Devastadora claridad: La poética de Margarita Pintado en su libro «Simultánea, La Marea»
El armario está lleno de lienzos.
Hay incluso rayos de luna que puedo desdoblar.
André Breton
Hay que estar en el presente, en el presente de la
imagen, en el minuto de la imagen: si hay una
filosofía de la poesía, esta filosofía debe nacer y
renacer con el motivo de un verso dominante, en
la adhesión total a una imagen aislada, y
precisamente en el éxtasis mismo de la novedad de
la imagen. […] En esa resonancia, la imagen poética
tendrá una sonoridad de ser. El poeta habla en el
umbral del ser.
Gastón Bachelard
Atisbar lo imposible es la invitación sinuosa que nos extiende el libro Simultánea, La Marea de la poeta Margarita Pintado (Puerto Rico, 1981). Los versos son reminiscencia del sueño sobre el cual se ha construido una casa, un espacio de la poética de lo imposible. El libro inicia con un poema cuyos versos se expanden en el ámbito poético. Una danza de fluctuaciones anuncia el deseo y el lenguaje sostenido que evocará un ritmo de tropos que se repiten a lo largo del poemario develando un trance hipnótico del sujeto poético, de la sustancia poética de las palabras, y de la voz poética que versa palabras como llaves que abren puertas a otros mundos. La ensoñación es delirio y cada poema un puente a una fenomenología sobrenatural. La casa posee su propia cosmogonía, su propio orden. La casa alberga una voz poética que expresa con fuerza, una atmósfera muy particular de la que emana la extraña ontología de los tropos que la contienen. El poemario es de un onirismo tal que destella una metafísica de la ensoñación. Una propuesta estética madura, una versificación surrealista que arma un cosmos que no contiene al mundo tal como solemos percibirlo.
La lectura de este libro es un encuentro erótico entre el lector y la voz poética que se acerca en primer plano como corriente de fuerza, un ritmo hipnótico, sonoridad acompasada de los versos, poética que imanta una sublevación de la lógica de la experiencia. Evoca una especie de fenomenología de la imaginación, en tanto ilumina de manera filosófica la imagen poética. Bajo ese espectro el poemario comienza con el poema “Ojo en celo”:
Para el ojo en celo
y en brote de sequía
el azul del cielo disgregado
en cada grano de arena
flamea en la retina
que finge y eyacula
sobre la orilla blanca
de una página
el sueño mojado
del poema.
A modo de tríptico en su carácter cinematográfico o pictórico/plástico, el libro nos presenta tres espacios que amalgaman escenarios distintos en una especie de aleación metalúrgica. Es portal, es umbral, es vía alquímica en la que un tropo poético se transforma en otra cosa que se piensa lejana de sí y ahí surge el gesto literario. El umbral (ya lo dijo Bachelard) es el lugar de la poesía, es la puerta que a modo de vórtex destella “lo poético”. El paisaje marino es el rito iniciático de este poemario. Su forma se asume como un ojo de agua ante el cual las imágenes transitan ocupando un lenguaje que es usualmente foráneo del lugar al que se alude, la voz poética nos sitúa ante el asombro. La próxima puerta revela la casa; espacio que suele describirse como doméstico; pero en este poemario no hay mansedumbre. Aquí las palabras son fieras que rasgan el interior de la jaula, se rebelan y revelan, se vuelven líquidas y se escapan, ocupan el oculto lenguaje de lo arcano, asumen la fuga del delirio poético y son indóciles. La última puerta da al jardín de la poeta, poblado de criaturas en plena metamorfosis, la voz poética acude al encantamiento de los sueños, “Lobos y tigres / selvas glaciares/fango inmemorial”. No hay lugar para pisar; solo queda lo onírico, bifurcado, habitado por enigmas.
Un adentro y un afuera que acontecen al mismo tiempo que simultáneos se expresan en la voz poética: “El universo es un lugar tremendo. / Afuera, todo late. (…) Hay una orilla extranjera dentro de mí.” Las palabras / objetos y su aparente tridimensionalidad, sensaciones, conceptos que se deslizan en una pantalla cinematográfica ante nuestros ojos, y ante nuestros ojos lectores surgen escenas extrañas y asombrosas. Estamos ante una poética de lo insólito: “Desde sus entrañas / la casa nos hace palpar /su carne dolorosa.” El ensueño en la casa es multiplicador de un orden simbólico, provocando la sensación de estar en una casa de espejos que en su fractalidad trasluce como prisma, difuminando los límites de los conceptos: “En el encierro las formas se desplazan misteriosas”. Se transgreden así los valores en el espacio poético, sobrepasando el límite de los significados, y el poema adquiere la vertiginosa sugerencia de un ambiente que por su rareza nos ata al acto poético.
