Estados Unidos: la desigualdad en tiempos coléricos
Uno de los rasgos más sobresalientes del cuadro socioeconómico actual de Estados Unidos (EEUU) es la particular distribución de la riqueza que existe entre su población o, más precisamente, la ausencia de ella. Es difícil armonizar la existencia de un régimen democrático (incluso en su variante más minimalista) con los altos niveles de desigualdad que EEUU exhibe actualmente. Mirado así, se entiende mejor el desencanto que muestran los ciudadanos de EEUU a poco más de dos años de la esperada explosión democrática que suponía la elección de Barack Obama en el 2008.
Aunque tradicionalmente se supone que EEUU representa un modelo de sociedad en el que prevalece la movilidad social y una extensa clase media, la tendencia apunta en otra dirección. Según el periodista norteamericano Timothy Noah, la distribución de ingreso es menos equitativa actualmente en EEUU que en Guyana, Nicaragua y Venezuela, y similar a la de Uruguay, Argentina y Ecuador. La inequidad en la distribución de los ingresos está decreciendo en América Latina mientras aumenta en EEUU.1 En este importante renglón de lo que debe constituir un modelo de vida democrática, EEUU no es el lugar en donde buscar alternativas.
El tema de la desigualdad está siendo objeto de un intenso debate a escala internacional debido a que, según algunos estudiosos, los efectos de la mala distribución de la riqueza trascienden sus consecuencias más obvias de marginación social e inciden sobre el conjunto del tejido social. Lo que postulan los epidemiólogos Wilkinson y Pickett (2009) es que sociedades con niveles de desigualdad agudos tienen también, como consecuencia, elevados índices de disfunción social en otros ámbitos. Los datos son corroborables no sólo por información entre distintos países sino entre distintos estados de los propios EEUU. En ambos casos se sostiene la correlación entre desigualdad y crisis social. Estos dos investigadores sostienen que las consecuencias de la inequidad se manifiestan de forma multidimensional:
The differences in the rates of all these social problems associated with those differences in inequality are often very large. Mental illness is more than three times as common in more unequal countries compared to more equal ones…. In more equal societies people are four or five times as likely to feel they can trust each other. The population in prison may be eight times as high, obesity twice as common, and the teenage birth rate six or seven times higher in more unequal societies.2
Sin embargo, EEUU como sociedad camina en otra dirección. La tabla que se incluye a continuación ilustra la tendencia inequívoca de dicho país hacia patrones crecientes de inequidad. En la misma se ilustra cuál es el por ciento de riqueza en manos del 10% más rico de la población. Esta ha sido una trayectoria fluctuante pero la tendencia actual es muy clara. Los datos, que proyectan esa desproporción hasta el 2000 e ilustra cómo los logros en materia de equidad social alcanzados por el Nuevo Trato y la fase de expansión industrial de EEUU ahora se han revertido completamente: La mala distribución de ingreso en EEUU se ha complicado más aún a partir de los datos de 2007 antes aludidos. En el 2010, el 14% de la población sigue siendo pobre de acuerdo con los datos más recientes del Censo. La proporción de pobres entre hispanos y afro-americanos es casi el doble de la media para la población blanca (23% y 25% respectivamente). Las barreras institucionales de exclusión están lejos de ceder. El “color blind society”, en donde resultaría innecesario cualquier política de acción afirmativa para favorecer minorías, a la que se ha referido la mayoría conservadora del Tribunal Supremo de EEUU, sólo existe en la creativa imaginación legal de algunos jueces.Según el sociólogo de la Universidad de California, el respetado William Domhoff, autor de Who Rules America3, los desarrollos recientes en cuanto a distribución de ingresos son apabullantes: el 1% de la población controla ahora el 34% de la riqueza. El otro 19% siguiente, que corresponde a los estratos gerenciales, profesionales y de los pequeños negocios exitosos, disfruta del 50.5%. Según sus cálculos, el 20% de la población más rica, por tanto, controla cerca del 85% de la riqueza. Ello deja en manos del 80% restante de la población el tener que pelearse el remanente de 15%.4
Esta distribución se ilustra de forma dramática al comparar la relación de ingresos de los sectores privilegiados frente a los populares. La diferencia entre el salario promedio de un jefe corporativo (CEO) y un obrero es de 344 a 1, es decir, la compensación de un alto gerente corporativo es equivalente al salario de 344 obreros en un año. En contraste con EEUU en Suecia, por ejemplo, el 20% en la escala superior de riqueza controla el 36% de la riqueza. Ello debido a un sistema de impuestos progresivos muy altos y de amplia inversión pública en programas dirigidos a incrementar la calidad de vida de la población. Finlandia, Dinamarca y Francia también manifiestan niveles muy superiores de equidad en la distribución de ingreso.
