Entre West Side Story y los Young Lords
Según mi colega, el mensaje de la película es inequívoco: su representación de la comunidad es racista. Así es como él la ve y así es como él asume que la ve el resto de la población, usando como criterios de su presunción lo que los críticos han dicho y una que otra anécdota personal.
En el imaginario de la intelectualidad puertorriqueña a la que mi colega y yo pertenecemos hay otra visión común de la experiencia Boricua en Nueva York. Esa visión enarbola la imagen de los Young Lords como el arquetipo del radicalismo puertorriqueño en la ciudad. De esa imagen ha surgido otro modo de homogeneizar la experiencia puertorriqueña; es decir, reduciéndola a una respuesta radical a los procesos de marginalización y racialización que West Side Story representa.
En realidad, el grueso de la experiencia puertorriqueña en la ciudad y el resto de los Estados Unidos se sitúa entre los polos de marginalización y radicalismo representados por West Side Story y los Young Lords, respectivamente. Mi experiencia personal de vida en Nueva York es representativa de esa tesis. Nada de esa experiencia se puede calificar como marginal o racializada. Durante mis años en la ciudad, mi radicalismo se limitaba a ver a Marx con un sentido más crítico que durante mis años de activismo en Puerto Rico y a leer con fascinación los escritos de Murray Bookchin y otros de estirpe similar, que en esa época (los años 80) se habían puesto de moda entre los que buscábamos una alternativa al Marxismo tradicional.
Mi experiencia es representativa de la experiencia de la comunidad puertorriqueña en Nueva York en sus aspectos positivos. La experiencia general de la comunidad, tal y como la mía, no es representada por los polos de West Side Story y los Young Lords. Éstos la reflejan en parte, pero ninguno constituye por sí sólo la totalidad de sus circunstancias.
Creer lo contrario es situar a los puertorriqueños precisamente en el lugar donde los han puesto aquellos que han conceptualizado a la comunidad como un problema. Esto ha sido así desde C. Wright Mills y sus colegas con The Puerto Rican Journey (1950), que presentó a los puertorriqueños como extranjeros a pesar de su ciudadanía, pasando por Oscar Lewis con La Vida (1966), donde los problemas de los Boricuas son autoinflingidos; Nathan Glazer y Daniel Patrick Moynihan con Beyond the Melting Pot (1970), que presenta a los puertorriqueños como un grupo carente de líderes, intelectuales y organizaciones, hasta James Jennings con Puerto Rican Politics in New York City (1977), donde él alega que antes de los años 70 la política puertorriqueña en Nueva York no existía y José Ramón Sánchez con Boricua Power (2007), una alegada historia de la política puertorriqueña en los Estados Unidos, donde él afirma que el punto culminante del poder político puertorriqueño en Nueva York fue cuando los Young Lords quemaron basura en las calles de El Barrio.
Las coordenadas de la comunidad puertorriqueña en esos libros están, por la parte negativa, en el territorio de los tecatos, las putas, los maleantes, y los parásitos sociales y por la parte positiva, en el territorio de sus elementos radicales. En el medio de esos polos está la generalidad de la vida puertorriqueña en Nueva York en particular y en Estados Unidos comúnmente. Esa es la vida representada por Bernardo Vega, Carlos Tapia, Jesús Colón, Gilberto Gerena Valentín, Celia Vice, Hermán Badillo, Robert García, Antonia Pantoja, Evelina Antonetti, Joseph Monserrat –que son los puertorriqueños destacados en la vida social y política de la comunidad que son mejor conocidos– pero también por Oscar García Rivera, Felipe Torres, José Ramos López, Tony Méndez, Frank Torres, Carlos M. Ríos, Gilbert Ramírez, John Carro, Louis Nine, Josephine Nieves, Marta Valle, Louis Núñez, Olga Méndez, Luis Gutiérrez, José Serrano y Nydia Velázquez; con la excepción de Gutiérrez, Serrano y Velázquez estos personajes no son tan bien conocidos. A partir del 2019, tenemos a Alexandria Ocasio Cortez como la representante más prominente de esa generalidad de la experiencia Boricua; ella es la síntesis de los polos de marginalidad y radicalismo. Esa síntesis no puede ser mejor expresada que por su ingreso a las filas del Congreso estadounidense autoclasificada como Socialista-Demócrata, y por su ascenso meteórico al interior de esa institución, que es la más representativa del sistema establecido.
Si aparte de Ocasio Cortez, la mayoría de estos nombres no resuenan, ello sólo demuestra que la historia de la comunidad puertorriqueña en Nueva York es poco conocida en vez de marginal. A nivel político éstos y muchos otros forman parte de un contingente que durante los años de 1960-1990 incluyó a más de 350 candidatos a cargos políticos y representantes electos activos en la comunidad y la escena política de la ciudad, así como decenas de líderes en posiciones de responsabilidad en agencias de gobierno y servicio y en organizaciones comunales.[1] Es decir, se trata de un contingente masivo, precisamente durante el período durante el cual se sugiere que los puertorriqueños eran un grupo marginal o radical y nada más.
