Jalda arriba con Yulín
“Parece que están encendidas las caravanas políticas. Claro, por más animadas y concurridas que estén, no son barómetro de nada…”. Maritza Díaz Alcaide
El ruido ensordecedor de la propaganda y los jingles salseros que salían de las tumbacocos gigantes preparadas para las caravanas de la candidata a la alcaldía de San Juan por el Partido Popular Democrático, Carmen Yulín, fueron el primer cantazo que enfrentaste, junto con el fotógrafo Herminio Rodríguez, al llegar a la barriada Buen Consejo de Río Piedras por la entrada que va de la avenida 65 de Infantería hacia la jalda de la calle Bolívar.
Había caído la tarde del domingo, 7 de octubre de 2012, glorioso día para la izquierda latinoamericana porque Hugo Chávez derrotó en las urnas a Capriles; revalidando por cuarta vez como presidente de la República Bolivariana de Venezuela, casualmente el mismo nombre del otro barrio riopedrense que visitaron con el equipo de la aspirante.
El segundo pescozón que recibieron fue la humedad asfixiante y, el tercero, la peste permanente a cloaca “on fire”, disimulada con Lestoil por la caridad de las doñas pulcras, que les azotaron tanto las narices como el ánimo hasta que cayó la noche.
Pero el tercer golpe que te pegó en la cara la ex comunidad especial al decir sileño fue el que te caló más hondo… y no precisamente porque justo allí se filmó una escena de tiroteo para la película de Vin Diesel, Fast and The Furious.
La gente de la avanzada, horas antes de que empezara la actividad, dirigida por los altoparlantes por el viejo locutor popular apodado “Candelita”, anunciaba la llegada de Yulín de un momento a otro y encendía los ánimos en el punto de partida, con aquel escándalo musical politiquero, repartiendo banderas plásticas con los colores del arcoíris y hablando con los residentes, pero aguantando el estruendoso desafío de las turbas motorizadas del Partido Nuevo Progresista; defensoras a muerte de cada milímetro de esos bastiones del alcalde de San Juan, el republicano Jorge Santini.
Esa alta tensión bélica entre el pequeño grupo de más o menos 35 milicianos de la Yulín que se abría paso entre cientos de personas dispersas fieles al incumbente –agitando banderas con la S, vociferando el nombre de su jefe político, marcando territorio a grito pelao– en esa zona tan hostil para la “pequeña y agresiva” candidata del PPD, quien hizo un alto para ajustarse su emblemático pañuelo estampado con las pavas mirándose al espejo del cristal de una de las guaguas de la campaña, resultó ser tremenda excusa literaria y fotográfica para comenzar a traspasar tanto bondo y capota, tanto libreto politically correct, con el propósito de captar a esa mujer “tal cual es” ella.
La guerra callejera simbólica entre contrarios rojos y azules que ocurrió allí, mofle contra mofle y chilladas de goma de la fiebre escandalosas, les permitía como cronista y fotógrafo “despellejarla” con los ojos descaradamente en vivo, “in situ”, al mezclarse con la ralea enemiga en el mismo centro de la inopia y la decadencia urbanas que, con el fronte de heroína que tiene que tener toda aspirante opositora a la alcaldía, –Sila Calderón, Juana de Arco–, ella se comprometió a abolir a fuerza de subsidios a microempresas, fondos públicos y herramientas heterodoxas de autogestión que hipotéticamente eleven del subdesarrollo a toda esa gente que la recibió ese día con algo de provocación o regocijo, mas nunca con absoluto desprecio, hasta radiografiar en esta fotocrónica sin piedad (siempre hay alguna) el meollo de su frágil esencia.
¿Quién es Carmen Yulín?, entonces.
Saberlo, descubrirlo, imaginarlo, esa era la misión que te autoimpusiste con Herminio, en un lapso de 8 horas mientras sudaban la gota gorda repechando junto a ella y su “entourage” por aquellas calles empinadas del diablo, pasando por las de la barriada Venezuela contigua, hasta refugiarse nuevamente en el aire acondicionado del comité de amigos en la avenida Jesús T. Piñero.
Enseguida confirmaste con el fotógrafo que la avanzada de Yulín es un equipo conectado con walkie-talkies y organizado por una jerarquía rígida que ella administra sentada en una taburete de metal en lo alto de la tumbacocos principal de la caravana, que está niquelada y equipada con todas las hostias semicamioneras, incluyendo una neverita llena de cocacolas de dieta, para que la chiquita pueda verse desde lejos por todos los ángulos y pueda saludar de pie o sentada a los vecinos al penetrar en las comunidades, acompañada de una figura prominente de la papeleta sanjuanera PPD a cada lado como Sonia Pacheco, Luis Raúl Torres, Nadal Power, Ramón Luis Nieves, o el propio García Padilla, mientras “peina” cada palma sanjuanera insubordinada.