Es la naturaleza surreal lo que caracteriza a este poemario. La palabra “luz” será otra luz esparcida. Cuando la poeta escribe “luz” atraviesa lo que solemos entender por luz, nos muestra las modalidades de luz que no se agotan, su refracción, las sombras que provoca, lo irreal, lo que se oculta al otro lado de los espejos. Y así sucede con los tropos trabajados en esta poética. Como escribió Rimbaud en una carta: “el poeta es el ladrón del fuego”. En este libro la voz poética se ubica en el umbral de una fantasmagoría. Una voz que ocupa el espacio con una fuerza y fiereza poética que distingue el estilo escritural de Margarita Pintado. Pareciera el eco que proviene de un escenario extraño y que nos atrapa en su seducción apalabrada. El poemario es arquetipo de una caja infinita que se proyecta hacia los contornos de la luz que define los abismos como versa en su poema Espantar unos pájaros: “No me alarmo cuando el horizonte se desprende / cuando corroboro que levita / mirando con horror hacia el barranco de agua y de luz / que lo define”.
Como un ilusionismo del plano en la pintura, la poesía de Margarita Pintado es un espacio plástico en el cual la poeta crea una composición visual, auditiva y lírica derivando en la poiesis: la cosas pasan de un no ser al ser en su develación de formas. La voz poética arma su propia realidad y la desintegra. Un conjuro invoca la forma. Pero es la misma voz poética la que la deshila y todo el andamiaje es móvil. Fractales que se mueven y desplazan, así como el efecto del mar que lo trastoca todo y lo devuelve a la nada. Es ahí, en el enigma, donde la voz poética se adentra para crear la forma poética.
“Es normal no saber estar entre las cosas”
En este libro el verso no busca ser representativo, es decir, crea su propio lenguaje como molde. Sus interacciones semánticas muy particulares aluden a una otredad desconocida y sólo concebida a modo de imaginería surrealista, un desborde en fuga de todos los sentidos hacia el no sentido: “La marea escupe / lo que no se adhiere /a las reglas de su juego/En su ir y venir expulsa /hasta al pez de plata/ que ahora nos mira/ r u t i l a n t e / desde su más allá / particular”. Es adentro de esa arquitectura que surge una lógica poética a modo de cosmogonía: arquitrabe que sostiene esta poética de lo extraño y lo surreal. Un ritmo sucesivo que contiene la cadencia y el tiempo de un mundo insólito que va develando la voz poética.
Es una ventana ante la cual los ojos son devoradores de la naturaleza que se expresa a través de una atmósfera de misterio. Es la mirada de poeta: la mirada ensoñadora que a través del cimiento de la casa puede originarlo todo, nombrar los elementos, palparlos, trastocar y transformarlos como un rayo demoledor de formas. Estamos ante la liquidez del mundo y sus vapores. Cuando la voz poética coloca un espejo ante sí corrobora la imposibilidad de la representación. Un espejo que no devuelve la mirada es una realidad ilusoria en creación y desintegración constante. La voz poética erige su propia realidad y la desintegra. Un conjuro que invoca la forma y la vuelca a la abstracción. En este libro la voz poética deshace el orden instaurado por sí misma y todo el andamiaje es móvil. Fractales que se mueven y desplazan, así como el efecto de un iceberg flotando en un mar helado; lo trastoca todo y todo lo devuelve a la nada. La voz poética ha instaurado la imagen demoledora.
La poeta escribe imágenes para ser habitadas. Así como todo sueño es el hábitat de lo cósmico, tal como lo describiera Bachelard en su libro “La poética del espacio”, el dinámico aposento del poeta le permite habitar un universo, que a su vez viene a guarecerse en su casa. La casa alberga el ensueño. Lo ilusorio viene a ocupar el espacio de “lo real” que el poeta engendra mediante esta dialéctica del ser/no ser en potencia en torno a las maravillas del universo y la imaginación. Quebrando la cohesión del arquetipo hogareño, la casa a la que nos invita Margarita Pintado está poblada por espejos que liberan a la forma y geometrías que suelen delinear nuestra realidad cotidiana. Estamos ante el umbral de lo onírico. Las ambivalencias – esos límites del sentido – son los fantasmas que la poeta evoca para habitar esa cosmogonía explayada en todo su apogeo, según resulta propio de la obra poética mejor lograda. Estamos en la casa de la poeta y es en ese espacio donde la poeta cifra y decodifica una cosmogonía de lo imposible.
El poder de la imagen en este libro es contundente. Nos recuerda la ley de la imagen surrealista formulada por Reverdy y reiterada por Breton sugiriendo que “mientras más remotas y correctas/verdaderas las relaciones entre las dos realidades, más poderosa será la imagen”. Es la imagen itinerante de la simultaneidad, la relación entre paisajes remotos y espacios aparentemente inconexos donde la vorágine poética reside en el poder de la imagen que evoca. Es la esencial virtualidad de la metáfora de la que Barthes hablaba. El poder de la imagen se puede apreciar en todo el libro y se puede aquilatar en su poema “Mirage”: “Se desliza/ sobre el desierto/la palabra/ “M a r” /…el recuerdo/ es un camello/ muerto de sed”.
