Iskra o cuando la palabra enciende una revolución
“Una madrugada, la maestra escapó. Agarró un megáfono. Al principio, la voz no salió. Poco a poco, las palabras se liberaron, juntándose entre ellas. Dos, tres, cuatro fueron escapándose, ya no solo de la maestra. Las palabras estallaron del pecho de los enmudecidos. Comenzó la revolución”.
–Del microcuento: “Ensayo sobre la mudez” en: Ana María Fuster Lavín, [Cuestión de género] Carnaval de sangre 2, San Juan, Ed. EDP (2019)
Carnaval de sangre 2 comienza donde concluyó el primer volumen de Carnaval de sangre (Ed. EDP, 2015), con historias de nuestra intrincadamente profunda relación con los felinos, llenas de paradojas que recorren de lo misterioso a lo afectuoso, con imágenes recogidas a partir de su relación con dos gatas en particular, hasta donde se borra la identidad entre lo humano y lo felino, confundiéndose las identidades como imágenes orwellianas, donde ya no distinguimos quién es qué y viceversa. En ocasiones podemos preguntarnos si se trata de felinos antropomorfos, o más bien, de humanos felinos. En el universo gótico todo puede ser posible, y aquí la escritora nos da esa opción a los lectores.
En la siguiente evolución del libro, sobre la cuestión de género, se presentan las diferencias de género, para mostrarnos que el “género” no es sino un concepto socialmente construido sobre concepciones ideológicas existentes sobre las cuales no nos han dado opciones, más allá de aceptarlas por ser tradiciones, costumbres o sencillamente conceptos de orden religioso. A partir de una base de vivencias introspectivas, la escritora nos ofrece, con la profundidad de sus palabras, una dinámica entre las relaciones sociales afectivas y los conceptos patriarcales existentes, llenos de intolerancias unidimensionales que restringen la libertad y la reprimen con violencia, creando pequeños monstruos cotidianos cuyos absurdos han sido normalizados por una sociedad más interesada en el morbo y el sensacionalismo, que en la entretejida realidad humana que rodean las relaciones entre las personas. La afirmación de libertad se contesta vilmente con violencia y represión, con un realismo apabullante y que trasciende de lo que vemos de forma lejana en los partes de prensa, o en los comentarios de las redes sociales.
Los retratos sociales que nos ofrece la escritora parecen experiencias propias (ficción biográfica) con las cuales muchas lectoras pudieran sentir alguna identificación: temas como la misoginia, la violencia sexual, el sexismo, el hostigamiento sexual, el body shaming y otras conductas sexistas que tienden a menospreciar y degradar a la mujer. En mayor o menor grado, desde niñas, casi la totalidad de las mujeres están expuestas a todo tipo de degradación y humillación sólo por su condición de mujer, así como a acosos y agresiones sexuales, actos que el orden social imperante responsabiliza a la víctima por su propio sufrimiento. Ello es inherentemente injusto; y la firmeza con que se confrontan algunas situaciones como estas (“Respetando a mamá”, por ejemplo) nos brinda ejemplos de cómo podemos sobreponernos a estos eventos. En general, todas las experiencias son comunes a todas las mujeres de todas las edades, y sus trágicas incidencias invitan a una profunda reflexión sobre esas experiencias y cómo les impactan a las mujeres.
Pero no solo temas feministas son abordados. La violencia de género y la intolerancia también la sufren las personas de las comunidades LGBTT. (“¿cuál es tu género? ¡‘Mi género es el amor’!”). El grito que nos brinda Fuster Lavín es alto y claro: la cuestión de género es un grito contra las intolerancias sociales por las preferencias y orientaciones sexuales. El amor es solo uno, y el derecho a amar es tan intrínseco a la vida como respirar y la preservación de la vida, porque las personas no meramente existimos: vivimos y tenemos derecho a vivir en paz, sin que la intolerancia –o más bien la tolerancia- patriarcal siga creando más víctimas de la violencia de género.
Como cuestión de hecho, la sección “Pequeños monstruos” nos brinda una visión más abarcadora de la violencia de género, añadiendo enfoques y perspectivas multifacéticas y multidimensionales. Una muestra de ello es el cuento “Cuando las niñas arden”. Dividido en siete microrrelatos, no solamente tenemos las perspectivas de la víctima y su victimario; también tenemos puntos de vista de personas que rodean la vil “inmolación” de una niña, como lo son sus padres, sus hermanos, la madre del perpetrador, vecinos, políticos y religiosos intolerantes y hasta los consabidos comentaristas en las redes sociales, que brindan sus juicios y opiniones a base de sus preconcepciones y prejuicios. Al final, ¿quién o quiénes son las víctimas? ¿Quién –o más bien qué- lo causó?, son preguntas centrales y cruciales para comprender el drama humano, y reflexionar, una vez más el efecto de la ideología patriarcal sobre las actuaciones de cada uno de los involucrados.
El impacto que dejó el azote de los huracanes sobre Puerto Rico en 2017 es la médula de la sección “La memoria perdida”, donde en un poco más de una docena de microrrelatos, vemos a Puerto Rico en trance, en una angustiosa incertidumbre entre la existencia y el olvido, entre la presencia y la desaparición. He aquí donde todas las manifestaciones se agrupan y se congregan en un sentimiento de hastío que solo tiene un resultado lógico: la revolución. Y es que no es para menos. El libro escrito antes del verano boricua del 2019 (pero publicado posteriormente), cuando un chat del gobernador y su círculo íntimo de colaboradores y contratistas, lleno de insultos, tramas, intrigas, burlas y ataques a mujeres, personas LGBTT, opositores políticos y a gente en particular, provoca un levantamiento popular sin precedentes, movido por la indignación y el hastío del conformismo, que llevó inevitablemente a la caída del gobernador. En Ensayo sobre la mudez, escrito igualmente muchos meses antes de estos eventos, se comprueba que, a veces, “la vida sigue a las películas”, o como bien se debe decir, la vida sigue a los libros. Y ciertamente, no es la primera vez que pasa. Algunas conmociones históricas se han iniciado con modestas publicaciones de impresión limitada.
A finales del siglo XIX, un grupo de disidentes rusos en el exilio, cansados de la represión zarista, y ardientes por cambio revolucionario en Rusia, deciden publicar una gaceta clandestina, que introducirían secretamente al país, y circulándolo subrepticiamente entre la gente, con la esperanza de que estallaría una revolución. Le llamaron al periódico “Iskra” (La Chispa), con la consigna de que “primero es la chispa, luego sigue la conflagración”. Poco pensaron estos maestros que algunos años después, la revolución triunfaría en Rusia, cambiando el curso de la Historia. La circulación de Iskra jugó un papel fundamental, y fue tal la popularidad del periódico, que se mantuvo en el imaginario popular mucho después que cesara su publicación a principios del siglo XX.
Y es precisamente en el poder de la palabra escrita en que se cifra la esperanza de un cambio, del estado de la indolencia cotidiana, que causa el enmudecimiento de las masas el peso implacable de las intolerancias sociales, por la desidia gubernamental, y por el desprecio de una metrópolis sobre su colonia centenaria, relegándola a la marginación y a la miseria, a la acción liberadora. [Cuestión de género] no es meramente un escape de palabras, sino un potente manifiesto que desencadena un torrente de agua contenida. [Cuestión de género] es un grito de los que por mucho tiempo han estado enmudecidos. Es la chispa que desata la conflagración. Y así comienza una revolución.