José Emilio Pacheco o el vértigo de la inteligencia y la belleza
La literatura es un mar nutrido por todas las corrientes de la Tierra.
–J. E. P.
Lo digo desde el principio y para ser plenamente honesto con mis lectores: no he leído las 2075 páginas que forman los tres tomos de Inventario. No sé si por ello alguien no quiera darle el nombre de reseña a estas páginas. No importa. Añado que no soy el único comentarista de estos ensayos que escribe sobre ellos sin haberlos leído todos. Por ejemplo, Fernando García Núñez (“Inventario de Inventario, de José Emilio Pacheco”, Bulletin Hispanique, volumen 90, números 3-4, 1988, páginas 419-427) tampoco leyó la totalidad de estos textos para escribir sobre los mismos. Para su comentario, que no se basa en esta antología sino en las publicaciones en la revista, García Núñez decidió seleccionar los de un año, 1982. Mi criterio fue menos sistemático, más errático, si se quiere: he leído al azar gran número de las columnas. En algunos casos leí textos de temas que particularmente me interesan: sobre Fernando del Paso, sobre Kafka, sobre Marco Polo, sobre Hitler, sobre sor Juana. Pero estoy seguro de que algún día leeré la totalidad de las columnas incluidas en Inventario, pues la obra de Pacheco me atrae y me importa. Quizás viole las normas académicas al comentar un libro que no he leído en su totalidad, pero el interés de compartir mi lectura de este y mi deseo de que otros lectores lleguen al mismo, me hacen violar esas posibles normas académicas y escribir de todas formas. No pido excusas, pero sí doy explicaciones.
Las columnas que forman Inventario son más o menos de igual longitud —relativamente breves, de unas cuantas páginas, pero que son, eso sí, suficientes para desarrollar ingeniosamente el tema— y son de temas muy variados, aunque predominan los literarios y en casi todas las columnas Pacheco juega con sus inmensos conocimientos y establece una deslumbrante red de conexiones. Para mí ese es el rasgo esencial de estos textos: la capacidad del autor de relacionar temas e ideas que aparentemente no están conectados. La cultura y la historia para Pacheco forman una deslumbrante entrelazado intelectual y estético que sorprende a quien lee sus textos. En esa capacidad de relacionar lo aparentemente distante y ajeno se fundamenta —creo— en la poética de Pacheco. Como en su poesía, en sus ensayos se presenta un sorprendente sistema de relaciones que a primera vista el lector o la lectora no puede imaginar que exista. Terminamos de leer estos textos, como ocurre en su poesía, sorprendidos y viendo una nueva totalidad, un nuevo cuadro que antes no veíamos, ni que teníamos la idea de que existiera. Así, por ejemplo, al comentar la gloria que fue la ciudad de Nueva Orleans antes del desastre del huracán Katrina, una columna relativamente tardía en su producción, Pacheco nos descubre las íntimas relaciones que había entre el comercio del algodón (pudo haber mencionado a Edgar Degas…), la prostitución, la música, la emigración haitiana del XIX, el mestizaje biológico y cultural y unas novelas claves que reconstruyen la ciudad. Pero también nos aclara cómo Nueva Orleans estuvo relacionada desde el siglo XVIII o antes con México, entonces la Nueva España. Los detalles históricos —entre otros el hecho, que Benito Juárez trabajó durante su exilio allí como tabaquero y que el virrey Gálvez, tan importante en la Nueva España por sus reformas ilustradas, fue gobernador de la región y por su obra se le dio el nombre a la ciudad de Galveston: Gálvez’s town— se van interconectando y creando poco a poco una red de datos que terminan produciendo un amplio cuadro lleno de sorpresas. Esas redes intelectuales, que también producen un gran placer estético, solo las puede crear un ser dedicado por completo al conocimiento como Pacheco. Estética e inteligencia se enlazan en su obra, poética y ensayística.
