¿Es posible ser sede de un megaevento sin arruinarse?
Los últimos Juegos Olímpicos en Londres, que por la situación en Inglaterra y Europa, fueron “austeros”, tuvieron un costo de $14.9 billones de dólares, mucho menor que los anteriores en Beijing, China que costaron $42.5 billones de dólares y ni hablar de los últimos Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, Rusia, que han sido los más caros de la historia ($51 billones). El Mundial en Suráfrica en 2010, el primero en el continente africano (que nunca ha sido sede de unos Juegos Olímpicos), tuvo un costo de $5.17 billones de dólares, solo en infraestructura y el anterior en Alemania en el 2006 de $3.7.
Brasil es el primer país que en un periodo de dos años va a ser sede de un Mundial de Fútbol (2014) y de unos Juegos Olímpicos en Rio de Janeiro (2016). Mientras unos enfatizan esto como una hazaña para un país suramericano, representante de las llamadas economías emergentes, uno del BRIC (Brasil, Rusia, India y China); para otros es un disparate que pone en riesgo muchas prioridades del país que aún están por resolver a favor de un presupuesto elevadísimo para celebrar estos dos megaeventos, lo cual ha generado grandes protestas desde el año pasado.
En el siglo XIX, las ferias o EXPO eran los megaeventos en los que se unían ciudadanos de distintos lugares en un sitio específico. El país sede se exponía al exterior y había un intercambio de personas, mercancías e ideas. Una de las más famosas, la de París del 1900, fue el mismo año de los segundos Juegos Olímpicos de la era moderna en esa ciudad. Pero en general eran eventos en los cuales el deporte no era el eje central, pero sí implicaban una importante inversión en infraestructura, muchas veces con mejoras de los medios de transporte para facilitar el flujo de visitantes.
En el siglo XX, aunque han habido ferias y exposiciones, los megaeventos por excelencia son eventos deportivos, específicamente los Juegos Olímpicos y los Mundiales de Fútbol. Los Juegos Olímpicos de la era moderna se celebran desde 1896 cada cuatro años, interrumpidos hasta el momento solo por la Primera y Segunda Guerra Mundial. Los Mundiales de Fútbol comenzaron en 1930 y también se celebran cada cuatro años, con la excepción del hiato de la Segunda Guerra Mundial (del 1938 al 1950).
Ambos eventos han ido en aumento significativo en términos de participantes, presupuesto de los países sedes, ganancias e impacto mundial. Aunque es tema para un escrito adicional, por ejemplo, en los primeros Juegos Olímpicos Modernos, celebrados en Atenas, Grecia en 1896, participaron catorce países, nueve deportes y 241 atletas. En los últimos Juegos Olímpicos de Londres, participaron 204 países, 26 deportes y 10,500 atletas, además de 21,000 miembros de la prensa acreditados y miles de técnicos y oficiales y cientos de miles de espectadores.
Mientras que en el primer Mundial de Fútbol celebrado en Uruguay, participaron trece países y duró tres semanas, el último Mundial en Suráfrica tuvo una participación de 32 países, duró un mes, se jugó en diez estadios y recibió aproximadamente 400,000 visitantes. A cuatro años de aquel Mundial, algunos de los estadios se han usado poquísimo, siendo Suráfrica un país con poca tradición futbolera. Algo similar ocurrió con el llamado “Nido de Pájaro” de Beijing. Esos son solo dos ejemplos de los llamados “elefantes blancos”, que son cada vez más comunes luego de eventos de ese tipo, sobre todo por las exigencias del Comité Olímpico Internacional (COI) y la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación) en términos de cantidad de asientos, facilidades para prensa, funcionarios, invitados, etc.
En el Olimpismo se le conoce como Gigantismo, por la enorme cantidad de atletas, países y deportes. En los Mundiales de Fútbol, el problema es más en términos de la infraestructura, ya que implica la construcción/renovación/ampliación de muchos estadios que luego requieren mantenimiento y como hay una enorme cantidad de visitantes, también implica inversión en transporte terrestre, aeropuertos, redes de comunicación, en fin, una reestructuración total del país. En el caso de Brasil, como vemos, es doble la presión, con el Mundial de Fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016.
