Just Mercy: el racismo desenfrenado

La historia, que está basada en hechos verídicos, concentra en los esfuerzos de Bryan Stevenson (Michael B. Jordan), un joven negro graduado de la escuela de leyes de Harvard, que va a ese estado a tratar de ayudar a gente que no tiene dinero para costear servicios legales. Como se imaginan, la mayoría, son negros. Junto a Eva Ansley (Brie Larson), Stevenson funda una entidad sin fines de lucro llamada “Equal Justice Initative”. Casi inmediatamente conoce a Johnny D. McMillian (Jamie Foxx) quien hace tres años languidece en la cárcel, convicto de haber asesinado a una adolescente blanca. En Alabama eso, en 1989, cuando la película se desarrolla, significaba la silla eléctrica. (Hoy día te dan a “escoger” entre achicharrarte o inyección letal; sí, como si fuera un especial en un restaurante cuyo chef es el demonio.)
McMillian no confía en nadie y, aunque el hecho que Bryan sea negro lo impresiona, considera que no sabe “nada” de cómo es la vida real de la persona de color, mucho menos de cómo funciona el sistema legal en el estado y, en particular, en Monroeville. Que parte de la condena involucre este condado de Alabama es una ironía que raya en sarcasmo. Se menciona y vemos en la cinta que en esa región basó Haper Lee su obra maestra, To Kill a Mockingbird, que inmortalizó la imagen de su personaje principal, Atticus Finch, como un abogado defensor de la verdad y de los negros.
Bryan ha de encontrar que la ley está corrupta y que los abogados que han participado en el juicio de McMillian, no solo son corruptos también, sino racistas. Peor es que la policía, encabezada por el sheriff Tate (Michael Harding), es igual de racista y dispuesta a arrestar y a culpar a un negro sobre un sospechoso blanco. Están tan alejados de lo que significa el libro de Lee y sus personajes, como la tierra del sol.
Dedicado a estudiar el caso, Bryan va descubriendo poco a poco la patraña que se armó para condenar a McMillian y se convence que el hombre es inocente y que tiene que hacer un gran esfuerzo para salvarlo de la condena que pesa sobre su cabeza. Lo hace tratando de oponerse al fiscal (Rafe Spall, en una actuación que evoluciona de siniestra a estar llena de revelaciones) que llevó el caso y al policía que condujo el arresto.
El director Destin Daniel Cretton, consigue buenas actuaciones de parte de sus principales. Jordan ha sido sensible en imbuir su personaje de humildad, paciencia y percepción. Aunque él también recibe el azote del racismo y el prejuicio, en ningún momento no hace ver que odia a los que muestran no tener ni una fracción de respeto por otros seres humanos. Me parece obvio que el personaje real (lo vemos al final del filme), quien vivió la realidad que la cinta adorna con el mito dramático que requiere el guión para mantener nuestra atención, era parecido al que estamos viendo. Después de todo, a pesar de las amarguras que persistían a fines de los 80 del pasado siglo, no estaba rodeado de las circunstancias que vivieron los jóvenes asesinados en Misisipí en 1964 y representados en Mississippi Burning (1988; que no es mala idea ver nuevamente, después de esta).
Jammie Foxx, es un estupendo McMillian: rencoroso, suspicaz, amargado y temeroso, por muchas razones. Tiene también la capacidad del perdón y de no presumir que todos los blancos lo odian. Los momentos en los que poco a poco va rumbo al conocimiento que sí hay decencia en algunos, son de los mejores en el filme. Sus intercambios con Jordan hacen que, el amante del cine y el arte de actuar, se de cuenta lo que hemos perdido por habernos tardado tanto tiempo en darles oportunidades a los actores negros.
Aunque la cinta se toma su tiempo en llevarnos a la corte para ver cómo la justicia no es ciega para los perseguidos, nos estremece con algunas de sus tramas laterales y su representación del problema enorme de la violación de derechos civiles en un país que dice respetarlos, y del prejuicio que reclama no tener.