Infame: las historias de las mujeres y las mujeres de la historia
En su trabajo más reciente, Elizabeth Barreto, nos muestra una cara del activismo que utiliza el lenguaje universal de la ilustración para visibilizar el papel activo y determinante de las mujeres a través de la historia. Desde mujeres cercanas a nuestro tiempo pertenecientes al imaginario musical como La Lupe, mujeres víctimas de las injusticias sociales como Nina Droz hasta personajes de la cultura popular como La Llorona. Todas son representadas por Barreto, por un lado, con un gran sentido de dignidad y admiración y por otro, con la certeza, de que el imaginario popular que las acompaña está plagado de percepciones erróneas que traducen su radicalidad en infamia.
–Vanessa Hernández García
El sábado, 10 de noviembre fui a la apertura de la exhibición de Elizabeth Barreto, Infame en Taller Malaquita de Santurce. La colección de piezas centraliza a las mujeres y las hace protagonistas de una historia que va desde lo mítico hasta lo histórico, de lo revolucionario a lo poético, como señala en el epígrafe Vanessa Hernández García.
Cada pintura en tinta y acrílico escribe, reenfoca y reivindica la presencia de las mujeres en ese conglomerado de discursos en los cuales han sido infamadas. Se trata de una serie de retratos y autorretratos que fusionan el arte tradicional del tatuaje de Estados Unidos con ilustraciones que me recuerdan las estampitas católicas, y esto último lo digo y me maravillo porque precisamente esta colección mitifica a las mujeres desde sus más diversos roles en la historia. Por ello en una de las piezas declara “Sin mujeres no hay revolución” en un tipo de homenaje a las zapatistas que le hace eco a la obra de José Alicea.
En esa línea de aludir a las zapatistas, se me hace imperioso incluir la nota biográfica de que Barreto está residiendo intermitentemente en México y es por esto por lo que Infame muestra una conciliación entre México y Puerto Rico que nos hermana en una lucha, una historia y hasta una cosmogonía. El cuadro a mano derecha que recibe a los que entran en el Taller Malaquita retoma la pintura “Unos cuantos piquetitos” de Frida Kahlo y la transforma en algo que raya en lo cínico, pero contrario al cinismo descarado, burlón y furioso, plantea otra posibilidad. Una mujer que pudiera considerarse como chicana por su atuendo, mas es un autorretrato y tiene un tatuaje que dice Bayamón (pueblo de procedencia de la artista), ha asesinado a puñaladas a un hombre que yace en el suelo. El cuadro de Kahlo centraliza a un hombre que mira triunfante a su víctima y de ella solo nos queda un cadáver tendido en una cama a modo de exhibición seudocientífica y sin ninguna otra narrativa que la tortura y violencia de su asesinato. Vemos una imagen completa en un balance aterrador que denuncia un feminicidio, pero que a la misma parece un tipo de advertencia en torno a la violencia de género y a sus víctimas: las mujeres. Contrariamente, en la pintura de Barreto se coloca en un primer plano a la mujer que nos mira de frente con una seriedad que la dignifica, y el cadáver del hombre en la distancia está acostado boca abajo sin ofrecer nada más allá que la certeza de que de ese cuerpo crecen varias plantas de maíz[1] que salen de cada tajo que tiene en su espalda. Hay un trato hacia ese cadáver que lo vuelve principio de vida, parte del paisaje natural agrícola. La mujer en primer plano queda distante del cadáver, como quien no se queda mirando su obra (como el hombre de la pintura de Kahlo) e interpela de frente sin disimulos ni arrogancias. La imagen de la mujer más cerca hacia el espectador al que encara con rectitud y templanza en lo que parece un ajuste de cuentas a primera impresión, se complica de un modo esperanzador cuando vemos en el fondo la posibilidad de un comienzo nuevo con sustento[2], vida.
Además, esta mujer tiene tatuada una sirena que dice “Popa”, con lo cual le rinde tributo a la artista que demandó a Bad Bunny por usar su arte en un video. Este ejercicio de solidaridad (que se enfatiza con un tatuaje de la bandera negra de Puerto Rico también en el cuerpo de la mujer de la pintura) marca igualmente la voz de las mujeres que demandan una justa representación en el arte y en el entretenimiento, aun cuando por esto las infamen.
Le siguen varias pinturas que aluden al pasado mítico mexicano, pero que se actualiza mediante el trasfondo que nos brinda un contexto aclarador y a veces un tanto paradójico como en el caso de La Malinche, pintura que tituló Malitzin. En otras piezas los tatuajes que tienen las mujeres en los brazos nos ofrecen un relato alternativo al que le brinda el imaginario tradicional asociado a la figura que se representa, como lo vemos en Lillith. Y serán esos tatuajes enigmas o mensajes cifrados en varias piezas, los cuales les brindan un carácter lúdico y recalcan esa conversación con el arte del tatuaje tradicional de los Estados Unidos, vínculo inexorable en nuestra relación colonial.
