Emilia y un duro silencio
“Lo único que sabemos es el resultado final: conocemos y gustamos de la sensación y el clamor de lo celebrado mediante el aplauso, y ahí nos quedamos. Olvidamos que hay dos posibles puntos culminantes en una experiencia teatral: el de la celebración, con el estallido de nuestra participación en forma de vítores, bravos y batir de manos, o también, en el extremo opuesto, el del silencio, otra forma de reconocimiento y apreciación en una experiencia compartida. Hemos olvidado por completo el silencio, incluso nos molesta; aplaudimos mecánicamente porque no sabemos qué otra cosa hacer y desconocemos que también el silencio está permitido, que también el silencio es bueno”.
– Peter Brook, “El Espacio Vacío”.
La puesta es una dura y difícil de tragar para algunos, porque como todo buen teatro nos pone un espejo de frente. Pero este es un espejo tan pulido, que su reflejo traspasa el alma del espectador, dejándolo rendido ante el dolor que provoca tanta verdad, a un reflejo tan crudo, por puro. Así son las verdades más profundas y no dichas de cada persona. Es eso lo que contemplamos en el escenario en esta experiencia teatral: vida, en toda su pureza y con todo el dolor que implica la condición humana. Confrontados con nuestros propios miedos, cuestionados con nuestros propios valores. Si he de sintetizar la materia de la pieza, trata del amor, qué es el amor para cada uno, de las razones por las que amamos y cómo lo hacemos. De la solidaridad, cómo la manifestamos o no, y qué nos impulsa a ello. Del dar y recibir, y cómo lo asumimos.
En palabras del autor y director: “Nadie es tan puro, no existe un amor sin condicionamientos”. Lo sabemos, mas es una brutal verdad que pocas veces nos atrevemos, sino a reconocer, tan siquiera mirar. Para eso, el teatro. En este caso made in Argentina, una sociedad con tradición psicoanalítica, por lo cual no es de sorprender cuando asistimos a una representación que nos expone lo que no se dice con maestría y con un método tan orgánico.
La trama gira indirectamente en torno a Emilia, conmovedora e impresionantemente encarnada por la actriz Elena Boggan, a quien Claudio Tolcachir -autor y directo – descubrió en una clase de actuación en su escuela. La verdad que emana esta actriz en escena como Emilia es sobrecogedora, y es a ella a quien se refería mi colega al salir de la función al decir: “… cada suspiro, cada mirada, cada silencio…” ejecutados con destreza, y sin duda el corazón.
Quizás nos impactará más la Boggan, porque su personaje hablaba muchas veces al público, era ella quien nos contaba y compartía una historia que era muy suya. Pero he de reconocer que todos los actores estuvieron esplendidos actuando desde una misma verdad y lugar, vivos. Leandro Calderone en el personaje de Walter estuvo tan real que a muchos incomodó la personalidad que irradiaba, incluso su hablar. Es con base en estos personajes, Walter y Emilia, que toma vida la obra. Ella fue su niñera, el único afecto que este conoció; un afecto de pago. Él, como un hijo para ella. Se reencuentran por casualidad muchos años más tarde, y he ahí el despliegue de la vida, el bagaje y el presente de estos personajes. Con sus afectos, formas y posibilidades.
Por su parte, Adriana Ferrer en el personaje de Carolina, la compañera de Walter, nos transmitió con suntuosidad la angustia, la depresión y la enajenación casi voluntaria de este personaje, ante lo que ha decidido vivir para sí y ofrecer al tiempo a su hijo Leo, personificado por Francisco Lumerman. Rescato de este actor su pericia al transitar por tan variadas emociones y comportamientos. Los propios de un adolescente, ligero, informal y a veces frívolo, al tiempo que los propios de cualquier edad ante la inseguridad, el miedo, que se dispara en lo que vive y tiene, igualmente en la posibilidad también de perderlo. Además de cargar con más de lo que debería y para lo que no está listo.
