Imperialismo y Nacionalismo: dos conceptos para una reflexión contemporánea
Imperialismo y nacionalismo son dos cosas distintas, que se pueden expresar de muchas maneras y cuya mutua relación es contingente. Comencemos con unas definiciones. Nacionalismo es básicamente una ideología política, históricamente de mucha importancia por su influencia en el desarrollo de movimientos políticos y formaciones político estatales. Esta ideología se basa en lo que desde el siglo XIX han llamado el principio nacional: estado y nación deben ser congruentes. Como decía Hans Kohn (2005), el nacionalismo plantea que la lealtad política suprema del individuo es al estado nacional realmente existente o deseado. El nacionalismo se basa en una particular interpretación de la soberanía. El nacionalismo exalta a la nación y la concibe como el pueblo soberano.
Como ideología el nacionalismo es muy variado, porque existe siempre en combinación con diversidad de ideologías políticas. El nacionalismo puede ser de izquierda o derecha; puede ser liberal o conservador, etc. Puede ser cemento social para el orden político establecido como también puede ser amenaza mortal al estado.
En cuanto al imperialismo nos podríamos referir aquí a un orden socioeconómico, a una formación política particular, a una combinación de tales cosas, como también a la ideología que fomenta y defiende tales estructuras de desigualdad de poder. Imperialismo podemos decir son las acciones y actitudes que defienden lo que de alguna forma podemos llamar imperio. En sus diversas formas, imperialismo se trata del control o dominación de un pueblo o país sobre otros. Imperialismo e imperio van de la mano.
La palabra imperio viene del latín. “Imperium” era equivalente a soberanía o estado. “Imperator”, de donde viene la palabra emperador en español, significaba originalmente general victorioso, con connotaciones tanto militares como judiciales, creador de leyes. Adelanto una posible definición de imperio: unidad política multiétnica o multinacional que es de gran extensión territorial, de origen mixto en su formación, por lo general creada a través de conquistas y dividida entre un centro dominante y una periferia subordinada, que a veces existe a gran distancia del centro.
Ahora bien, han existido y existen distintos tipos de imperio y no todos aceptan llamarse así. Michael Mann (2013) distingue entre cinco tipos de imperio, uno de los cuales lo prefiere llamar “hegemonía”. Los cinco tipos son formas de dominación que se dan desde zonas centrales sobre zonas periféricas. Hay imperios entonces, según Mann, de tipo directo y de tipo indirecto. Habría también imperios informales, en donde un centro imperial domina sobre estados formalmente independientes a través de la intimidación, que muy bien puede ser militar. El cuarto tipo sería el imperialismo económico, aquí el control se ejerce principalmente a través de la coerción económica.
Para el quinto tipo Mann utiliza la palabra hegemonía. Este término lo usa en un sentido gramsciano para hablar de un liderato que, ejercido por el centro sobre los estados periféricos, se ha hecho rutina y es considerado como normal. Como ejemplo de hegemonía da lo que él llama el “señorío del dólar”. (“dollar seigniorage”) La hegemonía de la que él está hablando es la hegemonía americana. Según Mann esta es una forma de dominación que se transmuta en mutua interdependencia. Estos tipos no se debe olvidar son ‘tipos ideales’. En la práctica la dominación americana ha sido una gran mezcla de tipos, como lo fue anteriormente el imperio británico.
Imperio y estado nacional
Imperio y estado nacional son formas distintas de organizar el poder, pero no se pueden ignorar sus parecidos. Krishan Kumar (2010) señala que imperio y estado nacional, aunque basados en principios diferentes, muchas veces funcionan de manera similar. El estado nacional, en términos de su tipo ideal, encapsula o busca encapsular una cultura común. Predica un igualitarismo radical: todos los miembros de la nación son en principio iguales. Los estados nacionales son intensamente particulturalistas. Las naciones se celebran a ellas mismas, por el hecho mismo de existir, sin necesidad de cualquier otro motivo o causa que justifique su existencia.
