La Caída
capítulo I*
Una lluvia torrencial cae sobre Belo Horizonte. Estacionado en frente del Palacio de las Artes, un taxi espera impaciente la bajada del pasajero, que, aun llevando un paraguas, tiene en el maletero dos cajas pesadas de libros para cargar. El taxista no parece dispuesto a ayudar. Por lo menos, apaga el taxímetro. En el asiento de atrás, Gregório, incomodado, intenta entablar una conversación, pero nada más allá del tiempo.— No quiero hacerle perder su tiempo. En cuanto pare un poco, prometo bajar. Mira, parece que está menguando…
El taxista sonríe y comprende la situación. Gregório continúa:
— Además, dentro de quince minutos comienza el evento. Necesito llegar unos diez minutos antes para exponer los libros. De cualquier forma, de aquí a cinco minutos salgo.
El taxista se dispone a ayudar:
— Si es así, damos una corrida juntos y cada uno coge una caja.
Cuatro minutos después, las puertas del automóvil se abren y, apresuradamente, los dos cogen sus respectivas cajas. Gregório también lleva un póster y una maleta ejecutiva, aunque lejos de ser cuero original. ‘’Cala bobos’’, la verdad es que la espalda del escritor está bien mojada y los pies entraron de lleno en un charco. Una persona de seguridad del Palacio le ayuda cogiendo una de las cajas y la deposita en un banco, frente a una vidriera. Gregório paga al taxista, dándole una propina de diez reales por la espera, el taxista se lo agradece y desea suerte en el evento. La persona de seguridad, dispuesta a colaborar, le ayuda con las dos cajas (a propósito, bien pesadas), en la planta baja, una mesita con sillas alrededor está preparada para la presentación del libro de Gregório Mendes, 40 años, filósofo, conferenciante, agitador cultural, dueño de una columna comportamental en un periódico de barrio (¡El Vigilante!) profesor de Literatura y Redacción en un renombrado colegio de la ciudad. Estrenaba su primer libro, con una selección de textos que habían sido publicados por el periódico. El periódico abarca cerca de 500 lectores a lo máximo, dentro de una asociación de barrio, como Gregório vislumbró un alcance mayor con la publicación de ese compendio, vendió el Golf y juntó sus ahorros para publicar la obra, negociando directamente con una editorial de auto publicación, que no tenía mucho criterio en las valoraciones de los originales, prestando atención sólo a la cuestión comercial de los pagos siempre anticipados. Pero si hubieran entrado en la obra, observarían en ella concepciones y formas de pensamiento bien originales e ideas filosóficas que pasaban lejos de especulaciones metafísicas.
Una somnolienta trabajadora se estiraba en la caja registradora. Un camarero le ofreció ayuda. A Gregório le extrañó el hecho de que la librería de la planta baja hubiera sido cerrada. Un inmueble vacío y frío. Se dirigió a una mesa y al lado colgó el póster, que llevaba para la presentación, Provocaciones Filosóficas de un Pensador Actualizado Con Las Cosas del Mundo. Verificó el reloj y sonrió al ver entrar en la sala a una de sus lectoras, una adolescente de 15 años, lectora de Nietzsche, y que recitaba pasajes completos de Así habló Zaratustra. Carla sacudió el paraguas, sonrió y le extendió la mano al escritor. Hablaron sobre cosas comunes, sobre el clima y sobre el libro. Gregório usó la tapa del bolígrafo para rasgar chapuceramente la cinta que ataba la caja y sacó de ella un ejemplar robusto que entregó a la adolescente. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, tal vez por el frío de sus pies mojados, tal vez por la visión de unos senos jóvenes que abultaban por debajo de una blusa blanca cuando rozó, ligeramente, aquel brazo de chica, que sólo llevaba una chaqueta por encima. Conversaron un poco sobre la obra, Carla estaba muy interesada ojeando la portada, la contraportada.