Como ya he apuntado indirectamente, otro de los rasgos sorprendentes de estos textos es la capacidad del autor para incorporar a esa estructura de conocimiento la realidad mexicana, especialmente la histórica. Uno de los textos que más me impresionó, quizás porque fue uno de los primeros que leí y por el cual fue que me di cuenta de esta táctica intelectual y estética de Pacheco, es el que dedica al gran poeta castellano Jorge Manrique (ca. 1440-1479). En “Jorge Manrique a quinientos años de las Coplas” (1976) Pacheco nos deslumbra con su profundo conocimiento de la historia y las letras españolas. Aunque el autor se refiere a la totalidad de la obra de Manrique, el ensayo se centra en el poema que le ha ganado fama y lo ha hecho un escritor canónico de la lengua española: “Coplas a la muerte de su padre” o “Coplas para el señor Diego Arias de Ávila”. Lo deslumbrante de este texto de Pacheco es su capacidad para hallar en el viejo poema múltiples veces comentado un nuevo ángulo desde el cual entenderlo mejor. Al acercarse así al mismo dice algo nuevo sobre un poema del cual nada nuevo aparentemente se podía decir.
Para su comentario de este texto y de la literatura en general, Pacheco parte de una visión borgeana de las letras, visión que mucho tiene en común con imágenes posmodernas de la cultura:
…todo poema a despecho de sus pretensiones de ruptura se alimenta consciente o inconscientemente de muchos otros poemas y expresa unos cuantos lugares comunes filosóficos, los mismos en cualquier tiempo y lugar. Lo que hace la diferencia entre la buena y mala poesía es simplemente la destreza verbal con que el autor maneja un cúmulo de materiales al alcance de todos. (Volumen I, p. 174)
Para mí la gran sorpresa no fue esta magnífica lección de lo que tradicionalmente se llama “análisis de fuentes” o “estudio de influencia”, lección puesta al día aunque parta de trabajos tan viejos como los de Tomás Navarro Tomás, sino la capacidad de Pacheco de ver a Manrique en un amplio contexto literario (Villon, Fernando del Pulgar, Boecio, la Biblia).
Pero el gran salto intelectual e histórico inesperado por el lector o la lectora es cómo Pacheco coloca a Jorge Manrique en un contexto mexicano y, al así hacerlo, descubre para nosotros nuevas conexiones insospechadas. Es que el autor agudamente observa que Manrique es contemporáneo de Nezahualcóyotl (1402-1472), el emperador y gran poeta de Texcoco, probablemente la figura máxima de las letras náhuatl. Solo un brillante intelectual y poeta mexicano nos puede hacer ver las conexiones entre dos autores, el de Castilla y el de Texcoco, aparentemente separados. Ambos tratan la misma temática. Pero a la vez Pacheco nos hace ver cómo esa conexión se hace mucho más fuerte por la traducción al castellano de los poemas de Netzahualcóyotl hecha hacia 1600 por Fernando de Alva Ixtlixóchitl (1568-1648) en su Romances de los señores de la Nueva España. No solo Pacheco parte de una visión amplia de las letras y la cultura, sino que esa visión abarcadora queda firme y sorpresivamente anclada en lo mexicano. Para él la traducción de Alva Ixtlixóchitl, noble por ambos linajes, el azteca y el castellano, enlaza al emperador de Texcoco con el clásico castellano y crea así “la primera poesía del mestizaje” (Tomo I, p. 175).
Inventario está lleno de textos como este, donde se teje una hermosa y deslumbrante red de conexiones históricas y literaria con las cuales se nos hace ver que todos los fuegos intelectuales son el fuego estético. Con estos descubrimientos logra colocar la historia y la cultura de su país en un amplísimo marco, un marco que podemos llamar —aunque la palabra no me gusta mucho— universal.
Cierto es y lo recalco, que no he leído todas las 2075 páginas de los tres volúmenes de Inventario, pero sí he leído las suficientes como para poder recomendar a mis lectores su lectura, íntegra o parcial. Por mi parte, les aseguro que poco a poco seguiré leyendo estos magníficos ensayos que nos muestran a un escritor excepcional que sabe jugar con lo estético y lo intelectual y, al así hacerlo nos acerca al apasionante y frío vértigo de la inteligencia y la belleza.