En la lucha libre
La noche del domingo 31 de enero ocurrió una de esas sorpresas tradicionales durante el evento Royal Rumble de la empresa estadounidense de lucha libre conocida como World Wrestling Entertainment (WWE). Un ‘conejo’ de Puerto Rico voló por encima de la tercera cuerda y se convirtió en uno de los principales temas de discusión mediática durante la primera semana de febrero 2021. Benito Martínez, a quien se le conoce como Bad Bunny en el mundo musical comercial, cumplió su sueño de infancia y se trepó en un cuadrilátero de la WWE. El libreto estableció que Martínez atacaría al dúo de tramposos compuesto por los luchadores The Miz y John Morrison. De esta forma, el Conejo Malo boricua era el bueno dentro de la trama, mientras que Miz y Morrison eran los villanos que debían ser castigados por sus acciones previas.
A pesar de su rol como el supuesto héroe de la noche, Martínez no recibió el apoyo total del público que sintonizó el evento de la WWE. Su participación generó apasionados debates entre sus seguidores y detractores. No faltaron los ataques xenofóbicos hacia el artista oriundo de Vega Baja, Puerto Rico. Mientras el libreto trataba de consignar quién era el “héroe” y quiénes eran los “villanos”, el público desarrolló sus propias lealtades en torno a cuáles personajes debían apoyarse y cuáles debían ser repudiados. Aunque estoy convencido que mi difunta abuela hubiera cerrado filas con el bonachón de Benito, reconozco que los tiempos cambian, y en la era de la Internet, no existe esa representación clara y concisa sobre quién es el “bueno” y quién es el “malo” dentro de la lucha libre. Sin embargo, no siempre fue así.
Cuando el filósofo francés Roland Barthes publicó el ensayo The World of Wrestling en el 1957, el público que seguía ese espectáculo deportivo participaba de una narrativa en la cual fácilmente se podían contrastar los luchadores “buenos” de los “villanos”. En algunos lugares de Latinoamérica, incluyendo Puerto Rico, esa diferenciación de bandos es identificada como una lucha entre quienes integran el “camerino técnico” de la decencia versus quienes se aferran a tácticas tramposas y se reúnen dentro del odiado “camerino de los rudos”. Por décadas, esta rivalidad entre técnicos y rudos llevó al público a cerrar filas en apoyo al luchador que se proyectaba como bondadoso y honesto, mientras se repudiaba al que recurría a estrategias de dudosa legalidad. De esta forma, tanto las personas que asistían a eventos de lucha libre en coliseos, como quienes semanalmente sintonizaban el espectáculo por televisión, participaban sin objeciones de un libreto que aspiraba a una sencilla representación de lo que socialmente se aceptaba como lo bueno frente a lo malo.
La armonía de consumir un contenido dirigido a simpatizar con el luchador técnico y odiar al rudo comenzó a debilitarse entre finales de la década de los 1990 y principios de los 2000. La masificación de la Internet permitió que el público de la lucha libre se enterara de muchos secretos detrás del libreto de este entretenimiento deportivo. Comenzó a filtrarse información de aspectos tales como la vida privada de luchadores, los posibles resultados de luchas que todavía no se habían celebrado, entre otros rumores. La relación entre la lucha libre y su público cambió para siempre. Cada vez eran menos las personas que consumían de forma acrítica el libreto tradicional que buscaba simpatías por el personaje técnico y reprobación por el rudo. Los foros cibernéticos de lucha libre aportaron a forjar toda una comunidad de seguidores que ahora prefieren apoyar a aquel luchador carismático y de grandes habilidades atlética, indistintamente del bando al cual pertenezca dentro de la trama promovida por la empresa que genera el contenido. Por tal razón, hoy día no es extraño que, en medio de un evento, haya personas que abucheen al luchador técnico y vitoreen al personaje rudo. A diferencia de aquellas décadas pasadas protagonizadas por luchadores como El Santo (México), Carlos Colón (Puerto Rico) y Hulk Hogan (Estados Unidos), en la actualidad las audiencias tienen un rol más activo en el desarrollo de la trama y no siempre van a comulgar con las lealtades que los productores originales de contenido quieren promover en sus libretos.
Regresemos a Bad Bunny y su maroma desde la tercera cuerda en la WWE.
Minutos antes de su ingreso parcial al cuadrilátero, el puertorriqueño interpretó la canción Booker T como parte de la oferta de entretenimiento de esa noche. No fueron pocos los estadounidenses que se indignaron por el hecho de que una empresa que produce contenido mayormente en inglés haya contratado a alguien que cantó en español. Desde la perspectiva de los gestores del M.A.G.A. (Make America Great Again) y sus aliados de la supremacía cultural, Bad Bunny era el malo de la velada. Por tal razón, el castigo a ejercerse incluiría desde repudios cibernéticos, llamados aislados a boicotear la WWE, hasta comentarios maldiciendo la presencia continua de figuras latinas dentro de las producciones de entretenimiento hechas en los Estados Unidos. A estas personas poco les importó el hecho de que Bad Bunny “haría justicia” al atacar a dos luchadores tramposo y pedantes. Desde la perspectiva de estos detractores, la presencia de Martínez era disruptiva dentro de sus imaginarios de lo que debe representar y a lo que debe aspirar la nación.
De otra parte, audiencias puertorriqueñas y de otros grupos latinos utilizaron la ira de los racistas en contra de Martínez como metáfora de sus propias experiencias en los Estados Unidos. Más allá de emitir un juicio sobre la calidad del contenido musical de Bad Bunny, boricuas y personas de otros grupos étnicos con vínculos a Latinoamérica vieron la actuación del vegabajeño como el acto de ocupar aquellos espacios que históricamente le han sido negados a sus colegas de procedencias y experiencias similares. Si bien la WWE ha contado con algunos luchadores latinos que han tenido éxito dentro de la empresa, esa noche del 31 de enero representó más bien un ejercicio en el cual se incomodó a aquellas audiencias que se ofendieron porque un “extranjero” tuvo un rol protagónico sin ni siquiera comunicarse en inglés.
A quienes salieron en defensa del Conejo Malo de Puerto Rico poco les importó que un sector significativo del público lo juzgaran como el “villano” de la trama. Muchas de las personas que apoyaron a Martínez ya están acostumbradas a ser vistas como “las malas” dentro de la sociedad estadounidense. Aún así, ocupan espacios y luchan por transformar sus realidades, a pesar de los discursos de odio y las políticas racistas gestadas desde el oficialismo.
Esa noche del Royal Rumble, “justicia” no fue lanzarse sobre la tercera cuerda sobre los tramposos de Miz y John Morrison. La reivindicación simbólica consistió más bien en tener una representación que alteró la paz de los supremacistas culturales estadounidenses. Fue un acto efímero, pero de trascendencia para quienes luchan por una sociedad más justa para todes en los Estados Unidos. En el caso de Puerto Rico, fue una de esas victorias pequeñas de la colonia que causa ruido en los círculos de la metrópoli, tal y como sucede cada vez que los equipos puertorriqueños de baloncesto o béisbol vencen al conjunto estadounidense.
Si aplicamos el trabajo de Barthes para analizar lo ocurrido esa noche en el evento de la WWE, se podría plantear que “el patrón de Justicia, el que verdaderamente importa aquí, más allá de su contenido”, es que “la lucha libre es por encima de todo una secuencia cuantitativa de compensaciones”.
De compensaciones y recreaciones de los “justo” no solo trata la lucha libre, sino la cotidianidad de quienes luchan desde las trincheras de la esperanza en una sociedad desigual.