La multiplicidad que implica la interpretación del sujeto y del objeto es irisada, espejeante, transformada en una relación compleja entre el contexto y el concepto que lo ocupa. Hay un carácter mutador en las imágenes que destilan los versos de este libro. Y está el adentro. Y el adentro en el adentro. El poemario es una metapintura. Está el espacio del poema, el espacio de la casa, el espacio en el tiempo de las memorias, el espacio de lo que se torna vivo en los objetos dentro de la casa, el espacio del mar y lo que esconde su apariencia, porque es la poesía sobre la poesía misma, sobre lo que se deshace. Removidas de su fuente originaria las imágenes migran a través de este libro. Esta ejecución poética nos remite a lo expuesto por Barthes en su ensayo “Metáfora del Ojo”, publicado junto el libro Historia del Ojo de Bataille:
La imaginación del poeta, por otro lado, es improbable; un poema es algo que jamás podría ocurrir en ninguna circunstancia—excepto, es decir, en el ámbito/reino sombrío o abrasador de la fantasía, el cuál por ese mismo símbolo pudiese sólo indicar. (…) En su metafórico viaje el Ojo así tanto varía como permanece; su forma esencial subsiste a través del movimiento de una nomenclatura tal como la de un espacio físico, porque aquí cada inflexión es un nuevo nombre/sustantivo, diciendo un nuevo uso.
En su libro Poética del Espacio, Bachelard hace referencia al efecto de la poesía en los ojos de los lectores. Habría que ubicar las imágenes de este libro bajo la injerencia de uno de los teoremas más plausibles y vitales de la imaginación del mundo: “…[t]odo lo que brilla ve. Rimbaud ha dicho en tres palabras ese teorema cósmico: el nácar ve”. La cristalización que en finas capas muestra un espejo iridiscente que al mirarlo nos devuelve la mirada, un modo visionario que ilumina, y eso es poesía. Así puede describirse la naturaleza de los versos que conforman este libro. Pues el Ojo aparenta ser la matriz de una serie de objetos, tal como si fueran diferentes “estaciones” de la metáfora ocular, apuntando a la estética retinal de la que hablaba Duchamp, y que es inherente a toda obra de arte que provee una virtualidad en cuanto a la potencia esencial de lo poético.
La voz poética nos remite a lo que Bachelard estimaba una categoría filosófica del ensueño: la inmensidad. El regreso a lo elemental, a uno de los elementos originarios que es perteneciente a nuestra arqueología de la memoria: el mar. Elemento ante el cual el ser poético se muestra contemplativo ante su inmensidad. El onirismo se hace protagonista de esta poética. La poiesis alude a ella misma en su matiz de delirio, en su conversión de un no ser a un ser, en su develación de la forma, en su engranaje de imágenes al poeta ensoñador, quien se aleja de lo inmediato, abriendo la puerta hacia el espectro de lo infinito, develando una dialéctica entre lo oculto y lo manifiesto: “El mar como animal muerto/enterrado apenas/en la sagrada niebla/que le besa los labios/hinchados de muerte”.
Son versos que nos remiten a un rito iniciático de ensoñación, con matices fenoménicos. La voz poética irrumpe y hace acotación reflexiva del espacio poético: “Pero en medio del poema / entra la tormenta / desde el teléfono anunciada (…)
Detrás de su voz
que yo describiría
terracota— anotación
que hago ya muy fuera
del poema, ya inmersa
en la desidentificación
frontal del material
es decir, ya más cerca
del ARTE…
En este sentido Pintado ha diseñado un artefacto poético arramblado por la expansión ensoñadora que, mediante la osadía del gesto, la realza como artista de la palabra. Simultánea, la marea es un libro de una belleza impactante. Les invito a leerlo, a detenerse y regresar a él, así como solemos regresar al mar -o como la marea misma: una y otra vez.
* * * * * * * *
Espantar unos pájaros
Llego a la playa para espantar unos pájaros.
El aire azul me devuelve el recuerdo de tu rostro
limpio y humillado, como pidiendo perdón.
Mis ojos se acostumbran
a la devastadora claridad. Pretendo saber
en dónde empieza el cielo, en dónde la tierra,
en dónde nuestra historia.
No me alarmo cuando el horizonte se desprende
cuando corroboro que levita
mirando con horror hacia el barranco de agua y de luz
que lo define.
Pero yo he llegado hasta aquí para espantar
unos pájaros, y acaso tu rostro, el recuerdo
de tus ojos y unos pájaros. Sus graznidos
de sal y de azul picoteándome el vestido imaginario
que me pongo cuando ——– i s l o ——–
cuando desdibujo mi costa ya lejana, tu costado
ya desierto, mientras sigo espantando siempre
los mismos pájaros en una playa
color azul helado, retirándole el pan
al recuerdo de tus ojos, variación de pájaro silente
desolada
he seguido, separando la paja del trigo, la ola
de la espuma, la visión de la retina
para verme sin espejos,
rota pero íntegra, iluminada por la contundencia
fabricada de un reflejo.
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