Foto por Miguel Luciano, 2015.
1.
Tío John nació en la Calle Ribot de Santurce en el 1932, y allí vivió hasta que en algún momento (probablemente a finales de los años 30) mis abuelos se mudaron al Viejo San Juan. John decía que la gente iba al Viejo San Juan a visitar principalmente tres lugares: El Morro, Marshalls y su casa. Siempre tuvo las puertas abiertas a todo el que le procuraba, le conociera o no. Y así pasó buena parte de sus días: cultivando amistades y relaciones sanjuaneras más o menos complejas, caminando por el Viejo San Juan hasta que las piernas y sus bastones le permitieron, jangueando con Tufiño en la Bombonera, y tomando todo y nada en serio. Tenía un sentido del humor contagioso y opiniones sobre todo; cualidades que le ganaron un sitial en el corazón de su comunidad. Tanto así que, tras su muerte en diciembre del 2015, le dedicaron las Fiestas de la Calle San Sebastián y le honraron con su propio cabezudo.Son demasiados los cuentos memorables de John Meléndez Rivera. Prefiero los de la casa que tuvo en la Luna, cerca de la Norzagaray. Una vez John albergó la esperanza de que, si escarbaba en el patio de su casa, encontraría acceso a túneles de los españoles conectándole con el Castillo San Cristóbal. Cavó un hoyo, sin éxito. La historia de su vida, tal vez. En esa casa de la Luna John tenía unas enormes balas de cañón de la época de los españoles, que de alguna forma llegaron a sus manos. Con las vistas del Cerro Maravilla de trasfondo en la tele traté de levantarlas de niño para que una me cayera en un dedo del pie. La historia colectiva de nuestras vidas, tal vez.
2.
Nunca entendí por qué seleccionaron a John como mi padrino de bautizo. Me alegra que lo hicieran. Siempre me enorgullecí de tener un lazo especial con él. Y siempre aprecié la ironía de que hicieran parte central de un sacramento a alguien con una relación tan resbaladiza con los diez mandamientos. Y es que, durante toda su vida —en palabra, acción y con su arte— John estuvo matizado por tonos grises… hasta el fin de sus días.
Como todas las personas, John fue un sujeto muy complejo y profundamente imperfecto. Pero si en algo fue consistente fue en su relación con la cultura, vista esta (como él lo hacía) como la preservación de la tradición. Quien conoció su trabajo le recordará por sus santos hechos de tablas devueltas por el mar y por las casitas de madera del Viejo San Juan que creaba retratando antaño. Algunas de sus casitas adornan El Patio de Sam y salas de coleccionistas. John fue una especie de historiador de la ciudad capital, con sus fortalezas y debilidades, aunque en general su obra consistió principalmente de una oda al pasado.
En una ocasión me regaló una de sus casitas —una muy especial—. Mis amistades le conocen como la Casita Popular. Es la casa en que nació mi padre en 1943 en la calle Sol, antes calle General Contreras. Mis abuelos, Juan y María, se mudaron a San Juan luego de unos años en la República Dominicana trabajando en Central Romana, de la South Puerto Rico Sugar. Abuelo Juan por un tiempo fue seguidor de Albizu, y eventualmente de Muñoz Marín. Con los años, se convirtió en una de las figuras centrales del PPD en el Viejo San Juan, fungiendo como Representante del Distrito Representativo de San Juan 1 por veinte años hasta la ola del 68 de Luis A. Ferré, y fue miembro de la Asamblea Constituyente. En las elecciones de 1940 el PPD perdió San Juan y, en parte por eso, en el balcón de la casa izaba la bandera de Pan, Tierra y Libertad. John decía con orgullo, seguramente exagerando, que esa fue la primera bandera del partido que flotó en el Viejo San Juan. La Casita Popular es réplica de aquella en la Calle Sol, con bandera y todo. Por su fragilidad, y por el trajín del tiempo, el asta de la banderita se partía con frecuencia. La llevé a John para arreglarla varias veces y, cada vez, la reparaba con un grosero emplegoste. Como el ELA mismo.