Pero muy pronto abandonó la “petite” esa posición de confort en Buen Consejo y Venezuela. Tomó la importante decisión de bajarse de la guagua niquelada y desafió a un comité de recibimiento fuertemente antagonista, formado por bonches de residentes con banderas de Santini que protegían con uñas y dientes cada esquina de la comarca como si se tratara de los famosos comités habaneros de defensa de la revolución cubana (CDR).
“Nosotros somos del coquero”, le escuchaste decir a una rolliza residente en bata que se reía a carcajadas frente al balcón de su casita. “Santini vino aquí el viernes y nos repartió banderas, habló con todo el mundo. Hicimos una fiesta en la calle”, te dijo. “La Chulín no sabe ni qué rayos es esto aquí, ni dónde queda Buen Consejo”, especuló lironda.
Aquella declaración de la gorda de Botero criolla sudá con fondo favelesco les dio la clave de lo que en realidad pasaba. La mayoría PNP estaba alzá y cantando victoria antes de tiempo, armada hasta los dientes con banderas del alcalde, mientras que los poquitos populares que allí había estaban como los justos en Sodoma y Gomorra antes de la llegada de la ira divina: escondidos, temerosos, desarmados.
No obstante, Carmen Yulín dio instrucciones precisas para que, al paso de la avanzada de a pie, sus ayudantes le señalaran de antemano a los populares que salían a saludarla o a curiosear un tanto tímidos. Tenía que abordarlos uno a uno. También ordenó que nadie se durmiera en las pajas, que repartieran a diestra y siniestra banderas, “flyers” y papeletas modelo marcadas bajo su insignia, para que los que la apoyan –a pesar de los pesares y los rumores de que el machote mayor le va a dar una pela– pudiesen mostrarlas con orgullo y mear el territorio.
De esa forma, con determinación y valentía, Yulín saludó a toda criatura que le mostraba algo de simpatía, recurriendo a la técnica proselitista más básica: contacto directo con los electores, cara a cara, sonrisa abierta, intercambio de miradas cómplices, abrazos solidarios, apretones de manos, oídos listos para escuchar peticiones especiales, reclamos absurdos y, por último, verbo simple y llano pero cargado de palabras de aliento para todos.
Así, en un tremendo revolú de contactos cuerpo con cuerpo sin importar sudores, pestes ni acosos desde los four track de Santini, al son de los jingles de campaña, la pequeña candidata llevó el mensaje de que no todo está perdido; que ella representa la esperanza.
Declarada la guerra oficialmente, Yulín cruzó el mar azul besando niños que jugaban en la basura con banderas de los Estados Unidos, trepó rejas para saludar a viejos que informaban que no tenían agua, ni acceso a servicios médicos, esquivó escombros de todo tipo de ruinas de construcción, paneles, bloques y varillas. Y es que Buen Consejo y Venezuela parecen estar condenadas al remiendo permanente, a la chapucería y la improvisación de ingenieros comunitarios sabijondos y albañiles informales mal pagos que dejan las obras al garete cuando se acaba el presupuesto.
Pero entre esas ruinas también pudiste distinguir mansiones decoradas con motivos de Halloween, con vista a las torres de la universidad y la iglesia del Pilar, entre las que se colaba otra clase social mucho más baja. El lumpenato también asomó su hermosa cara al paso de la caravana: los alcohólicos, drogadictos, locos y arrebataos quisieron echar par de bailecitos con la candidata, mientras las chicas en dubi-dubi pedían foto, foto, foto con ella y los chamacos. En aquella rica confusión, entre tantas flores de barrio, Yulín decretó un alto general de descanso frente a uno de los paladares que vendían alcapurrias, piononos y maví frío.
Al retomar la marcha, las turbas de Santini, que se habían constituido en legítimos villanos que exaltaban la imagen de la heroína asumiendo su papel en una trama novelesca, arreciaron la lucha: aceleraron más duro, excitaron los mofles hasta decir basta y tanto jodieron hasta que entorpecieron el paso por completo.
Ante el atropello, la Yulín, indignada, recurrió nuevamente al gesto simbólico muñocista a la usanza de contenido de aquel lejano estribillo de “vergüenza contra dinero”. Determinada a recuperar las calles de la ignominia que supone la ideología de la gasolina Yankee, mandó a parar la caravana, apagar motores, suspender la música y aplacar todo relajo y se sentó en la brea caliente. En actitud o acto de desobediencia civil, cocacola de dieta en mano, la Yulín bloqueó con su diminuto cuerpo el avance de la enorme ganga.