Los imperios se basan en principios culturales muy diferentes a los del estado nacional. Los imperios son por naturaleza multiétnicos o multinacionales. Aquí no se busca una cultura en común, sino mas bien se enfatiza la heterogeneidad cultural, especialmente en lo que refiere a las culturas de la elite y de la población en general. Los imperios son jerárquicos, opuestos en principio al igualitarismo. En los imperios, según Kumar, las líneas de solidaridad son verticales, entre sujetos y gobernantes. En los estados nacionales las líneas de solidaridad serían mas bien horizontales, entre iguales ciudadanos o miembros en común de algún grupo étnico. Los imperios aspiran al universalismo y no al particularismo nacional.
Los imperios finalmente, no se celebran a sí mismos, sino que se ven como portavoces de propósitos superiores en el mundo. Hay una retórica de corte moral o religioso que permea su justificación para existir. Civilización e imperio se conciben como una misma cosa, de ahí que muchas veces su expansión se comprende como el llevar a cabo una “misión civilizacional”.
En la práctica imperio y estado nacional son expresiones distintas de un mismo fenómeno de poder. Los imperios pueden ser naciones de gran tamaño y los estados nacionales pueden ser imperios en miniatura, o imperios que no quieren llamarse así. Muchos de los primeros estados nacionales modernos se veían a sí mismos como imperios. Durante los siglos XVI y XVII la palabra imperio se utilizaba en su sentido romano original, queriendo decir soberanía o autoridad suprema. Muchos de los estados nacionales más exitosos son el resultado histórico de conquistas y colonizaciones, al igual que los imperios. (Por ejemplo, el caso de Inglaterra o Francia.) Con el pasar del tiempo algunos imperios históricos se han convertido en estados nacionales. (Por ejemplo, Turquía.)
Los estados nacionales se han formado, según Anthony Smith (1986), a partir de una etnia central (“core-ethnie”). Bajo el liderato de ella se han fusionado distintos grupos étnicos para formar la nación. Es la etnia central la que le da sus cualidades peculiares a la nación, su lenguaje, su “mito fundacional”, etc. Algo similar ocurre con los imperios. La mayoría de los imperios han sido construidos por una etnia particular. El imperio se proclama universalista pero la etnia fundadora sigue siendo de mucha importancia en el arreglo del poder, especialmente en aquellos casos que se necesite su lealtad para someter a la obediencia a etnias conquistadas que puedan rebelarse. Los imperios más exitosos son aquellos que, al igual que el estado nacional, logran incorporar culturalmente a los conquistados.
El nacionalismo imperial
Imperialismo y nacionalismo son en muchas ocasiones polos opuestos, antagónicos, pero hay tal cosa como un nacionalismo imperial. Según Kumar, habría lo que él llama “pueblos imperiales”. Estos pueblos producen un tipo de nacionalismo que celebra a la nación no solo por existir sino también por ser agente de algún gran proyecto providencial que va más allá de la nación misma. (Un ejemplo: la idea de un “destino manifiesto”.)
Algunos autores han querido adjudicar al nacionalismo la culpabilidad por el surgimiento del imperialismo de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El auge imperial de la época se debió a diversos factores. Mommsen (1982) señala que aunque el nacionalismo moderno fue un elemento importante en la ideología del imperialismo, esta ideología fue exitosa solo en combinación con factores económicos. Pero es cierto que tuvo auge en esa época un nacionalismo imperial que veía los destinos de la nación entrelazados con una grandeza que se conseguía a través del colonialismo.
Este nacionalismo imperial tuvo importantes consecuencias sociales en los países en que tuvo presencia. Mommsen señala que el entusiasmo imperialista por una aún más grande Gran Bretaña, jugó un papel importante como elemento de integración nacional. La clase media, en su entusiasmo imperialista, encontró su lugar en una sociedad todavía dominada por una elite conservadora de raíces aristocráticas. Para esta clase media el imperialismo estaba asociado a la idea de modernización. Algo parecido ocurrió en Estados Unidos. La guerra de 1898 sirvió para “unir” de nuevo al Sur con el Norte. Una especie de reconciliación décadas después de terminada la guerra civil.
