Jaime Suárez, entre signos


Galería de tierras (2004) Jaime Suárez
La propuesta estética del escultor, ceramista, arquitecto, escenógrafo y maestro, Jaime Suárez, radica en su manera de volver al pasado ancestral, tratando con venerado respeto los laberintos del tiempo (los principios incausados, la erosión causada, la sucesión encadenada); procurando rescatar, como restos arqueológicos, una poética existencial sobre lo humano y la temporalidad, desde la especificidad de la localidad caribeña. El ser-ahí de su obra de arte, su ontología y modo de existir, obliga a una reflexión sobre las resonancias del tiempo, la vida y la muerte, las grietas del entorno, y la dialéctica de la construcción y el destrozo humano. “Todo lo que hacemos terminará siendo arqueología algún día”, sentencia el maestro Suárez, porque todo perece; un ser para la muerte, como afirmaba Heidegger en Ser y tiempo. El destino de todo es la muerte, pero con la muerte no todo termina. Queda el olvido o, tal vez, la memoria. El arte escultórico abstracto de Suárez redime la memoria con cierta pasión arqueológica. Evoca lo ritual del regreso permanente a la tierra fundacional, denuncia la destrucción perpetrada por humanos inhumanamente, construyendo desde ella lo sublime; indaga en el entrecruce tupido de lo efímero y lo permanente (“Todo pasa y todo queda”, cantaba Machado) e invoca el silencio reverencial con sus creaciones auráticas. Sus obras poderosas, telúricas, anuncian ausencias y presencias en el ser de la pieza, algo indefinido por orígenes misteriosos, que juega con paradojas y entresijos humanos. Con signos lúdicos, Suárez deja pistas, aquí y allá, en un recorrido entre lo visible y lo inasible, lo acabado y lo inconcluso.
La prosa del mundo queda deshecha por la belleza y la ética conjugada en un arte poético poblado de tropos. Desde el emblemático Tótem telúrico (1992), convertido en mito arquitectónico y escultórico, que recubierto de relieves se levanta imponente en medio de la Plaza del Quinto Centenario, como si extrajéramos de las profundidades de la tierra nuestro pasado roto, hasta Muros derruidos (2000) del arte público, que obligan a pensar sobre lo que fue y lo que queda, cual ruinas evocadas que anuncian de dónde venimos y hacia dónde vamos, el arte de Jaime Suárez enlaza lo específicamente humano a la naturaleza que todo lo contiene, a la temporalidad y la permanencia de la que todo participa, a lo ritual religioso y a la espiritualidad que en todo subyace. Su formación profesional de arquitecto le ha permitido intervenir con soltura en diversos espacios públicos, dejándonos exquisitas piezas en sitios puntuales para sorprendernos, como Un canto al sol en el Centro de Bellas Artes de Santurce, Muros sobre muros, o Paseo Puerta de Tierra. Su Galería de las tierras, expuesta en el Kennedy Center en 2004 y, posteriormente, en el Museo de Arte de Puerto Rico en 2008, es una sublime metáfora extendida de las identidades telúricas que unen a los pueblos. Sus Naufragios reviven un lenguaje metonímico que habla del país nuestro de cada día, de sus indecisiones y frustraciones, y de la zozobra de un pueblo compuesto de tribus que halan desfasados en direcciones contrarias. Las originales barrografías de Suárez surgen como estampados maravillosos del barro en hojas de papel, que logran texturas con trazos únicos y colores exuberantes, como textiles porosos que sobrecogen y enmudecen. Su creativa técnica de la estampación en barro, le abrió dimensiones insospechadas a un arte que juega entre lo abstracto y lo concreto. Como figura innovadora del arte contemporáneo, Jaime Suárez es un explorador que no teme a la experimentación para extraer las posibilidades inherentes de los materiales a partir de sus resistencias. Ha llevado sus formas artísticas a los escenarios de la danza (Ballet de San Juan) y la música clásica, del teatro y la ópera, con escenografías que enmarcan el arte con su arte. Su obra ha trascendido la localidad insular para viajar internacionalmente a Italia, México, Colombia, Estados Unidos… Compartir su talento es uno de sus atributos más conmovedores, una generosidad que abraza.

Totem Telúrico, 1992.
Habitar la ciudad con arte ha sido su empeño, el mismo que comparte con aquellos que elevaron la cerámica artesanal al gran arte escultórico en Puerto Rico: allí están Susana Espinosa y Bernardo Hogan, seres especiales que partieron recientemente, dejándonos un legado inmenso de belleza y bondad; también las extraordinarias ceramistas, Toni Hambleton y Aileen Castañeda, fueron integrantes de Casa Candina, un colectivo memorable de la cerámica escultórica contemporánea.[1] Todos compartieron la estética de “la transparencia del barro”, de las posibilidades impensables del humilde y noble material, perdurable desde los lastimosos tiempos indígenas; pero, también compartieron una ética de la autenticidad y la honestidad personal y artística. Cultivaron el arte de lo verosímil, siempre acompañado del desprendimiento y una modestia conmovedora.
Convivo diariamente con los signos del arte de Jaime Suárez y con piezas de los artistas de Casa Candina, a los que recuerdo con nostalgia como amigos irremplazables del alma. Tuve el privilegio, el formidable honor, de vivir con sus obras en mi lugar de trabajo por muchos años; acoger sus majestuosas exposiciones que entre metáforas me hablaban del país insondable, del pasado y su porvenir. Del maestro Jaime Suárez aprendí que el ancestral medio de la cerámica tenía cumbres nunca recorridas, y que él junto a sus homólogos de Candina habían decidido subirlas con técnicas inexploradas. Aprendí que esa cerámica escultórica irradia la belleza de la poesía y la autenticidad del que la trabaja con sus manos curtidas, amasando un homenaje para alguna deidad misteriosa. Aprendí del maestro a huir de la impostura y la vida falsa; a celebrar el arte verdadero desde sus formas, texturas y colores, el arte que comunica a través de una materia rústica, sin pretensiones, transformado en maravilla sensible y lúdica. Aprendí con él a buscar las resonancias poéticas que las formas poseen y que tocan los límites de la utopía; una poética cuyos signos versan sobre el origen y destino de lo humano, de la trascendencia y el tiempo en que todo transcurre; pero unido a la localidad de un país acechado, desde donde emana su oráculo. Del maestro Jaime Suárez aprendí, también, que la ética se enseña a través de los actos comprometidos con valores emulables, sin discursos de alto vuelo, sin soberbias poses ensayadas. El olvido no se ha llevado nada de mi memoria de aquel ser que tanto aprecio, que aparecía subrepticio y movía las piezas descolocadas al lugar perfecto en su diseño imaginario; aquel artista noble y generoso, de sonrisa cortada y tímidos ademanes, con soluciones ingeniosas para tropiezos imprevistos; un ser que transmite con su mirada y gesto la misma serenidad apolínea de los signos de su arte cúltico.
[1] Casa Candina se establece en 1980 como galería, taller y escuela. Se inicia en 1975 como Galería Estudio Caparra con Jaime Suárez, Susana Espinosa y Bernardo Hogan, al que se unirán, eventualmente, las destacadas Toni Hambleton y Aileen Castañeda.