Esa noche violenta en Río Piedras
La lluvia, el ambiente húmedo, abonaba a cierto clima de tensión. Me hicieron ir al Recinto de Río Piedras, a eso de las 5 y 50 de esa tarde de lunes. Entré. Lejos de mi voluntad, entré. Ya me había expresado en días recientes a mis profesores y les había hecho claro que no entraría en la medida que las fuerzas de seguridad del Estado permanecieran frente o dentro de los portones. Pero la orden fue clara. El examen final debía ser recibido a mano, por aquello de seguir las instrucciones de la administración. No tuve opción. Tendría que hacer buche y entrar.
Cerca ya de las seis de la tarde, los policías con su capas para la lluvia me bostearon la guagua en el portón de la Avenida Gándara que ubica en la entrada de la Escuela de Comunicación. Me pidieron el ID de estudiantes. Me intimidé por la mirada de perro. Y esta orden también fue clara, si no había ID, no entraba. Otra vez hice buche, y metí el encojonamiento en el bolsillo. Le mostré el ID. Estacioné el carro. Y recuerdo claro, muy claro, lo que pensé en ese momento. Triste Torre. Eso dije mirando la lluvia como caía. Parecían lágrimas.
La atmósfera a esas horas dentro del Recinto de Río Piedras ya se sentía cargada. Aunque no sabíamos, no podíamos tener la menor idea de lo que transcurriría próximamente, en esa noche tensa, de eclipse.
Subí las escaleras de la Escuela de Comunicación, no sin antes mirar hacia lo lejos, a los policías que con sus capas y macanas hacían chistes. Sí, reían. Los vi. Lo confirmo.
La Escuela de Comunicación estaba desolada. Vacía. Y entregué mi examen final. No dije nada. Entregué, sí ya lo dije, entregué. Salí de allí. Al bajar las escaleras, volví a mirar a los policías. Aún reían.
Di una vuelta por el Recinto con el carro. Lo hice porque algo me obligaba a hacerlo. Eran muchos los policías movilizados dentro. Pude divisar tres guaguas denominadas perreras en el portón de la Avenida Barbosa. También eran muchas las motoras muy bien formadas frente a la Facultad de Ciencias Naturales. Eran ya un poco más de las 6 y 20.
En lo que yo daba mi chequeo ocular por el Recinto, afuera en la Ponce de León, otros policías se movilizaban para golpear a estudiantes que se expresaban en contra de los abusos que habían tenido lugar más temprano en Ciencias Naturales, cuando varios policías arrestaron y macanearon estudiantes que pretendían impedir que se celebraran clases en esa Facultad.
Luego de varias vueltas dentro del Recinto, desolado, triste, golpeado, con dificultad pude salir. Digo que con dificultad porque los Policías bloquearon el acceso de los que estábamos dentro. Para ese momento, ya muchos estudiantes se movilizaban cerca de la Avenida Universidad. En el medio del revolú, pude ver como manifestantes corrían alrededor y casi sobre mi guagua atascada en el tapón del lateral izquierdo de la residencia Torre Norte. Hice zigzag. Caí, sin querer, frente a cuatro policías que apuntaban con pistolas lanza gases lacrimógenos hacia los corillos de manifestantes que se formaban en el área aledaña a Plaza Universitaria.
Ahora era yo la que los ojos se le llenaban de lluvia, de lágrimas. Las manos me temblaban. Aturdida salí de Río Piedras.