Idioma y control
La distancia entre la aspiración que evoca esa regla y la frecuencia con que surgen en el entorno doméstico oraciones como la del middle finger hace que muchas de mis interacciones con mis hijos conlleven cierta cuota de ortopedia lenguajera. Cuando me dicen algo parecido a lo de subir su hand para ask un question, yo le pongo pausa al cuento y me hago el que no entendí. Tras lo cual ellos suspiran o protestan y en los mejores casos comienzan el cuento de nuevo sustituyendo tantas de las palabras en inglés por palabras en español como les sea posible. No siempre funciona, pero usualmente esos segundos de búsqueda adicional rinden fruto y ellos siguen con su cuento ‘en español’ y yo me vuelvo a enfocar en lo que me están contando.
Esas intervenciones no solicitadas de policía idiomático en el hogar son tediosas y cansonas para todos los involucrados, incluyéndome. Pero también son en parte la causa de que cuando llegan a Puerto Rico, mis hijos puedan comunicarse en español bastante bien y sin mucho pugilato. Lo mismo pasa en Dinamarca, donde se comunican en danés gracias a los esfuerzos que por años ha hecho su madre. Pero a medida que van creciendo es más difícil corregirlos sin que ellos sientan que uno los está tratando de ‘controlar’, interviniendo en su manera de hablar de una forma que los hace sentir menos dueños de lo que están diciendo.
Que nos acusen de que los estamos controlando, sin embargo, no nos suena tan terrible a nosotros como ellos piensan. Después de todo tampoco los dejamos salir para la escuela sin lavarse la boca o llegar demasiado tarde a la casa o usar sus teléfonos más de la cuenta o decir ciertas malas palabras aunque nosotros mismos las digamos. Tienen que hacer las asignaciones, saludar a las visitas, bajar el baño, pedir permiso, pedir perdón, decir la verdad, y pues, también tienen que hablar en los idiomas de la casa, tanto con nosotros como entre ellos.
Como humanos llegamos a la vida con la capacidad de aprender las lenguas que se hablan en los mundos que nos rodean. Pero después de cierta edad nuestros cerebros van comprometiéndose preferencialmente con las prácticas de habla en las que estamos activamente inmersos. Uno puede incluso seguir entendiendo un idioma o varios, pero la capacidad de hablarlos se va reduciendo si no se ejercita con frecuencia. Quizá por eso es habitual en las diásporas de todas partes en esta ciudad que, pasada cierta edad, los padres le hablen en su idioma a sus hijos y que éstos les contesten en inglés. ¡Lo cual en sí mismo no es un problema! Sólo que con los años muchas veces los hijos acaban lamentando no haber seguido aprendiendo sus primeros idiomas. Lo cual lamentan los padres también.
Uno no cría sus hijos en el vacío y en nuestro caso es cierto que hemos tenido el privilegio de poder dedicarle una cantidad absurda de tiempo y energía al proyecto de que los nuestros hablen en nuestros idiomas. Aún así, como ilustra el ejemplo de arriba, nada garantiza que el terreno ganado se mantenga por sí solo. Con las palabras como con muchas otras cosas que aprendemos (no todas), las conexiones neurales en nuestras cabezas siguen un patrón de ‘use it or lose it’, lo usas o lo pierdes. Yo hago lo que puedo para asegurarme que el español de mi tierra no pierda terreno en las cabezas de mis hijos y en su relación con el mundo.
2.
Más de un filósofo ha propuesto ver el lenguaje como una especie de casa o construcción o artefacto inmenso que encontramos ya hecho al llegar a este mundo, tan parte de él como las casas y los caminos y las personas que lo habitan, cuya solidez es como el sedimento de la continuidad de los usos que le han dado las generaciones que nos preceden y los usos que le damos los que lo hablamos mientras pasamos por aquí. Para el filósofo Andy Clark las lenguas humanas son comparables a los diques que construyen los castores, los montículos de las termitas, los panales de las avispas o los hormigueros: estructuras que estas especies construyen colectivamente a medida que van viviendo, dando forma ellas mismas al nicho que habitan y a través del cual aprehenden el mundo. Yo me lo cojo literal y asumo que lo que articulan las bocas de los que habitamos esta casa donde yo vivo forma parte de la ‘casa’ misma y que lo que hacemos cada vez que hablamos (incluyendo el idioma que usamos) es en parte forjar el tiempo y el espacio (en) que somos.
A veces, sin embargo, cuando me canso de buscar justificaciones teóricas, me resigno a plantearme el proyecto de la co-construcción semi-forzosa del español de mis hijos como un asunto puramente egoísta: cuando sea más viejo y me dé más trabajo hablar y escuchar, quiero poder comunicarme con mis hijos en mi idioma.
3.
