Enfermizo
El mundo es construido por nosotros. Para bien y para mal. Además, es un mundo apalabrado. Por eso el proceso educativo es tan importante. Nos da los instrumentos para construir una red de significados y sentidos a través del cual transcurre nuestra vida. Cada palabra es un tatuaje que se inscribe en la carne y que de ella está hecha.
Por eso amo la literatura, el tropo. Porque el lenguaje plano, ese que los representantes del orden pretenden universalizar, es una simplificación del mundo y nos hace propensos al autoritarismo. Nuestra vida está repleta de diversidad, diferencia, multiplicidad de experiencias acumuladas. Esa complejidad, ese discurso rico, es el desafío que disfruto cada día. Esa novela que siempre está escribiéndose.
Reivindico la impertinencia de la literatura, del poema, de la plasticidad de la palabra. El non sequitur de los chistes. No sólo porque potencian la imaginación sino que esa práctica reivindica las diferencias y es necesaria para abordar la deliciosa complejidad de la existencia. Por eso, aunque no visito ninguna iglesia, puedo citar los pasajes oscuros de Jesús, ese loco que decía: “Que entienda esto quien pueda” (Mateo, 19: 11-12).
Por eso tengo ese amor enfermizo por la UPR. Ese espacio creado por nosotros. Sí, escribo como un poseso y allí trabajo y estudio. Es la Ley del Deseo, Ygrí, este amor enfermizo por mi Universidad, esa en la que la brutalidad insiste en quedarse a reprimir la belleza de las preguntas y las respuestas. Hoy, miércoles que escribo, luego de enfrentarse a la brutalidad policíaca por horas, algun@s estudiantes leen, me sugieren lecturas y se alegran de descubrir otras. Me obligan, para mi felicidad, a revisar lo que sé y a educarme continuamente. Por eso amo a la UPR. Yo, enfermo textual, me confieso. Por ese amor enfermizo a la belleza prefiero la vida a la ordenada muerte de los sanos. Es una fiebre. Es un delirio.
*Publicado originalmente en El Nuevo Día.