Viejos y nuevos imperialismos
Hoy en día cuando pensamos en imperialismo puede que lo que venga a la mente sea la forma típica del imperialismo a principios del siglo XX: los imperios coloniales europeos. Todavía tienen su influencia los planteamientos de Lenin sobre el imperialismo. Las teorías surgidas hace 100 años para explicar el imperialismo se daban en un contexto histórico particular y una etapa específica en el desarrollo del capitalismo. ¿Cuál fue el contexto histórico del imperialismo clásico? Fue una época en donde la hegemonía británica surgida en las guerras napoleónicas era cada vez más cuestionada, así como iba avanzando el siglo XIX y se acercaba el siglo XX. El capitalismo se había ido transformando hacia un capitalismo monopolista financiero. Para 1900 la supremacía europea a nivel global era excepcional. Esta supremacía tenía diversas facetas, no solo económicas sino también políticas, militares y culturales. Una de sus expresiones era la “supremacía blanca.” Esta fue una época de expansión de imperios coloniales de parte de estados nacionales europeos y asiáticos (e.g. Japón). Fue definitivamente una época en donde florecieron diversas manifestaciones de un nacionalismo “imperial”.
Las teorías surgidas hace un siglo atrás para explicar el imperialismo no pueden explicar la situación actual. El contexto geopolítico es diferente. Ahora lo que hay que tomar en cuenta es el ‘imperio’ americano que surgió en la posguerra. Es la historia del surgimiento y desarrollo de lo que algunos han llamado el “nuevo estado imperial” o el “imperio del capitalismo global.” (Panitch 2012) Es una historia que incluye los tropiezos y obstáculos en el desarrollo de la hegemonía americana, los retos al imperio. Para entender al imperialismo actual hay que tomar en cuenta como es que el capitalismo se ha ido transformando. Y como también se ha transformado la clase dominante. Para esta clase la meta final ya no es la conquista de un mercado nacional, sino mas bien, supremacía en una lucha por el control del mercado mundial. Las estructuras de clases y de poder político se han transformado. Hoy en día en la cúspide del poder lo que encontramos es lo que han llamado la clase capitalista transnacional. (Carroll 2010) Esta clase vendría siendo, en términos económicos, la personalización de un capital transnacionalizado. En lo político, social y cultural, esta clase está compuesta por las elites que, entrelazadas a nivel planetario poseen una superioridad especial en la distribución del poder en sus varias dimensiones.
La relación entre el imperialismo y el nacionalismo ha ido cambiando a través de estos últimos siglos. A comienzos del siglo XX la conexión era muy fuerte. Eran también muy belicosos los nacionalismos imperiales de la época. Pero no puede perderse de vista que también muy fuertes eran los nacionalismos anti-imperialistas de la época. En su diversidad de conexiones la relación entre imperialismo y nacionalismo no es muy diferente hoy en día. Pero en contraste, el imperialismo que existe hoy en día reniega de su nombre. Es también un imperialismo que en sus expresiones más ‘refinadas’ quiere presentarse en oposición al nacionalismo. Las expresiones ideológicas del imperialismo actual afirman mas bien una visión cosmopolita de las cosas. Esa visión cosmopolita corresponde con una condición de clase: la burguesía dominante en este momento, hoy en día, es la clase capitalista transnacional. Notable es el ethos imperial de rectitud moral y sofisticación cosmopolita de los portavoces de esta clase, los nacionalistas son despreciados como “deplorables”.
Coexisten hoy en día varios tipos de imperialismo. Pero el más importante en poderío, alcance y en tanto que expresión del desarrollo del capitalismo, es lo que han llamado el imperio del capitalismo global, o también el imperio “informal” americano. Este es el primer imperio verdaderamente capitalista según Ellen Meiksins Wood (2003). El imperialismo capitalista es esencialmente diferente de formas anteriores de imperialismo porque sus objetivos son específicamente capitalistas. Imperialismos pre-capitalistas corresponden a formas pre-capitalistas de propiedad social. En sociedades pre-capitalistas la explotación (o la apropiación de trabajo ajeno) tomaba una forma absoluta. Se trataba de exprimir al productor directo sin buscar aumentar la productividad del trabajo. La explotación era a través de medios extra-económicos, es decir, la coerción directa usando poderes militares, políticos y jurídicos para extraer excedentes de los productores directos, que típicamente conservaban posesión de los medios de producción. Por tal razón las relaciones de explotación económica entre clases eran inseparables de las relaciones ‘no-económicas’, tales como las relaciones políticas entre dominadores y dominados. De igual manera la expansión imperial seguía una lógica pre-capitalista. Se trataba, en algunos casos, de extender el área territorial de apropiación absoluta coercitiva. En otros casos se buscaban defender los intereses del comercio no capitalista, dependiente del control de rutas del comercio, en búsqueda de la imposición de monopolios.
