Entre los buenos y los malos
En una desértica carretera de un paisaje que puede ser en cualquier lugar del planeta, dos policías perseguían un puñado de despiadados delincuentes en lo que entonces era un “futuro cercano”. Es una sociedad decadente en un planeta arrasado. Una visión post-apocalíptica donde la lucha por el control del combustible, como foco central de todas las demás posesiones para la supervivencia, dicta la pauta. No hay justicia, pues la ley está en manos de un estado corrupto. Lo justo se mide por la fuerza, en la calle.
A finales de la década de los 70, nos llegaba esta película de bajo presupuesto que fue el inicio de una de las más taquilleras franquicias del cine comercial. En aquel entonces, el futuro era nuestro ahora. Como protagonista simbólico, un planeta infértil a consecuencia de una humanidad depredadora. La escasez de lo esencial ha provocado un comportamiento agresivo, anti-social, tanto en los que manejan el sistema como en los que lo retan para su propio beneficio. Mad Max es el guerrero de la carretera. Max era el bueno; los otros, los malos. Los malos son los delincuentes que roban, aterrorizan y controlan la carretera. Los malos le matan a su amigo, a su esposa y a su hijo. Max termina haciendo lo que al inicio temía: ser igual que los malos.
Puerto Rico 2012. Los titulares dramatizan un mundo pre-apocalíptico donde los policías persiguen en sus patrullas a los delincuentes. Hay tiroteos en la carretera. Algunos mueren; algunos sin nada que ver en la trifulca. Hay lucha por el control de un combustible químico para viajes cerebrales. El escenario no es desértico, es tropical, pero igualmente escasean los recursos para que el país produzca lo esencial. Algunos cuestionan si hay justicia. La ley la crea un grupo de dudosa reputación política y la administra un estado acusado de corrupción. Para algunos, lo justo se mide por la fuerza, en la calle. Al menos, eso implican los titulares.
Los políticos parecen buscar soluciones rápidas y dramáticas ante el reclamo de la opinión pública abacorada por las noticias del crimen. Parecen más preocupados por las urnas que por las consecuencias de una sociedad en crisis. También buscan titulares que contrarresten y pagan anuncios para dar la impresión de que nos protegen. Pocos parecen hacer la conexión entre el comportamiento delictivo y las bases económicas propias de nuestra sociedad. Lamentablemente, esto no es un guion de cine.
El concepto del criminal es una construcción social que aprendemos por fuentes diversas. La autoridad, a través de su sistema judicial, leyes y reglas, define de forma concreta lo que es un comportamiento criminal. Pero la tradición, basada en los valores familiares y sociales, que parten principalmente de la educación religiosa y las costumbres locales, define otros comportamientos que, aunque la autoridad los señale como legales o ilegales, se les designa de forma distinta. Finalmente aprendemos por experiencia, tanto la propia como la ajena, aunque el refrán diga lo contrario.
Sufrir directamente las consecuencias de un acto criminal, le da al individuo un conocimiento particular, con elementos altamente emocionales, que le llevan a definir el acto más allá de lo que autoridad y tradición lo califiquen. Pero incluso no experimentándolo en carne propia, la experiencia de verlo en realidades virtuales a través de los medios, lleva al individuo a conocer el acto criminal en circunstancias seguras.
Vivimos en una sociedad donde la gran mayoría identifica al crimen como su principal problema y dicen sentirse cada vez más inseguros ante la inminencia de ser víctimas de un acto criminal. Por décadas, el ciudadano común se veía al margen del crimen y solo podría ser víctima aquel cuyo comportamiento se alejaba de lo normal en la sociedad. Desviarse del camino recto, impuesto por las instituciones sociales, era buscarse problemas que podrían afectarle su integridad física o moral. La noticia de un crimen, era algo extraordinario.
Pero ya no es igual. Asesinatos por violencia familiar, muertes por conductores irresponsables, robos y agresiones a ancianos por parte de familiares y vecinos adictos, niños que mueren por tiros al aire, agresiones sexuales a menores, asaltos, escalamientos, robos de autos… son solo algunos de los delitos que se reportan a diario en las noticias y que para muchos, representan un deterioro grave en la convivencia social. Como si fuera un cáncer, no son pocos los que dicen haber sido víctimas en carne propia o en la de amigos y familiares, de algún acto criminal.
Salvo esporádicos sucesos extraordinarios, las noticias de día a día informan sobre criminales que provienen de grupos socialmente marginados. En su mayoría, las historias están relacionadas con el tráfico de sustancias controladas, convirtiendo al enfermo por consumo adictivo de drogas y alcohol, en el “poster child” de los malos. La más reciente tendencia de periodistas y comentaristas es hacia juzgar las circunstancias de un crimen e imponer acciones a las autoridades, ya sea el tiempo de radicación de acusaciones, la imposición de fianzas o el veredicto del juez. Esto aporta a la opinión pública un espacio para estimular actitudes hacia el sistema judicial por parte de electores legos en la justicia pero con libertad de expresión.
Pero al margen de las noticias, se han convertido en comportamientos cotidianos otras conductas delictivas que se toleran y hasta se aceptan con humor como parte de nuestra cultura. La compra de mercancía ilegal solo es noticia cuando hay celebridades involucradas, como en el caso Britto, o cuando esporádicamente se hacen redadas a los pulgueros clandestinos, repletos de discos y películas pirateadas. Los servicios para “trampear” celulares y poder bajar música y aplicaciones de forma ilegal y gratuita, se anuncian por doquier, cual reparador de neveras. Copiar programas de computadora y el apropiarse de mercancía o tiempo propiedad del patrono, es un acto de jaibería justiciera muy a lo boricua, más que un comportamiento ilegal. El video viral El duende boricua que correteó en Navidades por las paredes de Facebook y que muchos se lo gozaron, lo dice todo. Y a juzgar por las explosiones en esos días festivos, tampoco es que veamos como criminal el uso de pirotecnia clandestina.
Todavía muchos afirman que el mejor Secretario de Educación en las pasadas décadas es el que está preso. La tolerancia hacia la corrupción de políticos y funcionarios públicos depende en gran medida del partido de su preferencia. Tal parece que el delito “malo” es solo el que no me conviene.