Homenaje al ombligo: desnombramiento, contrahegemonía política y antirretórica
Homenaje al ombligo, de Ángela María Dávila y José María Lima, además de considerarse un intercambio poético entre dos figuras trascendentales de la literatura puertorriqueña de la segunda mitad del Siglo XX, es una ruptura al criterio literario hasta entonces concebido en nuestra región. Publicado por primera vez en 1966, este libro “supo derivar una escritura capaz de unir el lirismo subjetivo con la declaración política concreta” (R. A. Prólogo). Como dice Rafael Acevedo, es un texto que, de abundantes formas, conoció el fuego. Yendo desde sublevar las concepciones eróticas y sociopolíticas asumidas para entonces, hasta transformar la escritura utilizando la antirretórica como puente, nos presenta, desde el juego con lo ambiguo, una nueva forma de acercarse al “fluir”.
Desde la imprecisión deliberada, José María Lima y Ángela María Dávila comparten una voz poética que, confesamente, busca ser desnombrada. Respecto a ello escriben, y cito: “para mi nombre quiero / sepulteros grises y tajantes. / es más: / no quiero nombre, / que me lo lleve el mar lavándolo / en mi arena, / que me lo arrastre el mar, / y que yo sienta / que estoy allí la intacta, / la sin nombre” (8). Roland Barthes, en su ensayo “La muerte del autor”, presenta la escritura como la destrucción de toda voz, de todo origen; como un lugar neutro, compuesto y oblicuo, al que va a parar nuestro sujeto, y donde acaba por perderse toda identidad. Explica, haciendo referencia a Stéphane Mallarmé, que “es el lenguaje, y no el autor, el que habla”. En base a ello, entiende la figura del autor como quimera resultado de un constructo social. Por consiguiente, recusa el recurrir, una y otra vez, a bibliografías sobre autores utilizadas para enriquecer críticas, que, a su vez, alimentan las élites académicas. Sin embargo, estudia y sugiere, refugiándose en la lingüística, la destrucción de la figura del autor; pues siguiendo el análisis que ha realizado este campo, entiende que “la enunciación en su totalidad es un proceso vacío que funciona a la perfección sin que sea necesario rellenarlo con las personas de sus interlocutores”.
Roland Barthes, cabe mencionar, no es el único teórico contemporáneo que ha considerado este asunto, pues también ha sido trabajado por grandes pensadores como Michael Foucault y Jacques Derrida. La escritura actual se ha liberado de la expresión al dejar de referirse solo a sí misma, pasando a identificarse con su propia exterioridad. Es decir, un juego de signos ordenado mayormente por la naturaleza del significante sobre su propio contenido significado. En la escritura no hay manifestación o exaltación del gesto de escribir; que no se trate de la sujeción de un sujeto en un lenguaje, sino de la apertura de un espacio en el que el sujeto que escribe no deja de desaparecer (Foucault).
Homenaje al ombligo es cruzado por esa turbia línea divisoria –si alguna– entre persona, autor(a), escritor(a), lector(a), hombre, mujer, joven, viejo(a), etcétera, que difumina los márgenes, llevando, precisamente, a la no-identidad de la que nos habla Barthes. Versos como: “con mis ojos adentro con mis cuencas, / con mis playas ardientes, / recorrida en bandas de murmullos: / desnombrada” (8), “vengo a decir que soy / y no soy nada” (12), “la mirada ya la tengo perdida” (31), “tu gris me duele en todas / mis más remotas voces” (7), entre otros, son el comprobante de ello, pues componen una voz poética desligada de sexo y género, de número; una voz que se reconoce inconclusa y, aunque consciente, desubicada. En cuanto un hecho pasa a ser relatado, con fines intransitivos y no con la finalidad de actuar directamente sobre lo real, la voz pierde su origen, provocando que el autor entre en su propia muerte. Es ahí donde y cuando comienza la escritura (Barthes).
El Surrealismo, por su parte, ayudó a desacralizar la figura del autor, pues asumiendo el lenguaje como sistema, recomendó de modo incesante que se frustraran bruscamente lo sentidos esperados pretendiendo y apostando escribir lo que la mente misma ignoraba (Barthes). La escritura, tanto de Ángela María como la de Lima, es, en este libro, notablemente ambigua. A menudo sugiere y comparte imágenes fragmentadas, sirviendo de nexo entre ambas formas de escritura. Esto, puede ser considerado un efecto directo de la influencia que tuvo en elles la corriente surrealista. Particularmente, a raíz de la estrecha relación que mantuvieron con Eugenio Granell cuando éste vivía parte de su exilio en Puerto Rico, pues además de ser uno de los artistas precursores del Surrealismo Español, fue profesor de artes plásticas de José María Lima.