Ahora, a principios del siglo XXI, el imperialismo se da a través de lo que se ha llamado globalización. Pero contrario a lo que algunos han querido argumentar sobre la situación actual en la economía mundial, la globalización no se caracteriza tanto por el declinar del estado nacional sino por la contradicción creciente entre la extensión global del capital y su persistente necesidad de formas de apoyo extra-económico a nivel local e internacional; en otras palabras, el desfase entre el alcance del capital y su agarre político.
La razón de ser de esta contradicción reside en la histórica separación entre lo ‘económico’ y lo ‘político’ en el capitalismo. En modos de producción anteriores había unidad entre los poderes económicos y políticos. Un señor feudal, por ejemplo, no podía extender su poder económico independientemente de lazos y alianzas personales y del uso de sus poderes extra-económicos tales como su autoridad militar, política y judicial. A diferencia de otros sistemas de explotación en donde clases dominantes o estados extraían plus-trabajo de los productores a través de la coerción directa, la explotación capitalista se caracteriza por una división del trabajo entre el momento ‘económico’ de la apropiación y el momento ‘extra-económico’ o ‘político’ de la coerción. Subyacente a esta separación es la dependencia del mercado de todos los actores económicos, explotados y explotadores, que genera imperativos económicos distintos y aparte de la coerción política directa.
En el capitalismo la auto-expansión del capital no está limitada a lo que el capitalista pueda extraer de los productores directos a través de la coerción directa, ni está la acumulación de capital confinada en el espacio de la dominación personal. A través de los imperativos específicamente económicos del mercado el capital está especialmente capacitado para ir más allá de los limites de la coerción directa, y trascender los bordes de la autoridad política. Pero esto no quiere decir que con la globalización el estado pierde importancia. Los imperativos económicos del capitalismo siempre van a necesitar el apoyo de los poderes extra-económicos de la regulación y la coerción para poder crear y sostener las condiciones de acumulación de capital y mantener el sistema de propiedad capitalista. El capitalismo depende para su funcionamiento de apoyos extra-económicos, políticos y legales. Esos soportes del capitalismo históricamente han asumido la forma política del estado nacional. La universalización del capitalismo ha ido de la mano de la universalización del estado nacional. La universalización del capitalismo hoy en día está presidida por los estados nacionales y especialmente por una superpotencia hegemónica. El surgimiento en el siglo XX de instituciones transnacionales no ha desplazado al estado nacional sino más bien le ha dado nuevos roles y en algunos casos nuevos poderes e instrumentos.
A diferencia de los viejos imperios coloniales, el nuevo imperialismo depende más que nunca de un sistema de múltiples estados más o menos soberanos. El capital global requiere que muchos estados nacionales lleven a cabo las funciones administrativas y coercitivas que sostienen el sistema de propiedad y proveen la regularidad cotidiana, la predictibilidad y orden legal que el capitalismo necesita, aun más que otras formas sociales. La mera esencia de la globalización es una economía global administrada por un sistema global de múltiples estados y soberanías locales, estructuradas en una compleja relación de dominación y subordinación. Ahora bien, la administración e implementación del nuevo imperialismo por un sistema de múltiples estados crea sus propios problemas. Inevitablemente manejar tal sistema requiere al final de cuentas de un único y abrumador poder militar.
El imperialismo capitalista
El imperialismo capitalista hasta principios del siglo XX se basaba en la división entre un mundo capitalista y otro no capitalista. El imperialismo se basaba en la conquista de territorios y el uso del poderío militar para controlarlos. Las potencias imperialistas competían entre sí por el control de territorios, competencia que a menudo llevaba a la guerra. Aunque en esta etapa el imperialismo capitalista difería de los imperialismo pre-capitalistas en sus objetivos y lógica interna, sus métodos y sus formas de control territorial eran similares a los de antaño. Así mismo eran parecidas las formas de rivalidad inter-imperialistas.
