Empezar no es partir de cero
Con esta nota se inauguró la asamblea anual de la Asociación Puertorriqueña de Historiadores, dedicada al Centro de Estudios de la Realidad Puerorriqueña (CEREP)
Mi más profundo agradecimiento a la Asociación Puertorriqueña de Historiadores por la gentileza de invitarme a decir unas breves palabras con motivo de la rememoración de la fundación de CEREP.
Me resulta difícil, por la cercanía tan íntima, enfrentarme a la pregunta por CEREP, que ya es “historia”. Repensar el papel de CEREP obliga a examinar sus publicaciones, las ideas, utopías, intervenciones políticas, sus vínculos institucionales, y sus relaciones con escritores y artistas. Llevaría, además, a pensar en la recepción de sus trabajos y en su vocación pedagógica. ¿Cuál ha sido su gravitación o resonancia pública? Son temas que necesariamente les corresponden a otros estudiosos.
Pero puede ser oportuno aquí referir brevemente mi experiencia personal. Debo decir que las amistades, las conversaciones y los debates que tuve la fortuna de compartir en CEREP a lo largo de los años setenta me marcaron intensamente. El encuentro con Marcia Rivera, Ángel Quintero, Gervasio García, Andrés Ramos Mattei, José Antonio Herrero, Ricardo Campos, Isabel Picó, José Curet, Joaquín Villamil, Lydia Milagros González, Guillermo Baralt, Luis Rivera Pagán, César Rey, y otros amigos, fue toda una educación. Mientras fui estudiante en la Universidad de Puerto Rico tuve maestros excelentes y una iniciación en la literatura que me ha nutrido a lo largo de muchos años. Pero fue más tarde que aprendí lo que era pensar desde y con la Historia. Y eso se lo debo principalmente a mis compañeros de CEREP y a lo que observé por entonces en el trabajo impulsado por Frank Bonilla en el Centro de Estudios Puertorriqueños de Nueva York.
No podría decir si CEREP definió una metodología. Pienso que se trataba de algo más imprevisible y a la vez más urgente. En aquellas reuniones lo que se promovía era una serie de referencias historiográficas y teóricas, modos de leer, y un repertorio de preguntas, y sobre todo la posibilidad de escuchar voces silenciadas y de recuperar tradiciones radicales construyendo nuevos archivos. Diría también que el clima hospitalario de CEREP propició prácticas decisivas. Creo que todos o casi todos nos reconocíamos como parte de la cultura de izquierda, una cultura crítica del Estado colonial, de la militarización del país y de la belicosa Guerra Fría, y a la vez cuestionadora de los viejos patrones patriarcales. El campo intelectual participaba de grandes utopías, desde la Revolución Cubana hasta los Young Lords y las luchas feministas. Eran también años de cadáveres sin nombre, desde la traumática Guerra de Viet Nam hasta las dictaduras militares en América Latina. Los integrantes de CEREP tomaron posiciones, pero pienso que el grupo logró mantener su autonomía frente a los partidos políticos.
Quizás la lección más perdurable de CEREP –según la veo hoy– se condensa en el título de un bello estudio literario del gran historiador Carlo Ginzburg, No island is an island, en el que juega sutilmente con la expresión “No man is an island”, del poema de John Donne. Ginzburg, a quien tanto le gusta reivindicar su formación literaria, afirma con ese título de concisión impecable que las islas contradicen el insularismo, ya que el mundo –la historia– las rodea y atraviesa. Por esa razón, cuando yo luchaba con la primera oración de la introducción a mi libro en torno a las tradiciones intelectuales, Sobre los principios, tuve muy presente la rica experiencia en CEREP, y escribí: Empezar no es partir de cero.