Desde poco antes de la redacción y publicación del libro, José María Lima, quien era para entonces profesor de matemáticas en la Universidad de Puerto Rico Recinto de Rio Piedras, estaba experimentando persecución –política– directa en la isla tras haberse proclamado marxista-leninista y haber mantenido relaciones con organismos como lo fue la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) de Cuba, junto a quienes participó de eventos en el país que aún se encontraba en la transición postrevolución. Para entonces, los puertorriqueños tenían limitado el acceso a la mayor de las Antillas, y Puerto Rico servía de asilo a la derecha cubana que se organizaba con miras a llevar a cabo una contrarrevolución. Es por ello, que esta fragmentación, junto al desnombramiento, pudo representar una estrategia política impulsada como respuesta ante la censura inminente. Según Bertolt Brecht, el “distanciamiento” que conlleva la no-identidad, mediante el empequeñecimiento del autor, logra que se mire a esta figura como a “una estatuilla al fondo de la escena literaria”. Es decir, mediante la oblicua fusión entre autores, facilitaría descentralizar el ojo público, permitiendo, entonces, la comunicación de las ideas apartadas de una figura en particular cuya lectura directa podría estar considerablemente prejuiciada. En efecto:
“cuando se cree en el autor, éste se concibe siempre como el pasado de su propio libro: el libro y el autor se sitúan por sí solos en una misma línea, distribuida en un antes y un después: se supone que el Autor es el que nutre al libro, o sea, que existe antes que él, que piensa, sufre y vive para él; mantiene con su obra la misma relación de antecedente que un padre respecto a su hijo. Por el contrario, el escritor moderno nace a la vez que su texto; no está provisto en absoluto de un ser que preceda o exceda su escritura” (Barthes).
En términos coyunturales, los años sesenta en Puerto Rico arrancaron con la administración del Partido Popular Democrático (PPD) en pleno apogeo bajo el liderato de Muñoz Marín (1948-1964), Sánchez Vilella (1964-1968) y Luis A. Ferré (1968-1972). Simultáneamente, la izquierda continuaba luchando por recuperarse de las secuelas que dejó la Insurrección Nacionalista de la década anterior. El éxodo hacia los Estados Unidos comenzaba a cobrar auge, y miles de puertorriqueños participaban activamente en la Guerra de Vietnam. Factores externos como la Revolución Cubana y la Guerra Fría, contribuyeron al fortalecimiento de los movimientos sociales que, ya para la próxima década, confluyeron en actos concretos de repudio a los efectos inmediatos de estos acontecimientos, como lo fue la implantación de medidas de austeridad. Un ejemplo de la materialización de estas acciones puede ser la huelga estudiantil de 1972. Estos procesos, entre otros, aportaron significativamente al desarrollo y posicionamiento de les poetas y artistas.
A pesar de que quien atravesaba un caso público para entonces era Lima, Ángela María, con diecinueve años, aceleradamente avanzaba a ganar exposición a raíz de su frecuente participación en actividades artísticas y de índole política en las calles del país, donde acostumbraba leer poemas. Gracias a ello, su escritura y la de Lima, en Homenaje al ombligo, aún con más de diez años de por medio entre elles, convergen y se complementan sin demasiadas contradicciones. Bajo ese marco, la colaboración por parte de les poetas y amantes puede verse como un rompecabezas que entre humor, metáforas, verso libre y prosa conforman una postura ideológica clara. Fragmentos como: “quise fugarme inmersa de fugas escapantes” (9), “cada uno / dijo a tiempo su línea / exactamente como le fue impuesto, el grito” (41), “un beso puede más que cualquier diccionario” (4), “abajo siempre queda el temblor de la hoja / y el silencio preñado corriendo por los túneles” (4), “frente al abismo de siglos putrefactos” (10) o poemas como “la multitud de venas fermentadas”, “hermanos mutilados” o “que culpa tengo yo” son las piezas que dan forma a su posicionamiento con relación al aspecto sociopolítico. Sin embargo, más allá de exponer y sugerir, el texto, desde poemas como “hace falta el grito hondo” convoca, siendo un agente accionario ante el ataque neoliberal capitalista.
Aurea María Sotomayor, quien, en su libro Hilo de Aracne: literatura puertorriqueña hoy, dedica un capítulo a estudiar la escritura de Ángela María Dávila, evalúa, también, la resistencia y la esperanza dentro de una sociedad desvalida como manifestaciones políticas, enfatizando el cuerpo como espacio; “el cuerpo como testigo de lo social”. Por ejemplo, entiende el ombligo como “el centro donde emanan simultáneamente el llanto y la alegría” (102), reconociendo que Dávila solía emplear “el pareado y la imagen alusiva a una dualidad esencial e irresuelta” (105). Recoge, además, otros temas que, aunque en menor medida, están presentes en la escritura de Dávila, como: el amor, la soledad, la paz y la vida.
