Hombres en el país del miedo
Estas reflexiones derivan de mi experiencia en el curso “Hombres para un fin de mundo: narradores hispánicos contemporáneos” que dicté en el Departamento de Estudios Hispánicos el semestre pasado. Debo agradecer aquí, pues, la participación de los estudiantes Emmelis Escalera, Minia González, Mario Mercado, Rosangely Piñeiro, Daína Quintana, Alejandra Ramos, Carla Vargas, Karla Veguilla, Xiomara Feliberty, Claudia Becerra y Cristina Martínez, a quienes les agradezco su entusiasmo en tiempos del desánimo.
El país del miedo (2008) es la penúltima novela de Isaac Rosa (Sevilla, 1975). El vano ayer (2004) era un ingenioso juego metaficticio que reivindicaba el ejercicio de la memoria histórica en España mientras cuestionaba sus modos y exploraba el alcance que tiene la imaginación literaria para el debate político actual. El país del miedo es otra cosa.1 Como su última novela, La mano invisible (2011), en la que explora las complejidades del mundo laboral contemporáneo, El país del miedo aborda un tema que desborda el contexto particularmente español y convierte el entorno inmediato y las peripecias de un individuo en emblemas de la condición del hombre contemporáneo. Y digo “hombre”, con minúscula, pues de hombres se trata esta historia.
El país del miedo, como otros experimentos narrativos del autor, vacila entre el desarrollo de una anécdota y un juego metaliterario de carácter ensayístico. En el discurso alternan el desarrollo de una historia común, la paulatina derrota moral de un hombre asediado por sus prejuicios, y una serie de reflexiones sobre la compleja naturaleza del miedo. La anécdota es sencilla: un matrimonio descubre que su hijo es víctima de bullying y el padre, obediente a los designios de la identidad masculina (e independientemente de la madre) trata de asistir a su hijo en el proceso, hasta terminar él mismo víctima de un patrón de intimidación del cual no logra zafarse. La historia se desarrolla en una ciudad española, pero bien podría suceder en cualquier ciudad contemporánea: allí hay, como en todos lados, inmigrantes, pandillas de muchachos, vecindarios gentrificados, centros comerciales y mucha cautela cuando cae la noche. A pesar de su aspecto genérico, sin embargo, el conflicto sólo funciona si el protagonista es masculino.
Tal vez, en principio, esta novela tiene pretensiones universales. La desconfianza y la incertidumbre de la sociedad del miedo y la manipulación de los temores del ciudadano, son asuntos globales. La anécdota, sin embargo, necesita el contexto particular de los ritos y maneras de la masculinidad tradicional, como si, a pesar de tantas ínfulas futurísticas, viviéramos en una sociedad muy primitiva. ¿Acaso?
El miedo es un gran tema de estos tiempos: miedo al desempleo, al calentamiento global, a un ataque terrorista, a la crisis alimentaria, a la epidemia de una rara enfermedad desconocida. Tan globalizado como la crisis, el miedo tiene a las grandes masas en un estado de perpetua perplejidad, sobre todo a aquellos que logran mantener cierto bienestar y se resisten a perderlo. Esta novela trata, precisamente, de los individuos que sufren esa mala conciencia, fruto de un sistema de desigualdades:
Alguna vez, en conversación de sobremesa, bromeó sobre una revolución de mendigos que un día, como al unísono, deciden pasar a la acción, dejar su letargo y comienzan a exigir, a perseguir, para convertir su petición mendicante en una acción política: …. el siguiente paso, una vez disuelta la distancia, una vez perdido el respeto, sería el uso de la fuerza: atacarnos, agredirnos, despojarnos, esperarnos a la salida del restaurante o del banco, llamar a la puerta de nuestras casas, perseguirnos hasta nuestros centros de trabajo, entrar en los supermercados, en las cafeterías, en los gimnasios, sabotear nuestros momentos de diversión, despojar nuestra vida de todo aquello que no pueden tener, hacer de su resentimiento una acusación en firme, obligarnos a devolverles lo que creen les fue arrebatado. (32)
Pone Isaac Rosa el dedo en la llaga: Carlos le da rostro a la inquietud de los cómodos, una clase social suficientemente cerca de la miseria como para tropezar con ella varias veces al día, y significativamente lejos de los espacios parapetados por el dinero y el poder, hasta donde no llegan los efluvios del desastre de estos tiempos.
