Ha partido un amigo, Don Gamaliel Ortiz Nieves

Hay por supuesto otra medida del tiempo normal, el cotidiano. Que puede ser tedioso o entusiasta, de sonrisas o llantos, pero son solo esos instantes los que son decisivos y felices, los que evocan la mística. En palabras del filósofo italiano Gianni Vattimo: «un momento en el que la consciencia del otro es tal que sólo por alteración de lo que no es mi yo, advierto mi identidad conmigo mismo.» Por ahí radica la deuda que muchos tenemos con Don Gama, hombre de Dios, laico, maestro que no publicó nunca lo que escribió, y no importa, después de todo tampoco Jesús lo hizo.
Tres veces fui a su clase de oyente, pienso que solo en la primera me reconoció. Fui acompañado por Carmelito Álvarez en un momento de rescate existencial. Mi hermano mayor estaba en Vietnam y yo entraba por primera vez a la Universidad de Puerto Rico perdido, temeroso. Hijo de un residencial público del pueblo de Cataño, sin recursos económicos, con el convencimiento de que los estudios cambiarían y mejorarían mi vida. Terminaba la década del sesenta (1969), tenía 18 años y me había negado a entrar en el ejército militar obligatorio. El juego de baloncesto era la única conciencia en mi vida.
Aquel día que Carmelito me rescató del pasillo de Humanidades visitamos la clase de Sociología de la Religión. El profesor al vernos entrar, pronunció bajito: “Hay jugadores nuevos y el juego cambia, es diferente”. Carmelito sonrió, yo lo seguí asustao. Nos sentamos en la parte de atrás. Otra día llegué solo a su clase, no recuerdo a cuál pero sí recuerdo que Don Gama pronunciaba unos pensamientos de San Agustín ¿o eran de Domingo Marrero?… Domingo Marrero, otro laico citando a San Agustín. Cosa rara, los citaba como si estuviera «dribleando» una bola en una cancha. En ese momento Don Gama explicaba a través de su cuerpo alto, con un estilo muy particular, cada entrada temática, cada fondo o profundidad ideológica, con un movimiento físico lateral, con un ademán de penetración en fast break, con la imagen de un salto brincado o robo de balón en aquellos jugadores de la selección nacional puertorriqueña de la década del sesenta y setenta: los newyoricans basquets; Teo Cruz y Rubén Adorno, Rubén Rodríguez, Tito Ortiz, Billie Baun y Alberto Zamot, Neftalí Rivera y Raymond Dalmau y otros más. Jugadores y jugadas que parecían transportar a la clase la carga y la composición sociológica de una teología puertorriqueña frente a los equipos y estructuras extranjeras. Pero con mucha más pasión frente a las estructuras de juego de los imperios norteamericanos y europeos.
Incrédulo, me preguntaba: ¿es una clase de sociología de la religión o había llegado a un taller sobre baloncesto nacional? Don Gama acompañaba lsus movimientos con frases de aquel narrador del deporte Manuel Rivera Morales: “por ahí va Tito, peligro, peligro, se la pica entre las piernas, da un giro se levanta, tropieza con una muralla, graannde esa muralla rusa, un pase relámpago de espalda a Neftalí que se la “pica” a Teo entre las piernas… y donquea.” “Saalvanos divina Pastora”. Sálvanos divina pastora. La voz teológica estaba entre el pueblo. Era sensacional la clase aquella.
Todo aquel histrionismo para sostener que la agilidad de nuestras estructuras de pensamiento profundo no necesitaban de las épicas olímpicas de imperios ni de la falsa grandiosidad norteamericana para mostrar los valores de una cultura teológica nacional. Teníamos que procurar ser hábiles, independientes y creyentes de nuestras posibilidades. Fue así como, dentro de un juego de imágenes y fórmulas del deporte «nacional”, Don Gamaliel Ortiz Nieves definía el pensamiento profundo teológico puertorriqueño.
Viví con Don Gama un “kairós”, esa irrupción repentina de la plenitud del ser, y posiblemente no lo supo. Su razonabilidad fortalecía la fe que traía desde mi residencial en mi pequeño Cataño y en mi pequeña iglesia. ¡Paradójico! Don Gama tomaba del mismo pueblo la fórmula que nos interpela y nos reivindica hasta hacerla visible a sus estudiantes, producto del trabajo o juego en equipo; eliminando esas actitudes protagónicas junto a los complejos de inferioridad. Por encima de las estructuras patriarcales enriquecía el pensamiento y trabajo laico, alejándonos de perturbaciones y complejos coloniales, y de ritos y dogmas que idiotizan.