Hoy en día la situación es diferente. Ya no existe un mundo no-capitalista, el capitalismo se ha ‘universalizado’. Las relaciones imperialistas se dan ahora como relaciones desde adentro de un sistema capitalista global. Ya no se trata principalmente de conquistas territoriales o control colonial. Ni ya hay territorios no-capitalistas listos para ser invadidos y saqueados con fuerza bruta. Ahora de lo que se trata es de asegurar que las fuerzas del mercado capitalista prevalezcan en todas partes del planeta, y de cómo se pueden manipular esas fuerzas de mercado para beneficio de las economías capitalistas más poderosas y de la de EE.UU. en particular. Las rivalidades inter-imperialistas, aunque no han desaparecido, son ahora distintas. Típicamente no se expresan como tendencia a posibles conflictos militares entre las tradicionales potencias capitalistas, y esto debido a la presencia del hegemón americano. No quiere decir esto que el nuevo imperialismo ya no necesita hacer uso fuerza militar. Todo lo contrario, ahora es tal vez en ciertos aspectos más importante que nunca. Lo que pasa es que la fuerza militar se expresa de otras maneras y con diferentes objetivos. Las acciones militares hoy en día no necesitan un objetivo específico y concreto, se convierten en una manifestación de fuerza cruda sin otro propósito que enfatizar la supremacía americana.
Un nuevo tipo de imperio surgió al final de la Segunda Guerra Mundial. Esa guerra fue la última guerra entre las principales potencias capitalistas con el propósito claro de expansión territorial. Los intereses económicos presentes en esa guerra se buscaban imponer a través de medios extra-económicos. Después de la guerra comienza una era en donde la competencia económica sustituye la rivalidad militar entre las principales potencias capitalistas. Más adelante la Guerra Fría marcó un cambio importante en el rol que cumple el poderío militar imperial. El propósito del poderío militar deja de ser el engrandecimiento territorial o la rivalidad inter-imperialista. El objetivo es ahora el patrullaje policíaco del mundo en defensa de los intereses del capitalismo global, basado este en un orden económico mundial en donde el capitalismo americano tiene el rol dirigente. El imperio que surge después de la Segunda Guerra Mundial se caracteriza por una compleja interacción entre estados más o menos soberanos. Este nuevo imperialismo liderado por EE.UU. se regula según imperativos económicos. Un imperio económico en donde EE.UU. utiliza su poderío político militar para imponerse sobre un complejo sistema inter-estatal con el propósito de mantener a raya a sus enemigos, controlar a sus amigos y garantizar la disponibilidad de los países del ‘tercer mundo’ para el capital occidental.
El imperialismo capitalista es un asunto de dominación económica en donde los imperativos del mercado, manipulados por las principales potencias capitalistas, hacen el trabajo que antes se lograba con la posesión de colonias. Una característica esencial y distintiva del imperialismo capitalista es que su alcance económico excede por mucho su agarre político militar directo. Se puede aquí depender de los imperativos económicos para que hagan la mayor parte del trabajo imperial. El control directo por estados imperiales ya no es necesario para que se imponga la voluntad del capital. Ahora bien, esto no se da sin contradicciones. Los imperativos del mercado atraviesan el poder de cualquier estado, mas sin embargo estos imperativos económicos dependen para su implementación de una fuerza extra-económica. El dominio del capital global requiere la acción decisiva de no solo de los estados imperiales sino también de los estados subordinados.
Los estados subordinados pueden actuar en beneficio del capital global de una manera más efectiva que los antiguos estados coloniales. Aunque esto tiene sus riesgos porque importa quien está al mando de estos estados. No son simples funcionarios coloniales. Algunos van a querer defender intereses locales con más apremio que lo considerado correcto por el centro del poder imperial. Es precisamente para garantizar su control del sistema inter-estatal que EE.UU. está dispuesto a hacer uso de su indiscutible poderío militar. El uso actual o potencial de la fuerza militar sigue siendo tan indispensable en el nuevo imperialismo como en el anterior, pero ahora sus objetivos son distintos a los que eran en los antiguos imperios coloniales.