Es lo que algunos llaman el confort-zone, como en la acusación anónima que ha llenado los pasillos de mi Facultad en un desesperado intento de despertar la rebeldía de los docentes. Todos los días veo su sombra en la pared (han tratado de borrar las letras) y reconozco, sí, que yo también estoy cómoda en este país del miedo. ¿Acaso podemos salvarnos de este temor perpetuo que nos siembra en la pusilanimidad? ¿Estamos dispuestos a asumir el riesgo de la libertad?
Isaac Rosa, nacido en 1974, sin memoria personal del franquismo ni de la Guerra de Vietnam ni de la Masacre de Tlatelolco, se plantea estas preguntas e imagina una salida a través de la literatura. Convencido de que la ignorancia es el origen de los miedos2, propone un proyecto terapéutico a través de la literatura, como lo hiciera antes que él Luis Martín-Santos en Tiempo de silencio (1961) a través de la implosión de los mitos nacionales españoles por obra y gracia del juego narrativo y la ironía.
Así pues, Isaac Rosa, emprende la tarea de “ver qué está detrás de ese miedo, ponerlo en su sitio, ver si está sobredimensionado, ver a quién beneficia, ésa es una pista siempre a seguir”.3 Con esos fines, como también en sus otras dos novelas mencionadas aquí, se sirve de un discurso fragmentario y una voz narrativa irónica que victimiza al protagonista hasta alcanzar al mismísimo lector, sobre todo a aquel que se reconozca en el retrato del progre que encarna el genérico Carlos, cuyo oficio y apellido se desconocen. La literatura nos sirve para imaginar situaciones y eso es lo que hace Isaac Rosa en sus novelas. Crea una situación apropiada para el asunto a examinar y echa a andar la maquinaria discursiva: ¿Qué pasaría si…?
Así pues, El país del miedo habla de las distintas forma del miedo, de sus causas, sus efectos: miedo al extraño, a la violencia, a lo desconocido, a los pobres, a los jóvenes, a los resentidos, a las armas, a los extranjeros, a la Policía. No habla, sin embargo, de miedos más “naturales”: miedo a un tsunami, un terremoto, un incendio, una enfermedad fatal, a la decadencia del cuerpo, la senectud, la locura, la muerte definitiva. Habla de miedos creados por la misma “civilización”, miedos originados por victimarios tan vulnerables como sus víctimas: todos mortales.
Del miedo social parece que habla la novela de Isaac Rosa, y, curiosamente, lo que propongo aquí es que la historia que cuenta, sin embargo, se inclina por derroteros más particulares y llega (sospecho que sin advertirlo) a un planteamiento decididamente masculino. Entonces, me pregunto, ¿cómo afecta esta especificidad al planteamiento del libro?
Sólo un varón puede sufrir lo que el protagonista padece en su absurda encerrona. El intelectual civilizado, el hombre que se estima a sí mismo como un “hombre nuevo”, asentado en los modos civilizados de la modernidad, el progre atrapado en las contradicciones del diario vivir, lidia con un asunto primitivo: debe enseñarle a su hijo a responder a la intimidación, a lo que llaman hace un tiempo, con insistencia, con un vocablo inglés: bullying, como si fuera un fenómeno intraducible y de reciente aparición.4
Da la impresión de que Carlos es incapaz de corresponder al modelo del tipo duro, del cual su cuñado policía y Javier (el niño victimario) son fieles modelos. Parece sugerir el texto que es duro y difícil ser un hombre como Dios manda; así piensa Carlos, angustiado, al imaginar la situación de un asalto domiciliario: “Se espera sacrificio, heroicidad, que se lance sobre los asaltantes y aguante el forcejeo el tiempo suficiente para que Sara y el niño alcancen la escalera y pidan ayuda” (20).
De hecho, a diferencia de lo que propone el sociólogo español Enrique Gil Calvo en cuanto a la construcción de la masculinidad con relación a sus pares5, en El país del miedo es fundamental el contraste entre lo femenino y lo masculino, pues se trata de una masculinidad en crisis precisamente por la necesidad de performar ante un público que incluye tanto hombres como mujeres.