Todo esto debe servir de explicación de por qué la población en EEUU se resiste de forma intensa a cualquier propuesta de reducción de los beneficios de los programas emblemáticos del Estado benefactor. En una encuesta reciente, por ejemplo, un 76% se opuso a recortes propuestos en el programa de MEDICARE que beneficia a la población de la llamada “tercera edad”.5 No obstante, la ciudadanía estadounidense cree que el déficit se puede resolver, en gran medida, reduciendo la ayuda a países extranjeros. La realidad es que esa partida es menos del 1% del presupuesto de ese país. La ignorancia sobre la naturaleza del problema de la pobreza y la desigualdad contribuye a la desmovilización política y el mantenimiento del status quo.
Una clase media insegura Como consecuencia, en parte, de lo ya dicho la situación de la llamada clase media es cada vez más precaria. Un estudio dado a conocer el pasado año6 establece que el nivel de inseguridad económica entre la población estadounidense va en aumento vertiginoso. Se midió inseguridad tomando como base aquellas familias que sufrieron una baja en sus ingresos de 25% o más. El Informe destaca que aproximadamente 46 millones de estadounidenses se consideran a sí mismos en una situación de inseguridad frente a 28 millones en 1985. El llamado índice de inseguridad se refiere a aquellas personas que no pueden afrontar aumentos súbitos en sus gastos, principalmente causados por una reducción de sus ingresos o una crisis de salud familiar. El efecto de todo ello es que son ciudadanos sin recursos suficientes de capital o ingresos propios para hacer frente a este imprevisto mediante la red de apoyo familiar.Contrario a lo que se podría especular, el sentido amplio de inseguridad económica no es un reflejo exclusivo de la recesión que EEUU parece haber dejado atrás recientemente, sino tendencias de largo plazo. Me permito citar el Informe auspiciado por la Fundación Rockefeller según expuesto por el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Yale, Jacob Hacker, quien estuvo a cargo del mismo:
We found that behind the ups and downs of the economy, a gradual but persistent rise in the overall prevalence of economic insecurity has taken place. The ESI examines data from 1985 to 2007, with projections for 2008 and 2009—projections we validated with an independent nationwide poll. In 1985, 12 percent of Americans were defined as insecure by the ESI. In 2010, that share increased to 20.4 percent, according to our projections. Moreover, the long-term trend has been unmistakably upward. During downturns, economic security has eroded, but between downturns, it has not bounced back to prior levels.7
Este achicamiento notable de la clase media tiene muchas explicaciones. El economista Paul Krugman alerta sobre una tendencia en EEUU, desde la década de los noventa, nada halagadora. El paradigma de que la inversión en la educación de los jóvenes es la forma más segura de garantizar la perpetuación de una clase media sólida no parece encontrar eco en la información disponible. Krugman sostiene que se está creando un vacío de empleos entre los dos extremos, los de muy alta y baja retribución.8 La posible explicación es preocupante: la tecnología está comenzando a reemplazar tareas que incluso requieren cierto grado de peritaje, como la investigación de problemas jurídicos o la descripción de algunos diagnósticos médicos. De esa forma comienzan a cerrarse posibilidades de ascenso social por la vía de algunas carreras profesionales que han ayudado históricamente a sostener patrones de movilidad social. Por el contrario la labor de un trabajador de mantenimiento de limpieza, por ejemplo, parece tener al presente más estabilidad de empleo en EEUU que alguna de las carreras profesionales.
