En busca de su voz: Federico García Lorca a través de entrevistas
Eso sí: tenemos una hermosísima grabación suya tocando el piano. En la misma acompaña a su amiga Encarnación López, La Argentinita, quien interpreta canciones folklóricas andaluzas que él mismo recogió. Escucho esa grabación con frecuencia y afino el oído por si a Lorca se le escapó un suspiro, un rumor, un murmullo mientras tocaba el piano. Es que pienso en el gran pianista canadiense Glenn Gould quien producía todo tipo de sonido mientras tocaba magistralmente a Bach o a Beethoven. Pero nada se oye: Lorca se limita a tocar el piano. Nos hemos quedado con el deseo de oír su voz, aunque sea indirectamente.
Por eso leí con avidez dos recopilaciones de entrevistas hechas a García Lorca. En una, preparada por el ya citado Víctor Fernández, Conversaciones con Federico García Lorca: la canción de los chopos (Antequera, Confluencias Editorial, 2107), se recogen ocho entrevistas, en verdad seis porque una es de tres partes. La otra recoge la totalidad de las entrevistas hechas a Lorca: Rafael Inglada (recopilador), Palabra de Lorca: Declaraciones y entrevistas completas (Barcelona, Malpaso, 2017). En este proyecto colaboró también Fernández y nos llega con un excelente prólogo de Christopher Maurer, gran estudioso de la obra lorquiana. Antes de emprender la búsqueda de la voz de Lorca en esos textos, se hace necesario aclarar qué entienden los recopiladores por entrevista, ya que según los parámetros que hoy empleamos muchos de los textos aquí incluidos no lo serían.
Este género literario nació en el siglo XIX en Inglaterra y se le llamó “interview”. Por ello y por muchos años las entrevistas se llamaron en español “interviú”. Hasta en una de las aquí recogidas se usan las palabrejas “interviuvadores” e “interviuvados” (Inglada, 468. Todas las citas serán por este libro ya que recoge todas las entrevistas a García Lorca, incluyendo, obviamente, las que aparecen en el libro de Fernández.) Jordi Jou, otro periodista que lo entrevistó, aclaraba en 1935 que “Lorca siente una gran prevención contra los interviús y es por eso por lo que hemos de desistir de tomar apuntes, ya que eso pone nervioso al poeta. En las entrevistas –dice– siempre me hace el efecto de que es una caricatura mía la que habla, no yo” (423-424). Mejor aún, en un recorte de periódico de una entrevista que le hizo Rafael Moragas en 1927, Lorca anota: “Este Moragas es delicioso, / dice todo lo contrario que le dije, / como en todas las interviús. / Pero es simpático.” (15) Hay quien asegura que Lorca era más comedido en las entrevistas de periódicos madrileños y mucho más abierto en las de los provincianos, porque consideraba que lo publicado en Madrid iba a tener mayor circulación. Todo esto nos lleva a establecer que las entrevistas, donde buscamos la voz de Lorca, son materiales ambiguos, sobre todo porque muchas de las que pasan por tales hoy no las consideraríamos como tal. A veces se incluyen textos donde solo aparece una cita que se atribuye a Lorca en un breve párrafo, sin pregunta previa, donde se recogen supuestas declaraciones suyas. Buscamos la voz de Lorca en textos donde quizás se ha falseado la misma.
Pero es curioso que muchos de los entrevistadores hablan directamente de su voz. Por ejemplo, Armando Bazán, en una entrevista de 1935, establece que el propósito de la misma es “que oigáis a García Lorca” (374). Por su parte, Alfredo Mario Ferreiro, un escritor uruguayo que fue uno de los principales guías y amigos de Lorca en su país, establece que este tenía varias voces. Tenía una pública: “la voz del poeta que todos conocimos por la multitud de sus conferencias” (511). Pero Ferreiro tuvo el privilegio de oír la voz íntima del poeta: “Palabras de las que usamos todos. Palabras simples. Palabras tuyas y mías” que al emplearlas el poeta “no había nada de eso que los intelectuales ponen en sus discursos o en sus escritos” (511). En esas palabras Ferreiro descubrió el duende lorquiano.
Su voz tuvo que ser única, fascinante, extraordinaria. Por ello en un texto escrito quince años tras su asesinato, Indro Montanelli, un hispanista italiano, dice que Lorca tenía “tres cosas estupendas: la mirada luminosa, la risa de niño y la voz, cuya gravedad cálida y propia de un barítono recordaba el “Cante Jondo” que vibra, como un acompañamiento de guitarra en sus poemas” (531). Silvio d’Amico, en otro texto publicado tras la muerte del poeta describe esa voz:
«Mi interlocutor tiene en el acento una suavidad extremadamente andaluza, pero, al contrario de lo que hacen los andaluces, no se come la mitad de las letras; al contrario, la dicción escénica a la que está acostumbrado le imprime una delicada lentitud con la que cada frase queda inscrita y bien definida.» (519)
Pero, a pesar de esa y otras descripciones, y a pesar de las múltiples entrevistas que se recogen en Palabra de Lorca… y en Conversaciones con Federico García Lorca…, tenemos que hacer un trabajo de deshierbe para intentar sacar en limpio lo que Lorca dijo de entre lo que puso en el texto el entrevistador. Y, sobre todo, tenemos que imaginarnos, tenemos que seguir imaginándonos, la voz del poeta.