Pudiera ser un atrevimiento hablar del proyecto de vida de otras personas, pues a cada quien le toca definir el proyecto que lo sostiene. Sin embargo, descubrir que provocamos en otros la dirección y la definición de sus propios proyectos de vida es reconfortante. ¡Es extraordinario cómo Dios acerca actividades y trabajos de vida que nos hacen crecer! En 1974, en un momento de persecución y vandalismo institucional dentro de nuestra denominación, Don Gama se acercó junto a otros de su misma estatura moral y de fe a compartir en la Iglesia Cristiana Discípulos de Cristo del Barrio Palmas de Cataño, que pastoreaba en aquel entonces su amigo Don Othoniel Rosa Martínez, mi padre. Su presencia dejó marcas. Se encausaron y se congregaron proyectos de diferentes comunidades con el lema Otro Mundo Es Posible, que unidos a Don Otho y otros perseguidos (Pablo Maysonet Marrero de Maguayo, Moisés Rosa Ramos del Barrio Sonadora, Benjamín Santana Santana del Barrio Maricao, Los hermanos Cardona Santana del Barrio Espinosa de Dorado, Gugi y Nilma Casillas de la Librería Don Checo de Bayamón) crearon aquel proyecto revitalizante conocido como Comunidades Nuevas.
Parecerá risible, pero queríamos “subvertir el orden” y dar un “golpe de estado” con poesías coreadas y canciones de corales, con bibliotecas comunales y clases de cocina, con equipos de baloncesto y volibol juveniles, con estudios bíblicos alternativos, novedosos, con dramatizaciones, cultos con atmósfera latinoamericana y un compartir sano de amistades que se encuentran en la Canción de la Alegría de Beethoven. Fue un momento de alabanzas y glorias como el poema Oubao Moin de Juan Antonio Corretger. Era la misión de la Educación como práctica de la Libertad del educador brasileño Paulo Freire. Hubo quien no entendió y hoy siguen sin entender.
En el campamento titulado Vivimos en un mundo de gigantes, hablábamos de los grandes de nuestra historia en donde el gigante mayor es Jesús, con el fondo de la bandera puertorriqueña del azul celeste y la estrella, como hacen en los templos norteamericanos y europeos, cuyos altares llevan la bandera de su patria. Don Gama era un laico que nos enriquecía con charlas y clases de sociología y teología. Y saben qué, nos persiguieron y lo persiguieron. Dicen que por sediciosos, por peligrosos, por inteligentes, por ser sensibles a las injusticias, por criticar aquella guerra maldita de Vietnam, y todas las guerras. En fin por anunciar el evangelio de Jesucristo que era anunciar “otro orden”. Creyeron habernos aniquilado, roto, pero nos unimos más en nuestras convicciones. Ninguno era ave solitaria, queríamos hacer juntos. Incluso Don Gama quería tender puentes al diálogo hasta con los perseguidores. Por eso los llamaba y los recibía en su casa, aunque no lo entendieran como tampoco han querido entender a su hijo y las oportunidades de ver virtud en diferentes rostros, lecturas y culturas.
Pasó que nos unimos más y surgieron nuevos proyectos, entre ellos el simposio que lleva su nombre, Simposio Gamaliel Ortiz Nieves: una fe que busca entendimiento. Diría que es la herencia recibida del camino de aquellos que nos cruzamos con él. Una herencia de la vida universitaria al templo y la experiencia espiritual a la academia. Muchos años después nos hemos encontrado cercanos al «jugador de ideas» que penetraba con elocuencia canchas y espacios que parecían ajenos, y los confundía y fundía en escenarios de búsqueda, apertura e igualdad. Labor que empeñamos con responsabilidad algunos colegas universitarios como Moisés Rosa, Samuel Silva Gotay, Luis Rivera Pagán, Aarón G. Ramos Bonilla, Samuel Torres Román, Juan Febre, Emilio Pantoja, Palmira Ríos, Lilliana Ramos, Otoniel Rosa, Benjamín Santana, entre otros. Fue pastor en la Universidad de Puerto Rico y profesor en los templos de nuestros barrios.