La casa, el calaboso y el héroe que regresa
–Federico García Lorca
Al Che, siempre amable.El héroe (o antihéroe) y la casa: Odiseo se tardó 20 años en volver de la batalla de Troya y cuando regresó su casa estaba en desorden. Aunque Penélope lo esperó tejiendo, no pudo hacer mucho para que los rivales de ese hombre, pretendientes de ella y de la hacienda de ambos, penetraran ese espacio. Este héroe un tanto antihéroe sólo pudo volver luego de haber hablado con los muertos que se encontró en el hades; entre ellos su madre y otras madres. Tratan, esas conversaciones, de una transición del ámbito de la guerra al espacio doméstico que lo espera. Muchos años más tarde, el héroe (¿o antihéroe?) que regresa de una batalla en el poema más famoso de Federico García Lorca se encuentra que ella ya está muerta, puesto que está verde, “las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas”. En la ausencia del hombre para la guerra, la casa, ese lugar sagrado organizado en torno a la cocina, el hogar, en similitud con el fuego vestal de los romanos-fuego público dedicado a los ancestros–, cuidado también por diosas, corre el riesgo de la catástrofe.
La casa en socos: El campo cultural puertorriqueño se definió durante el siglo XX desde “las casas de la cultura”: el Ateneo, el Instituto de Cultura, el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, incluso la División de Educación Continua y Desarrollo Profesional (Rodríguez Castro, Marsch Kennerley). Apertrechados en ese espacio seguro, que había que proteger a fuego y balas (Marqués, Albizu) los “padres de la nación” (Gelpí) enunciarían la Ley ordenadora por medio del control de los signos (¿no es Odiseo un truquero—maestro en signos?). Esto es, mediante el control de la palabra, las artes plásticas, la educación pública, la cultura, definida desde la tradición greco-romana a veces, otras, reconociendo diversas tradiciones (Palés, González). Es en medio de esta guerra edipal por el control de los símbolos que se publica por primera vez, en 1985, la casa de la forma, una exploración del espacio desde el cual habla el poeta. El poeta-héroe (o antihéroe) en este caso fue Joserramón Melendes (Che), autor de este monumental texto. Si pululas por Río Piedras, sabes que acostumbra a hablar desde un afuera justo en el margen, como los seres errantes que no tienen casa, desde donde observa y enuncia la palabra sagrada. Habla desde un banco en la plaza frente a los portones de la Universidad y, cuando quitan los bancos para dispersar la plaza de gente sin casa, se muda a un antro de comida rápida; la casa menos casa, el lugar más impersonal. Pero generaciones de estudiantes han buscado al Che, donde quiera que esté, para someterse a su cátedra. Él será un maestro severo, anunciará las fallas de la escritura; explicará la seriedad y dedicación que precisa volverse maestro en la forma. En fin, sin autorizarse por más mármoles ni tradiciones que las de la torre de marfil de la poesía más pura y más compleja, más coloquial y accesible también, se vuelve maestro al que se somenten voluntarios aprendices que no obtendrán más título que el privilegio de acceder a esa mirada que se contituye como tal desde afuera; en esa frontera justo apenas más allá de los portones, desde donde lo observa todo.
La casa cosa: La casa de la forma es un libro objeto. Cada ejemplar es distinto del otro y llama la atención a su forma de producción artesanal (no mecánica). Para comprarlos hay que tomarlos en las manos y acariciarlos; sopesar la casa con la mano, mirarlos desde afuera y así escoger el más bonito. Al abrirlo hay sorpresas. El libro es un baúl lleno de voces: Caucer, Lezama, Jorge Guillén, Góngora, Eráclito, Fray Luis… ¿Sigo? Cada pasar de página es asombroso. La primera provocación es un juego de niños: Un soneto de 16 sonetos, encadenados, para reflexionar sobre la luz y la sombra, el sentido del ser, la existencia, el tiempo y su relación con las palabras; de entrada rompe con la tradición que reverncia por la presencia de ese 16 atípico, aunque no desconocido. Termina este soneto con otro de 11 en octosílabos; la entrada ya señala un abanico de posibilidades que se explorarán en un viaje extenuante, como el de Odiseo.
Cómo escribir esa cosa: Hay que adviertir que en este título “casa” se puede leer “caza” puesto que el Che escribe fonéticamente, sin distinciones entre ges y jotas, doble eles o yes, eses, ces o zetas. Esto implica que el libro junta la idea bélica de hombre que deja la casa para ir en busca del sustento, la caza, con la idea de la casa como el lugar donde está la cosa, la forma. Y esa forma es también informe, como anuncian los epígrafes, los subtítulos, las advertencias que se van anunciado como signos, carteles; tales como: “material bolátil”, o: “Esto no son palabras: son pedasos de biento agrupados en torno de una sílaba de aire: el fulcro madre inmóbil y la trensa del ridmo, cabesa i trensa, ueco i agua: el berso es un pulpo” (ix). Con esta advertencia, en adelante cuando escriba la palabra “casa” puede que esté hablando de caza, de la forma de una casa, del método para la cacería o del lugar símbólico donde habita una forma que no está hecha de nada más que de aire.