Por otro lado, el texto aglutina, además, innumerables referencias que nos permiten acercarnos a las concepciones personales de les autores. “También en los ombligos” y “aquí vive una sombra”, por ejemplo, trabajan el tema de la muerte, permitiendo entrever los miedos y/o asunciones que la voz poética acepta sobre ella: “porque la muerte se aproxima en todas direcciones / con su carga inexorable de términos” (22), y en “estoy unido a la extensión del cielo” confiesa: “de la muerte quiero / lo que tiene de paz” (29). En “ahora vuelve” presenta la percepción hacia la esperanza mediante la utopía; “…y mi silencio era” es un recorrido por sus intimidades, al igual que versos dicotómicos que encontramos entre poemas, como lo es el siguiente: “que en la mano derecha tengo rayos / y en la izquierda sujeto soledades” (20). En fin, Homenaje al ombligo es un libro que se desnuda ante el lector y se entrega por completo.
“El sentido total de la escritura: un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, un cuestionamiento; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, pero este destino ya no puede seguir siendo personal: el lector es un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología; él es tan sólo ese alguien que mantiene reunidas en un mismo campo todas las huellas que constituyen el escrito…el nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor” (Barthes).
El poema que pone fin al poemario: “yo he visto”, acierta su papel, siendo, precisamente, como la última pieza de un puzzle; esa conexión que une y brinda sentido a todas las anteriores. Antes había mencionado la presencia de imágenes fragmentadas durante todo el libro; este poema, sin embargo, es el nexo que cierra los pensamientos centrales que lo cruzan. Aquí, la voz poética se va alejando, permitiendo al lector visualizar el cambio analítico existente en el trayecto que va del micro al macro. Es decir, fusiona, expone y propone. Dice el poema, y cito: “yo mismo soy una gran huella / sobre todos los nombres de las cosas / sobre todas las penas de las cosas / sobre las cosas mismas / sobre mí mismo / sobre mí /…porque soy como una gran piedra temblante / como el temblor que quedó flotando sobre la piedra / cuando se hizo la huella / cuando yo hice la huella” (80). Esta cita confirma, desde mi lectura, la puesta en perspectiva que se acerca y se aleja asumiéndose parte de un todo que cambia insieme.
Homenaje al ombligo llega a nosotres hoy, gracias a la tarea de recuperación que llevó a cabo la editorial Folium, rescatando, con ello, uno de los poemarios más impresionantes y con mayor claridad publicados durante la segunda mitad del Siglo XX en Puerto Rico. Antes mencionaba, parafraseando a Rafael Acevedo, que, de diversas formas, este libro ha conocido el fuego, y es que, más allá del aspecto erótico y las posturas retantes ante la hegemonía dominante, gran parte de los ejemplares de la primera edición, fueron, literalmente, lanzados a las llamas tras no haber tenido éxito en ventas. Sin embargo, a pesar de que, en primera instancia, surge como objeto de intercambio amoroso, Homenaje al ombligo trascendió ese espacio, convirtiéndose en un manual contra hegemónico y revolucionario que quebró los estándares de su época en innumerables formas. Tanto así que, después de más de cincuenta años desde su publicación, y a pesar de que ha sido un libro poco estudiado, si aun quedase duda sobre la genialidad que alberga, basta buscar arrancarlo de su contexto y leerlo desligándolo históricamente del momento del cual forma parte, para percatarse que nos topamos con una lectura que encaja, casi perfectamente, con nuestra realidad coyuntural actual, y eso, me aventuro a decir, no es una tarea fácil de lograr.
Referencias
Barthes, Roland. “La muerte del autor”. Manteia: 1968. Impreso.
Dávila, Ángela María, y José María Lima. Homenaje Al Ombligo. Folium, 2016. Impreso.
Foucault, Michael. ¿Qué es un Autor?. Web.
Pastor, Mara. “José María Lima, Ignoto.” Blog De Mara Pastor, 1 Jan. 1970, mardecir.blogspot.com/2005/10/jos-mara-lima-ignoto.html.
Sotomayor, Aurea María. Hilo de Aracne: literatura puertorriqueña hoy. (101-107). Impreso.
Sotomayor, Aurea María. “De lengua, razón y cuerpo”. Impreso.
Entrevista a Rafael Acevedo.
Entrevista realizada por Irizelma Robles a Ángela María Dávila.