Joker: la carta en la manga

Basándose, por supuesto, en el personaje el Guasón de los cómics de Batman, el director Todd Phillips ha escrito con Scott Silver un drama oscuro y siniestro que usa el personaje para darnos una visión de muchas de las cosas que están sucediendo hoy día en la sociedad norteamericana. Los fanáticos de la tirilla creada por Bob Kane y otros para cómics DC, sabrán que el debut del personaje fue en 1940 y que, desde entonces, se ha convertido en la némesis del hombre murciélago. En su encarnación original, su apariencia tétrica resultó de una caída a un tanque lleno de químicos que blanquearon su rostro, pusieron su pelo verde esmeralda y dejaron sus labios rojos como la sangre convertidos en un rictus burlón. La escena de la caída del gánster Jack Napier (era su nombre entonces) al tanque de químicos, fue reproducida en Batman (1989), en la que Jack Nicholson fue un Joker parcialmente cómico y destinado a la “muerte”. El personaje no estuvo mucho tiempo en la tumba y regresó en The Dark Knight (2008) interpretado magistralmente por el actor australiano (y malogrado) Heath Ledger. Esa interpretación espeluznante de un psicópata de tendencias sadistas preparó el camino para la creación en este filme de uno de los personajes más complejos que se hayan visto en la pantalla en mucho tiempo, en particular en una película que proviene de un cómic.
Se engañan los que piensan que van a ver una típica cinta de acción con los personajes unidimensionales de emociones llanas que abundan hoy día. Es inevitable que haya en el filme una conexión con Batman. Está muy bien traída y su resolución es brillante: no se permiten los guionistas ponerse tontos con algo que habría dañado el cuento desde el punto de vista dramático. Sabiamente, la historia antecede al hombre murciélago y nos permite visualizar la causa de los rencores que han de mover tanto al Joker como al futuro Batman más adelante o, como es el caso con la serie, antes.
No les he de revelar nada que no se vea en los avances. Arthur Fleck (el nuevo nombre del hombre que se convierte en Joker) hace de payaso en fiestas de niños, en los baratillos que preceden el cierre de una tienda en bancarrota, etc. Pero su ambición es ser comediante. Lo aquejan varios problemas: además de que tiene que cuidar a una madre inválida, sufre de aflicción. Muchas veces inapropiadamente se pone a reír de forma descontrolada porque no puede detener la máxima expresión de su pesar, pero esto irrita a los que están a su alrededor que no entienden lo que sucede. Esa incomprensión del otro es uno de los temas principales del filme, pero en él está incluida la aversión que tenemos los humanos por el comportamiento que se sale de la norma. Normas que son establecidas arbitrariamente y que rechazan las diferencias emocionales que las inducen. En otras palabras, no se entienden los grandes problemas de salud mental que hay en el mundo, particularmente en ciudades grandes donde las relaciones humanas son escasas, distantes y muchas veces enfermizas. Tampoco se comprenden no importa cuan cercanas estén.
En ese ambiente multitudinario los aventajados, social y económicamente, se separan drásticamente del resto de la humanidad y esas brechas relacionales impulsan odios subyacentes de clase que resisten apaciguamiento. El odio entre clases, tanto en la realidad como en el filme, pueden alimentar la anarquía y la violencia. Bajo esas circunstancias pueden emerger, como hemos aprendido de la historia —por ejemplo, la revolución francesa y la bolchevique, o los coup d’état derechistas— líderes que aboguen por órdenes políticos represivos o por el caos, no importa cuánto duren. Se agitan asimismo las diferencias personales que, como indica la cinta, se empeoran por el desdén que emerge del prejuicio racial y el de clase. Los paralelismos entre el desprecio del otro y la tirria en los EE.UU. (y en otros países) contra los emigrantes, los musulmanes, los LGBT y los brown, se hacen más intensos a medida que la película evoluciona. Tanto así que de forma simbólica se hace referencia frecuente al suicidio como acto de escape de la situación opresora que es el desdén por el otro.
Con la cinematografía de Lawrence Sher, que acentúa los aspectos lúgubres y la marginalidad del personaje principal, y la edición de Jeff Groth, el filme presenta de forma sutil las idiosincrasias visuales y auditivas de la persona que sufre de esquizofrenia. Lo hace, además, con gran impacto y nos permite entender y tener empatía con el hecho que la persona que lo sufre no puede controlar ni modular sus impulsos.
La atmósfera de la cinta es oscura y tensa. El peligro y la violencia están escondidas en todas las escenas y bajo casi todas las circunstancias. Rodean como una nube lúgubre al fenómeno actoral que es el espectacular Joaquín Phoenix. Aparece en casi todas las escenas y es él quien tiene cartas escondidas en su manga. Su Joker es un compendio de sutileza, gracia, elasticidad y coordinación física, y transmisor de las más variadas emociones que representan en muchas circunstancias lo que debe sufrir el enfermo mental y los que son acosados y/o discriminados. La brillantez de su creación puede compararse en agilidad con la de Charlie Chaplin (el payaso por antonomasia). De hecho, en un momento complejo (algo va a suceder que le imparte pathos al filme) vemos al famoso Charlie haciendo una de sus piruetas en patines en Modern Times (1936). De este clásico escuchamos el tema, Smile, que invita a hacerlo aunque “el corazón se esté rompiendo”, lo cual, nuevamente, es una referencia a Pagliacci, personaje que estaba escondido en el “Little Tramp” de Chaplin y obvio en el Joker. Más tarde Phoenix baja una gran escalinata y muestra una agilidad física y una elegancia que asombran por su atino, y porque sobrepasan, desde el punto de vista coreográfico y emocional, las de Chaplin por mucho. Es el único momento en el que el personaje parece estar contento (ya sabrán por qué) y, de ese momento tiene que huir rápidamente, a lo que es el preámbulo del clímax dramático de la cinta.
La creación de Phoenix es la razón principal para ver el filme y el espectador se dará cuenta de que este actor hipoteca todo su ser y talento en la concepción del personaje. Es, sin duda, personaje de ópera trágica. No es solo su voz o sus gestos los que crean el personaje, sino que, como ya nos ha hecho ver antes, su cuerpo es una extensión de los sentimientos que transmite y que se van plasmando a lo largo de la película. Lo usa en una forma extraña y novel, como si fuera un bailarían moderno interpretando la música que escucha, o como si fuera uno de los hombres ameba de Francis Bacon tratando de emerger de uno de sus cuadros, para que veamos cómo la idiosincrasia y el prejuicio afectan a los que lo sufren. Una maravilla.