Cuando en los años 70, Glazer y Moynihan declararon que los puertorriqueños sólo contaban con una organización –ASPIRA– ellos llevaban ya más de cincuenta años de ciudadanía responsable a través de múltiples organizaciones. Según un inventario de la oficina del gobierno de Puerto Rico en Nueva York, durante los años de 1970-72, los puertorriqueños dirigían entre 217 y 469 organizaciones distribuídas por toda la ciudad.[2] A Glazer y a Moynihan se les pasó ese dato porque no se molestaron en examinar las fuentes relevantes. La mayoría eran de orientación democrático-liberal y como tales la antítesis de la marginalidad y el radicalismo.
Precisamente durante el período estudiado por Glazer y Moynihan, el Grand Council of Hispanic Societies llevaba tiempo promoviendo el patriotismo, la tolerancia, la igualdad y el entendimiento mutuo entre grupos diversos a través de conferencias, charlas, foros y encuentros sociales. El Grand Council aglutinaba a las Sociedades Hispanas en el servicio civil, en departamentos como el de corrección, de bomberos, policía residencial, de limpieza y de tránsito.[3] Aún más, durante los años 60, cuando eran el 8 porciento de la población neoyorquina, los puertorriqueños llegaron a controlar el 27 porciento de las corporaciones comunales operando en varias zonas de pobreza.[4] ¿Qué clase de comunidad marginada es capaz de eso? Esas corporaciones de radical no tenían nada.
Entonces, lo que aquí propongo es que veamos la experiencia puertorriqueña en Nueva York y el resto de los Estados Unidos a lo largo de un continuum multiversal y polifacético. Nadie puede negar que West Side Story y los Young Lords nos pertenecen. Pero tampoco se puede negar el hecho de que son fragmentos de un todo. Esa totalidad no es marginal y desde los años 60 es principalmente de orientación liberal-democrática. Esa tesis la elaboro y documento en mi libro, Puerto Rican Identity, Political Development, and Democracy in New York, 1960-1990.
Los que ven a West Side Story como el símbolo de lo peor que se puede decir de los puertorriqueños y como un reflejo de una posición racializada y marginal permanente para la cual la respuesta es el radicalismo anti-sistema simbolizado por los Young Lords, están equivocados. Necesitan explicar porqué en el 1956 un grupo de puertorriqueños en Nueva York decidieron fundar la Luis Muñoz Rivera Memorial Association (LMRMA) con el objetivo de celebrar anualmente la ciudadanía estadounidense. Necesitan explicar porqué en el 1967 la organización abarrotó un ballroom en el Park Sheraton Plaza en Manhattan para celebrar el 50 aniversario de esa ciudadanía, mientras un exiguo grupo de miembros del Movimiento Pro Independencia trataba infructuosamente de perturbar la celebración.[5]
Si lo que generalmente ha definido a los puertorriqueños en Nueva York es su carácter problemático, es necesario dar cuenta de porqué durante la semana en que LMRMA celebraba la ciudadanía estadounidense en 1967, el gobernador Nelson Rockefeller emitió una proclama celebrando la incorporación de los puertorriqueños a la nación a la vez que envió a su Secretario de Estado al evento en el Sheraton para destacar y celebrar la contribución positiva de los puertorriqueños a la vida de la ciudad y del país.[6]
De la misma manera, habría que dar cuenta de todos los apoyos a la comunidad por parte de alcaldes como William O’Dwyer, Robert Wagner y John Lindsay. Sin duda estos políticos actuaron a base de la lógica establecida por David Mayhew y Richard Fenno, que encontraron la clave de la dinámica entre oficiales electos y votantes en la conexión electoral.[7] Es decir, esos alcaldes apoyaron a los Boricuas no porque los amaran, pero tampoco actuaron como si ellos fuesen un problema. En todo caso, lo que hicieron fue responder a esa concepción de los Boricuas con medidas para contrarestarla.
¿Si éramos tan pobres y marginales, cómo fue que elegimos a Oscar García Rivera a la legislatura estatal en 1937, luego a Felipe Torres y Carlos Ríos y más tarde a un sinnúmero de concejales y representantes de juntas escolares, culminando con la elección de Herman Badillo al Congreso en el 1970, justo cuando la situación económica y política de la comunidad estaba en su nivel más bajo? ¿De dónde surgieron los profesionales que establecieron y mantienen al Puerto Rican Family Institute o a PRLDEF-Latino Justice? ¿Por qué la escena radical terminó hecha humo? Muchos adjudican la última pregunta a base del miedo y la represión, pero es difícil aceptar esa explicación cuando una de las consignas más sentidas y más frecuentemente usadas por los radicales era «Patria o Muerte ¡Venceremos!»