Si es egoísmo, sin embargo, no es un egoísmo circunscrito a mi conveniencia personal. En mis frecuentes arranques nostálgicos de sujeto diaspórico, asegurarme que mis hijos hablen español lo veo casi como un deber patriótico, una forma de afirmar el español de mi tierra incluso aunque viva fuera de ella, en este enclave extraterritorial puertorriqueño que imagino ser mi casa. Pero ahí el asunto se pone más espinoso. Porque lo menos que quiero yo es sonar como un elitista hispanófilo que defiende el español desde ideales obsoletos de falsas purezas de la lengua o la identidad o la cultura. O contribuir a la estigmatización del espanglish, esa variedad de formas de afirmar un arraigo al español (una pertenencia a una comunidad discursiva donde el español cuenta) incluso en contextos donde el inglés impera. O promover esa visión problemática, plasmada en el eslogan de aquella campaña pro-español de los noventa -seguramente bien intencionada- que proclamaba altaneramente ‘idioma defectuoso, pensamiento defectuoso’. Como si hubieran hecho falta alicientes para que una gente le pusiera el sello de defectuosa a otra, o como si decir tuna en vez de atún fuera prueba de que uno no sabe pensar.
Y sin embargo me doy cuenta de que el ‘no se dice así, se dice asá’ de aquella campaña es al fin y al cabo el mismo que le suelto yo a mis hijos tantas veces al día. Se podrá afirmar la validez del proyecto familiar (o nacional) de hablar ‘en español’ sin sonar recalcitrante y sin que acabe pareciendo un menosprecio de cómo hablan otros, y en particular los cientos de miles de hermanos y hermanas boricuas y latinxs en esta ciudad que se expresan con más fluidez en inglés que en español? Y en particular mis propios hijos! Cómo cultivarles lo que saben en español sin ningunearles lo que saben en inglés?
Para evitar sentirme como un purista inquisidor defendiendo con la espada la perfección imaginaria de una lengua como si fuera una esencia incorruptible me convenzo de que estas intervenciones de árbitro del decir no tienen pretensiones de superioridad, que siempre están circunscritas a un contexto y llevan implícita una indicación de lugar. Un aquí. Como si al decirles ‘no se dice así…’ siempre dijera ‘aquí (en esta casa, en esta familia, en este peñazco flotante y remoto del archipiélago puertorriqueño) no se dice de esa forma, sino de esta’. Pero no es fácil mantener el ‘se dice asá’ de la casa donde impera sin esfuerzo el omnipresente ‘se dice así’ del inglés de esta metrópolis. Lo compruebo a diario yo mismo al ver lo rápido que se me llenan las oraciones de palabras y expresiones en inglés cuando bajo la guardia. Que mis hijos me hablen en español es también una forma de evitar que yo mismo lo vaya perdiendo.
4.
En su reciente columna en el New York Times titulada ‘Bad Bunny está [triunfando en ‘Non-English’]’, Yarimar Bonilla destaca cómo el artista “[n]o sólo habla de manera descarada y desacomplejada en español, sino que lo hace en ese español caribeño constantemente difamado, desbordado de consonantes sin pronunciar, espanglish, neologismos y tanto argot que es casi un creole. Muy lejos del español de la Real Academia Española, o incluso del español estandarizado de Telemundo”. Y yo pienso: es ese Non-English precisamente el que yo quiero que mis hijos aprendan. Que digan en español puertorriqueño todo lo que ya está ampliamente disponible en sus propios vocabularios. Está claro que el Non-English de Puerto Rico no es para nada English-free. Te pido que dejes el show, que no hagas un issue. La gente taguea y wasapea, libera el estrés, espera en el parking. Hay capas y capas de palabras y expresiones en inglés, adoptadas y adaptadas por generaciones y generaciones de hijos de la migración, el cine americano, el cable tv, la internet y las redes sociales. Pero cuando piso tierra en Borinquen, veo clarísimo que en Puerto Rico ese español casi ‘creole’ del que habla Bonilla, ese español prolífico, real y preciso que es el español de Puerto Rico, rodea y domina. No como en Nueva York, donde a pesar de los muchos que somos, el español que oigo emerger de las bocas de los que vienen del otro lado de la acera, vengan de donde vengan, lo percibo siempre como una excepción casi alucinante.
A veces, sin embargo, cuando camino por Santurce y oigo ráfagas de inglés azotándome desprevenidamente por varios ángulos a la vez, o escucho a dos adolescentes locales hablando inglés en la fila de la farmacia, empiezo a preocuparme y me pregunto…llegará un punto en que me pase lo mismo en Puerto Rico? Llegará el español boricua a ser un idioma de excepción, hablado por zonas en una geografía desigual? Llegará un punto donde los hijos le hablen en inglés a los padres como si fuéramos diáspora en nuestra propia tierra?