Esa poderosa imagen –la sentada gandhiana– te inseminó una duda: ¿la candidata actuaba por conciencia izquierdosa genuina o por necesidad de propaganda porque ustedes eran prensa?
La posición que asumió Herminio para preservar ese momento le permitió capturar a los demás fotografiando el acto para la historia oficial del comité de Yulín, que seguramente fue subida para la posteridad a los muros públicos de Facebook. Tú la viste genuina y posada al mismo tiempo, internalizando que ambas cosas son inseparables una de otra, sobre todo en el gran performance político de la conquista de los votos casa por casa. No hay de otra. Quien no actúa con aura genuina no gobierna.
Así también, la “petite” tomó el micrófono, sincronizado con todas las bocinas de las tumbacocos, y se dirigió a las comunidades en varios mítines improvisados. Con la misma energía con la que caminó por aquellas jaldas gigantescas sin quejarse, a pesar de aún estar herida por la mordida de aquel famoso perro que le hundió las fauces en la ingle al inicio de la campaña –por lo que a veces se apoyaba en dos de los hombrotes de la avanzada–, Yulín sedujo a muchos con sus discursos firmes sobre el rescate de San Juan, agradeció el apoyo recibido de los que eran penepés realengos y arrancó lágrimas.
Sin embargo, cuando llegó al parque de pelota de Venezuela, la candidata le dio rienda suelta a la demagogia, pecado capital del que no se salva ningún político, aunque lo quiera. Comentaste con Herminio que no veían razón para fustigar la supuesta dejadez deportiva del alcalde en ese instante, justo cuando tantos niños, los entrenadores y sus padres disfrutaban de un domingo de juegos excelente, en unas instalaciones que a simple vista se veían bien cuidadas.
Gracias al cielo, en medio de aquella algarabía de amigos y enemigos íntimos que se comportaba y se descontrolaba a ratos, chocaste en el punto más alto del barrio con el bar La Loma. Una urgencia urinaria, seguramente provocada por el maví local y par de Medallas, te atormentaba desde que escuchaste a los viejitos que se quejaban por la falta de agua corriente. ¿Dónde ir al baño?, te repetías, ¿dónde carajos ibas a ir al baño allí, sin tener que irrumpir como un extraño mendicante en una casa?
Para tu sorpresa, luego del impostergable desagüe, al salir de aquel tugurio kitsch congelado en los años setenta, o la madre de todos los chinchorros, te encontraste a la Yulín encaramada una vez más ese día de épicas encaramadas. Estaba ella micrófono en mano, tratando de colocarlo frente a la bocina externa del radio del bar –que te pareció sintonizado en la programación romántica con música del ayer de la emisora Radio Oro– para que todo el pueblo escuchara la hermosa canción que sonaba en el antro para olvidar las penas que quedaba a pasos de sus hogares.
En aquel momento fue que se repitió la escena de la comandanta Yulín ordenando silencio absoluto en el cruce dantesco, recabando la atención general al protagonismo necesario de la líder consolidada y curtida por sus obras minimalistas desde la oposición en siete meses a las obras faraónicas y huecas de Santini, solicitando la sincronización del sistema de sonido para dar un nuevo show interesante y poderoso, ya dueña y señora de la imagen del vitalismo arrabalero que mueve a las urnas los espíritus: fallecidos, encamados o muy ágiles.
Yulín puso a cantar a coro a todo el mundo, populares y penepés de todas las edades, ella inclusive, la canción “Soñando con Puerto Rico”, de Bobby Capó, interpretada por la orquesta de Roberto Roena, que era la pieza que salía de las bocinas del bar La Loma.
Pero aunque aquel gesto de manipulación de las emociones de las masas también logró emocionarte, por sus destellos de belleza decadente e irredenta, (“te quiero así, pequeña y agresiva con la vida… loca, perdida, perdida”, como entona Jerry Rivera) no te sabías la letra ni quién rayos la cantaba.
Jíbaro de la loza al fin, como las turbas motorizadas que se durmieron por un segundo con aquella lírica reproducida en esa escena inédita en el barrio Venezuela, tuviste que preguntarle a Herminio de quién era aquella voz que logró apaciguar por un instante surreal aquel descomunal bollete.
Todo ello fue la embocadura del pequeño fiestón espontáneo que se formó más arribita entre las chicas de Yulín y las chicas de Santini, que al fin y al cabo son comadres, vecinas; se cantan, se lloran y –excepto el día de las elecciones generales– en verdad, de verdad, se quieren y se adoran.
Las fotos son de Herminio Rodríguez.