Historias que cuando terminan, empiezan en nosotros
Encuentro que mis papeles están organizados en orden cronológico, escalones que me sirven para volver a pisar en ellos y que desaparecen apenas después. Malas noticias, leo: “Evidence of nodule involvement”. Vuelvo a escuchar los golpes matemáticos y los silencios afilados de la máquina de radiación. Aquella es una experiencia de ciencia ficción. No sientes nada, pero sabes que te cocinan por dentro. Para distraer la mente durante el tiempo que debes permanecer inmóvil, me acostumbré a cerrar los ojos e improvisar variaciones sobre el tema rítmico de la máquina. Recuerdo a cada una de las personas maravillosas en la sala de espera. Todos en diferentes estados anímicos y de pérdida de pelo. Éramos como una clase graduanda de la cual no todos logramos graduarnos.
Recuerdo la primera dosis de quimioterapia y cada una de las que siguieron con la misma necia intensidad. De lo que evoco hoy, sobresalen al tacto los momentos en que no hubo posibilidad de cambiar de rumbo o retroceder. El único camino disponible era el engorroso. Durante meses, sientes que tienes un solo objetivo: superar un mal, pero pudiera ser de la misma forma escribir un texto que se comporta como un agujero negro. Mientras dura, contemplas, anestesiada y lúcida, la herrumbre de aspectos de ti misma que se deslizan dormidos.
Sigo leyendo, son buenas noticias: “Previously seen mass is no longer seen”. Pero soy un edificio vacío. Estoy hueca. En apariencia todo funciona correctamente, pero nada funciona correctamente. Un tiempo después entré a cirugía, me hicieron cantidad de tajos para que no me olvidara, y subrayé en otro reporte, esta vez con highlighter y, al parecer, par de dedos sucios porque encuentro huellas con olor a sofrito en una esquina del papel, “Remaining cancer cells in mucous tissue only”. Así sigo, encontrando y re-sintiendo hasta que, al fin, en un documento fechado unos días después de la segunda cirugía, en el reporte que encabeza el racimo, como si hubieras anticipado que era mejor poner el documento más antiguo en el fondo para llegar a la cima con júbilo, leo: “no evidence of malignancy”.
Cuando te declaran en buen estado sientes que acabas de nacer, pero con 41 años y consciencia plena. Es doloroso y es liberador. Y, como pasa con todas las cosas que realmente importan, nunca nadie pregunta. Menos mal, supongo. No es algo que se sabe explicar.
Los amigos siempre dicen lo mismo: ¡fuiste una guerrera!, ¡lo lograste!, ¡te felicito! No entiendo bien por qué la gente me felicita, pero lo agradezco. No es como si yo hubiera decidido enfrentarme al mejor jugador en un torneo de tenis profesional y le hubiera dado una paliza. Nada que ver. Más bien me parece que la gente, al tratar de expresar su alegría, lo hacen felicitándome como si yo hubiera tenido control del resultado, como si un buen resultado hubiera sido proporcional al grado de esfuerzo y sacrificio hecho por mí. Se piensa, que si se muestra valor, fortaleza y decisión se vencerá. No lo entiendo así. Ganarle el pulso al cáncer tiene mucho que ver con los genes, el tratamiento recibido, el timing y la buena suerte. Por supuesto, hay quienes pierden en grande. Pero no es porque fueron guerreros débiles o porque no se sacrificaron o dieron su mejor lucha.
De todo lo sucedido, me queda un dolor que es un perro porque me acompaña fiel y domesticado. Aparte, permea en el aire un olor seco que puede ser el que dejara el mar si se retirara del mundo. Tengo muchos cuentos que contar, sin embargo, resumo mi experiencia como una película que no te gusta cuando la ves, pero que luego te pasas toda la vida recordándola. Hay historias que narran algo mucho más profundo y complejo de lo que aparentemente nos relatan, y luego nos persiguen. Son historias que cuando terminan, empiezan en nosotros.