Ensayo para el fin del mundo
La Catástrofe
Sé que no es el fin del mundo, pero si hubiese un ensayo para ello sería éste. Noticias de puertos y aeropuertos cerrados, videos de personas con máscaras y uniformes aislantes trasladando enfermos dentro de cabinas y burbujas plásticas en las redes y la televisión. En la calle, anaqueles vacíos en supermercados y tiendas llenas de gente con cara de ansiedad, que culmina con un toque de queda y un cierre total del país. El pánico es discreto y contenido porque como dijo el poeta norteamericano T. S. Elliot: “Así se acaba el mundo… no con un estallido sino con un gemido.”
Se habla de un Puerto Rico “post catástrofes”, aludiendo a los cambios registrados luego del huracán María y los sismos de enero pasado. Entonces hace acto de presencia el COVID-19, la tercera catástrofe en cuatro años. En el Apocalipsis bíblico se habla de cuatro jinetes que representan la conquista, la guerra, el hambre y la muerte. El primer jinete que llega en un caballo blanco simboliza un guerrero que parece promover la paz pero promueve la guerra de conquista, “salió venciendo y para vencer” (Apocalipsis 6:2 RV, 1990). Este jinete no debe confundirse con el que se describe en el capítulo 19, que desciende del cielo en un caballo blanco y lo monta un líder redentor y justiciero que se presume es Jesucristo.
En el huracán María dominaron la muerte, la necesidad y el desamparo. Durante los sismos se vieron el hambre y el abandono. Con el coronavirus presenciamos, además del abandono, una xenofobia guerrera contra China y hasta contra los otrora “aliados” de Europa. Como en el relato bíblico, las tres catástrofes de este apocalipsis boricua fueron precedidas por un jinete en caballo blanco sediento de poder.
Ese primer jinete de este apocalipsis boricua, el del caballo blanco que abre camino a las calamidades que estamos viviendo, es la kakistocracia bipartita. Esa clase política sedienta de poder y lucro es la que llevó al país a la quiebra fiscal y el colapso político-económico, la que nos hunde en el desamparo con el mal manejo de estos desastres que se asemejan al fin del mundo.
La kakistocracia creó este estado fallido incapaz de garantizar la salud y seguridad del pueblo. Estos gobernantes incompetentes permiten que una línea de cruceros a la que le denegaron atracar en Jamaica llegue a Puerto Rico y desembarque dos de los tres primeros casos diagnosticados con el virus en la Isla. Movilizan la Guardia Nacional a los aeropuertos cuando no tienen el equipo necesario ni suficiente para hacer el trabajo para el cual se les movilizó. Tampoco tienen las destrezas para preparar adecuadamente el envío de las pruebas médicas al CDC de Atlanta.
No, no creo que sea el fin del mundo, pero se extiende “La gran tribulación boricua” de la que hablé un mes después del huracán María (25 de octubre de 2017, https://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/lagrantribulacionboricua-columna-2368528/). En todo caso, no se superarán las catástrofes si no se trascienden las lamentaciones, equívocos y peleas de la kakistocracia bipartita.
La Respuesta
El domingo 15 de marzo de 2020 la gobernadora de Puerto Rico decreta un toque de queda y una cuarentena hasta el 30 de marzo, como medida para prevenir la propagación rápida del COVID-19. No obstante, la respuesta es incompleta: no pueden hacerse pruebas multitudinarias para trazar la evolución del virus. Se le ordena al país esconderse de un enemigo invisible detrás de una cortina de humo; cuando ésta se difumine quedaremos expuestos y sin defensa.
Pero el drama se acentúa con la renuncia del Secretario de Salud, su reemplazo por la madre de la Secretaria de Justicia y con el descubrimiento que de que la epidemióloga del estado no es epidemióloga, sino que se certifico mediante un adiestramiento del CDC de Atlanta. En medio de la duda, la confusión y la desconfianza creada por la comedia de errores de los funcionarios gubernamentales encargados de manejar la pandemia, la gobernadora nombra un “grupo asesor” para el manejo de la crisis. Se trata de un “cambio de imagen”, la escasez de pruebas y la falta de estadísticas confiables continúan.
En el encierro vemos noticias que confirman que el mundo cambió. El COVID-19 cierra el círculo del proceso de globalización. Lo que comenzó como una crisis sanitaria en una provincia rural de China se difuminó en semanas alrededor del mundo. Lo que debió haber sido una epidemia, se convirtió en una pandemia que ha doblegado los sistemas de salud de países avanzados. El manejo de esta crisis pasa de gobiernos locales a entidades internacionales. Se contemplan y experimentan nuevos regímenes regulatorios globales. El resultado de las medidas de encierro para contener la pandemia será una recesión global de proporciones inimaginables.
Ante la monumental crisis económica comienza a articularse una visión “neo-eugenista” para solucionarla: racionar los servicios médicos de cuidado intensivo dando prioridad a quienes tengan mayores posibilidades de sobrevivir. El presidente norteamericano insiste en que la tasa de mortalidad del COVID-19 es menor que la de la influenza, por lo cual no hay que arruinar la economía a expensas de una crisis de salud que “no es tan grave”. Si la mayor proporción de muertes es entre personas mayores y las que padecen afecciones médicas preexistentes como hipertensión arterial, obesidad, diabetes, o patología cardiovascular y cerebrovascular, entonces su muerte representa un ahorro en el gasto de salud. Esa parece ser la lógica detrás de los que abogan por “no sacrificar” la economía; una lógica perversa producto de una bioética neoliberal.
No es que sea el fin del mundo, pero el mundo que conocimos ha cambiado irreversiblemente. Aunque si bien como dijo Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos,” como Donald Trump, hay esperanza. El distanciamiento social ha resultado en el acercamiento humano por medios virtuales y presenciales. Los artistas nos regalan poemas y canciones por las redes sociales y seres excepcionales arriesgan sus vidas para proteger y sanar al prójimo enfermo.