FRANK BONILLA (1925-2010)
I
Ha muerto Frank Bonilla. Fue una figura clave en la construcción de la memoria de la diáspora puertorriqueña y, por tanto, de una visión más densa y más rica de nuestra historia.
Él mismo encarnaba la complejidad de esa experiencia. Hijo de emigrantes, se crió en Nueva York, y se graduó de la Morris High School del Bronx. Su formación universitaria —como la de tantos puertorriqueños de su generación— fue posible gracias a los beneficios otorgados a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Estudió en City College, y posteriormente obtuvo un doctorado en Sociología en Harvard. Más tarde, su carrera profesional y sus perspectivas maduraron por su estancia y sus investigaciones en América Latina. Antes de su retorno a Nueva York, fue profesor en Stanford University.
La fundación del Centro de Estudios Puertorriqueños en Hunter College fue una de las pasiones de su vida. Sin su tesón y capacidad para forjar alianzas y para bregar con el desdén hacia las clases trabajadoras puertorriqueñas, el Centro no se habría consolidado. Gracias a él y a sus muchos colaboradores, entre los que hay que mencionar a Nélida Pérez, Juan Flores y Ricardo Campos, el Centro llegó a ser una institución indispensable. Alberga uno de los principales archivos puertorriqueños, ofrece un lugar de encuentro para el diálogo sobre los desafíos actuales del mundo latino, y sus publicaciones son un espacio importante para la reflexión.
Tuve la fortuna de conocer a Bonilla personalmente en Nueva York a principios de los años setenta. Su voz era ya un punto de referencia para todos los que nos iniciábamos entonces en la vida intelectual. Lo recuerdo como una persona generosa, de expresión clara pero contenida, y de firmes convicciones socialistas. Eran años de gran efervescencia en los que cristalizaron instituciones como el Museo del Barrio, Hostos Community College, ASPIRA y el propio Centro. Todos esos proyectos fundacionales fueron marcados en mayor o menor grado por la oposición a la Guerra de Vietnam, la Revolución Cubana y las movilizaciones de los Young Lords.
En el clima radicalizado por las confrontaciones del Movimiento afro-americano de los Derechos Civiles, en la isla y en las comunidades puertorriqueñas en los Estados Unidos se formaron redes y grupos de escritores, artistas y militantes, incluidas las variantes autoritarias de la izquierda. Uno de los núcleos unificadores lo fue sin duda la necesidad de replantear la cuestión colonial y de someter a crítica las exclusiones de los proyectos de nación. A pesar de las discrepancias, los animaba a todos la creencia en la utopía de un mundo más justo.
Bonilla contribuyó infatigablemente a tejer esas redes. Intervino en los debates políticos y culturales construyéndose como un intelectual orgánico. Sabía escuchar y a la vez mantenía sin alarde una distancia crítica. Desconfiaba del protagonismo, prefiriendo jugar el papel de mediador en el trabajo colectivo. En esos años, las publicaciones que lo definieron con mayor claridad fueron las realizadas por la History Task Force. En ellas se dibujaba un nuevo mapa de las migraciones puertorriqueñas en el que cada documento incitaba a investigar más. Podría decirse que a partir de la institucionalización del Centro de Nueva York y del Centro de Estudios Puertorriqueños (CEREP) en la isla, el proyecto de una historia social de la cultura se convirtió en una corriente de interpretación con fisonomía propia.
II
Hace unos meses vi de nuevo el poderoso documental sobre la esterilización de las mujeres puertorriqueñas de Ana María García. Me conmovió reencontrar ahí a Bonilla y confirmar la lúcida intensidad de sus intervenciones. Era su virtud. Escuchar su voz me hizo recordar todo lo que le debemos.
