Entrevista a Edgardo Rodríguez Juliá desde Tucumán, Argentina
Nota: Recientemente, el periodista liteario Fabián Soberón del diario La Gaceta de Tucumán, Argentina, le hizo a nuestro Edgardo Rodríguez Juliá una entrevista para el suplemento cultural con el que colabora “La Gaceta Literaria”. Esto en honor a que en ese país ha surgido un sello editorial, Ediciones Corregidor, con interés en publicar textos literarios puertorriqueños, titulado, “Archipiélago Caribe”. El primer título que publicó fue la novela Simone, de Eduardo Lalo, con prólogo de Elsa Noya. La piscina, la más reciente novela corta de Rodríguez Juliá, salió justo después con prólogo de Carolina Sancholuz. Celebramos el interés que en ese país hay por nuestra literatura y, con el permiso de Soberón, reproducimos aquí su entrevista. (Melanie Pérez Ortiz)
Soberón: Usted es un experimentado autor de crónicas. ¿Por qué se ha interesado en la ficción? ¿Cuáles cree usted que son las diferencias entre crónica y ficción?
Rodríguez Juliá: La piscina es mi octava novela. Soy un novelista que también escribe crónicas. La crónica, que es un género «híbrido», ya que tiene algo de reportaje periodístico y mucho de ensayo, puede lograr la buena escritura, pero pocas veces alcanza el nivel de gran arte literario; la crónica me ha servido, muchas veces, como cuaderno de apuntes para mis novelas. Este es el caso entre mi crónica El cruce de la bahía de Guánica y la novela Sol de medianoche.
Soberón: ¿Por qué escribió La piscina? ¿qué lo llevó a llamar Edgar al personaje central de la novela?
Rodríguez Juliá: Escribí La piscina porque hacía ya tiempo que me rondaba en la imaginación. Quería escribir sobre una conflictiva familia puertorriqueña en esa década de cambios y mudanzas para los puertorriqueños que fueron los años cincuenta. Lo que me llevó a llamar Edgar al protagonista es que en parte, sólo en parte, se trata de una novela autobiográfica; de esa manera, con la cercanía de ese nombre, podría invocar mejor mis fantasmas.
Soberón: En La piscina hay una demora en las variaciones sobre la luz. Se habla de luz mortecina, de mediodía, contraluz, débil, etc. Por lo demás usted publicó una novela llamada El espíritu de la luz. ¿Podría hablar de esta “obsesión “ con la luz?
Rodríguez Juliá: Mi obsesión con la luz antillana comenzó con sendos ensayos que escribí sobre dos pintores caribeños, el venezolano Armando Reverón y el puertorriqueño Francisco Oller. Más adelante escribí esa novela que mencionas, El espíritu de la luz, que es única en mi producción, y me explico: en vez de comenzar a narrar mediante una anécdota, o partir de un detalle, quise comenzar con una idea, es decir, la luz antillana. ¿Cómo haría para descubrirla en sus momentos deslumbrantes o recortados, cómo precisar sus matices? La descripción de la luz en la literatura es una manera de crear eso que llamamos atmósfera, o clima emocional, algo así como lo que logra el impresionismo en la pintura.
Soberón: Como dice acertadamente Carolina Sancholuz, la novela propone tres tiempos: el de la infancia de Edgar, el que coincide con la muerte del padre y el de su madurez. ¿Cómo construyó la trama del libro?
Rodríguez Juliá: La trama del libro la maduré durante mucho tiempo. Sabía que, en algún momento, intentaría describir la muerte del padre. Ese fue el motivo inicial. Luego me interesó toda esa retrospección en que cuento la infancia del arquitecto. La vuelta a la madurez del protagonista y el episodio de su excéntrica y solitaria vejez -todo eso- se me ocurrió después. Antes que nada, me interesaba narrar el drama del padre, porque es ahí donde retrato muchas tensiones de raza y clase en el mundo antillano.
Soberón: Tanto en sus crónicas como en esta novela la historia aparece clara en la puesta en escena. Creo, de hecho, que los instantes históricos fueron introducidos de manera lograda en la trama de la ficción. Me gustaría que hablara de las relaciones entre crónica e historia y de ficción e historia.
Rodríguez Juliá: La novela La piscina es una obra de ficción donde se evidencia esa literatura que siempre he ambicionado, una literatura de edad y época, donde a la vez que nos colocamos en una época histórica, con todas sus especificidades, se retrata la interioridad de unos personajes. La crónica a la larga se convierte en fuente histórica, muchas veces la Historia misma sirve para emblematizar toda una crónica personal. Eso ocurre en La piscina con la foto de los gobernadores coloniales y el Presidente Truman, durante su visita al Hotel Jagüeyes de Aguas Claras en 1948, y también la foto de los nacionalistas puertorriqueños durante su arresto, inmediatamente después del ataque al Congreso de los Estados Unidos en 1954.
