La autocomplacencia (o el peligro de vivir en micromundos)
Me he pasado la semana encerrada en la oficina, un micromundo tan complejo en términos de asuntos y personajes que una tiende a olvidar que más allá continúa existiendo la realidad viscosa y pertinaz — la crisis socioeconómica, los abusos de poder, y demás pataletas violentas y atrofiantes. Al volver a chocar con otros planetas, me he puesto a pensar en el nivel hasta el cual podemos felizmente pasar la vida rodeados por personas que piensan como nosotros.
Sí, ya sé que el mundo real tiene poco que ver con los ideales de la adolescencia. Que ser buena persona no conlleva una recompensa. Todo eso y más. Pero, no creo estar fuera de órbita al decir que es bastante fácil compartir solamente con aquellos que nos dan siempre la razón. Convendrán conmigo en que vivir en un círculo con diámetro corto tiende a convertirnos en personas de posturas rígidas y miradas angostas, que toman partido en todo, que opinan en todos los temas, sepan o no algo del asunto.
Comprendo que en tiempos tan crispados y polémicos uno no puede (ni debe) pasar callado y obediente cuando se teme por la aglomeración de doctrinas ajenas. Pero tampoco es sensato pensar que uno, precisamente uno, tiene toda la razón. Creer que se tiene toda la razón es una necedad peligrosa. Cualquiera diría que no nos tomamos el trabajo de poner en circulación ideas propias, de revisar lo que pensamos y confrontarnos cuando cambiamos de opinión. Si no podemos interactuar productivamente con alguien que piense diferente a nosotros, entonces no sé bien por qué nos tomamos el trabajo de tener ideas, cuando lo que de verdad parece importarnos es la identificación amparadora con un grupo. A veces me parece que somos más partidarios de los diferentes partidos (políticos o de otro tipo) que ciudadanos politizados. Defendemos con una ceguera astronómica. Chapoteamos en la autocomplacencia.
Me parece que debemos tener mejor disposición para permitirnos de-construir ideas y tolerar a los demás en su desconstrucción. Tal humildad quizás nos deje ver que estamos equivocados o que otra persona trae un pensamiento lúcido, aún más claro que el propio. Pienso que no es necesario, ni saludable, agarrarse a las ideas y las opiniones con el mismo afán con el que las hormigas corren a merendarse un animal muerto. El cambio es esencial en la vida. Y cambiar de opinión no es una derrota, sino un crecimiento. Es más, la deconstrucción puede dejarnos más firmes y claros en unos pocos principios básicos. Como que ninguna idea merece el coste de una vida humana. O que los fines no justifican los medios. O que en el fondo, todos somos muy parecidos.
(Publicado también en www.coalamacacoa.tumblr.com, el blog de la autora.)