En ese documental de 1982, titulado La Operación, Bonilla hablaba como sociólogo, pero a la vez como parte de un nuevo grupo de intelectuales, militantes y cineastas involucrados en las luchas políticas. El documental fílmico se define por el trabajo colectivo de personas provenientes de diversos lugares y situaciones. El proyecto de García se nutría, pues, de una multiplicidad de intercambios que abarcaba movimientos sociales, nuevos feminismos y grupos de derechos humanos. Juntos se enfrentaban a una política gubernamental: el control de la población puertorriqueña. La Operación incluye testimonios sobrecogedores de mujeres traumatizadas por la experiencia, que intentan contar lo que casi no se puede decir.
En ese marco, escuchar las concentradas palabras de Bonilla permite hoy apreciar el despliegue de un estilo contra el telón de fondo de los funcionarios públicos que defendían la política de esterilización. Bonilla aporta una serie de reflexiones con gran claridad, pero a la vez no podía ni quería ocultar una relación pasional con el objeto de estudio, por la especificidad y dramatismo del caso puertorriqueño y por la misma continuidad de la política de esterilización de las mujeres que, como muestra el documental, continuaba en Nueva York.
La gran poesía de Pedro Pietri sería de cita obligada para captar el clima de los comienzos del Centro dirigido por Bonilla. Desde el principio se estaba elaborando una nueva memoria de las comunidades puertorriqueñas a la vez que se formaban nuevos cuadros intelectuales. Documentar lo que había quedado desperdigado en las instituciones o fuera de los relatos oficiales fue la razón de ser de la creación de la Biblioteca y los archivos, que durante tantos años dirigió creativamente Nélida Pérez. En 1982, la History Task Force publicó las Sources for the Study of Puerto Rican Migration-1879-1930, una gama rica de fuentes. Entre los colaboradores de ese sustantivo aporte se encontraban Ricardo Campos, Félix Ojeda Reyes, Amílcar Tirado y Carlos Sanabria. En 1984, se anunciaba la adquisición de los papeles del importante líder y escritor Jesús Colón, y la continuación del ambicioso proyecto de historial oral para recoger las experiencias migratorias. Como se sabe, la memoria no es independiente de su destinatario.
El Centro parecía instituir un campo de reflexiones sin una tradición académica en la que inscribirse. Esto era lo que sorprendía: la novedad de un grupo que pensaba los problemas sociales y culturales desde fuera de los marcos tradicionales. La enorme variedad de documentos, manuscritos y archivos fotográficos muy pronto se convirtió en material de consulta imprescindible para los nuevos programas de estudios puertorriqueños. Asimismo en buena medida impulsaron lo que sería una copiosa producción académica que ha generado en las últimas décadas un nuevo mapa cultural e histórico. En el proceso, algunas vidas fueron transformadas para siempre. Para percatarse de la impronta que ha dejado Bonilla, será importante recoger testimonios, como por ejemplo el de Carlos Sanabria, hoy profesor en Hostos Community College. Sanabria fue uno de los estudiantes universitarios presentes en la fundación del Centro, alguien que venía de las luchas por organizar a los estudiantes latinos. Y él recuerda vívidamente lo que significó para su formación el pasar a trabajar bajo la orientación de Bonilla en la recopilación, discusión y edición de los materiales que permitían encontrar los lugares donde se alojaban los elementos más significativos de la memoria de la diáspora.
Cuando se escriba su biografía intelectual, habrá que volver, entre muchas otras cosas, a los breves análisis y notas que Bonilla fue publicando en los boletines del Centro. En esos textos hablaba como un ciudadano que participa en el debate público, y en ellos nos encontramos con algunas de sus preocupaciones dominantes. En 1985, por ejemplo, publicó una incisiva crítica de los esfuerzos publicitarios del Estado Libre Asociado ironizando el slogan “The Climate is Right”, que incitaba a los inversionistas desde las páginas del New York Times. Resulta interesante comprobar que ahí mismo reiteraba enfáticamente la necesidad de los Puerto Rican Studies, y simultáneamente celebraba la creación del Inter University Project for Latino Research. Juan Flores, quien lo conoció desde California y fue uno de sus principales interlocutores en el Centro, señalaba hace poco que Bonilla fue también un pionero en la propuesta de lo Latino como un marco amplio y comparativo para situar los procesos políticos y sociales.