Fue en búsqueda de esa voz que emprendí la lectura de estos dos libros que se complementan, uno pequeño y otro voluminoso. En ambos se recogen un largo texto de Cipriano Rivas Cherif (1891-1967) que en parte tuvo sus orígenes en Puerto Rico, pero se publicó en México. Rivas Cherif, cuñado de Manuel Azaña, del último presidente de la República Española, fue el director artístico de la compañía de Margarita Xirgu, compañía que produjo en España muchas de las principales obras de teatro de Lorca. Don Cipriano, como se le conoció en Puerto Rico, fue íntimo amigo de Lorca; fue su confidente. Tras diez años de prisión por su apoyo a la República, Rivas pasó un corto tiempo en Puerto Rico en 1947 en su camino al destierro definitivo en México. En Puerto Rico se encontró con Luis Rosales (1910-1992), miembro de una prominente familia granadina de derechas en cuya casa buscó refugio García Lorca y desde donde salió para ser fusilado por los franquistas. A Rosales por un tiempo se le acusó de delatar a Lorca y de ser, por ello, su asesino indirecto. Rivas Cherif entrevistó a Rosales en Puerto Rico y con ese material y con sus recuerdos de Lorca publicó en el periódico mexicano Excelsior un largo artículo que apareció en tres partes en 1957. Es una pena, como veremos, que el texto de Rivas Cherif no se conociera en Puerto Rico o, al menos, que aparentemente no fuera conocido o archivado en la Isla.
Para mí hay dos puntos importantísimos en ese texto que ameritan su mejor conocimiento. En primer lugar, aquí se trata por primera vez y de forma directa y respetuosa la homosexualidad de Lorca. Rivas Cherif se vale para hacerlo de sus conversaciones íntimas con el poeta interpretadas desde acercamientos sicoanalíticos que hoy están desprestigiados. Pero lo importante es que se atreve a tratar el tema y, sobre todo, que pone en boca de Lorca expresiones de gran valentía y claridad sobre sus preferencias sexuales. Por esa mera razón su texto es muy importante.
Pero, quizás, tan importantes sean para nosotros las impresiones que Rivas Cherif ofrece en ese texto sobre el mundo artístico y político puertorriqueño. En la Isla el intelectual español halló una gran lealtad y una defensa incondicional de Lorca y de la República. Entre los puertorriqueños fieles al poeta y al gobierno legítimo español Rivas destaca a Luis Palés Matos. Su texto no se centra en la Isla, pero el autor ofrece en el mismo imágenes de nuestro mundo artístico e intelectual de la década de 1940 que servirían para matizar nuestra visión de esos tiempos. Por ejemplo, Rivas Cherif alaba el trabajo de Mona Martí, actriz que interpretó magistralmente piezas de Lorca.
La lectura del largo texto de Rivas Cherif me hizo volver a otro texto sobre Lorca en nuestra Isla. Se trata del estudio de Juan Antonio Rodríguez Pagán, fallecido a destiempo hace ya algunos años: Lorca en la lírica puertorriqueña (1981). Para este texto Rodríguez Pagán hizo una detallada investigación sobre la presencia del poeta granadino en nuestro país. Leer su libro impresiona y hace sentir humildad a los que trabajamos en el campo de la historia literaria. Rodríguez Pagán exploró todas las fuentes que cayeron en sus manos y que le podían ayudar a crear un cuadro fiel del impacto de Lorca en nuestras letras. Hasta he hallado en su libro referencias a un artículo muy temprano de Luis Rafael Sánchez sobre el teatro de Lorca, texto casi completamente desconocido. Pero Rodríguez Pagán no llegó a conocer el ensayo de Rivas Cherif. De lo contrario, se hubiera valido del mismo para construir más detalladamente el excelente cuadro de nuestras letras que ofrece, aún sin conocer este texto tan revelador.
Al volver a revisar el libro de Rodríguez Pagán recordé un día mágico que viví en Madrid, el 23 de mayo de 2002. Pocos días antes había llegado yo a esa ciudad y había visto anunciado en grandes banderolas por toda la Gran Vía una exposición sobre el poeta Luis Cernuda (1902-1963) en la Residencia de Estudiantes, ámbito que identificamos con García Lorca. Se celebraba su centenario. Fui. El día era frío, pero allí estaba yo a las diez de la mañana –eran las diez en punto de la mañana en todos los relojes– para descubrir que la exposición no abría hasta las once. No era yo el único madrugador; habría una veintena más de ansiosos visitantes. Entre ellos divisé sin que ellos me vieran a Juan Antonio, a quien conocía por mis constantes visitas a la Sala Juan Ramón Jiménez de la Biblioteca Lázaro, y al poeta Marioantonio Rosa, a quien no conocía personalmente. Me les acerqué silenciosamente y, al estar muy cerca de ellos, les susurré con acento policiaco que a esa exposición no dejaban entrar a gente que trabajaba en Humacao. Tras el salto por la sorpresa, los abrazos vinieron de inmediato y desde ese momento no nos separamos durante todo el día. Vimos la exposición juntos y juntos regresamos al Centro a tomar cervezas y a comer. Fue un día inolvidable donde hablamos y hablamos y hablamos de Cernuda y de Julia de Burgos y de Lorca, como se hacía siempre que uno estaba con Juan Antonio. Éramos tres puertorriqueños, amantes de la poesía, que deambulábamos por Madrid imaginando los pasos por esa ciudad del gran poeta granadino.
En la lectura de estas entrevistas busqué la voz de Lorca y no la hallé. Pero ahí me topé con el importante texto de Cipriano Rivas Cherif, texto que me hizo volver al estudio de Lorca en nuestra poesía de Rodríguez Pagán. Por todas esas razones fue esta una lectura provechosa que recomiendo a todos los amantes de Lorca, de la poesía española, de la poesía sin adjetivos.