French Exit: desaparición
Malcolm (Lucas Hedges) y a un misterioso gato (se llama Small Frank) que rondó el cuerpo de su marido cuando murió. Bueno, también quedan las pinturas, objetos de arte, y joyas que los acreedores no han podido reclamar. Ellas las vende ilegalmente y, con el dinero –lo pide en euros– se marcha a Paris con el hijo y el gato al apartamento que una amiga le presta.
La travesía a Europa la hace en barco y eso permite que su hijo conozca a una “gitana” o clarividente que ha predicho la muerte de varios pasajeros. No, no hay un asesino a bordo, lo que hay es ancianos con enfermedades crónicas que han decidido tomar su último viaje. Malcolm conoce accidentalmente al doctor del transatlántico quien lo lleva a una morgue donde hay más cuerpos que caviar en el restaurante. La escena tiene cierta comicidad, pero nos deja un poco fríos porque aún no sabemos, fuera de que el barco va a Francia, qué rumbo ha de tomar el guion que fue escrito por Patrick de Witt, basándose en su propia novela. Sospechamos lo peor cuando Malcolm desarrolla una breve fijación con la clarividente Madeleine (Danielle Macdonald) quien, lo más seguro, es una farsante. Sin embargo, lo único que sucede es que ella declara que Small Frank es la reencarnación de Frank, el marido muerto.
Mientras tanto, la maravilla del filme está haciendo de las suyas. Pfeiffer, hermosísima, y habitando su personaje con tanto acierto que deseamos que se regrese a Nueva York y deje a Paris sin ella, muestra los peores lados de Frances. Uno que sobresale es su desdén por el poco dinero que le queda (que guarda en un armario de su apartamento prestado). Todo, lo sobre paga, da demasiada propina y lo regala. Sí, podríamos decir que la cinta es una crítica a los ricos que no hacen nada, ganan demasiado, gastan todavía más y no pagan impuestos. Ojalá que fuera cierto que se están empobreciendo, pero en el caso de nuestro personaje y de su hijo que no da un tajo, no parece existir temor de lo que el futuro ha de devengar.
Lo que sí, es que Pfeiffer no comete errores en su actuación y en los momentos más inesperados muestra que Frances es insufrible y que tiene un deseo autodestructivo intenso. Sus conversaciones con una mujer que la recuerda de haber leído en los periódicos neoyorquinos su reacción a la muerte de su marido (no lo reportó por varios días y cuando llegaron las autoridades, el cuerpo estaba hinchado y apestoso) y le ofrece amistad, son la esencia de la grosería fina. Después de todo ¿no es así si uno tiene puesto el abrigo con piel de zorro? Al fin y al cabo, se establece un grupo de expatriados que se unen a Julius, un detective francés (Isaach de Bankolé) quien anda, empleado por Frances en búsqueda de Madeleine. Hay que encontrarla para que encuentre a Small Frank, que ha desaparecido.
La única razón para ver este filme que no se sabe si es comedia negra o fantasía es Michelle Pfeiffer. Cada escena que habita incrementa nuestro conocimiento de su personaje y lo repelente que puede ser la gente que no ha tenido que dar un tajo para ganarse la vida. Cuando llegan a Paris pensé que se iba a convertir en Catwoman; en vez se transforma parcialmente en Gil, la médium de Bell, Book and Candle (1958). Si desean saber por qué, tienen que ver el filme. Que hayan empleado a Lucas Hedges como su hijo es un logro, porque él es el contrapunto de las locuras y los excesos de su madre y uno lo cree por su porte y comportamiento. Una pena que, a pesar de eso, el carácter de Frances sea repelente y el guion casi tonto.