Tiempo para que llegaran tres invitados más: Hamilton era un hombre que aparentaba unos 40 años y que era simplemente transparente en un juego de Caja Económica Federal, la Quiniela. Nunca había ganado un buen premio, el día que acertó los 14 puntos, no se enteró del hecho, ya que el reparto era insignificante. Cuando Corinthians gana de XV al Piracicaba, el Flamengo de Vuelta Redonda, al Grêmio del Inter de Santa Maria, el Goiás de Anapolina al Atlético Mineiro de Guarani de Divinópolis, bien, el premio no da para mucho. Dio mal para cubrir el valor de la apuesta. Pero Hamilton continuaba, enumerando algunas cebras, a la espera de ganar su primer millón. Hombre simple, decía que se jubilaría con un rendimiento básico en la cuenta de ahorros. Su presencia en el evento, ya que no leía nada que no fuese fútbol, se justificaba por el hecho de vender anuncios para el periódico del barrio donde Gregório escribía. Él lo conoció por casualidad, una vez que negociaron un espacio publicitario para la publicación de la obra. Estaba allí por la política post venta.
Juliana llegó un poco mojada. Había conocido a Gregório por medio de una columna en la que el autor trató de cuidados con los animales. Vegana, naturista y férrea defensora de los animales, Juliana se emocionaba cada vez que se encontraba un perro en la calle y, en su mochila, cargaba siempre de dos a tres kilos de pienso. Con esa preocupación, saludó a los presentes, bajó la mochila, la abrió y comprobó si el pienso estaba intacto. Lo estaba. Se dirigió hasta Gregório y le preguntó si tenía algún texto más sobre animales en su libro. El autor respondió que sí y le entregó un ejemplar. Juliana se sentó y lo comenzó a ojear.
Luísa llegó seca, con un móvil en la mano y super concentrada en el intercambio de mensajes y publicaciones. Era difícil para ella desconectarse del mundo virtual, todavía más ya que sabía inglés y, de forma virtual, intercambiaba conocimientos con australianos, canadienses, norteamericanos, ingleses y afines. Dormía con el móvil encendido, recibía mensajes toda la noche y, seguía compartiendo, publicando, comentando y viviendo. Se nutría por el móvil. Gregório la conoció cuando dio clases en un curso. Cuando el escritor le entregó un ejemplar, ella enseguida preguntó:
— ¿Su libro está en plataforma digital?
Cuando Gregório respondió no, ella insistió:
— ¿Podría pasarme la versión en pdf?
Gregório prometió enviarle el archivo mientras movía algunas sillas alrededor de una mesa. Distribuyó algunos libros y observó a Hamilton, que casi se comía con los ojos a Luísa. Juliana mantenía conversación con Carla, y ambas comentaron el hecho de haber abrazado Nietzsche a un caballo que estaba siendo azotado. Juliana, que nunca había oído hablar del filósofo alemán, se enamoró enseguida de él. Carla fue interrumpida por el grito extravagante de su madre que llegó provocando. La mujer rica, llevaba un tailleur y accesorios extravagantes. Cuarentona, pero nítidamente deseando ser más joven, no entendía bien lo que significaba la filosofía, la cultura ni el arte. Sólo entendía la ciencia de las apariencias y, cuando fue fotografiada por una revista ejecutiva en una fiesta de sofisticados y famosos en el Club del Automóvil de BH, se sintió valorada, el evento solamente fue superado cuando fue a Miami a hacer unas compras y comentar con unas amigas. Abrazó inesperadamente al escritor, y le besó en las mejillas para el bochorno de su hija. Jurema era el nombre de aquella mujer rica, que, después de invertir largo tiempo en registros y burocracias, se lo cambió por Brigitte. Según ella, Jurema le daba vergüenza.
