Hacia una teología de la enfermedad
Una lectura actual de Evangelización y Violencia
de Luis Rivera Pagán
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En el contexto de la pendemia gobal causada por el COVID-19, la respuesta de la iglesia tiene que estar construída sobre principios claros de protección de los derechos humanos de las poblaciones. Según Luis Rivera Pagán, en su libro Evangelización y Violencia: la conquista de América, el “principal derecho humano es el derecho a ser”. Este enunciado resume el principio desde el cual la defensa de las poblaciones nativas de las Américas fue articulada por Bartolomé de las Casas. Este principio llevó a establecer lo que Rivera Pagán llama la “perspectiva integral sobre la enfermedad”. El acercamiento al efecto de las pandemias ocasionadas por la colonización y la conquista de las tierras americanas implicó el desafío de repensar lo que era la salud y la enfermedad en medio del debate sobre la humanidad de los nativos de estas tierras.
Fray Bartolomé de las Casas, según Rivera Pagán, trazó una multiplicidad de proyectos centrados en un elemento en común, “el respeto al derecho del indígena”. Este respeto es la concreción de la dimensión radical del anuncio del evangelio. Si el respeto al ser es el derecho fundamental, como afirma Rivera Pagán, es al marginado, al miserable a quien “se le otorga prioridad”. Este análisis parte del reconocimiento de la dimensión corporal y social de la existencia humana. Es por ello que Rivera Pagán afirma que la “existencia del menesteroso se amenaza mediante el hambre, la violencia, las enfermedades mal cuidadas, el maltrato y el exceso de trabajo”. Todas esas dimensiones implican que la enfermedad por sí sola no es la causa de la muerte del menesteroso sino que la muerte es fruto de las condiciones que acompañan a la enfermedad.
Esta perspectiva abre la posibilidad de elaborar un análisis más detallado y profundo de las condiciones por medio de las cuales los indígenas fueron exterminados. De hecho, la palabra utilizada por Rivera Pagán en su libro es el holocausto indígena. Este holocausto es fruto de las conexiones entre el poder de los conquistadores y sus objetivos económicos. Es por ello que Rivera Pagán afirma que los “testimonios contemporáneos que vinculan estrechamente la muerte de los nativos y la codicia violenta de los recién llegados son innumerables”. Estos testimonios conectan el objetivo material de la conquista, la obtención del oro, con los resultados de la misma, la extinción de los pueblos nativos. En ese sentido se desnaturaliza la muerte del indígena y se comienza a explicar la misma como fruto de los actos del colonizador.
Colonialismo y conquista van de la mano con el exterminio y la muerte del indio. Esta es la conclusión fundamental a la que nos lleva la reflexión de Bartolomé de las Casas cuando afirma que “todas las pestilencias que vienen sobre estos pobres indios, proceden del negro repartimiento alguna parte, de donde son maltratados”. Este es el análisis de la enfermedad que encierra un proyecto de liberación. Mientras que el miserable sea maltratado, explotado, sometido a duros trabajos y a la opresión, su enfermedad no retrocederá. La muerte del miserable, del menesteroso, es la muerte provocada por el abuso. La opresión, no la enfermedad, es la causa de la muerte. Si es fruto de la opresión entonces existe una obligación a enfretarse a la misma, rechazarla, por favorecer la vida del miserable. Es por eso que podemos hablar de una perspectiva integral de la enfermedad en el pensamiento de Fray Bartolomé de las Casas y en la teología de Luis Rivera Pagán.
Rivera Pagán ha logrado atrapar, analizar, comprender y actualizar, el pensamiento de la defensa del indio en el contexto del COVID-19. La actual pandemia no es fruto de un acto humano directo, aunque tenga origen en la destrucción de los ecosistemas naturales. Pero la muerte de las víctimas, negros, indígenas, latinos, pobres, excluídos, inmigrantes, viejos, es fruto de la opresión. Determinar que la muerte de las víctimas de la pandemia sólo dependen de la naturaleza de la enfermedad es naturalizar la opresión. Es igual que lo que hicieron aquellos que intentaron explicar la extinción de los indígenas partiendo de la supuesta debilidad de sus cuerpos. Esto naturaliza la muerte del indio. Es por ello que Luis Rivera Pagán nos recuerda que “es importante el esfuerzo que realiza Las Casas para desmitificar la naturalidad de esa mortandad. No se trata principalmente de la supuesta debilidad fisiológica de los nativos y su falta de fortaleza inmunológica”. La desmitificación de la muerte del débil tiende a reconocer que la misma no es fruto de su condición corporal o biológica sino de las condiciones sociales y políticas que se le han impuesto.
La perspectiva integral de la enfermedad supone que sepamos acercarnos a la misma no como un fenómeno natural sino como uno social. La enfermedad, y sus consecuencias, es fruto de las condiciones sociales que se le imponen a los pobres. Es por ello que las víctimas principales de la pandemia no son las clases poderosas sino los trabajadores, las minorías, los excluidos. Rivera Pagán identifica estos elementos en el tiempo de Las Casas como “el quebrantamiento de la producción agrícola, por las guerras y la explotación minera. De esta manera se crea una carestía arbitraria que conlleva el debilitamiento corporal de los indios”. A este debilitamiento, fruto de la explotación, se le suma el “descuido de los enfermos” y el “hacinamiento en los lugares de trabajo”. Este análisis es el que debemos utilizar hoy para comprender las dimensiones de la pandemia. Seguir viendo la muerte de los menesterosos como fruto de su debilidad corporal es ocultar que la pandemia opera bajo los supuestos de un sistema de exclusión, marginación y opresión que se ha naturalizado en los discursos políticos actuales.
La pandemia es un acontecimiento natural, en cuanto al origen, pero social en cuanto a los efectos. La muerte de los más vulnerables es fruto de la opresión. La muerte de los grupos minoritarios, como los negros o latinos en Estados Unidos es fruto de un sistema de abuso. La muerte de las comunidades negras, indígenas y pobres en Nuestra América es fruto del proyecto neoliberal que abandonó a las poblaciones y les dejó a merced de la enfermedad. Así como Bartolomé de las Casas pudo articular una “perspectiva integral de la enfermedad” para explicar la muerte del indígena, hoy la iglesia tiene la obligación de ariticular esa misma perspectiva para explicar la muerte del vulnerable ante la pandemia. Sólo desde la visión de la justicia es posible pensar, entonces, en nuevos mundos, proyectos alternos y la posibilidad de superar esta realidad.