En torno a «Decirla en pedacitos: estrategias de cercanía», de Guillermo Rebollo Gil
El libro se compone de sobre 30 ensayos, cantidad que no obstante no abulta el volumen porque son breves; son como pequeños bocadillos que atienden algún apetito o asunto particular. Son breves reflexiones, que en conjunto, cobran curiosidad porque emanan, ya de acontecimientos o referentes que compartimos todos –como el crimen, la muerte, el beisbol, el llanto en público de un cierto ex alcalde, las experiencias del arrestado, del preso, del condenado a pena de muerte, de Chicky Starr bregando bien Chicky Starr–, ya de vivencias particulares del autor –como pequeñas prácticas cotidianas frente al ordenador, formas de tratar con su compañera, con su entorno inmediato, dilemas con ecos edípicos, cuestionamientos en torno a cómo asumir una subjetividad intelectual, el vivir o haber vivido en Guaynabo (¿guaynabeño o guaynabito?) y las expectativas que ello conlleva, el ser abogado pero no practicarlo para dedicarse a ser profesor (en tiempos donde la academia está en crisis y parecería que cualquiera puede ser profesor…), etcétera. Y, aunque uno pensaría que las piezas con las cuales uno más se identificaría serían aquellas que surgen de referentes comunes, en mi caso sucedió que las que más me interpelaron fueron las que partían de sus vivencias más cotidianas y personales.
También algunas de las piezas pueden leerse como manifestaciones o expresiones de los hijos e hijas de una pequeña burguesía que agoniza hace tiempo. Agonía que es más trágica aún en tanto se ubica en un ¿país? cuya burguesía nunca tuvo pretensión de ser una burguesía nacional y más bien se tornó en una lumpenburguesía, parasitaria del estado de situación desde hace mucho tiempo, por más que muchos de sus voceros más públicos insistan en disertar sobre el futuro de la isla y de imponer agendas a la ciudadanía.
Otros de los ensayos hacen muestra de ciertos grados de irreverencia. Irreverencia que hace atractiva, y a veces entretenida, la lectura, aunque un lector con algo de juicio sabe (como lo sabe el autor) que por más irreverencia en la que se incurra, a menos que devenga literalmente en subversión, siempre queda en última instancia potencialmente abierta a ser cooptada, empaquetada, vendida y revendida como una mercancía más en estos tiempos de capitalismo tardío, de la subsunción real de la sociedad bajo el capital, de capitalismo posmoderno, o como se le quiera llamar.
Pero son más que eso estos breves ensayos. Lo que tomo de ellos como motivo subyacente es un afán que pretende correr a contracorriente de un problema muy grave: la desarticulación progresiva y acelerada del tejido social. Lo que antes Durkheim llamaba la anomía, como aquella condición que padecían algunos individuos en la sociedad moderna según la cual no se lograba situar propiamente en el mundo, vivir en él, según sus normas y expectativas, a lo que también un poco se refería Simmel con el “extraño”, aquel que no logra identificarse de manera alguna con su entorno, que se siente como un total outsider, o como a veces se describía el viejo Sócrates, como un individuo a-topos, fuera de sí y fuera de este mundo, deviene hoy día en algo mucho más aterrador. En efecto, parece que vamos poco a poco presenciando como se deshilacha el tejido social, como se rompen los lazos sociales, como se va deshaciendo la sociedad misma. Síntomas de esto lo vemos todos los días en nuestros alrededores: los crímenes más aterradores, los comportamientos más aberrantes, los monstruos más impensables, la insensibilidad hecha la norma, la política como mero simulacro que reproduce al infinito las mismas relaciones de poder, etcétera; y alguno de los ensayos recogen algunos ejemplos de ello.
Ante ese panorama del peor de los males (la disolución de lo social), me parece captar en el libro una invitación a no ‘tirar los guantes’. A veces parece sugerirse entre las grietas de los textos una exhortación o una invitación a la amistad, a relacionarse con el otro de forma tal que se pueda poco a poco ir rehaciendo ese lazo social que se va rompiendo. Quizá por eso me gustaron más los textos que emanaban de sus vivencias más personales: porque son las mías, o bien pudieron haber sido las mías, porque me demuestran que las pequeñas y a veces peculiares costumbres de uno no son mera locura propia, sino que son locuras compartidas, o potencialmente compartidas. Y ese tantito de identificación brinda la posibilidad de que surja el ánimo para construir juntos.