III
La figura de Bonilla tiene otra significación particular. A pesar del papel iluminador que jugaron las ficciones de Guillermo Cotto Thorner, José Luis González o Pedro Juan Soto (para mencionar sólo algunos nombres), y a pesar del enorme peso que han tenido las comunidades puertorriqueñas y la ciudad de Nueva York en la vida económica, política y cultural de la isla, las emigraciones apenas existían en el imaginario histórico insular, o se presentaban como la alteridad absoluta. Esos prejuicios se sumaban al largo e insidioso macartismo que llevó a ignorar las categorías de clase y a silenciar las referencias a la violencia del imperio.
Bonilla, hijo de una humilde familia de la emigración, representaba una nueva y vigorosa tradición intelectual puertorriqueña, bilingüe y defensora del español, pero cuya lengua de debate y escritura era principalmente el inglés. Algunos sectores del campo intelectual en Puerto Rico vieron ese desarrollo con reservas, como si se tratara de incómodos competidores. No obstante, lejos del desprecio de las élites y de la suspicacia de algunos sectores de izquierda que veían la emigración sólo como producto de la opresión imperialista, Bonilla asumió resueltamente la función de puente. Cordial y crítico, su liderazgo fue un impulso determinante. Estableció vínculos con algunos grupos en la isla, y creó un corredor de intercambios con la Universidad de Puerto Rico, donde tuvo colaboradores y amigos como Milton Pabón, Manuel Maldonado Denis, Luis Nieves Falcón y Antonio Lauria, y muy especialmente con los integrantes del recién creado CEREP. A la larga, esas alianzas hicieron posible un diálogo fructífero sobre la historia de las migraciones, la persistencia del racismo, los mitos de la sociedad patriarcal, la historia de género, los problemas de ciudadanía y de cultura, y sobre lo que significa definirse y redefinirse como puertorriqueño o puertorriqueña en los Estados Unidos, o moverse continuamente entre dos o más lugares. También contribuyeron al debate sobre la historiografía en relación con el contexto social y político en el cual se inscribe. Todo ello estimuló una nueva circulación de personas y una mutua fecundación, sin que ello significara que desaparecían las tensiones y los cuestionamientos.
Tras su muerte, ¿cómo empezar a pensar la biografía de Bonilla, sus ideas y sus prácticas, sus afectos y veneraciones? En lugar del intelectual weberiano, que pretende estar por encima de las clases sociales, o del intelectual como “extranjero” del que habla Simmel, quizás podríamos pensarlo —y esperemos que esto no traicione la riqueza de su vida— como un intelectual orgánico en el sentido que Gramsci le dio al término. Orgánico, no por su nacimiento en el seno de determinada clase social, sino porque puso su experiencia y sus saberes modernos al servicio democratizador de las clases trabajadoras y de la lucha contra la discriminación.
A principios de los años setenta, Bonilla tomó una decisión crucial. Abandonó su puesto seguro en Stanford para regresar a Nueva York y fundar el Centro de Estudios Puertorriqueños. No se desembarazó de sus credenciales académicas. Las usó para navegar con gran eficacia por las fundaciones y las instituciones universitarias con el fin de contribuir a la conservación y al desarrollo del grupo social en que había surgido. Era un militante y un pedagogo, atento a las urgencias del presente. El trabajo colectivo era una convicción utópica para Bonilla: Getting ahead collectively, como reza el bello título de un libro de Albert O. Hirschman. Ya Bonilla no era el profesor o, menos, el doctor. Era sencillamente Frank, para todos. Casi no firmaba con su nombre propio sus trabajos. Ahí residía su fuerza.
*Las imagenes fueron suministradas por Pedro Juan Hernández, cortesía del Archivo del Centro de Estudios Puertorriqueños, Hunter College.