Es difícil saber con exactitud cuánto le costará el Mundial a Brasil, pero los estimados originales de 11 billones de dólares, parece que se quedarán cortos. De estos, se presupuestaron $3.5 billones para renovar los estadios y $7.5 billones para proyectos de infraestructura que incluyen mejoras a aeropuertos, líneas de tren, etc., de los cuales la empresa privada aportó más que el gobierno. Han habido muchas acusaciones de corrupción, sobre todo en la construcción de los estadios y las causas de sus atrasos. Los presupuestos de los doce estadios han aumentado considerablemente, todo cuesta más de lo estipulado. De los doce estadios, siete son nuevos y los otros cinco son remodelaciones. Algunos de estos estadios están en lugares donde ni siquiera hay un equipo en primera división de la liga brasileña y luego de tanta inversión, probablemente acaben sin usarse en el futuro, como pasó en Suráfrica y como no pasó en Alemania. En el Mundial de Alemania, el país salió beneficiado económicamente, no solo por los auspicios comerciales y la gran cantidad de visitantes que recibió y que gastaron allí, sino porque el grueso de la inversión de infraestructura fueron en estadios que se han seguido usando mucho y en el sistema de transporte que ya era sólido.
La FIFA ha sido uno de los blancos principales de las protestas, por sus requisitos, restricciones y su política económica. En estos eventos la FIFA genera muchísimo dinero, principalmente gracias a los auspiciadores y las ventas de los derechos televisivos, y es también responsable de la magnitud del Mundial. Por ejemplo, en Brasil 2014, la FIFA va a repartir 576 millones de dólares, un aumento de 37% respecto a Suráfrica 2010. Esta suma la dividen entre clubes locales y las selecciones participantes, desde ocho millones a las que se eliminen en la primera ronda hasta, 35 milones al equipo ganador. Esto, además de los $1.5 millones que se les dio a cada una de las 32 participantes para su preparación.
Imagínense lo que genera la FIFA para poder repartir todo esto y aun así salir billonaria del evento. Aunque la FIFA y su omnipoder es tema para un artículo aparte, un ejemplo de la influencia de los auspiciadores es que muchos partidos se jugarán temprano en el día en Brasil para satisfacer el horario de las televisoras europeas. Por otro lado en los estadios solo aceptarán tarjetas Visa, en honor a su acuerdo con uno de los principales auspiciadores. Para los que no tengan Visa hay áreas donde cambian el efectivo por tarjetas de débito… Visa, ¡por supuesto! Además la FIFA no paga impuestos en Brasil por sus ganancias, y los auspiciadores también tendrán algunas exenciones como condición para darle la sede en el 2007.
Cuando Brasil pidió la sede de ambos eventos, el discurso fue emotivo y se centró en que debía ser sede nuevamente del Mundial de Fútbol, evento que ha ganado cinco veces luego de haber sido anfitrión en 1950. Además, nunca unos Juegos Olímpicos se han celebrado en Suramérica y, aparte de Australia (Sydney 2000), que realmente no representa el sur en términos económicos, nunca han habido unos Juegos Olímpicos en el “sur” del planeta.
Brasil se proyectaba, por un lado, como una nación con una economía emergente pero sólida y en crecimiento, y por el otro, como representante de los países no ricos, cuya población merece ser anfitriona y espectadora de estos eventos, que prácticamente han sido exclusivos de las naciones ricas. Definitivamente estos megaeventos no deben ser exclusividad de unos pocos, pero las exigencias de los organismos que los regulan lo hacen cada vez más cuesta arriba.
NOTA: Recomiendo el artículo de Ignacio Ramonet, que publica 80grados en esta edición, que profundiza sobre el tema de las protestas en Brasil.