The Brutalist
¿Una película que dura tres horas y media, con intermedio? ¿Un regreso a los años 40, 50 y 60 del pasado siglo, y, para enfatizar el argumento, filmada en VistaVision, que se dejó de usar en los 60? La intención del director Brady Corbet, quien escribió el guion con Mona Fastvold, es que ubiquemos al personaje principal en esa época, pues es cuando comienza su nueva vida. Para que entendamos de antemano que la vida de László Tóth (Adrien Brody), un judío húngaro superviviente del Holocausto, no ha de ser un camino de rosas, a pesar de haber escapado de una muerte casi segura a manos de los nazis en Buchenwald. Cuando entra al puerto de Nueva York, vislumbra la Estatua de la Libertad como si estuviera “al revés”. Esta imagen es una apertura a los malos ratos y los problemas que Tóth ha de confrontar en el “país de la libertad” (es curioso que la mayoría de los inmigrantes de hoy día a los Estados Unidos, ¡ni tan siquiera ven la estatua!). De todos modos, la libertad de Tóth está teñida de incertidumbre, porque fue separado a la fuerza de su esposa Erzsébet (Felicity Jones) y de su sobrina huérfana Zsófia (Raffey Cassidy), y no es hasta más tarde que se entera de que están vivas.
El filme está dividido en dos partes y un epílogo. La primera parte usa como nombre el de la novela (*The Enigma of Arrival*) cuasi autobiográfica del Premio Nobel V. S. Naipaul, que trata de las percepciones cambiantes de la llegada del escritor (originario de Trinidad y Tobago) como emigrante a varios países, incluyendo los Estados Unidos (Nueva York, en su caso). Aunque Tóth está en Filadelfia y en sus cercanías, le toca, como a Naipaul, evaluar su situación en relación con la gente que lo rodea y cómo sus ideales y sus creencias pueden ser tan contrarias a las que existieron en Budapest (de donde es originario), en particular durante la ocupación nazi. En muchos lugares de su nuevo país, el antisemitismo está presente. Es curioso que, a pesar de que su primo Attila (Alessandro Nivola) le ofrece trabajo en su negocio y tienda de muebles, la mujer católica de este le hace creer que Tóth se ha propasado con ella. Además, una obra para renovar la biblioteca de Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), un hombre muy rico, termina en una algarabía y, al este no pagarle, Attila lo echa de la casa (influyen también las mentiras de su esposa).

Fotograma de The Brutalist
La cinematografía de Lol Crawley y la edición de Dávid Jancsó le dan a la película un sentido del caos que es la vida, tanto de Tóth como de Harrison y, ya en la segunda parte, cuando este último descubre que el primero era un arquitecto muy conocido en Europa, su amistad está enmarcada en lo que parece ser una combinación de admiración y envidia por parte del millonario. De todos modos, lo emplea para que desarrolle un proyecto ambicioso que, desde la colina en que estará, dominará la visión del valle en donde está la mansión de Harrison. El dominio es uno de sus atributos. Podemos ver la maqueta del complejo que exhibe el llamado estilo “brutalista”: formas geométricas angulares y colores predominantemente monocromáticos. También nos enteramos de que los materiales son el hormigón, acero, madera y vidrio. Los interiores requieren el lujo del mármol de Carrara. Y es en Carrara (ya verán cómo) donde Harrison completa su dominio de Tóth. Allí, de paso, las cavernas no son muy distintas a las que Tóth está construyendo en Pensilvania. En otras palabras, lo persiguen las imágenes “brutalistas”.
Aunque la cinta es un homenaje a los judíos desplazados que emigraron a América, el hecho de que la celebración de las obras de Tóth sea en Venecia (el epílogo) hace evidente que no es el país que lo recibió como emigrante quien lo celebra. Nos enteramos, aunque me lo sospechaba, que el Centro Comunitario Van Buren (el diseñado por Tóth, que es ficticio) es una obra que semeja los campos de concentración (y, para mí, el memorial del Holocausto en Berlín). Tal vez por eso el antisemitismo es la causa del rechazo a Tóth.
Me pareció que la película falla en delinear mejor las dudas internas de Harrison y en que entendamos la ambivalencia de Tóth una vez que se vuelve a encontrar con su mujer y su sobrina. Las actuaciones brillantes de los dos actores, Brody y Pearce, ayudan a marcar el tiempo. Pero esta no es una obra que sobresale entre otras que han tocado el tema de la vida de los que sobrevivieron los venenos de las duchas y los hornos. Lo que sí es que nos concientiza de lo mucho que estos contribuyeron a las artes y, en este caso, a la arquitectura moderna.