La economía colonial y el potenciamiento navideño: análisis luzbellano
LECCIÓN MAGISTRAL DEL DOCTOR VICENTE PÉREZ FONTÁNEZ[1]
“LA ECONOMÍA COLONIAL Y EL POTENCIAMIENTO NAVIDEÑO EN PUERTO RICO”
Centro para el Estudio del Síndrome Colonial y la Macrocinética[2]
La Nueva San Juan, Luzbella
15 de noviembre de 2018
Buenas noches:
Quiero agradecerle, antes que nada, al doctor Ángel López Caballero[3], director de esta insigne institución luzbellana, por la oportunidad que me brinda para hacer esta breve exposición de tema político/sociológico entorno al tema del fenómeno de la expansión y contracción del periodo navideño allá en la Madre Patria, y su correlación con el deterioro o mejoramiento artificial de su economía colonial.
Acá en Luzbella muchos todavía recuerdan una trova del folclor navideño boricua de aquel cantautor conocido como Tony Croatto, quien, a modo de loa hiperbólica, celebraba que en Puerto Rico las Navidades fueran el año entero. Semejante idea, que para nosotros acá resulta descabellada, podría considerarse, simbólicamente hablando, el mejor reflejo de la condición colonial que vive nuestra patria allá en la distancia; esta pesadilla que Croatto canta en ánimo de alegre bonhomía es, en cierta forma, la metáfora perfecta del proceso de culminación colonial hacia el cual parece abocado nuestro querido Puerto Rico.
Pero vayámonos antes a la historia y visitemos la Madre Patria en su versión de colonia española, principios y mediados del siglo XIX, momento en que se consolidan gran parte de las tradiciones navideñas puertorriqueñas que hoy se practican allá y que también se conservan aquí, aunque a menor escala, dado que nuestro periodo navideño es más reducido que el que existe en Puerto Rico. De hecho, allá se ufanan de tener el periodo navideño más largo del mundo, récord que seguirá ostentando mientras la colonia se perpetúe, y que podría incluso llegar a ese punto culminante del que hablaremos pronto, cuando la economía de esta isla caribeña se deteriora al punto que se deterioran todas las economías coloniales.
Fue durante el cruento tiempo de la colonia española que ese personaje emblemático ya desaparecido del horizonte puertorriqueño de hoy que conocimos como el jíbaro, descubre en las celebraciones navideñas una especie de paliativo para el sufrimiento que implicaba su pobreza extrema. En una isla cuyo rey no se encargaba de sus súbditos, el poder colonial lo dejaba todo casi en manos de la subsistencia individual, en un medio tropical hostil, por una parte, aunque también extremadamente fértil y generoso.
Y fue el jíbaro mismo, tanto en su versión masculina como femenina, quien hizo la conexión entre festividad religiosa y lo que llamamos el jolgorio, que es el principal sentimiento que impregna toda actividad navideña allá en Puerto Rico. Así, las festividades religiosas relacionadas con este periodo, y que en España ponía especial énfasis en el día de la Epifanía o de los Reyes Magos, se convirtieron para el jíbaro en la excusa por antonomasia para poner la pobreza en pausa, para hacer un paréntesis en ese sufrimiento del año entero impuesto por un sistema explotador y esclavista. El jíbaro puertorriqueño ponía todos sus recursos, incluso acumulaba durante el año entero, para celebrar mediante la exaltación de todos sus sentidos el nacimiento del niño Dios y la visita al pesebre de los magos de oriente, de manera que durante ese tiempo no hubiera espacio en el pensamiento para otorgárselo a la mísera realidad. De este modo nació la música navideña, los aguinaldos y las trullas, las comidas infinitas y las bebidas doblemente embriagadoras, los asaltos navideños, que luego devinieron en parrandas y que acá en Luzbella también realizamos, y que fueron originalmente la excusa perfecta del jíbaro para forzar al hacendado a compartir con los pobres los bienes que acapara en su hacienda fruto del trabajo de ellos, aunque sólo fuera una vez por año.
Este tiempo fue también el periodo para el jíbaro demostrar su creatividad, sus dotes de cantor, su arte en la talla, su manejo de las cuerdas musicales, su capacidad culinaria, en resumen: su imaginación, eso que construye la cultura de un pueblo y que ningún sistema colonial es capaz de destruir. Mostrar su arte, vivir el espacio donde se puede ser libre, donde se puede ser grande, donde se puede ser uno, se convirtió en parte fundamental de la tan prolífica cultura navideña boricua, precisamente por ser el único terreno colectivo, fuera de Luzbella, donde los puertorriqueños pueden ser realmente puertorriqueños.