La atención de todos fue llamada por la entrada de dos mujeres que lloraban abrazadas. Gregório había tenido el (des)agrado de conocer a ambas: una se lamentaba día y noche por la pérdida de su madre, ejercía la culpa de forma atroz y decía que no había tenido tiempo para aclarar algunas cosas con su madre. Quedó registrado en la conversación que tuvo con Gregório frases como estas: “¡Y yo no tuve la oportunidad de decir cuanto la amaba!’’; “¡Y ella murió sola en un cuarto de hospital, respirando malamente!’’; “¡Ah, si pudiese volver atrás en el tiempo!”. Y el show de lamentaciones iba aumentando. Había leído un artículo de Gregório que intencionadamente, fue de autoayuda para poner a prueba a sus destinatarios. Fue suficiente para que Andreia enviara varios e-mails al autor pidiendo consejos sobre que hacer y que no hacer. Deborah, la otra llorona, con un pañuelo sobre la cabeza, símbolo de su lucha contra el cáncer, debidamente registrado en un diario en Facebook, donde respondía a cuestiones de autoayuda y superación. Gregório, medio abochornado, se dirigió a las dos. Acarició la espalda de ambas, Andreia se apoyó en su pecho y le dejó toda la camisa llena de mocos, intentó disfrazarlo, pasando rápidamente la palma de su mano por la corbata y se limpió en los pantalones, de forma discreta. Las consoló rápidamente. Luísa hacía fotos a la pancarta, al libro expuesto, a dos personas allí presentes, varios selfis, y lo publicaba en Internet. Juliana se aproximó a Deborah y la invitó a sentarse. La rueda ya estaba casi montada, cuando Gregório pidió un vaso de agua para comenzar la presentación, fue sorprendido con la entrada de tres invitados más.
Arthur era un joven de veintidós años, ávido lector de clásicos de la literatura, tales como Victor Hugo, Balzac, Stendhal, Proust y Thomas Mann. Decía que su abuelo le había puesto su nombre en homenaje al gran Rimbaud y, si nombre y destino mantenían un vínculo, Arthur era la prueba viva de eso. Traía en las manos un libro de Mario Vargas Llosa, Conversación en la Catedral. Conoció a Gregório también en la clase de Redacción, y el profesor se maravilló inmediatamente con su talento en forma de especie en extinción. Después entró Chris, gay aceptado y perteneciente al movimiento de conciencia negra, ideólogo y limítrofe exactamente por causa de ese activismo. Veía discriminación y persecución en todo y mantenía con el escritor enfrentamientos acalorados sobre artículos que deberían ser escritos a favor de los gais y negros. Gregório escribió algunos, pero no usaba la militancia como tema de sus textos, declarándose más un filósofo que un ideólogo. Chris, abreviación de Cristiano, tenía unos 30 años y recibió miradas discriminatorias de Hamilton. En ese grupo de invitados, llegó Márcia, activista feminista y homosexual aceptada, que inmediatamente comenzó a mirar a Carla, Juliana y Luísa.
Antes de que todos perdieran la concentración, Gregório comenzó su charla, agradeciendo la presencia de todos, a pesar del diluvio que caía en la capital y ansioso por hablar un poco de su nuevo trabajo. Comenzó:
— El título de este libro es muy subjetivo. Yo lo pensé como una propuesta de diálogo amplio, por eso, Provocaciones Filosóficas De Un Pensador Actualizado Con Las Cosas del Mundo. – Los pocos presentes se alternaban entre ojear el libro y mirar al orador. Menos Hamilton, que, en posesión de un bolígrafo, marcaba un juego de lotería con el ceño fruncido. Luísa, aunque no había sido contratada como asesora de imprenta, ya había tirado y publicado ciento cincuenta fotos del evento.
— Es necesario provocar a un mundo que está en ruinas. Pensar el mundo. Pensar en las cosas no sólo como el hecho de acordarnos que tendremos que trabajar mañana, comer mañana, acostarnos mañana. Pensar sobre las cosas, reflexionar sobre nuestra existencia, buscar el sentido para la vida. Y, siendo interactivo, les propongo una conversación. Quiero oír de ustedes, ¿cuál es el sentido de la vida? Comenzando de la derecha hacia la izquierda. ¿Juliana?
— Defender los animales indefensos – respondió.