Fue católico por tradición, pero no practicante. Aunque llevó un hábito de San Judas por seis meses como parte de una promesa tras un periodo difícil de su vida, también vestía una camiseta que leía “Señor, protégeme de tus creyentes”. Escribió para Tony Croatto la letra de una nostálgica canción celebrando “recuerdos tristes y alegres” del año 42 en un lugar imaginado llamado Montecielo, “barrio de paz y de amor”. Era Popular, también por tradición —más bien le conocí como nacionalista, aunque nunca supe su postura por la independencia—. Pero más que nada, su afinidad por la cultura (concebida esta como conservación de la tradición) se reflejó en sus creaciones artísticas: toda su obra giró alrededor del pasado recordando siempre la vida que fue, en una constante de afirmación de la puertorriqueñidad.
Esta afirmación de la tradición en la obra de John me remite a las reflexiones de Arcadio Díaz Quiñones sobre el libro de 1955 de Tomás Blanco titulado Los cinco sentidos: cuaderno suelto de un inventario de cosas nuestras. En su libro Sobre principios y finales publicado en el 2016, Arcadio Díaz describe el libro de Tomás Blanco como una especie de colección o “catálogo de esencias”[1] puertorriqueñas en el que Blanco aspiraba a “considerar, apreciar, comentar, un corto número de cosas nuestras que [juzgó] representativas o interesantes, importantes, notables…”.[2] El inventario de Blanco incluyó la guajana, el canto del coquí, el café, nuestra variedad frutal y nuestras brisas. Fue un proyecto de “conservación de una memoria cultural”.
En su trabajo, Arcadio Díaz articula una postura sobre la relación entre la tradición y la posibilidad de ruptura con ésta en el contexto puertorriqueño, aludiendo a la idea de que, en el quehacer artístico, “es posible conservar transformando”. En su ensayo El Arca de Noé, elabora lo que él llama un “Arca-Archivo” de producción cultural y artística puertorriqueña en el siglo veinte. Este inventario, propone, no es para “detener el tiempo, sino lo contrario: el Arca implica un movimiento hacia el porvenir con acciones dirigidas hacia aquello que todavía no es”. Mientras subraya que “los dones conservados pasan de unas manos a otras y son apropiados mediante nuevas intervenciones”, reitera que el Arca-Archivo no debe concebirse como un
“museo con piezas bellamente restauradas, sino como reserva que nos ayuda a pensar y a pensarnos. Un Archivo como obra en proceso, vulnerable, pero abierta a recreaciones y recomposiciones que permitan construir relaciones distintas con el presente.”
Este texto nos sugiere que la tarea de construir un Arca de producción cultural permite nuestra ubicación temporal para proyectarnos hacia a la realidad que queremos construir. Al mismo tiempo, el Archivo, la tradición, el Arca, el inventario, son todas imágenes que Arcadio Díaz nos presenta como potenciales herramientas de resistencia. Por ejemplo, al reflexionar sobre el “inventario de cosas nuestras” Díaz coloca a Tomás Blanco “en oposición a la degradación ocasionada por el progreso” que implicaba el “imaginario desarrollista” de las décadas 40 y 50. Por eso, la gestión de conservar se propone como práctica que permite encarar
“días de desilusión, en gran parte debido a que la riqueza humana y cultural queda dogmáticamente reducida a la figura única del homo economicus. La supuesta racionalidad de la llamada ‘lógica del mercado’ disminuye la sociabilidad política y nos deja reducidos como simples sujetos de vida económica en manos de políticos y mercaderes.”
En tiempos de La Junta, y particularmente desde la Universidad, no es difícil entender el impulso. Así pues, la cultura visualizada como tradición puede servir de plataforma para la autorreflexión sobre nuestro estado de cosas, a la vez que sirve de soporte para la generación cultural subsiguiente incierta e inesperada. Al mismo tiempo, para algunos como John, la cultura vista como tradición permite separar y distinguir, por un lado, el mundo despersonalizado de la interacción en el mercado que imagina a sujetos maximizando utilidades y el interés propio y, por otro lado, un mundo de vida de interrelaciones personales donde los sujetos son imaginados como inclinados hacia a la solidaridad y al respeto mutuo. Tomando en cuenta el carácter despersonalizado (y a veces efímero) de muchas de nuestras interacciones en un entorno digital, la obra de John encierra cierto potencial transformador cuando nos obliga a encarar la humanidad de las relaciones personales y políticas que sirven de preludio a nuestro presente. Aún así, en su romantización del pasado, John parecía desinteresado por imaginar otras posibilidades de vida, pues más bien su obra fue un esfuerzo por conservar sin transformar… sin vocación de ruptura. John se regodeó de nostalgia aun frente a las señales persistentes de nuestro fracaso colectivo.