La resistencia en la relación colonial de la Isla se plantea también en la pieza Terruño que figuró en una de las ediciones de Cruce[3], revista que actualmente dirijo, en Lolita, homenaje a Lolita Lebrón, y en Homenaje a Nina Droz, quien aún sigue encarcelada por los eventos de la manifestación del 1 de mayo de 2017 y en su pintura sale la cifra 4645, el estimado de muertos por el huracán María. Todas se acompañan de la bandera de Puerto Rico negra y todas presentan mujeres luchadoras, mas Terruño y Nina Droz son autorretratos que insisten en una yoidad que se centra en el contexto de la lucha y la distinción de aquellas que son símbolo del activismo protagonizado por mujeres.
La única pieza que no presenta mujeres lleva por título Doble vara, también figuró en la revista Cruce[4], y presenta el amor en un gesto entre soldados cubanos, cuya guardia está asediada por otros hombres, pero la pintura nos revela con unas manos enlazadas la conexión entre las dos figuras principales de la pieza. Los sujetos centrales tienen una banda del cielo estrellado en sus ojos; o bien supone la conexión entre ambos, la vinculación con lo espiritual o bien ese sentido de ceguera poderoso y cósmico que nos permite el amor para descubrir lo verdaderamente esencial[5]. La pieza muestra cómo lo interpretado como femenino es repudiado y es una infamia en el concepto de la revolución cubana.
Así estas piezas intencionalmente elocuentes, unen, cuestionan y replantean un universo pictórico en el cual las infames mujeres son ejecutoras de un futuro en construcción. Lo autobiográfico de la colección muestra cuánto de esos discursos influencia de modo directo e indirecto el cómo las mujeres nos representamos en un contexto literal y simbólico. De allí que el arte y las expresiones culturales de las mujeres y sus aliadxs genere tantas posibilidades discursivas para reconstruir las historias de las mujeres y las mujeres de la historia. Sin mujeres no hay revolución, los cambios en nuestra historia se darán en la medida en que las mujeres dejen de ser infames ante los ojos de los grandes discursos formativos. Sin mujeres tampoco hay arte.
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Referencias
Barreto, Elizabeth. Ilustración en “En el cielo con diamantes y El Lobo, el Bosque y el hombre Nuevo de Senel Paz: la conciencia homosexual revolucionaria y el Estado Cubano”. Cruce, vol. 5, 14 de octubre de 2018: 38. Recuperado de https://issuu.com/revistacruce/docs/actas_del_segundo_programa_academic.
—. “Trabajos recientes”. Cruce, 26 de julio de 2018: 83- 91. Recuperado de
https://issuu.com/revistacruce/docs/26_de_julio.
Sharp, Sarah G. «Performance is alive.» A Call for Sustento- Interview with Awilda Rodríguez Lora. NY, 2018. <https://www.performanceisalive.com/news/a-call-for-sustento-interview-with-awilda-rodriguez-lora-by-sarah-g-sharp>.
Notas
[1] Planta que también lleva una madre indígena que carga en su reboso en la espalda a su bebé en la pieza titulada Cultivo de amor, lo cual refuerza mi planteamiento en torno a las plantas que germinan del cadáver del hombre.
[2] Al decir sustento aludo intencionalmente el performance de Awilda Rodríguez Lora, Sustento. En una entrevista que le realizó Sarah G. Sharp ella explicó: “I want to have a conversation about “What is SUSTENTO for us?” I want us to recognize each other as humans. Working on breaking away from the dichotomy of the two spaces, the performer and the audience, the audience and the performer. I use performance to transform things that affect me, that affect women of color, queers, there is so much charge with that and this can’t be done without having a relationship with the people present. I don’t want them to think we’re invincible. Therefore, SUSTENTO allows me to have a conversation about what keeps us alive, because at the end of the day that’s always a question we ask. We’re all trying to push through, to keep doing the things we love, or keep loving, or being there for somebody. SUSTENTO is what keeps us moving.” En esa coordenada me parece que reside la propuesta en esta pintura que es la más violenta de la colección: un tipo de transformación en el que el acto de violencia redime a la mujer, pero no en un acto vengativo, sino reconstructor de paradigmas.
[3] Me refiero a la edición del 26 de julio titulada Retratos e historias, disponible en https://issuu.com/revistacruce/docs/26_de_julio.
[4] Se trata de la edición del 13 de octubre, Las utopías en la literatura: Actas del Segundo Programa Académico del Festival de la Palabra. Este número fue impreso, pero también puede accederse en https://issuu.com/revistacruce/docs/actas_del_segundo_programa_academic.
[5] Esto es un parafraseo de la célebre frase de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, publicado en 1943, que dice: “lo esencial es invisible a los ojos”.