Krugman describe este posible desarrollo del llamado capitalismo post industrial con el propósito de que se reconozca la necesidad de tener organizaciones sociales y sindicales fuertes que puedan generar condiciones mínimas de vida que sean propias de una verdadera convivencia democrática:
So if we want a society of broadly shared prosperity, education isn’t the answer — we’ll have to go about building that society directly. We need to restore the bargaining power that labor has lost over the last 30 years, so that ordinary workers as well as superstars have the power to bargain for good wages. We need to guarantee the essentials, above all health care, to every citizen.9
Las minorías y la educación pública Si suponemos, sin embargo, que el economista Paul Krugman está sobrevalorando la capacidad de las nuevas tecnologías de superar ese instinto humano dirigido a la creatividad y al mejoramiento de su entorno, entonces el problema presenta otro reto: la falta de voluntad política y de recursos suficientes para educar las minorías. Y si aceptamos el paradigma de que la mejor forma de obtener movilidad social es logrando niveles educativos más exigentes, tampoco el cuadro es más halagador.Como se sabe, el Tribunal Supremo de EEUU se negó, en la década de los setenta, a invalidar la práctica de que la financiación de las escuelas correspondiera con el nivel de ingresos del distrito escolar, como suele ser la norma en muchos estados.10 Como consecuencia, los distritos escolares ubicados en zonas pobres tienen recursos mucho más limitados que aquellas escuelas en distritos ricos o privilegiados. De esta forma se les asignan menos recursos a las escuelas más pobladas de estudiantes pobres los cuales tienen más necesidades de todo tipo, y más recursos a los que provienen de un contexto social privilegiado.
Aquí de nuevo los niveles de desigualdad se vinculan a patrones raciales de discrimen y exclusión. Entre los estudiantes blancos un 89% logra terminar su escuela superior y cerca de un 30% obtiene su bachillerato universitario. Entre los estudiantes hispanos el por ciento de los que terminan la escuela superior llega al 57 y sólo un 10% completa su grado universitario. (Pew Hispanic Center, 2002). Ello se explica en parte por el hecho de que cerca de dos terceras partes de los estudiantes hispanos estudian en escuelas compuestas mayoritariamente por familias de las llamadas minorías raciales. Varios expertos en política pública, los que siguen apoyando la educación como forma de movilidad social y eje del desarrollo económico futuro, sostienen que los bajos niveles educativos de las minorías raciales le plantean problemas estratégicos a Estados Unidos en lo que algunos denominan la futura sociedad del conocimiento.
La resistencia del gobierno de EEUU a aumentar el gasto público en las escuelas de los hispanos se constituye en otra barrera racial al desarrollo. Todo ello reduce las posibilidades de movilidad social y aumenta los niveles de prejuicio racial:
It is not simply that the rich always find ways of passing on their advantages to their children. It is also that, as inequality increases the importance of social status, social distances and downward prejudices increase and differences of all kinds (such as skin color, language, religion, class accent) become markers of social status and likely to attract prejudice. ((Wilkinson, Prickett, 2010))
Los tiempos coléricos El sentido de posibilidad democrática que rodeó la elección de Obama ha decaído dramáticamente. Sólo un 26% de la población muestra ahora satisfacción con la forma en que el país está siendo gobernado. Chomsky, un intelectual honesto que mantiene un ojo crítico del desenvolvimiento de estos patrones ve este problema como el reflejo de una realidad más profunda: en EEUU existe, más que una democracia, una poliarquía, término tomado del científico político estadounidense Robert Dahl, para indicar que se trata de un gobierno de las élites y para el beneficio de éstas, que solicita regularmente un consentimiento electoral a unos votantes apáticos.
