“¡En la noche los cucubanos arropan el suelo!”
Somos igual que las nubes: estamos, y el que me quiera ver que me vea.
–Zoraida Muñoz Fletcher
La naturaleza ha puesto en nuestras mentes un insaciable deseo de ver la verdad.
–Cicerón
Comenzó a los 67 años de edad a preparar el terreno, una finca heredada de sus padres, como todo buen agricultor hace, sembrando de todo y casi para todos, pues, desde panas a conservas de mamey, reparte a granel, la madre de cuatro profesionales: Yolanda (Editora de visuales), Eduardo (Ciencias de Computación), y las gemelas Zoraida (Antropóloga) y Julieta (Quiropráctica). La tierra de su finca es la misma que sembró en el pasado el padre de Manuel Reyes, capataz de la finca Centeno, otrora predio de 300 cuerdas de sus abuelos paternos y en esa tierra Zoraida ha encontrado pedacitos de cerámica que algunos creen son restos de yacimientos indígenas.
Hoy, Zoraida tiene 76 años, y día a día, mucha veces de sol a sol, su tarea principal es su finca: el cuido, la limpieza, la compra de cemento para rampas, la supervisión de un jardinero que la asiste en su tarea y, entre otras tareas, el cotejo del sistema de reciclar agua del pozo séptico, actividad que surge “pues un grupo de estudios de ingenieros de la Politécnica, entre ellos Javier Rivera Gerena, querían investigar el reciclaje de los pozos sépticos; yo tenía un pozo séptico y pues fascinada en ayudar a los estudiantes”. Si el experimento sale bien “lo quieren para las escuelas”, señala Zoraida al añadir que empleados de la Junta de Calidad Ambiental (JCA), de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA) y algunos políticos “han venido para verlo.” Agrega que “el andamiaje para tratar el agua del pozo séptico no cuesta mucho, no ocupa mucho espacio y una unidad sirve para varios lugares”.
Además del proyecto de investigación ya mencionado, Zoraida tiene placas solares en su finca que “cogen el sol y lo transforman en energía por lo que el costo de la luz baja”.
¿Por qué la decisión de salir de la ciudad y retornar al campo? , pregunta que se hacen muchos artistas, y escritores de todas las épocas. Cada quien tiene su respuesta y la de Zoraida es sencilla: “Yo, desde pequeña, desde los siete años, estuve viviendo ahí (Centeno), donde estaba toda mi familia y los empleados de la finca para mí eran familia también”, y, sin pretensiones literarias ni filosóficas enuncia: “la naturaleza es mi mejor maestra” y comienza hablar de sus frutos y de sus reglas: “ el aguacate da frutos cuando le da la gana y si la naturaleza decide no dar frutos, ¿qué puedo hacer”? También habla de la diversidad de hojas, de diferentes colores y formas, en las plantas, igual que con los seres humanos “la variedad, la diversidad”. Añade: “A veces me siento a contemplar la variedad de colores y de formas y, como les ocurre a muchos, uno se transporta, va creando un pensamiento que se sale de los límites de la hoja y nos lleva a cosas de la propia vida”. Y, como mirando a lontananza y creyéndose presente en la finca, –a pesar de que la entrevista se produjo en un café– enuncia: “[…] el árbol… la raíz: eso es lo que todos somos, muchos ven lo de afuera, pero no lo que da la vida al árbol”, y añade: “Somos igual que las nubes: estamos, y el que me quiere ver que me vea.”
En la finca crecen árboles de mangó, palmas, plátanos, guineos, jobo, aguacate, china, pana, toronja, limón, achiote, grosella, pomarrosa (la rosa), caimito y quenepa; los mameyes crecen en la colindancia de la carretera y con ellos hace una conserva para el deleite de muchos; en su huerto hay cebollines, ají dulce, quimbombó, pepinillo, cilantrillo y culantro, y confiesa, “no puedo con el romero, se me seca”. De su cosecha tiene unos regalos fijos: plátano rayado, tostones de pana, conserva de mamey, entre muchos otros.
Zoraida llega a construir la finca de sus sueños, luego de que su residencia en la urbanización La Alameda se quemara; “no sabía ni cómo iba a construir, con qué dinero, pero vendí la otra casa, saldé el préstamo”. Y dice: “Empecé con una palita, con un poquito, y los surcos se fueron abriendo”, y lo hizo sola, ante el hazmerreír de muchos, afirma con la alegría que produce el resultado del esfuerzo: “Si yo lo hice, cuando la gente se echaba a reír, diciendo que una mujer sola, de más de 60 años no podía tener una finca de casi tres cuerdas, lo pueden hacer muchas”, y añade, “Esto ha sido from scratch”.
Su trabajo comenzó “con la charca”, –no inmóvil– una charca de peces donde hay tortugas cuya vista se disfruta desde el balcón de atrás de la casa. La charca “de peces y tortugas preciosas tiene una rampa que funciona como una balsa para cruzar de un lado a otro”, y señala: “la tortuga se sube a la balsa para coger sol.” Otra de las pequeñas construcciones que ha hecho en la finca es “un canal para que el agua que baja de la carretera caiga en la charca.”
Los ratos que le quedan libres en su cotidianidad los aprovecha, entre otros quehaceres de salidas al mercado de la ciudad, para tratarse con el naturópata, Dr. Efraín Rodríguez Malavé, cuyos primeros estudios, antes de la naturopatía, fueron en Ciencias Ambientales. Zoraida, exesposa, desde el 1983, de un destacado médico (alópata), Eduardo Santiago Delpín, –padre de sus cuatro hijos–, combina la naturopatía con la medicina tradicional. Otra de las gestas de Zoraida fue comenzar a estudiar y practicar Choi Kwan Do cuando tenía 72 años; llegó a cinta verde “y no seguí porque el maestro cerró la academia”.
La finca de Zoraida, que su madre, Isabel Fletcher, llamó “La santa fe” es, como la finca Centeno, un grano, una simiente, y son muchos los que a lo largo de estos años se han beneficiado del solaz y abundancia de una tierra fértil y cultivada, y de los serenos ratos contemplando el reflejo de las palmeras y la casa en el agua de la charca de peces, de por sí un manifiesto poético.
… y cerramos con las palabras de la mujer de 76 años que cumplió este, su sueño: “… los cucubanos en la noche me despiertan y veo su luz”.