Soberón: En La piscina impacta el uso del lenguaje, la prosa adjetivada, el ritmo de la prosa, la recurrencia atinada de ciertas metáforas, la creación de climas. ¿Podría hablar de este trabajo con el lenguaje?
Rodríguez Juliá: Mi trabajo con el lenguaje siempre ha sido muy meticuloso; con los años se ha vuelto maniático. En mi juventud las novelas fueron de un barroquismo exuberante, quizás exagerado; con los años he logrado moderarlo hasta lograr cierto equilibrio entre descripción y narración; quizás se trata de cierta abundancia sensorial en una prosa que se ha vuelto aún más estructurada, hasta algo «conceptista», pienso a veces. Intento crear un equilibrio entre los efectos puramente sensuales y las epifanías, esas revelaciones conceptuales que iluminan primeramente al narrador y luego al lector. No sé, todo esto tiene algo de arcaísmo literario, lo sé. Uno de los rasgos definitorios de nuestra literatura antillana es esa tendencia hacia un barroco de cláusulas amplificadas y complejas, tanto en lo nominal y adjetival como en lo verbal.
Soberón: Percibo en la novela un trabajo con el espacio. El narrador (o la narradora) se detiene en la descripción de los ambientes, de las partes de la casa. ¿Por qué?
Rodríguez Juliá: Quise que ese caserón provinciano, que es el de mi infancia, cobrara vida propia. Buena parte de la atmósfera de la novela se origina en ese caserón, su colocación en la luz y el tiempo de ese pueblo de Aguas Claras. Pero el caserón también es un símbolo, una correlación objetiva de la memoria y la imaginación, de lo que recordamos, o podemos recordar, también de lo que siempre permanecerá oculto en el «soberao» de la memoria. La casa que aparece ahí es un sitio de muchas memorias dolorosas, de mucha locura contenida en espacios secretos.
Soberón: Es interesante cómo se arregla para generar un suspenso a partir de un narrador/a que simula ser en tercera y que arma (con estilo indirecto libre) un álbum de recuerdos del personaje de Edgar. Quisiera preguntarle por esta decisión formal.
Rodríguez Juliá: La decisión formal de una tercera persona que deviene en primera se ha convertido en un truco de mi narrativa. Ya se insinúa en la novela policial Mujer con sombrero panamá esa contaminación de un punto de vista por el otro, hasta derivar hacia un final sorpresivo, y que nos deja perplejos. ¿Quién ha estado narrando lo que ocurre en la novela, de quién es esa voz que aparece al final? ¿Es la misma persona en primera que se insinúa, que aparece sigilosamente hacia el final de la narración en tercera? En la música sería como un sorpresivo cambio de tono, algo que no es mero alarde de complejidad sino que, efectivamente, le añade una dimensión insospechada al conocimiento que tenemos de esa narración. Con esa voz tardía en primera persona toda la narración se vuelve inestable, problemática, es decir, se cuestiona. Es el punto ciego de esta novela, mi punto ciego… De todos modos, me fascina la posibilidad de que se entienda esa última voz como un narrador equívoco, porque no está muy claro si se trata de un hombre o una mujer, y eso sí que está hecho con toda premeditación y alevosía.
Soberón: Aunque no conozco con minucia la historia de Puerto Rico, siento que la novela entrega un mapa indirecto, una geografía resumida de algunos problemas sociales entre los habitantes del país. ¿Ha trabajado esto de manera consciente?
Rodríguez Juliá: Pues claro que lo he trabajado de manera consciente. Como ya dije, la novela es importante en tanto recala en una particular época y evidencia concreciones de nuestra historia social, siendo el racismo y las complejidades de clase uno de los motivos importantes de la trama. Muy particularmente la novela está enmarcada en los años cincuenta, específicamente entre los años 1953 y 1958. Ahí también aparece la gran emigración a Nueva York que ocurrió en esa época, la mudanza del pueblo pequeño a la urbanización, hay un retrato de la sociedad mulata dominicana, clasemedianera, durante el Trujillato; en ese partido de béisbol con Puerto Rico, Cuba ya está a punto de aislarse del resto de las Antillas a causa de la confrontación con el Imperio. La novela recoge mucho de aquella época y mucho de los demonios interiores de los personajes, como debe ser en cualquier novela de interés.