La especificidad del imperialismo capitalista radica en la muy especial capacidad del capital para imponer su hegemonía sin expandir su poder político territorial. En otros tipos de imperio el alcance hegemónico dependía directamente de la fuerza geopolítica y militar. Solamente el capitalismo ha creado una forma económica autónoma de dominación. Ellen Meiksins Wood argumenta que EE.UU. es el primer imperio verdaderamente capitalista y esto es así porque es el primer hegemón imperial que posee el poder económico necesario para desechar ambiciones territoriales y basar su hegemonía en los imperativos económicos del capitalismo.
La comprensión de esto requiere resaltar las especificidades del capitalismo en sus formas de explotación económica o apropiación de plus-trabajo. Lo político se da en un sistema en donde la propiedad no está políticamente constituida y la apropiación se da a través de medios económicos. El ejercicio del poder extra-económico es necesario para la acumulación de capital pero su función principal es la imposición, mantenimiento e implementación de las relaciones sociales de propiedad conducentes al ejercicio del poder económico. El rol esencial del estado en el capitalismo no es servir de instrumento de apropiación o para formar un tipo de propiedad políticamente constituida, sino más bien crear y mantener las condiciones para la acumulación de capital, sustentando el orden social, legal y administrativo necesario para ello.
Este rol del estado es no solo cierto para la economía nacional, sino también para la economía global. Los estados operando en beneficio del capital global tienen no sólo que organizar su orden social doméstico, sino también contribuir al funcionamiento del orden internacional. El nuevo proyecto imperial requiere el patrullaje policíaco del sistema inter-estatal para asegurar que el capital imperial pueda navegar de manera segura y provechosa a través del sistema global. Subyacente a la organización de este imperio está un proyecto militar. La política militar que han seguido los principales estados capitalistas desde terminada la Segunda Guerra Mundial se basa en el supuesto de que se requiere, para el mantenimiento de un sistema inter-estatal estable y ordenado, de un poder militar abrumadoramente preponderante. En términos geopolíticos el factor de mayor importancia ha sido la subordinación de los otros estados capitalistas a Estados Unidos.
Este nuevo tipo de imperialismo informal tiene sus ventajas. Esconde las realidades del imperio de la misma manera que la igualdad ciudadana, junto con las relaciones sociales formalmente iguales del capitalismo, esconden las realidades de clase. Dentro de este imperio informal americano cada “burguesía nacional” ha perdido la capacidad de actuar como una fuerza coherente capaz de retar al imperio. Hay una “transnacionalización” que ocurre desde dentro del imperio informal americano. Hay que recordar que este es un imperio consensual. Las elites europeas usaron el poderío americano para imponer políticas económico sociales en sus países, que hubieran sido imposibles a partir de la correlación de fuerzas de clase al principio de la posguerra. No fue solamente buscando protegerse de la URSS que aceptaron el liderato americano, sino también por el temor a la insurgencia proletaria interna.
Basándose en los cambios en el capitalismo surgieron nuevos mecanismos de dominación en la segunda mitad del siglo XX. En términos económicos se trata de la “americanización de las normas.” Se basa en el principio de trato igual al capital extranjero. La movilidad del capital se acrecienta, debilitándose la posición de la fuerza de trabajo vis a vis el capital. Esos nuevos mecanismos de dominación se localizan en las instituciones “internacionales” que comenzaron a crearse en la posguerra, empotradas todas ellas en el nuevo imperio americano. Sirven todas ellas para reforzar el poderío del imperio del capitalismo global.
Consideraciones geopolíticas
A finales del siglo XX Zbignew Brzezinski (1998) decía que el imperio americano era el primer imperio verdaderamente global. Este no era un imperio ‘territorial’, su dominio se daba de manera ‘indirecta’, moldeando el medio ambiente económico, político y militar en que tienen que funcionar otros estados. Brzezinski decía que a diferencia de los imperios tradicionales que poseen una estructura piramidal, el imperio americano poseía una estructura multi-radial. Sus partes se conectaban entre sí de manera más compleja. Pero Brzezinski veía ciertas semejanzas entre el imperio americano y el antiguo imperio romano. Las pretensiones universalistas estaban entre esas semejanzas, como también los alardes de supremacía militar.