Gregório anotó, y los interlocutores comenzaron:
— Hacer compras, viajar al exterior y las cirugías plásticas, ¡muchas cirugías plásticas! exclamó – Jurema-Brigitte, lo que generó una carcajada en los presentes. Menos Carla que, abochornada respondió:
— El sentido de la vida es algo muy amplio. No da para delimitar en una simple respuesta. Como afirmaba Nietzsche en Así habló Zaratustra: “¡Sin embargo, la única cosa pesada para el hombre es llevar al propio hombre! Que arrastra sobre los hombros demasiadas cosas extrañas. Como el camello, se arrodilla y se deja cargar. Especialmente el hombre fuerte, resistente, lleno de veneración: ese carga sobre sus hombros demasiadas palabras, valores extraños y pesados; ahora la vida le parece un desierto’’ – se había entusiasmado hasta tal punto, que, en la parte final, ya estaba de pie recitando. Luísa tiró unas diez fotos. Los presentes aplaudieron, Jurema-Brigitte aplaudía poniendo cara extraña.
Era el turno de Hamilton, que, a su vez, lo pasó. Estaba reflexionando sobre el juego 7, entre CRB de Alagosas y ASA de Arapiraca. Lo disfrazó, diciendo que era tímido. Arthur se dirigió primeramente a Carla y después a los demás:
— Fantástica cita literaria. ¡Qué contenido! Es lo que yo digo: el mundo no está perdido. Afirmo que acabas de alegrarme la noche. Discúlpeme profesor – dirigiéndose a Gregório – pero el hecho de haber oído eso ahora y de una adolescente, me ha alegrado la noche.
Carla intervino, afirmando que la edad no significaba gran cosa y que disculpaba a Arthur por el hecho del epíteto adolescente, pero que no le gustaría ser calificada como tal. Ambos se entendieron. Al seguir, Deborah habló:
— Muy oportuna su pregunta, escritor. Hallé sentido a la vida a partir del momento en el que tuve que someterme a una quimioterapia. Mi pelo se cayó. El tratamiento es brutal. Hoy mismo publiqué en Facebook el diario de mi lucha y emocioné a muchas personas. Conseguí 67 me gusta, 12 comentarios de solidaridad y 7 compartieron mi publicación, que a su vez generaron otros tantos me gusta, comentarios, y otros tantos lo siguieron compartiendo. Soy una luchadora. Una ganadora. Amo mi vida, los animales y las plantas. Amo a Dios, que puso eso en mi vida con un propósito claro. Ese es el sentido de mi vida. Y estoy en una lucha de información para que las personas sepan lo que causa el cáncer. Los refrescos causan cáncer. Las bebidas alcohólicas también. El edulcorante causa cáncer. Las legumbres llenas de agro toxinas causan cáncer. Los cigarrillos causan cáncer. La depresión y el resentimiento causa cáncer. Las frituras causan cáncer. Y podría informar aquí de un millón de cosas más que causan cáncer. – Luísa grabó esa parte, lo publicó y, mientras el video se bajaba, escuchó a Chris:
— El sentido de la vida para mí es descubrir la propia sexualidad. Descubrir nuestros deseos y tener una visión clara de ellos. Asumir posiciones, aun siendo víctima de discriminaciones de todo tipo. Asumo que soy gay y negro. – El hecho de ser negro es obvio, ser gay también.
Gregório dio la palabra a Andreia, que se lamentó:
— Usted que es un fisólogo (sic)… figóso (sic)… – se equivocó llorando.
Gregório intervino:
— Filósofo.