Es fundamental para que funcione la historia la falta de franqueza entre la pareja, las máscaras que asumen, sobre todo en lo que concierne a los miedos. La esposa le oculta el incidente con la empleada doméstica, Naima (la vergonzosa injusticia que ha cometido, dejándose llevar por los prejuicios, contra uno de los más vulnerables individuos de la ciudad global: la emigrante), y él le oculta a ella la también vergonzosa extorsión del niño que pone a prueba su hombría con desastrosos resultados. El miedo a ser juzgados como injustos o insensatos, es decir, como defectuosos ciudadanos de este nuevo mundo, los mantiene aislados y, por tanto, solos en el oprobio moral, en la mala conciencia. En secreto, Sara y Carlos, son tan prejuiciados, tan tradicionales y tan primitivos como los habitantes de la ciudad vieja.
En ocasiones, quitarse la máscara masculina resulta peligroso para Carlos, como sucede con la causa verdadera de sus hematomas, producto de un golpe del mismo niño que extorsiona a su hijo: “sería nefasto para la seguridad de Sara y de Pablo, que se sentirían vulnerables tanto por la existencia amenazante de un niño tan violento, como sobre todo por la incapacidad de su marido y padre para defenderlos” (173). Si se inventa una pelea heroica entre pares, piensa, “descubrirán un marido y un padre como hasta ahora desconocían, fuerte, intrépido, dispuesto a utilizar los puños si es necesario” (174). Se sentirían protegidos, por esa máscara masculina como deben sentirse quienes dependen de un hombre “verdadero” (es decir: progenitor, proveedor, protector). Carlos, sin embargo, lo descarta, pues ya lo conocen bien en su casa. No hay máscara que valga. Termina renunciando al gesto épico y opta por mentir y contar que el golpe es producto de su habitual torpeza. Mejor torpe que vencido.
El desarrollo y desenlace de la historia que no cuento aquí -a riesgo de sacrificar la coherencia de mi comentario, pero para salvaguardar la experiencia de lectura- dependen de varias prácticas propias del mundo varonil, especialmente la de la deuda de honor. Los hombres de la tribu se deben lealtad y actúan para beneficio mutuo. “Hoy por ti, mañana por mí.”
La deuda contraída, el compromiso de lealtades, es parte del contrato social que se establece y a través del cual se conforma la definición de una identidad masculina en la sociedad patriarcal. El hombre le debe a la sociedad, le debe a la familia, se debe a sí mismo. Debe superar su estado de inmadurez, acumular patrimonio, tener prole, proveerle y protegerla, para llegar a “patriarca”.
Irónicamente, una deuda es, precisamente, lo que finalmente atrapará al personaje en una red de modos y señales sociales que conforman desde tiempos inmemoriales el centro de la masculinidad dominante. Sometido a los modelos masculinos más primitivos, Carlos, irónicamente, parecerá cada vez más flojo, más loser, y, a la postre, menos Hombre. ¿Qué pretende Isaac Rosa que descubramos aquí?
Es, finalmente, la historia de una derrota moral como todas las que logra el Miedo en cada una de sus batallas. Carlos “pierde” al plegarse a los valores de la masculinidad tradicional. No se ha liberado verdaderamente de sus exigencias y modelos. Y será víctima debilucha y subordinada, como promete serlo su hijo en el futuro por siempre jamás. Ese es el patrimonio ideológico que le deja al hijo como legado: una masculinidad defectuosa. Ser hombre, sin duda, en el centro de una ciudad civilizada y globalizada, en la sociedad del miedo, es tarea ardua.
Comparto aquí una última observación. Me ha llamado la atención la antipatía que les ha provocado a algunas lectoras el personaje del pusilánime Carlos, protagonista de esta historia de humillaciones. No hay compasión para él, ni aún en los tiernos corazones femeninos. “Ese tipo es un mamalón”, le escuché decir a una lectora, con voz iracunda como si Carlos fuera de carne y hueso. Sin duda, la flojera de este tipo “progre” la sacaba de quicio. Tal vez ése sea, después de todo, el plan de Isaac Rosa, inquietarnos también a nosotras.