Brzezinski veía este imperio como compuesto por un centro imperial americano, junto a estados vasallos y tributarios. Estos estados representaban distintos grados de sumisión al centro imperial. No es lo mismo ser Francia que Brasil o Guatemala. Fuera del imperio estaban los ‘barbaros’, los que una vez Bush Jr. llamó “Rough States”. Estos son países como Corea del Norte o Cuba. Siguiendo este modelo” romano” de Brzezinski podemos decir que se le olvidó mencionar a los imperios rivales. La antigua Roma se enfrentaba no solo con la amenaza de invasiones barbáricas sino también con el reto más que centenario de los imperios persas de diverso nombre. El olvido tal vez se deba a que el libro El gran tablero mundial, en donde hace estas analogías, se publicó originalmente en 1997. En ese momento la arrogancia imperial no tenía límite. Como resultado de la “victoria” en la guerra fría se padecía de hybris.
Para la segunda década del siglo XXI las cosas se van viendo distintas. Siguiendo el modelo romano de Brzezinski podríamos decir que han resurgido nuevos/viejos imperios. Rusia, como versión reducida de la URSS, ha resurgido como estado nacional. Pero este es un estado sucesor de imperios. Rusia no puede evitar ser imperio por su historia y extensión. Hay algo de imperial en un nacionalismo que en su expresión es genuinamente ruso. La amenaza más grande a la hegemonía imperial americana es hoy en día posiblemente China. China fue y es un imperio. El caso tal vez más exitoso de expansión imperial a profundidad. Los territorios conquistados se integraban a profundidad con el meollo étnico que definía la sinidad. Hoy en día China presenta diversas paradojas. Una de ellas es ser China la economía capitalista de mayor crecimiento en la historia, en un país hasta el día de hoy dominado por un partido comunista. Otra paradoja aparente es el nacionalismo que permea la política internacional china. China comienza a moverse como gran potencia, no en nombre del proletariado sino de China. Hay un nacionalismo chino que no puede evitar ser imperial.
La situación actual
La conexión entre nacionalismo e imperialismo a principios del siglo XXI sigue siendo ambivalente. Hoy en día la expresión máxima del imperialismo es lo que Panitch (2000) ha llamado “el nuevo estado imperial”. Este imperio es ideológicamente cosmopolita. Este imperio opaca por mucho a cualquier otro. Esto lo digo reconociendo que hay expresiones de un nacionalismo imperial hoy en día en los casos de Rusia y China. El nacionalismo como expresión ideológica ha sido siempre un fenómeno muy diverso, tanto ayer como hoy. Pero una constante a través del tiempo ha sido la capacidad de expresión anti-sistémica del nacionalismo. Esto se ve hoy en día en diversidad de articulaciones ideológicas que no necesariamente cuadran con las tradicionales distinciones entre izquierda y derecha. Esto es particularmente cierto en relación con las expresiones del nacionalismo europeo actual. El desastre de dos guerras mundiales debilitó expresiones más libres del nacionalismo. La Europa de posguerra fue ambiente propicio para el desarrollo de un nuevo cosmopolitismo promovido por la Pax Americana.
Hoy en día encontramos una Europa en donde las naciones históricas han sido transformadas por una migración masiva y en donde las elites dominantes profesan una visión posnacional de los países europeos. No todos en Europa están felices con la transformación posnacional de sus países. En los países de la Europa Oriental, antiguamente comunistas, esta resistencia es particularmente fuerte. Pero se evidencia también en los países más transformados, en partidos y movimientos políticos opuestos a tal transformación. Estos partidos se les clasifica en los medios como de extrema derecha, implicando inclusive tal vez algo de nazi. Desde el punto de vista ‘cosmopolita’ imperante, ser nacionalista es lo mismo que nazi. Querer defender una identidad nacional, el querer continuar existiendo como un conjunto humano con una particular cultura es lo mismo que ser fascista; esto es así desde la óptica imperial cosmopolita. Los grupos en Europa que se oponen a la inmigración masiva y la islamización son muy diversos. Algunos pueden ser clasificados como de extrema derecha, pero no todos.