Invitar a la amistad no es la solución a todos nuestros males, pero no es poca cosa. Por ejemplo, para Spinoza (en esto sigo la lectura del estudioso Diego Tatián) la amistad es la manera más intensa en que se manifiesta el deseo de la comunidad. Y si acudo al buen Spinoza no es por casualidad, sino porque Spinoza (y sigo de nuevo la lectura de Tatián) estaba claro en que la comunidad no es un universal que se nos está dado y que se puede tomar por sentado, sino que es una formación, un proyecto, un deseo.
Otra forma de leer este afán por contrarrestar la disolución de lo social es ver en la escritura del autor una forma de resistencia, al menos ética (o terapéutica), al problema, y ética porque al momento no le queda de otra. De este ser el caso, no importa cuán noble sea el gesto en la escritura cabría añadir que la resistencia ética, a nivel molecular, para que redunde en efectos más amplios tiene que devenir en un acto no meramente ético, sino ético-político, es decir, siguiendo al querido maestro recientemente fallecido Paco Fernández Buey, lograr que las instituciones de gobierno logren habilitar efectivamente los intereses, los deseos y las necesidades de la mayoría. En las palabras de Paco Fernández Buey –pero siguiendo de cerca en ello a Aristóteles–, hace falta plantear la política como ética de lo colectivo.
Que no estoy del todo desacertado en leer este afán por contrarrestar la disolución del lazo social me lo confirma el título del libro. Al final de este el autor nos hace el favor de reproducir de dónde se inspira: de unas líneas de José María Lima que dicen, “Hay una canción,/ pero está rota/ y es inútil decirla en pedacitos”. Perdonen la burda analogía, pero no soy crítico literario sino teórico político, la canción, léase la sociedad, está rota, pero el título del libro delata ya la intención de tratar de recomponerla, de insistir en que no es inútil, sino que se puede decirla pero en pedacitos, recomponerla de a poquito a poquito. ¿Cómo? A través de múltiples y variadas estrategias de cercanía, de pequeños gestos, de minúsculas acciones que se suceden o pueden sucederse en el más cotidiano de los espacios o momentos, en los más casuales de los encuentros, en los más variados actos de solidaridad, complicidad o empatía. Es, pues, de alguna manera una escritura que en su misma forma refleja las grietas y el caos del deterioro del entorno, pero que se afana en persistir hacia el lado contrario. El gesto del autor, así, recuerda un poco aquel lema del marxista italiano Antonio Gramsci (que a su vez rescataba de Romain Rolland), “Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”. O, también con Gramsci, reconocerse o saberse ser estiércol de la historia. Estiércol, desechos, pero que sirve también para fertilizar el terreno, quizás no para hoy, pero para una ocasión futura.
Se pregunta el autor en uno de los ensayos en donde se menciona a alguien que todo el mundo que conoce las librerías en Río Piedras reconoce: “¿Qué es compartir? Sobre todo cuando Eddie y yo nunca nos hemos sentado a la mesa para un trago o una cena. Nuestras conversaciones son relámpagos de cotidianidad, inmediatamente entabladas y abandonadas de pie y con prisa”. La duda inicial, la puesta en entredicho del compartir, de la posible amistad, al final de ese breve texto cede ante una lección aprendida que versa sobre las formas más sencillas en que puede estimularse el sentido de tener algo en común, vía una alegre interpretación del “¡familia!” en Cheo Feliciano.
El mensaje parece ser: un mínimo de complicidad y amistad, si es honesta y sincera desde un principio –en este mundo de lo banal y lo efímero–, por más casual que parezca, basta como base de la cual partir para poder construir juntos algo. Para construir algo en común… no importa que vayamos, de pedacito en pedacito.
Finalmente, es un texto cuya brevedad se presta fácilmente para estimular al lector a que incurra en el mismo ejercicio del autor, de tratar de decirla en pedacitos, a su forma, con los suyos y con los otros, en sus espacios. Sugerencia importante, pues es muy fácil dejarse llevar completamente por una neurosis, o peor aún, caer presos del resentimiento, que es un afecto que no compone, sino que nos aísla y reduce nuestra capacidad de obrar. Mejor que eso, intentar decirla en pedacitos , pues al fin y al cabo siempre hay esperanza mientras no te canten el tercer strike.
Presentación hecha en la Universidad del Este, en Carolina, el 18 de septiembre de 2013.