Adentro: El adentro es afuera. Está lleno de imágenes de aire y mar, hojas verdes, grama, luz. Hay que caminar la casa. Entrar por sus puertas y explorarla. Es una casa barroca; no se dará con facilidad, más allá de las claves que señalo, desde que comencé a tratar de asir este libro en una reflexión pública (para llegar al otro, más nuevo, ay). Tal vez barroca es la palabra que mejor describe la casa hecha de opuestos: lo sublime y lo profano, lo dicho y lo no dicho, las contradicciones, incluso en la “Interrubsión: poemas no incluidos en este libro”. Poemas que no están, como el que sigue (fíjense en la dedicatoria):
DE LOS NOMBRES…Fray Luis
¡Qé ricos son los cricos como boyos de pan, como qesito con papaya! ¡Las chochas de las primas o la ayas!¡Sobretodo después de tanto escoyo
sorteado, enaguas, pantis, el repoyo de una cancán ase beinte años (baya, qe ubo una bes qe no ubo tanga i playa)!¡Qé ricos, qé caientes esos oyos
predilegtos del pes qe fuimos! ¡Brinca tota, toto, tostón, toda su taya,raja, bembas, pelota, penca e crica,
montó, canto, isla de agua en qe se encaya, gata curiosa qe la sangre pica,i, dicho su secreto, todo caya!
Pero uno que sí está, es este en el que la casa es castillo contra el que no puede el tiempo ni la vida ni la muerte: es un estoraque, un árbol, un bálsamo, un escrito largo y aburrido…
Afuera el mundo bibra su aposento como si fuera su asento el que bibrara. I en todo esta pasión de nube rarade parisionarlo todo: lo qe cuento.
No ai brida qe se atreba, el esperpento me amaga, atisa, sierra, toma cara. I la esperansa mío so se páracomo un astiyo maldito i suculento.
¿Adónde iré qel tiempo me repuje, me orade, me someta, me sonsaqe,sin esta eternidá, sin este buje?
Lo muerto qe me tiene no es cosa qe me plasca solo: condena es este empuje.Mi mano planta un bosque de estoraqe.
El calaboso: El poeta planta, no pierde la esperanza, o censuró su desesperanza, porque hoy se decide. Abre el calaboso (fragmentos y sonetos escombrados en la casa de la forma, Quease, 2011) sale de él y regresa, como Odiseo, como soldado que vuelve de la guerra. No es que no encuentre la casa que dejó, es que la guerra lo ha dañado. Del calaboso sale un poeta menos dios (es incapaz de contenerlo todo en la palabra), más frágil (reflexiona sobre la fugacidad de la vida, incluso sobre el fracaso). Es, en resumen, más humano.
a saco
i.
¿Ya soi mi nombre, ya no soi yo mismo? ¿Me e muerto para mí, de renasido a ese qe fui exudando en el tupido aser?: ¿tengo derecho al cataclismo qe parió esas bolutas de su sismo? O soi el exiliado de su abido monumento, ostentoso i desnutrido pero ajeno: Mi nombre: yo, el mutismo. –Se muda el artesano en su cacharro, Mojamad en su libro, la echisera en sus teses, cataplasmas i asabache; morimos antes qe nos rebienta el sarro, esparadramos la bida en la quimeraqe asemos, como el agua para un bache.
El calaboso se deja caminar más fácilmente que la casa. Será que tiene surcos de andadas de adelante hacia atrás, típico de la imagen que tenemos de los presos. También es un libro hermoso: ahí están las citas, los homenajes a otros poetas, la destrucción y reconstrucción de la forma, las imágenes. Aunque sea otra casa, sigue siendo la misma. Como las casas de urbanización boricua, que los dueños siguen rehaciendo toda la vida para adecuarla al sueño del momento, como la casa de Cien años que cambia según avanza el siglo, ahora, que estamos en otro siglo el poeta lee, pero también se lee como un pedazo de polvo en el cosmos. Me comenta en entrevista para En su tinta (Radio Universidad de Puerto Rico 89.7 fm, miércoles a las 4, el programa del Che es doble y sale el 14 y el 21 de diciembre, anótenlo) que sí, que antes creía en la utopía de que el momento histórico (los años 70) era la construcción del futuro más humano. Ahora piensa que la humanidad no ha llegado. Le faltan milenios en la evolución. Los escombros son detrito de sueños. Lo que sobró, se metió en el calabozo, la casa derrumbada, todo eso, hoy, sirve. Le pregunto si es un libro místico y me dice en su tono enfático: “Yo soy un materialista histórico”. No se referirá a un dios. Pero el universo es pulsión, ritmos, correspondencias (recuerdo a Benjamin, el otro materialista). Tal vez por eso termina el calaboso con la “Orasión del materialista” (Amarx):
…
Creo que es eregía –tomo prestado el fuego— ser desagradesido de la grasia. Si ya somos un milagro multiplicado, ¿cómo qerer ser cada cosa, todo?La bariedá es la lus –en la noche multánime.
…
Qiero encontrarte, dios, en el instante atrapado entre dos: ese ilusibo interstisio del ser, ila los cantos. I yo, como un salmón, remonto su aogo.Para qe también biba la entropía.
Si la fe es fe en el equilibrio natural del universo, entonces habrá orden, habrá utopía, la energía se redistribuirá equitativamente, de aquí a unos milenios. Esa es su esperanza.