El tema no es nuevo y seguramente ha rondado por ahí como amenaza desde la invasión americana hace 125 años. Y sin embargo el español de Puerto Rico sigue tan vivo y es tan profuso (lo vemos dejando huellas por el mundo) que es fácil asumir que siempre estará ahí, con la misma fuerza. Pero tal vez en este momento mejor sería asumir que el ‘use it or lose it’ de las redes de neuronas en las cabezas de los hablantes, le aplica igual al idioma entero. Y acaso al país entero también.
En fin, lo obvio: que cada cual hable como le dé la gana y que los padres y madres críen a sus hijes de la forma que mejor entiendan. Pero que nadie se engañe pensando que sus palabras no cuentan o que las palabras se las lleva el viento. Las acciones verbales podrán contar menos que las manuales en muchos contextos – cada vez que lo importante no es decir sino hacer, actuar y no sólo hablar. Pero las acciones verbales son también formas concretas con las que hacer el mundo, con las que dar forma al mundo que queremos hacer o mantener, incluyendo a los puentes que necesitamos nosotros mismos para alcanzarnos.
5.
Pienso en el Puerto Rico de estos años. Oigo a tanta gente describir el régimen actual de desprotección sistemática y trato preferencial a los de afuera, plasmado en las leyes 20 y 60 y palpable en el sentido de tantos de que el país no sólo está en venta, sino que de hecho está siendo comprado vertiginosamente por especuladores y expats de todo tipo. Es difícil no ver todo esto como evidencia de un proceso de re-colonización imperiosa.
Entonces pienso en esa parte de la casa-país que es su idioma. Ante el recrudecimiento de esta re-ocupación estadounidense el prospecto de un encogimiento de nuestra casa-lengua-país en el territorio no parece pura paranoia ni gimnasia mental. Y, pues, como visitante frecuente y habitante intermitente de mi isla decido relacionarme con mi lengua-casa-país partiendo de ciertas premisas:
-Que vivimos en medio de una intensificación de la polarización colonial. Que nuestra casa-país está asediada. Que dado ese contexto, hoy por hoy en PR lo que compra un norteamericano lo pierden los puertorriqueños.
-Que lo del idioma no es un mero epifenómeno de lo demás, un mero reflejo o aspecto superficial de lo que está pasando a nivel de las fuerzas económicas y políticas. Por el contrario, es un plano crucial en el proceso de desposesión/re-ocupación y es potencialmente clave en nuestra autodefensa.
-Que el español de Puerto Rico es parte literal y crucial del territorio que habitamos, fuente de poder cognitivo, expresivo y comunicativo de nuestro país, manifestación material y herramienta y arma de nuestro poder.
-Que nuestras diásporas deberían ser amorosamente recibidas hablando en español, sin arrogancia y sin menosprecio, pero con un sentido de que el idioma es también el país y que hay una invitación permanente a que participen de él.
-Sí, por supuesto, el español también tiene un profundo legado colonial. Y sí, yo también prefiero oír algo inspirador y valioso en inglés que algo insultante y retrógrado en español. Después de todo el inglés americano, además de haber sido una eficiente herramienta imperialista, también ha sido por más de dos siglos la plataforma y el megáfono de muchas buenas ideas, desde el ‘we the people’ hasta Black Lives Matter. Pero yo por mi parte quiero dejar de tener la ‘cortesía’ de hablarle automáticamente en inglés a los que la maquinaria asociativa de mi cabeza (a menudo equivocadamente) clasifica como turistas. Muchos de los que mis ojos me sugieren que son turistas en realidad son de Puerto Rico. Pero además muchos de los que en realidad son ‘turistas’ ya no lo son, porque compraron y ahora son residentes. Ninguno de ellos es personalmente culpable del asunto, pero el número y aceleración de la llegada están directamente vinculados al problema del desplazamiento y la desposesión de la gente de Puerto Rico.
6.
Igual que a tantos papás, me pasa que cuando mis hijos me hablan lo tomo como un regalo, pero también como una oportunidad de moldearlos un poco. A veces me trato de relajar para no corregirlos tanto. Decido dejarlos simplemente contarme esto que me vienen a contar tan entusiasmados, priorizar la interacción general en lugar de un aspecto de ella (estas palabras precisas que me dices ahora). Los miro y en silencio pienso: cómo balancear la fortuna tan grande de que tú desees hablarme, dirigirte a mí, contarme algo, con el deseo profundo de que este idioma mío viva, siga viviendo, y de que viva en ti? Ojalá siga habiendo por años un país a donde llevar a mis hijos a darse cuenta de lo que han ganado. Y ojalá que este dique expresivo que seguimos formando colectivamente cada día nos ayude a estabilizar las corrientes que nos lo quieren llevar.
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1 Kuhl, P. (2011) Early language learning and literacy: Neuroscience implications for education. Mind, brain and education 5(3), 128-142.
2 Clark, A. (2005) Word niche and superniche: How language makes minds matter more. Theoria 54, 255-268.