulativo, inestable y agresivo producido por la falta de controles institucionales a todos los niveles. Quinientas hipotecas era la cantidad mínima necesaria para vender un producto financiero derivado de éstas. Si los propietarios de estas hipotecas podían pagar o no, si lo circundante a las propiedades ejecutadas perdía su valor, si de paso se destruían vidas, comunidades y localidades –como en efecto ha sucedido– nada de esto pesaba en el ánimo de los creativos artífices financieros ni de los funcionarios públicos que le sirvieron de aliados. En esto el capitalismo de ahora no se diferencia de sus versiones previas. Lo nuevo es que esta vez somos nosotros los que estamos en riesgo de ser echados del fugaz paraíso.
¿Cómo vamos a sobrevivir los expulsados? ¿Cómo lo harán las clases medias crecientemente empobrecidas? ¿Como crecerán los que han visto esfumarse la posibilidad de un pedacito del cielo al que nunca fueron invitados? Nos toca a todos pensar, proponer y articular alternativas. Esta responsabilidad recae particularmente en los universitarios, desde el «dentro» y el «fuera» de las Ciencias Sociales, desde la nada intangible que nos carcome. Como el paciente de Edgardo Morales, quizás toque hacer de la locura un trabajo a tiempo completo o como Lipietz, citado por Guerra: llegó el momento de elegir la audacia.
Muchas gracias.