Según Hacker y Pierson ((Winner-Take-All Politics: How Washington Made the Rich Richer–and Turned Its Back on the Middle Class, Simon & Schuster, 2010 )) estos patrones de desigualdad corresponden de forma directa a la forma tan inefectiva en que se representan los intereses de distintas estratos sociales al interior del gobierno de Estados Unidos. Ellos sostienen que las organizaciones que defienden intereses corporativos y de alto ingreso tienen voces muy fuertes y prevalecen. Poseen los instrumentos para adelantar sus agendas de política pública sin mucha oposición. En su libro concluyen que las elecciones tienen poco efecto sobre este control de la agenda de parte de los grupos más influyentes.
La más importante Asociación en Estados Unidos de científicos políticos ha llegado a una conclusión similar:
The privileged participate more than others and are increasingly well organized to press their demands on government. Public officials, in turn, are much more responsive to the privileged than to average citizens and the least affluent. Citizens with lower or moderate incomes speak with a whisper that is lost on the ears of inattentive government officials, while the advantaged roar with a clarity and consistency that policy-makers readily hear and routinely follow.11
Revertir estos patrones de desigualdad implica, por tanto, un esfuerzo consciente de revertir patrones organizativos de exclusión. Es esencial que miremos este tema con la importancia que el mismo adquiere. Tanto en EEUU como en nuestro contexto inmediato la desigualdad es un asunto que genera prejuicios y violencia:
Inequality makes social interaction more stressful at every level. By increasing social status differences it makes status more important in how people judge each other and who they mix with. All the markers of status -money, class, education, occupation- come to matter more. Position in the hierarchy is seen as an indicator of ability, importance and personal worth. As a result it heightens what have been called “social evaluation anxieties” – our anxieties about how others judge us, what they think of us, and our fears about our own inadequacies.
The large body of research showing that violence is more common in more unequal societies is indicative. The most common triggers to violence are loss of face, humiliation and feeling looked down on. In more unequal societies those lower down the social ladder become more sensitive to how they are seen and to any signs of disrespect. It is almost inevitable that the more people are divided into ranks of inferiority and superiority, the more touchy everyone is about how they are judged.12
Por más que nos esforzamos en ver los graves problemas socioeconómicos de Puerto Rico de forma aislada e insular, los mismos tienen un contexto internacional más amplio. La ojeada a lo que sucede hoy en EEUU sobre el estado de la distribución de riqueza impugna la mirada de lo que no deseamos ver. La democracia de EEUU multiplica sus contradicciones y el saldo de las mismas nos va a afectar de forma decisiva de una forma o de otra. Mientras tanto, habrá que apostar a que las fuerzas solidarias de ese país logren enderezar el rumbo e impidan la exaltación continua del privilegio.
- Timothy Noah, “The United States of Inequality”, 2010, en http://www.slate.com/id/2266025/entry/2266026 [↩]
- The Spirit Level, Why Equality is Better for Everyone, Richard Wilkinson, Kate Pickett, London: Penguin 2009 [↩]
- Touchstone Books, 1983 [↩]
- G. William Domhoff, “Wealth, Income, and Power”, septiembre 2005, con datos actualizados en 2011, http://sociology.ucsc.edu/whorulesamerica/power/wealth.html [↩]
- Albert R. Hunt, “When It Comes to the Deficit, Resolve Is Weak”, The New York Times, 13 de marzo 2011 [↩]
- Jacob S. Hacker, Economic Security at Risk, Rockeller Foundation, julio 2010, www.economicsecurityindex.org [↩]
- Jacob Hacker, A Look at Economic Insecurity and the Economic Security Index, 6 de diciembre de 2010 [↩]
- Paul Krugman, “Degrees and Dollars”, The New York Times, 6 de marzo de 2011 [↩]
- Paul Krugman, “Degrees and Dollars”, New York Times, 6 de marzo 2011 [↩]
- San Antonio School District v. Rodríguez, 411 U.S. 1, 1973 [↩]
- American Democracy in an Age of Rising Inequality, Task Force on Inequality and American Democracy, American Political Science Association, www.apsanet [↩]
- Wilkinson, Pickett, “The impact of income inequalities on sustainable development in London”, marzo 2010 [↩]