Fascismo: exacerbación de las opresiones
El fascismo critica simultánea el orden burgués liberal en crisis y el ascenso (socialista/comunista) del movimiento obrero. Ante esa combinación de caos y amenaza de cambio, defiende las tradiciones (lo que incluye la propiedad privada/capitalismo) y la cultura nacional (con todos sus elementos de autoritarismo/sumisión, patriarcado, nacionalismo-xenofobia y racismo). Los movimientos dirigidos por Mussolini en Italia y por Hitler en Alemania desde la década de los 1920 hasta 1945 son los ejemplos clásicos del fascismo.
El fascismo clásico condena al liberalismo por las crisis (económicas, políticas y socioculturales) que engendra y propone que el Estado intervenga en la economía. Pero su defensa de la tradición y de la propiedad privada/capitalista lo llevan al anti-comunismo: asumen un capitalismo regulado desde el Estado que implanta políticas keynesianas. Este reformismo económico contiene elementos de estado benefactor, aunque son exclusivos para los nacionales; esto lleva a algunos (incluyendo algunos nazis) a confundirlo con el socialismo. Contemporáneamente, neofascistas como Donald Trump y Jair Bolsonaro asumen políticas neoliberales y eliminan derechos conquistados por los trabajadores durante la fase reformista (keynesiana-fordista) del capitalismo (aproximadamente 1940-1975). La continuidad entre el dirigismo del fascismo clásico y el neoliberalismo del neofascismo radica en que ambos emprenden una ofensiva burguesa contra las clases subalternas.
Tanto en su versión clásica como en la actual, el fascismo es una postura atractiva para los capitalistas ante una crisis significativa. Su práctica aplasta al movimiento obrero e intensifica toda opresión, sea esta racial, étnica, de género o de orientación sexual: supone y genera una ética que exalta al poderoso y desprecia al débil. Esta exacerbación de las opresiones incluye una cancelación del Estado de derecho y un despliegue represivo-estatal sin precedentes. Su síntesis es una dictadura terrorífica cuyo militarismo expansionista facilita reactivar la economía y repuntar las tasas de ganancia capitalistas mediante el control de los mercados y los recursos naturales de países invadidos: eso fue el lebensraum (hábitat, espacio vital) para los nazis.
El caudillo es la personificación del autoritarismo económico, político, militar y sociocultural del fascismo. Ese culto de personalidad nos lleva a pensar la dimensión subjetiva del fascismo: las masas admiran fanáticamente a su líder. Ese irracionalismo exalta las pulsiones, especialmente la violencia, la que es fundamental en su militarismo: la veneración de Tánatos[1] se demuestra en los campos de concentración y de exterminio nazis. Esto se encarna en un “masculinismo” que, combinado con su intolerancia de la pluralidad, exige cumplir con los roles de género tradicionales definidos por las culturas nacionales, condena al feminismo, ataca a homosexuales y lesbianas, y más recientemente, a otras comunidades LGBTTIQ+. Como si fuera un regreso del protopadre[2], el fascismo construye relaciones despóticas en la economía política y en la economía libidinal. Es pertinente notar que esta violencia y anti-racionalismo se difunden intensamente en tiempos de crisis social dentro de la cual la educación, la ciencia y el cultivo general de la inteligencia también están en crisis y son despreciadas por los fascistas. Contemporáneamente, el dogmatismo y tradicionalismo moral del fundamentalismo cristiano provee importante apoyo a los neofascistas.
Esto nos recuerda que el fascismo es un movimiento de masas. Las dictaduras militares pro-capitalistas no tienen ni procuran apoyo significativo de otras clases sociales; en ese modelo, a la oligarquía económica y al liderato político-militar les basta apoyarse mutuamente. Pero los fascismos aglutinan las voluntades de partes significativas del lumpenproletariado, la pequeña burguesía y el campesinado. El nacionalismo xenófobo promueve culpar al trabajador extranjero por quitarle el empleo al nacional desempleado, lo que oculta la relación capital/trabajo e impide reconocerla como opresiva. Ese nacionalismo también facilita que el pequeño empresario nacional la emprenda contra los empresarios extranjeros; así la pequeña burguesía deja intocado los capitalistas nacionales, a quienes admira, aunque a diario le arrinconan. A la vez, la pequeña burguesía es crucial para atacar al movimiento obrero pues, debido al limitado tamaño de esas empresas y de sus ganancias, logros sindicales moderados (como los aumentos salariales) pueden resultarles mortales. En el caso de los campesinos, el tradicionalismo típico de la cultura agraria y la defensa de la pequeña propiedad (o la aspiración a la misma) lleva a estos a ver en el fascismo la alternativa al modernismo de la cultura liberal y al colectivismo de la política socialista. Usualmente el capital monopólico coopta las organizaciones fascistas y usa a estos sectores para establecer sus dictaduras terroríficas.
En resumen, el fascismo es derecha autoritaria. Coincide con el estalinismo en el desprecio a la democracia y a las libertades. Pero estos difieren en qué orden socioeconómico defienden mediante el autoritarismo: el estalinismo supone la expropiación de los capitalistas y administra (burocráticamente) la propiedad estatal; contrario a eso, el fascismo defiende la propiedad capitalista.
Los esquemas reducen, pero en ocasiones son útiles para resumir y organizar lo básico. Comparto el siguiente, que me parece aceptable.
Bibliografía
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Muhlberger, D. ed. (1987). The Social Basis of European Fascist Movements. Londres: Routledge.
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Smith, E. (2012). “Defining fascism: some notes on the Marxist interpretation”. New Historical Express. Recuperado el 1 de junio de 2020, en: https://hatfulofhistory.wordpress.com/2012/12/14/defining-fascism-some-notes-on-the-marxist-interpretation/
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Trotsky, L. (1932). Facsism. What it is and How to Fight it.. Recuperado el 3 de junio de 2020 en: https://www.marxists.org/archive/trotsky/works/1944/1944-fas.htm
[1] Como parte de su desarrollo de la teoría psicoanalítica, Freud definió dos pulsiones principales: Eros (principio creador) y Tánatos (muerte).
[2] En su conceptualización del origen de la cultura, Freud postuló que en algún momento, los excluidos del acceso sexual a las hembras por el macho dominante, matan a este e instauran la cultura a partir de dos prohibiciones: el homicidio y el incesto.