Los presentes continuaron riendo. La llorona, mejor dicho, Andreia, continuó:
— Ella murió sin que yo hubiera tenido la oportunidad de decirle cuanto la amaba. Sufro hasta hoy. Sueño con mi madre. Pobrecita, fallo múltiple de órganos y tumbada en aquella cama de hospital. Hospital público. ¿Cómo pagar una cama en un hospital privado de dos mil reales? Murió sin aire, la pobrecita de mi madre. Abandonada en una cama de hospital. ¡Qué lástima! – dirigiéndose exclusivamente a Gregório – usted que es una persona de esas que usted habló, disculpa, pero no sé si hablar, pero al ser una persona inteligente, respóndame por favor, algo que me haga salir de este sufrimiento. Por favor…
Gregório saliendo por la tangente, dijo que en el libro había una crónica que trataba exactamente del luto por la pérdida de su madre con el simple título de Hospital. Meneó la cabeza hacia Márcia, con pelo corto y piercing en la ceja. La activista comenzó:
— Sentido es todo eso que nos falta hoy en día. Estoy de acuerdo con el chico gay que habló muy bien. Somos discriminados. Somos víctimas de un sistema machista que nos oprime todo el tiempo. Sólo para proporcionar un dato, la población brasileña está formada por un cincuenta y dos por ciento de mujeres, pero en la política, por ejemplo, la mujer no ocupa ni el diez por ciento de los cargos. Eso sin hablar de la diferencia salarial existente entre cargos de una misma competencia. Y sin hablar del trabajo que la mujer hace en casa, lavando la ropa del marido, de los hijos, etc.
Jurema-Brigitte señaló:
— ¿Usted no tiene lavadora en casa? Mire, cuando salgo dejo a mi empleada a cargo de esas tareas y…
— Madre – interrumpió la hija – ella está hablando en términos generales. No opines de momento, por favor.
Antes que la cosa desembocase en una charla improductiva, Gregório intervino, pero fue sorprendido con la llegada de dos chicos acaramelados. Literalmente. Un muchacho con traje y bufanda que, cerrando un paraguas, saludó a todos y se disculpó por el atraso, afirmaba tener puntualidad británica, pero que la lluvia y a falta de un buen transporte público en BH (bien diferente de lo que ocurre en Paris, Madrid, Londres) hizo que se atrasara. Se sentó. Se llamaba Nicodemos, apodado Nico. El otro era un muchacho introvertido, con gafas de culo de botella, filósofo de formación y que vivía sustentado por la paga de su madre. No quería venderse al sistema y calculaba cada palabra antes de someter su tratado de filosofía a editoriales afines. Era medio lunático, pero íntegro. Se llamaba Joel y conoció a Gregório en un simposio de filosofía en la UFMG.
Ambos nada más llegar fueron invitados a hablar sobre el sentido de la vida. Nico fue el primero:
— Discúlpenme una vez más por el atraso. La lluvia… Esa falta de transporte decente en Brasil. Ustedes necesitan ver en Francia: si el autobús está marcado para salir a las 10:24, ¡adivinen! 10:24 y el transporte llega, y ni es el punto de partida. Estamos muy atrasados con relación a Europa…
— El sentido de la vida… – interrumpió Gregório.
— El sentido de la vida. El sentido de la vida es exactamente la falta de sentido en la vida.
Carla resopló. Juliana se encogió de hombros. Hamilton frunció el ceño reflexivo sobre la marcación del juego entre Botafogo de Paraíba X Central de Caruaru. Luísa tomó fotos de Nico y publicó un video clamoroso (aunque nada glamuroso) de Deborah. Fue ahora el turno de Joel:
— También comienzo pidiendo disculpas por el atraso. Pensé que la presentación comenzaba a las ocho y media. Bien, sentido posee en sí varios significados, y, a la luz de la filosofía, puede significar una serie de cosas, variando de filósofo para filósofo. ¿Podría especificar, profesor?
— Que significa sentido para usted… ¿Cuál es el sentido de la vida?
La conversación continuó fluida toda la velada. Indagaciones. Cuestiones. Dudas. Llantos. Resignaciones. Gregório comenzó a sentir un cosquilleo en los pies, bebió una copa de vino y fue avisado por la seguridad del Palacio que ya era la hora de cerrar. La trabajadora de la caja registradora casi estaba ya dormida. Gregório dio la velada por concluida, invitó a todos a adquirir su libro y consiguió una venta espectacular: dos ejemplares autografiados: uno para Carla, (que compró Jurema-Brigitte), y otro para Arthur. Joel se disculpó por no comprarlo.
Se despidieron. Gregório enrolló el póster, juntó nuevamente los libros en la caja, llamo a un taxi y se fue.
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* Extracto de la novela «La Caída» de Marcelo Pereira Rodrigues.