Feliz cumpleaños Toño
Pues sí. La pasión. Pero no como jornada sino como sentimiento. Mi amigo Toño es intenso, vehemente, lujurioso. En Cristo la pasión se define como el trayecto de su vida hacia la muerte. En Toño es una vigorosa caminata siempre hacia la vida.
¡Y cómo camina! A pasos rápidos, rítmicos y hasta voluptuosos cuando se lo propone, porque le encanta que lo miren. Obliga a mirarlo. Ver a este calvo de barba blanca caminando con la agilidad de un adolescente en patineta, o bailando plena a to’ fuete, es un espectáculo.
Estudió diplomacia. La ejerce todos los días aunque no vive de eso. Astuto, cortés y hábil, aplica la inteligencia y el tacto de un relacionista internacional a sus relaciones interpersonales. Con éxito.
¿Dije antes lujurioso? Quizás exagero un poquito porque no es lascivia ni pecado la lujuria en Toño. Más bien hedonismo, a veces libertino, a veces místico. Un hedonismo retozón.
Si miran sus cuadros –porque Toño es mi amigo el pintor– encontrarán hasta en el más lúgubre de ellos algún jugueteo, alguna ironía, alguna guasa.
Mi amigo el pintor es un hombre bueno. Dulce. Debajo de esa dulzura no hay debilidad. Hay un espíritu corpulento que se impone con fuerza y hace lo que le da la gana sin pedir permiso. Si te cruzas con sus valores, te desmonta el cuadro de la sala de tu casa. Si te lo regaló, te lo quita. Si te lo vendió, te lo compra.
Mi amigo Toño y yo no siempre estamos de acuerdo, pero ni me doy cuenta porque no me deja. Me enreda en un discurso tan bien tejido que se me olvida la discrepancia.
Es obsesivo. Insistente, maniático, disciplinado, severo. Se exige demasiado a sí mismo y a los demás. Pero ¡qué bueno!, porque ese es el motor del genio.
Ah… ¿porque les dije que es genio? Pues sí. Tiene un talento excepcional que lo clasifica como genio. Los genios se miden por sus logros. Ser genio y vago, no vale. Ser genio y que lo sepas tú y tu mamá, no vale. Los genios se destacan. Mi amigo Toño se destaca en todo lo que hace. Hasta en el vestir. Llama la atención con sus atuendos precisos y sus sombreros. Y con todo, porque es teatrero. Después de la diplomacia, fue el teatro, entonces el lienzo.
Le he conocido pocos enemigos a mi amigo Toño. Pero los tiene. Pocos, pero rabiosos. Como los míos propios. El tiene menos que yo. Y yo no tengo tantos tampoco. Pero ustedes me entienden. Los que nos odian nos odian con gusto.
Mi amigo Toño es maestro. Ser maestro es un ejercicio en inmortalidad, según el teólogo brasileño Rubem Alves. Quien aprende de un maestro tiene que asumir la responsabilidad de llegar a serlo.
Nadie honra mejor a sus maestros que mi amigo Toño. De palabra y hecho. Se refiere a su maestro a Lorenzo Homar con una devoción tan genuina que no deja lugar a dudas de que lo honra en cada trazo de su propia obra.
Hablando de su obra, es copiosa y maravillosa. Me atrevo a decir que mi amigo el pintor es uno de los mejores del mundo. Decir no, repetir.
Puerto Rico le debe mucho a mi amigo Toño. Y aprovecho este momento para darle las gracias. Por habernos dado tanto de qué sentirnos orgullosos. Y por ser mi amigo.
Ya todos saben que mi amigo el pintor es el maestro Antonio Martorell. Feliz cumpleaños, Toño.

Sus conversaciones son entrañables. Y su vida pasa por compartir talentos e imaginación. Aquí conversa feliz con su maestro José Antonio Torres Martino. Foto por José Peláez.
* Publicado en El Nuevo Día.