Obras citadas
Connel, Robert W. “La organización social de la masculinidad”. ¿Todos los hombres son iguales? Identidades masculinas y cambios sociales. Barcelona: Paidós, 2003.
Gil Calvo, Enrique. Máscaras masculinas. Héroes, patriarcas y monstruos. Barcelona: Anagrama, 2006.
Gilmore, David D. Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad. Barcelona: Paidós, 1994.
Martín-Santos, Luis. Tiempo de silencio. Barcelona: Crítica, 2005.
Rosa, Isaac. La mano invisible. Barcelona: Seix Barral, 2011.
— . El país del miedo. Barcelona: Seix Barral, 2008.
— . El vano ayer. Barcelona: Seix Barral, 2004.
Sabogal, Winston Manrique. “Vivimos en una sociedad asustada” (Entrevista a Isaac Rosa) El País. 27/09/2008 http://www.elpais.com/articulo/narrativa/Vivimos/sociedad/asustada/elpepuculbab/20080927elp babnar_1/Tes
- El título de la obra proviene, como se apunta en el mismo texto, de una prueba de sicología infantil para niños con experiencias traumáticas, según un comentario de Jean Delumeau en El miedo en occidente: “El especialista propone a los niños que imaginen cómo sería para ellos el país del miedo y el país de la alegría. … Un mundo imaginario llamado “el país del miedo”, y otro mundo fantástico llamado “el país de la alegría”. El primero estará habitado por todo aquello que les causa temor. El segundo, obviamente, por todo aquello que aman. Parece una forma sencilla de exteriorizar aquellos miedos reprimidos o inexpresables, y medir el grado de angustia de los pequeños, así como dar nombre a sus deseos.” (208) [↩]
- “El miedo puede acabar siendo un sentimiento cómodo. Se basa en la ignorancia, en el desconocimiento; tememos aquello que ignoramos, con lo cual temer algo puede ser una forma de no preguntar.”, Isaac Rosa, citado por Winston Manrique Sabogal, “Vivimos en una sociedad asustada” (Entrevista a Isaac Rosa) El País. 27/09/2008 [↩]
- Isaac Rosa, en la misma entrevista de la cita anterior. [↩]
- La directora Susanne Bier y el guionista Anders Thomas Jensen se enfrentan a un asunto similar en In a Better World (Dinamarca, 2010). El padre aquí pretende dar una lección de una hombría responsable y antimachista a su hijo, también víctima de bullying. Descubre, sin embargo que sus gestos civilizados no tienen efectos absolutamente certeros en su entorno, y las fuerzas del comportamiento de los jóvenes de la sociedad europea no están tan lejos de la tremenda violencia tribal de los espacios de la guerra africana. Estas actitudes primitivas, son, por lo visto, una tendencia global, como global es también la necesidad de erradicarlas. Debo señalar que, sin embargo, la película de Bier parece reivindicar al “hombre nuevo” que insiste en definir su masculinidad de una forma diferente. [↩]
- Enrique Gil Calvo propone la exploración de la identidad masculina construida en su relación entre pares. Inicialmente considera la propuesta de las funciones privativas de la masculinidad, según David Gilmore: las funciones del progenitor, del proveedor y del protector, pero se inclina por el modelo de Robert Connell que establece tres áreas de competividad masculina: la lucha por el poder, por la riqueza y por los objetos del deseo. En la segunda parte de su libro hace una exhaustiva exploración de tres modelos de masculinidad, a partir de las estructuras propuestas: la duplicidad inherente de cada máscara (que contiene su derecho y revés contradictorio), el proceso lineal (o narrativo) de sus transformaciones, y la estructura triangular (derivada del triángulo culinario de Levi-Strauss) en la que funcionan las tensiones dramáticas. Concluye con un epílogo que relaciona su tesis a un examen de la atmósfera apocalíptica de estos tiempos de neoliberalismo y globalización: el regreso de los monstruos hasta entonces dominados por los héroes de la modernidad y los patriarcas de la era industrial. Su análisis, sin embargo, imagina al Hombre aún como protagonista de esta narración, sin contar con otras variantes de género y cultura. (Máscaras masculinas: héroes, patriarcas y monstruos. Barcelona: Anagrama, 2006.) [↩]