Fermín Arraiza Miranda, mi abuelo
Palabras pronunciadas en el sepelio que tuvo lugar en el cementerio de Vega Alta el pasado 10 de noviembre en presencia de familiares, amigos y amigas.
Saludos a todos, soy Claudia, la nieta mayor de Fito y Letty. No acostumbro a hablar públicamente. Para los que no me conocen, soy bailarina de profesión. Pero hay ocasiones que nos despiertan la voz y donde queda claro que hay que dejarla salir. Esta es una de ellas. Me gustaría en este momento tener ese don que tenía mi abuelo, esa voz profunda que era firme y tierna al mismo tiempo, y esa generosidad que se reflejaba cuando hablaba.
Mientras preparaba lo que quería decir hoy, me venían a la mente los momentos más cotidianos con él, con Abu, como le decíamos los nietos: cuando me traía esas botellitas de jugo de uva Welch y galletitas Fig Newtons a la escuela, cuando se metía en el carril de las guaguas para que yo llegara a mi clase de ballet a tiempo (y llegaba de Río Piedras a Santurce en cuatro minutos), cuando yo le pedía que por favor se quitara por lo menos una chaqueta porque en el trópico hace calor, y me decía con voz profunda “No, es para no enfermarme” y me daba calor de tan solo mirarlo, o cuando mi abuela le pedía que comprara un poquito de pan … y llegaba con cinco bolsas de Pan Pepín.
Sé que todos los que estamos aquí presentes tenemos este tipo de recuerdos con él. Yo les quiero contar de un momento que cambió mi percepción de mi abuelo. Porque cuando tienes la dicha de criarte en la presencia de alguien tan especial, no entiendes completamente la grandeza de lo que te ha tocado vivir. Hace 9 años, me fui a vivir a Alemania a bailar en el Ballet de la Ópera de Múnich. Recuerdo la primera vez que mis abuelos, mis padres y mi hermana me visitaron en Alemania, en el 2011. Primero que nada, mi abuelo fue en gabán, corbata y sombrero a verme bailar, y ese teatro nunca había escuchado una voz como la de él cuando su “BRAVOOOO” resonaba por todas las esquinas. Después del espectáculo, fuimos a almorzar con mis amigas del ballet porque también era mi cumpleaños.
Era el 8 de mayo. Era la primera vez que mis amigas –dos brasileñas, una francesa, una turca y dos japonesas– conocían a mi familia. Mi abuelo me había escrito unos versos en una servilleta de Starbucks. Él estaba sentado en la cabecera de la mesa y en su momento, como acostumbraba hacer, se puso de pie y me comenzó a recitar el poema que me había escrito. Yo no le quité los ojos de encima y desde el otro extremo de la mesa lo escuché con atención y admiración. Pero, cuando terminó de recitar, miré a mi alrededor preocupada por mis amigas, pensando que no habían entendido nada porque el poema era en español. Pero para mi sorpresa, veo a todas mis amigas con lágrimas en los ojos llorando de emoción por un poema en español del cual no habían entendido ni una sola palabra.
Hasta ese momento, yo había pensado siempre que Abu era conmovedor por la forma en la que componía sus poemas, por la forma en la que construía sus argumentos, por su intelecto y por cómo se expresaba con tanta facilidad. Pero al ver la cara de dos japonesas, una turca, una francesa, y dos brasileñas conmovidas por él, entendí que lo más cautivador de mi abuelo era algo universal, era algo que no tenía que ver con palabras aunque fueran acertadas, que no tenía que ver con argumentos aunque fueran convincentes. Lo más conmovedor de mi abuelo era su presencia, la resonancia que dejaba su voz, el rastro que dejaba el hecho de estar ante la presencia de un corazón completamente puro, inocente, romántico. Si estamos aquí es porque, de una forma u otra, hemos interactuado con esa presencia.
Además de esto, era generoso. Como abuelo, siempre estaba dispuesto a escucharnos, nos celebraba cada pequeño logro y admiraba nuestros talentos. Sé que su partida deja un vacío, porque no podemos interactuar de forma física con él, pero quiero que estemos agradecidos por habernos cruzado con esta presencia, con esa generosidad sin límite. Quiero que la cultivemos dentro de nosotros mismos, que su voz quede grabada dentro de nosotros, que su firmeza de carácter, su rectitud moral y su pureza de corazón inspiren nuestras acciones y nuestros pensamientos. Que lo tengamos presente en la construcción de nuestras vidas. Mi abuela, Letty, nos ha estado recordando a todos los nietos que este cuerpo era sólo su envoltura y que, a pesar de que a ella le gustaba mucha la envoltura ( y la verdad es que daba gusto mirarlo y escucharlo) el regalo estaba verdaderamente adentro. Ese regalo era lo que nos hacía sentirnos conmovidos, dichosos. Ese regalo era aquello universal que percibieron mis amigas aquel día al escucharlo recitar: su presencia, su generosidad. Abu, en nombre mío, en nombre de la familia, y si me lo permiten, en nombre de ustedes que están aquí presentes. ¡Gracias! Somos dichosos porque te conocimos, estamos iluminadas e iluminados porque disfrutamos alguna vez de tu presencia.
Claudia Ortiz Arraiza
10 de noviembre de 2019
* Fermín Arraiza Miranda fue poeta, declamador, abogado de los pobres y defensor de lo justo, líder del Partido Socialista Puertorriqueño, hijo, padre, abuelo, de una familia que se extiende a varias generaciones; admirado amigo y consejero de muchos de los que hoy sienten profundamente su partida.