Los que reducen el grueso de la experiencia puertorriqueña a la marginalidad o el radicalismo, necesitan explicar por qué hay tantos puertorriqueños que no son radicales y que aman a Estados Unidos y por qué hay tantos ejemplos que revelan la apreciación que muchos tienen de su presencia. Cuando Teodoro Moscoso fue asesor de John Lindsay, él le recomendó al alcalde que rechazara un propuesto aumento del salario mínimo federal porque resultaría en mayor desempleo en Puerto Rico y por ende más emigrantes puertorriqueños en la ciudad. Qué irónico que en ese momento un puertorriqueño les “tiraba” a sus compatriotas, mientras que el ayudante de origen irlandés del alcalde, Don Shaughnessy, los defendía. Shaughnessy:
I am not as disturbed as Moscoso appears to be over the possibility of Puerto Rican migration to New York City. That lady in the Harbor […] is as meaningful today as any time in the past. So if the Puerto Ricans want to come, let them come. It is a big city and a big country. We will find room for them.[8]
En el caso del impulso radical, los que lo ensalzan necesitan explicar porqué los radicales de los años 60 terminaron moviéndose de la calle a los pasillos del establecimiento, de la protesta anti-sistémica a la voz crítica pero leal desde la radio, la prensa y la academia; de El Barrio a los suburbios o del Sur del Bronx a Riverdale. Ese desplazamiento es lo que yo llamo «moverse a la izquierda para llegar al centro,» ese centro de la experiencia puertorriqueña tan lleno de vida como un mar que se mueve entre dos costas.[9]
Como ejemplos de esa vida ahí están los profesionales (e.g. Josephine Nieves, Agustín González, Cesar Pérales), los dueños de empresas (e.g. Victoria Hernández, Nick Lugo, Héctor Maisonave), los académicos (e.g. gente como yo), los artistas y escritores (e.g. Bobby Sanabria, Wilson «Chembo» Corniel, Ray Vega, Jaime Tirelli, Ed Rivera, Esmeralda Santiago) los grupos e instituciones de activismo, económicas y de educación (e.g. United Bronx Parents, Centro de Estudios Puertorriqueños, Friends of Puerto Rico), y las asociaciones profesionales (e.g. Acacia Network, Hispanic Federation, New York League of Puerto Rican Women).
En 2017, cuando salió Puerto Rican Identity, tuve una conversación con otro colega que me reveló que su percepción sobre mí era como un etnocéntrico irremediable y que no era del todo precisa. Mientras él hojeaba el libro me dijo con gran entusiasmo: «This looks fascinating. It makes all the sense in the world to study Puerto Ricans in New York. They are New York!» Sin duda, aunque la configuración racial y étnica de la ciudad es cambiante, los Boricuas son Nueva York y su experiencia va mucho más alla de West Side Story y los Young Lords. Decir esto significa que ellos son parte integral del sistema, operando no desde los márgenes si no desde dentro y fuera de las instituciones sociales, políticas, económicas y culturales existentes. Su historia social y política son la de un grupo que siempre ha estado en el meollo de la cosa.
A tono con sus orientaciones ideológicas la comunidad siempre ha actuado en la ciudad y en el país, aquí como El Viejo Topo que socava los fundamentos nocivos del sistema, allá como un Sísifo cuyo eterno subir y bajar reproduce lo bueno y lo malo del sistema, siempre como Eleguá, abriendo los caminos que hay que recorrer y cerrando los que hay que evitar para eliminar lo malo y llegar adonde uno debe llegar.
[1] José E. Cruz, Puerto Rican Identity, Political Development, and Democracy in New York, 1960-1990 (Lanham, MD: Lexington Books, 2017), pp. 30-41.
[2] José E. Cruz, Liberalism and Identity Politics: Puerto Rican Community Organization and Collective Action in New York (New York: Centro Press, 2019), p. 106.
[3] Ibid., p. 71.
[4] Ibid., p. 68.
[5] «10 held as Puerto Ricans and Police Scuffle Here,» New York Times, March 3, 1967, p. 20.
[6] Luisa A. Quintero, “Rocky Proclama Día Ciudadanía De EU a Boricuas,” El Diario-La Prensa, March 3, 1967. Jesús Colón Papers, Newspaper Clippings, Box 2 Folder 10, Archives of the Puerto Rican Diaspora, Centro de Estudios Puertorriqueños, Hunter College, CUNY.
[7] Ver David R. Mayhew, Congress: The Electoral Connection (New Haven: Yale University Press, 1974; 2004) y Richard F. Fenno, Jr., Home Style, House Members in their Districts (New York: Longman, 2003).
[8] Cruz, Puerto Rican Identity…, p. 95.
[9] José E. Cruz, «Pushing Left to get to the Center: Puerto Rican Radicalism in Hartford, Connecticut,» in The Puerto Rican Movement, Voices from the Diaspora, edited by Andrés Torres and José E. Velázquez, pp. 69-87 (Philadelphia: Temple University Press, 1998).