First Reformed: ¿perdón divino?
El título tiene doble significado pues se refiere tanto a la iglesia (se llama First Reformed Church) en la que oficia el ministro Ernst Toller (Ethan Hawke) como a la transformación que está ocurriendo en su mente. La iglesia, que es un edificio histórico, ha sido reformada para que mantenga el encanto que ha tenido desde su inicio hace 250 años. Una de las razones por las cuales el lugar es valorado es porque era parte del “tren subterráneo” una red de rutas de escape y de escondite de los esclavos que huían de sus amos en el siglo XIX. Snowbridge, Nueva York es un pueblo ficticio, pero el autor lo pone cerca de la frontera con Canadá (donde la esclavitud estaba prohibida) y, por lo tanto, era buen lugar para ir antes de llegar a ese país en el tren metafórico. La referencia no es gratuita, más bien da una pista de algunas de las creencias liberales de Toller.
Toller ha sido capellán en el ejército y lleva en su conciencia un castigo autoimpuesto por la muerte de su hijo, a quien alentó a enlistarse y que fuera a Iraq. También ha decidido llevar un diario por un año en el que pondrá todos sus pensamientos y dudas y, al cabo de ese periodo temporal, ha de destruir lo que escribió: es una forma de penitencia. Mientras lo hace lo acompaña una botella de whisky, bebida que descubrimos es parte inseparable de su defensa contra sus dudas de fe. Sus feligreses son pocos y su situación nos recuerda el espiritualmente torturado pastor Tomás en la gran Winter Light (1963) de Ingmar Bergman.
Mary (Amanda Seyfried), una de sus pocas devotas, le pide que converse con su marido porque está preocupada por él y sus pensamientos. Hay varios motivos para el encuentro que no quiero revelar, pero las creencias del joven Michael (Philip Ettinger) incluyen una visión apocalíptica de la situación del planeta a causa del calentamiento global y la contaminación del ambiente causada por los humanos. El encuentro tiene unas consecuencias críticas en las dudas que ya circulan por el pensamiento de Toller y lo sensibilizan a la relación entre el libre albedrío humano ante la voluntad y la existencia de un dios.
La escena en la que Toller y Michael intercambian sus creencias y sus temores es de una brillantez actoral que nos prepara para lo que ha de venir de parte de ese gran actor que es Hawke. Bien parecido, pero con modestia, nos hace concentrar en lo que está diciendo y cómo está interiorizando lo que le dice Michael. El joven actor Ettinger muestra su gran calibre al alzarse al nivel de su interlocutor y mostrar el inmenso pesar que profesa por el desdén de los humanos hacia el ambiente. Michael no duda que lo que sucede es un gesto suicida de la humanidad y que, en el caso de los Estados Unidos, el gobierno de turno (es 2017) es cómplice de la debacle. Es una actitud que es difícil de rechazar cuando vemos la salida del país del acuerdo de Paris y las ideas retrógradas de los que nombran a la Agencia de Protección del Ambiente.
Resulta que la pequeña iglesia que celebra 250 años es propiedad de una mega iglesia de esas que vemos en TV manejadas por falsos pastores que lo que buscan es lucrarse de sus parroquianos. Su ministro Jeffers (Cedric Kyles) está respaldado por Edward Balq (Michael Gaston) un industrialista cuyas compañías son parte del problema de contaminación ambiental y calentamiento global y que minimiza que exista algún problema que se relacione con sus actividades. Lo que sí importa, le dice al ministro, es la capacidad que tienen él y sus colegas de proveer empleos.
Toller se ve involucrado en algo que jamás habría considerado y que demuestra que los llamados yihadistas pueden provenir de todos sitios y de todas las religiones, tal y como reconocemos en Timothy McVeigh y en el Unabomber (y otros). En un momento considera terminar su vida, pero las fuerzas de su fe lo impulsan en otra dirección y descubre que el amor puede más que la venganza. En una serie de escenas que hermanan al filme con el de Bergman que ya he mencionado, Toller muestra su lado más oscuro hacia una mujer que lo quiere pero que él detesta. Eventualmente se hace sufrir como piensa que lo hizo Cristo y recibe su perdón.
Hay que recordar que Schrader escribió el guión de The Last Temptation of Christ (1988) y que la fe, la condena, la retribución y el perdón son asuntos que ha manejado anteriormente. En este filme conmovedor y profundo que nos hace pensar le añade a esos temas unos que nos rodean ominosamente y que requieren solución humana y, una vez estén controlados, perdón.