El enfoque globalista los agrupa a todos juntos. Y esto es así porque hay un ‘globalismo’ de derecha y también de izquierda. Están los que defienden la globalización en nombre del Capital y están los que la defienden en nombre de la Humanidad. Ambas son abstracciones que surgen del momento histórico que vivimos. Los que sueñan con una comunidad global o con un gobierno mundial son fuertes opositores del nacionalismo. La persistencia de las naciones es un obstáculo a la utopía posnacional deseada. En la versión globalista de derechas en oposición a la nación está en la visión de una globalización cual fuerza de la naturaleza, se idolatriza el mercado y a final de cuentas es “business before nation”. En la versión globalista de izquierda la humanidad es la comunidad máxima, moralmente superior a la nación. Se predica una nueva religión de “derechos humanos”, de raíz cristiana, que es a la vez individualista y universalista, quedando la nación excluida, a menos que se le pueda extirpar a ésta de todo contenido cultural. Pero esto viene siendo teoréticamente imposible, sería eliminar lo nacional en la palabra estado nacional. No quedaría otra cosa que el estado como concepto abstracto desprovisto de materialidad. Porque esta materialidad es siempre cultural.
En la destrucción de la nación derecha e izquierda parecen estar de acuerdo, aunque por razones distintas, una por razón de la eficiencia económica y la otra en nombre de un mundo en donde ya no importen los particulturalismos culturales o geográficos. Ambas vertientes globalistas se presentan como una superación al principio nacional que resultaría egoísta. Como he señalado, el nacionalismo puede tomar formas ideológicas distintas. Entre países que son o aspiran a ser grandes potencias, el nacionalismo se ha expresado muchas veces como imperial. Pero existe una tensión insalvable entre imperio y estado nacional. El imperio es universalista y esto va en contra de la afirmación nacional que es siempre particular. El nacionalismo, la historia lo demuestra, ha logrado usarse como idea-fuerza para beneficio de la expansión imperial, definida como engrandecimiento nacional. Pero el nacionalismo surgió en el siglo XVIII, de una idea muy radical, que en el siglo XIX Lord Acton (1996) señalaba como más peligrosa que la idea del comunismo: el principio nacional. Esta idea cuestionaba la existencia de los imperios multinacionales de la época. El nacionalismo puede ser muy variado pero en común afirma la idea de soberanía nacional. La idea moderna de democracia se desarrolla de manera paralela a la idea nacional. Es la idea radical de la libre determinación de los pueblos la que toma cada vez más vigencia con el advenimiento del siglo XX. En mi opinión un nacionalismo de izquierdas es el mejor planteamiento ideológico en contra de la fuerza hegemónica del imperio del capitalismo global.
Referencias:
Brzezinski, Zbigniew (1998). El gran tablero mundial: la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Paidós: Barcelona.
Carroll, William K. (2010). The Making of a Transnational Capitalist Class: Corporate Power in the 21st Century. Zed Books: London & New York.
Lord Acton (1996). “Nationality”, en Balakrishnan, Gopal, Ed. (1996), Mapping the Nation. Verso: London & New York.
Kohn, Hans (1944, 2005). The Idea of Nationalism: A Study in its Origins and Background. Transaction Publishers: New Brunswick, New Jersey.
Kumar, Krishan (2010). “Nation-States as Empires, Empires as Nation-States: Two Principles, One Practice”, Theory and Society, Vol. 39, No. 2.
Mann, Michael (2013). “The recent intensification of American economic and military imperialism: Are they connected?”, en George Steinmetz, ed., Sociology and Empire: The Imperial Entalglements of a Discipline. Duke University Press.
Meiksins Wood, Ellen (2003). Empire of Capital. Verso.
Mommsen, Wolgang J. (1982). Theories of Imperialism. The University of Chicago Press.
Panitch, Leo (2000). “The New Imperial State”, New Left Review, II(2), marzo/abril.
Panitch, Leo & Gindin, Sam (2012). The Making of Global Capitalism: The Political Economy of American Empire. Verso: London & New York.
Smith, Anthony D. (1986). The Ethnic Origins of Nations. Basil Blackwell: Oxford, UK.