Joker y yo
En la historia original del Joker siempre hubo un elemento liviano, incluso jocoso, atado a la personalidad de este enemigo de Batman. Así fue en los “comics”, en la televisión y en el cine, hasta llegar a esta versión que nos presenta ahora el director Todd Phillips. Este nuevo Joker no genera muchas situaciones cómicas ni se ríe de sus propias ocurrencias ni espera que uno se ría. Es más, en la vida privada es un comediante fracasado. No se trata ni siquiera de que Joker haya evolucionado en su personalidad, digamos perdiendo con el pasar del tiempo su comicidad, sino que ahora nos revelan que, en realidad, padece de una condición que lo obliga a “reírse”, aunque no quiera reír.
Acepté la revisión que hace Phillips del personaje de Joker, porque sentí inicialmente que era un buen punto de partida para un drama sobre neurología y conducta criminal. Pero no fue así. En realidad, esta película es un intento de plasmar en una cinta todos los miedos y prejuicios burgueses sobre la vida social en las grandes urbes estadounidenses y, en particular, en una de las ciudades que más ha contribuido a la evolución del pensamiento progresista en ese país: Nueva York.
Algunos cineastas y críticos de arte han elogiado esta nueva versión de Joker elevándola a una especie de moderno Manifiesto Comunista. Se nos dice que es un vivo retrato de cuan enferma está la sociedad estadounidense o, mejor todavía, una crítica del fracaso de las políticas neoliberales actuales o hasta un rechazo del prejuicio social en contra de las personas con enfermedades mentales. Bueno, cada cual puede ver en una obra cinematográfica lo que quiera y, ciertamente, la trama de Joker es lo suficientemente descoyuntada para dar cabida a multiplicidad de interpretaciones. Yo no estoy de acuerdo con buena parte de las apreciaciones, incluida la de Michael Moore, por varias razones.
A pesar de (o quizás gracias a) la maravillosa actuación de Joaquin Phoenix, el Joker de Todd Phillips es un capítulo más en la discapacidad de Hollywood para producir una obra seria de contenido social. La película enlaza con toda una serie de producciones liberales que terminan ocultando el núcleo de la dinámica social en las urbes del imperio. Al final, será un intento tan fallido como lo fue Fort Apache: The Bronx (1989), en que Paul Newman, otro gran artista liberal, terminó hundiendo su prestigio en el lodo.
¿Cuál es el hilo que enlaza esta nueva versión de Joker a esa tradición de inhabilidad de Hollywood de darnos una gran obra social sobre la sociedad estadounidense contemporánea? Yo creo que es el racismo. No se trata solamente de que esta versión de Joker comienza con un insulto gratuito a la comunidad boricua de Nueva York, al destacar un restaurant “boricua” en medio de toda la suciedad y locura de las calles; sino que la primera interacción negativa del personaje Arthur Fleck con la “sociedad” es precisamente con un grupo de jóvenes hispanos abusivos. Quien no quiera ver en esto una referencia al tema trillado de las gangas boricuas en Estados Unidos debería reflexionar un poco sobre el tema del discrimen racial.
La genialidad ideológica (y perversa) de la película Joker radica en la dislocación entre ideología y ubicación de la historia en el tiempo. Se nos dice que el personaje Joker surge en las condiciones de caos social de la Ciudad Gótica en la década de los 70. Pero, de entrada, lo que nos presenta la cinta son escenas de la ciudad de Nueva York más bien en la década de los 80: bullicio social, la calle 42, los trenes con grafiti, la crisis presupuestaria, basura en la calle, el contraste entre pobres y ricos, etc. Todo eso lo había, sí, pero aquí lo decisivo es lo que está ausente en la película. Todavía en la década de los 80, lo vi con mis ojos, la ciudad de Nueva York era una urbe marcada por la cultura autónoma, incluso revolucionaria, de lugares como Harlem, el Bronx, el Lower East Side, etc. Y es que si algo se había dado en esta gran ciudad en las décadas de los 60 y 70 era un espíritu de libertad inspirado por grupos comunitarios y étnicos que buscaban revolucionar el sistema: los Black Panthers, los Young Lords y otras organizaciones. Pero al mostrarnos exclusivamente escenas sucias y feas de Nueva York, lo que Phillips hace es presentarnos la ciudad desde la óptica de los miedos del blanco liberal. Esto es Fort Apache: The Bronx Part II.
Sigo insistiendo en el elemento racial. La escena en que las masas enloquecidas adoptan la mentalidad y liderato de Joker ocurre en el tren número 6, que cruza precisamente por el Bronx. En una toma Phillips nos muestra con insistencia la identificación numérica del tren, para que no nos quepa duda. Muchas veces tomé ese tren cerca de la 138 y Brooks Avenue, en el corazón mismo de la comunidad boricua de Nueva York. Y, sí, había aglomeración, ruido, gente cargando uno que otro boom box encendido, grafiti por todos lados y habladuría. Pero también había mucha gente trabajadora, gente buena y, por todas partes, música y literatura alusiva a la diversidad cultural y espíritu de resistencia de los neoyorquinos. La idea de que esta población oprimida, que tantas veces se enfrentó al sistema, necesitara de la llegada de un psicópata blanco para liberarlos es puro racismo. De nuevo, Fort Apache: The Bronx, Part II.
Y es que, en realidad, si algo mete miedo no es la urbe neoyorquina de la década de los 70 o de los 80, sino el Nueva York del siglo XXI, con sus barrios higienizados, la cultura de la gentrificación y la estandarización que el gran capital de los bienes raíces ha impuesto a la fuerza. Camine usted por Harlem o el Bronx ahora, y dígame que no siente nostalgia por toda la cultura callejera que imperaba en la década de los 80. Nueva York es hoy, en no poca medida, la ciudad anhelada desde antaño por fascistas como Giuliani, Trump, y no pocos liberales.
Apenas una semana antes de salir Joker, el director Spike Lee denunció precisamente que ya ni los negros ni las personas de color pueden sufragar el costo de vivir en Nueva York. Es este Nueva York, y no el de las décadas de los 70 y los 80, el que mete miedo. Es ahora que se vive un verdadero caos, un caos que destruye barrios, familias y personas como si fueran un mero número en las ecuaciones de los bancos y promotores de bienes raíces. Con esto no se pierde poca cosa. Lo que está en juego ante nuestros ojos es la desaparición de una urbe neoyorquina que abrió sus puertas a revolucionarios tan importantes como José Martí, Malcolm X, Che Guevara y Albizu Campos. ¿No es esa la gran historia que merece contarse magistralmente? Es más, ¿no es ahora, bajo estas condiciones urbanas de caos y control social, que puede florecer, incluso a nivel colectivo, una mentalidad de psicópata como la del personaje Joker?
No niego que salí del cine medio enamorado de la maravillosa actuación de Joaquin Phoenix. Todo, la cámara, la actuación y el sonido encajaron perfectamente. Pero no pude escapar a un cierto desencanto. Este Joker no era el que yo conocía, aquel viejo jodedor que conocía el arte puro de joder por joder. Esa era la magia del viejo personaje, contrapuesto siempre a la fantasía policiaca y fascista de Bruce Wayne.