La ‘burbuja’ y los límites de lo políticamente pensable
Más allá del atractivo que ha representado el retorno de la competencia deportiva de una de las principales ligas profesionales del planeta, los titulares noticiosos y debates sobre lo ocurrido en esta denominada burbuja en Disney también han girado alrededor de las dimensiones políticas de este evento organizado por la NBA. Desde que reinició la temporada a finales de julio, los jugadores han utilizado los partidos como plataforma para protestar en contra de la violencia racial hacia las personas negras de Estados Unidos. Durante la primera semana de torneo, la mayoría de los jugadores y entrenadores se arrodillaban durante la entonación del himno nacional de los Estados Unidos. Este acto emuló la protesta iniciada por el exjugador de la National Football League, Colin Kaepernick, quien en 2016 igualmente utilizó la plataforma deportiva para compartir su mensaje antirracista. En aquella ocasión, el acto de Kaepernick fue rechazado por fanáticos de equipos, directivos de la NFL y hasta líderes políticos, incluyendo el actual presidente, Donald Trump.
Cuatro años después, las manifestaciones de atletas en apoyo al movimiento político Black Lives Matter (BLM) se han convertido en un ejercicio de expresión común, especialmente durante los eventos deportivos realizados durante el verano 2020. A diferencia del período en el cual Kaepernick realizó sus protestas, las manifestaciones políticas actuales en la NBA y otras ligas deportivas fueron precedidas por movilizaciones multitudinarias que ocurrieron entre finales de mayo y durante varias semanas en junio. El asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis, en Minnesota, desató protestas masivas en todas las regiones de Estados Unidos, así como en varias ciudades de otros países. La muerte de Floyd fue denunciada como otro caso más en el cual el poder político reprimió y asesinó injustificadamente a una persona negra.
La denuncia de racismo sistémico encontró eco en varios baloncelistas que por años han sido vocales en contra de la violencia policial hacia las personas negras. Atletas como Lebron James de los Lakers de Los Ángeles, Jaylen Brown de los Celtics de Boston y Carmelo Anthony de los Trail Blazers de Portland, fueron solo algunas de las figuras de la NBA que aprovecharon la renovada coyuntura del BLM para dar seguimiento y validar las múltiples expresiones antirracistas que han promovido por los pasados años. Ese trasfondo activista de varios baloncelistas aportó a que las negociaciones entre los jugadores y la NBA para reiniciar el torneo dentro de la “burbuja” incluyeran solicitarle a la liga que permitiera que se usaran los juegos como escenario de manifestaciones bajo el lema de BLM. En este escenario negociado, los jugadores no solo se han arrodillado durante la entonación del himno nacional, sino que además utilizan mensajes políticos en la parte de atrás de sus uniformes y visten camisas negras de entrenamiento con el mensaje de Black Lives Matter.
No han faltado los análisis y comentarios de quienes entienden que la lucha antirracista representada por el movimiento BLM ha sido apropiada y comercializada por corporaciones como Nike y la misma NBA. Desde el reinicio del torneo, marcas de bebidas gaseosas y compañías productoras de calzado deportivo han presentado pautas televisivas en apoyo a la equidad racial. Algunas de estas corporaciones que ahora abrazan los reclamos de BLM han sido señaladas por años por sus prácticas anti laborales y por tener a sus trabajadores en condiciones precarias. Sin duda, el inicio de la “burbuja” de la NBA nos obliga a repasar el dilema recurrente entre elogiar las virtudes y la deseabilidad de la representatividad plural en los medios de comunicación (incluyendo la cobertura deportiva) frente a los necesarios cuestionamientos en torno a cómo las condiciones materiales de estos mismos grupos visibilizados en estas campañas mediáticas pueden mejorar mientras persistan la prácticas de explotación ejecutadas por esas organizaciones que ahora quieren darle una voz a quien históricamente ha sido fichado como el “otro”.
Los partidos de la NBA son transmitidos en al menos cuatro canales nacionales de Estados Unidos y varias estaciones televisivas regionales. No hay duda de que el mensaje político de los jugadores está siendo consumido por millones de personas. Asimismo, es importante destacar que la aceptación actual de manifestaciones en contra del racismo por parte de atletas representa un adelanto con respecto al 2016, cuando Kaepernick fue duramente criticado y hasta perdió su carrera en la NFL como represalia por sus protestas.
¿Debe ser esta mayor visibilidad y aceptación mediática el objetivo de quienes hacen activismo antirracista? ¿Debemos conformarnos con que ahora la NBA, Disney y Nike abracen la campaña de BLM?
La respuesta es no. Ponderar la posibilidad de responder afirmativamente a ambas preguntas es imaginar un proyecto político incompleto o a medias. En su ensayo “El sujeto político de la diversidad”, la socióloga Leticia Sabsay advierte que “el pluralismo cultural y el reconocimiento de la diversidad parecerían imponerse como último límite de lo políticamente pensable y obturan de este modo la posibilidad de una política más radical”. En ese sentido, ver a Lebron James usar una camisa de BLM en plena superficie de juego de la NBA no debe verse como el “último límite de lo políticamente pensable”. Más bien debe promoverse como un punto de partida para imaginar otras posibilidades políticas que reivindiquen con derechos y mejores condiciones de vida a quienes han sufrido la violencia racial y desigualdad. Las luchas antirracistas deben continuar ocupando y politizando espacios, incluyendo los de organizaciones comunitarias, los centros educativos, los grupos políticos y otras esferas de poder. Limitar el activismo o aspirar a conformarse con algunas representaciones mediáticas corporativas no necesariamente traerá el cambio político que inspiró la creación de un movimiento como el de BLM. Si bien las manifestaciones recientes en juegos de la NBA son positivas desde la perspectiva de la representatividad y visibilidad de una causa, resignarse a verlas como el límite de lo políticamente pensable es operar desde una mentalidad de burbuja.