Hillbilly Elegy: pesadumbre
Un elenco estupendo tiene que bregar con los baches narrativos de un guion tendencioso de Vanessa Taylor basado en el libro homónimo de J. D. Vance (Gabriel Basso, en la película cuando es adulto; Owen Asztalos, cuando es joven). J.D. estudia leyes en Yale y recibe una llamada, inoportuna por varias razones, notificándole que su madre “Bev” (Amy Adams) está en el intensivo en su pueblo natal en lo que se llama ‘Appalachia’ una cadena de montañas de gran extensión que va desde Canadá a Alabama y tiene sus manifestaciones folclóricas más prominentes en West Virginia, Ohio, Kentucky y Tenesí. J.D. está en una cena en un club de Yale donde espera conocer miembros de bufetes importantes para que lo inviten a una entrevista para hacer una escribanía en sus firmas. El joven estudiante está abrumado por los varios tenedores, cuchillos y cucharas que bordean su plato (cliché tonto) y tiene que llamar a su novia Usha (Freida Pinto) para que le diga cuál se usa primero. ¿Si es tan inteligente como para ir a Yale, no puede observar lo que hacen los otros y copiarlo? Para colmo, se enfrasca en una discusión con un abogado que le llama “rednecks” a la gente de Appalachia. ¿Ese fue a Yale? ¿O es sencillamente que todos los blanquitos de las Ivy League son unos pedantes maleducados en el peor sentido de la palabra? (Les puedo dar fe que, por experiencia propia, no todos.) En otra ocasión, J. D., que estudio en Ohio State, no sabe decir “syrup” y es la novia de Yale quien le enseña cómo se dice. ¿Nunca ha estado en los “Waffle House” que abundan en la región donde nació y estudió? (He vivido tanto en Ohio como en Kentucky.) Además, y para sorpresa y sorna de los otros comensales, se declara “familia” del feudo Hatfield–McCoy, una historia verdadera de guerra entre dos familias del área de Kentucky y West Virginia en las que murieron por lo menos una docena de miembros de cada lado. Es folclore del peor tipo. Estas son algunas de las cosas irritantes del guion, pero, calma, hay más.
La familia Vance tiene muchos secretos que se van descubriendo en retrospecciones. Mamaw (Glenn Close) la abuela de J.D., ha luchado contra viento y marea para ayudar a sostener la familia que incluye a su marido, Papaw (Bo Hopkins) —un borracho abusador— y, por épocas, a Bev. Sirve de soporte también a su nieta Lindsay, la hermana de J.D., que a veces tiene que intervenir en los desaciertos de su madre. Una que cambia de novio como de ropa (uno de los misterios del guion es que no estamos seguros de quién es el padre de J.D.) y cuyos elegidos propician sus vicios e irresponsabilidades. Bev es enfermera, lo que le permite robarse las medicinas que la tienen adicta. (¿No se darían cuenta de su problema los médicos de la unidad de diálisis donde trabaja?)
El que el libro en que se basó el guion sea una “memoria” del autor, no hace que todo sea cierto ni verídico. Entiendo perfectamente que la guionista tiene que proveerle al director (Ron Howard) material dramático para que la cinta tenga enganche y no nos aburra, pero debe haber respeto por la inteligencia de los que ven. ¿En patines por los pasillos del hospital? ¿Ocurrió? ¿Y? La idea perniciosa de la violencia que el filme ata a la pobreza me parece en parte cierta. Hemos tenido evidencia abundante de ello en la época trumpista viendo las hazañas de personas de poca educación listas para blandir armas, asesinar con ellas y atacar con su vehículo a los que piensan distinto a ellos. Pero ¿no vimos también dos ricos (uno abogado) apuntarle armas a un grupo que manifestaba su descontento sobre el uso de mascarillas para la pandemia? Mas, la forma en que el filme evoluciona produce más pesadumbre que satisfacción por el rescate de un ser humano.
Lo mejor de la cinta, por mucho, son las actuaciones. Los principales son todos muy buenos, pero, por la naturaleza de su complejidad y las oportunidades dramáticas, Amy Adams es la ganadora. Entre la madre cariñosa y la hija agradecida, hay episodios de inestabilidad y locura que establecen la pena que sienten por un ser querido los que la rodean. Es la razón principal para ver la película.