3.
Cuando el asta emplegostada no aguantó más, contacté a mi primo Miguel para restaurarle. Miguel Luciano vivió con John por un tiempo, en etapas importantes de su desarrollo artístico y personal y estuvo en su apartamento mientras fabricaba la casita de la calle Sol en que nació mi padre. Miguel, es un artista puertorriqueño radicado en Nueva York. Su obra explora las relaciones entre Puerto Rico y Estados Unidos “examinando cómo la subordinación colonial se extiende a través de la globalización”[3] en una sociedad de consumo. Contrario a John, Miguel apropia nuestros elementos culturales y tradicionales con una perspectiva crítica prospectiva, pasando por nuestra experiencia social según es atravesada y constituida por el mercado. Miguel ha construido su propio “catálogo de esencias”, su propio “inventario de cosas nuestras”, si se le puede llamar así: el carrito de piraguas (pimpeao, con luces de neón y sistema de sonido); los plátanos (estilo bling bañados en platino); los gallos de pelea (en batalla con pollos Picú, acompañados por “San Colonel Sanders”), entre otros. En los años 90 fui a Café Yaucono en la Avenida Fernández Juncos en Santurce, a petición de Miguel, para conseguir afiches promocionales de Mama Inés haciéndome pasar por un estudiante interesado para un proyecto de clase. Sin saber un bledo esos días sobre fair use (ni que dedicaría mi vida a enseñar sobre uso legítimo no autorizado de obras a mis estudiantes), proporcioné a Miguel elementos que le ayudaron a explorar algunos elementos culturales que nos constituyen y que encierran nuestra compleja relación con la raza y el racismo. En cierta forma, Miguel es una especie de anti-John, mientras fue una de las personas que más le amó. A la vez que restauraba la Casita Popular, Miguel le sacaba provecho a aquellas balas de cañón españolas en su obra.
Miguel Luciano, 2019.
Miguel Luciano. Colonial weight, 2019. Spanish colonial era cannonballs (Puerto Rico, ca.1700s), steel.[4]
Miguel Luciano. Ni Pan, Ni Tierra, Ni Libertad (Nor Bread, Nor Land, Nor Freedom), 2017.
Mixed media on vintage campaign flag of the Partido Popular Democratico (PPD), Puerto Rico’s pro-commonwealth party (c.1970s). 18″ x 18″
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“Yo me muero como viví”, cantó Silvio y así repetí al despedir el duelo en el Cementerio Santa María Magdalena de Pazzis. La vida de John corrió paralelamente con la del ELA. Tuvo una vida de excesos, amor y precariedad. Vivió en plena juventud la transición hacia la relativa prosperidad material de la posguerra así como los dispositivos hegemónicos que se desplegaron a través de la segunda mitad del siglo veinte y que todavía mantienen a este territorio en su estado colonial. John murió seis meses antes de que en junio de 2016 el Presidente Obama firmara la ley PROMESA y que el Tribunal Supremo de Estados Unidos resolviera dos casos reafirmando nuestra condición colonial.[5] Su vida y la del ELA culminaron al mismo tiempo. La nuestra, en la Isla del Encanto del 2019, aquella que John trascendió, continua donde él la dejó: en una marcha acelerada hacia la desigualdad y la injusticia… a no ser que empecemos a imaginar y construir nuestras propias casitas.
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[1] Arcadio Díaz Quiñones, Sobre Principios y Finales (Dos ensayos) (2016).
[2] Tomás Blanco, Los Cinco Sentidos: Cuaderno suelto de un inventario de cosas nuestras 54 (1955).
[3] Miguel Luciano, Artist’s Statement, CUE Art Foundation Solo Exhibition Series (2006-2007)
[4] Las imágenes de las obras de Miguel Luciano en esta columna no se publican bajo la licencia Creative Commons que cobija a 80grados.
[5] Para un análisis de estas decisiones judiciales véase, Hiram Meléndez Juarbe, In the Red: Puerto Rico’s Fiscal and Democratic Deficits Laid Bare (Quaderni Costituzionali 2017 No. 3) (disponible en https://ssrn.com/abstract=3022151)