Mientras, el personaje de Gabriel, en principio un tanto enigmático, a cargo de Daniel Begino, quizás es el menos elaborado y prestado a mayor confusión para el espectador. Un personaje con posición de conflicto a nivel actoral pues está todo el tiempo en escena a oscuras sin ser un participante “activo”. En ocasiones se iluminaba y nos compartía algo de sus recuerdos, ensimismado, como hablando en voz alta. Así, hasta que su personaje entra a formar parte de ese recuerdo que está narrando Emilia, y entendemos quién es y qué compone. Dramatúrgicamente, aún no logro encajar el uso del recurso de los dos planos en los que este personaje (y actor) se maneja, y todavía evalúo su peso.
En algún momento hubo una pérdida de ritmo en la puesta, un punto donde se sentía la necesidad de que pasara otra cosa. Pero al tener buen manejo del suspenso y no tener pistas para la predicción, no se podía saber el qué. Es un detalle mínimo, que en nada estropea la experiencia teatral. Considero que es un asunto del texto. Podría examinarse la posibilidad de cortar en ese justo punto donde yace cierta repetición.
En cuanto a la escenografía, de Gonzalo Córdova, y realizada en Puerto Rico por José Luis Gutiérrez / Pie de Amigo, es una muy sencilla, sobria y en tonos pasteles. Montones de tela y una puerta. El reguero y los ropajes con los que los personajes visten sus mentiras. Los mínimos elementos utilizados no retratan exactamente la abundancia que se entiende en esa casa existe, por las constantes referencias que hace el personaje de Walter. Pero sí retratan las carencias y el desfase emocional de sus habitantes. Mas es esto un teatro sagrado, por ser un teatro donde la esencia del personaje representada por el actor es lo que interesa. Donde el decorado puede o no puede estar, y daría igual. Emilia será igual de contundente en un espacio vacío, como casi lo es esta escenografía. Los actores lo son todo. A este respecto, debo destacar el arte de Claudio Tolcachir como director, además de dramaturgo. Es una dirección arriesgada fuera de los convencionalismos, con un manejo acertado de la cuarta pared, así como del rompimiento de esta. Agrada ver los personajes en ocasiones de total espalda al público; así como la sutileza con la que Emilia sale y entra de la escena y de sus recuerdos cuando parece se dirige a nosotros, porque hasta que esto sea así, por momentos se duda.
Es admirable la gesta del productor Omar Torres para que este hecho fuera posible. No dudo de la proeza que significa producir trayendo una compañía extranjera, siendo tan arduo producir teatro en un país en el cual ni el estado ni sus instituciones designadas para ello respaldan la cultura y el teatro como se merece. Además, logra insertar su misión dentro del 510 Festival de Teatro Internacional del Instituto de Cultura Puertorriqueña; festival en el cual es muy inusual disfrutar de representaciones de compañías internacionales. Timbre 4 es una compañía de reconocimiento internacional, por los numerosos festivales y países en los que se ha presentado, con representación fija en España e Italia. Lo visto no deja espacio para cuestionarse cómo han llegado a ello.
Emilia es un montaje que no puede dejar a nadie indiferente. Muy pocas veces he salido del teatro conmovido hasta sentirlo en el cuerpo, y abstraído, necesitando espacio y tiempo para tramitar la experiencia recién vivida. Al acabar la obra, y por largo rato, solo pude honrar el trabajo de estos artistas, y la vida que allí aconteció, con mi silencio. Es en el silencio donde se revela lo concerniente al alma y al espíritu, donde reside lo sagrado.
Nosotros acá, nos falta mucho por aprender, y me temo que mucho por atrevernos, para hacer y vivir este tipo de teatro (algunos pocos lo están intentando). Mientras tanto, es un buen comienzo para entablar y mantener un intercambio cultural que nos permita nutrirnos y crecer. Ojalá se realice con más constancia y menos tropiezos. Ojalá podamos despojarnos de todo el decorado y ruido; y podamos escuchar, mirar y sentir más, en el vacío y el silencio.
*La puesta subió a escena el pasado fin de semana del 22-24 abril de 2016 en el Teatro Francisco Arriví, como parte y cierre del 510 Festival de Teatro Internacional del Instituto de Cultura Puertorriqueña.