Por supuesto, se sentía tan agradable ese sentimiento, ajeno a las preocupaciones que aplastaban al pobre el resto del año, era tan sabrosa esa intoxicación y ese comer sin culpa ni medida en nombre del Niñito, se sentía tan rico el fresquito del clima y el calorcito de la fiesta, que el pobre jíbaro hubiera querido que nunca terminara ese estado de postergación perpetua. Dicha actividad navideña, centrada, como ya dijimos, en el día de los Reyes Magos, anestesia contra el hambre que se inyecta una vez al año, actividad analgésica, remedio contra la desesperanza y la castración, condiciones permanentes del sujeto colonial, se convirtió para estos jíbaros y jíbaras de la montaña en una actividad tan importante, tan imprescindible y sublime que hasta un verbo crearon para describirla: reyar. Yo reyo, tú reyas, él reya, nosotros reyamos y así…
Reyar, por supuesto, con su poder de olvido, de enajenación, de posposición, pronto se convirtió para estos campesinos pobres puertorriqueños de la montaña en una actividad adictiva, la mejor forma de retardar la llegada cruel de la realidad, y una manera de retar a la colonia no mediante su confrontación sino mediante su negación. Por supuesto, ese deseo colectivo de prorrogar el regreso de la pobreza y la barbarie, hizo que el jíbaro viera en las carnestolendas, es decir, la próxima fecha del calendario litúrgico español, relacionada precisamente con el periodo carnavalesco, la oportunidad perfecta para construir un puente entre ambas festividades y así convertir la divina actividad de reyar en algo más que de unos pocos días.
Es mediante este artilugio que surge el término reyar hasta la media raja, siendo reyar, como ya adelantamos, la actividad que consistía en irse por los caminos y andurriales, en mula, a caballo, en yegua o a pie, guitarra, cuatro, tiple, güiro y pitorro en mano, cantando aguinaldos y bebiendo hasta la inconsciencia; y la media raja refiriéndose al caldo de media raja, una recete tradicional hecha con carne de res que se tomaba justo antes de la medianoche del Miércoles de Ceniza. Así que jugando jugando, el jíbaro durante el siglo XIX se las agenció para otorgarle casi una cuarta parte del año al periodo navideño, tiempo en el cual se creó, por supuesto, la casi inverosímil cantidad de elementos y artefactos culturales relacionados con estos temas que hasta el día de hoy perduran.
El advenimiento de la colonia estadounidense, con sus nuevas festividades y el énfasis navideño puesto en el día de la Natividad, hizo que el periodo navideño en Puerto Rico, como un acordeón, se estirara en dirección contraria, no hacia rezagar el periodo de jolgorio sino hacia adelantarlo. Como por la acción de un resorte, se adelantó hacia mediados de diciembre, por una parte, y se encogió hasta ocho días posteriores a los Reyes, las famosas octavitas, tradición española aprovechada por el puertorriqueño para tener algo con que estirar las Navidades sin llegar de nuevo hasta la media raja. Sin embargo, ¿cómo acomodar toda esa cantidad de cultura navideña del jolgorio en un tiempo tan comprimido, sobre todo cuando el sistema colonial de empobrecimiento y miseria se perpetuaba, solo que a manos de amos nuevos?
Este reacomodo del periodo navideño durante la nueva colonia tuvo su primer estirón durante la década de los años 30 del siglo pasado, que fue la década que peor se vivió en Puerto Rico. Tengo suficiente evidencia para afirmar que durante esta época se comenzó a “reyar” desde el principio de noviembre, cuando se escucharon los primeros aguinaldos y se comieron los primeros pasteles y almojábanas, y se olieron por las comarcas los primeros aromas de lechón asado. Luego, con el advenimiento de la bonanza artificial que trajo el ELA, el periodo navideño volvió a contraerse hasta diciembre, ahora densificado por las nuevas actividades navideñas de inspiración estadounidenses. Aunque en las montañas de Puerto Rico lo que quedó del jíbaro, luego de que su cultura de subsistencia fuera arrasada por la nueva colonia y se estableciera su esclavitud a la agricultura estadounidense, continuó reyando a su vieja manera, y aunque la tradición de los Reyes Magos allá sigue siendo muy fuerte, en las casas citadinas comenzaron a verse los pinos cubiertos con nieve artificial y decorados con motivos nórdicos.
Mientras duró la falsa bonanza y modernización que trajo ELA hizo que el periodo de jolgorio navideño se detuviera donde estaba por casi treinta años: de principios de diciembre hasta el final de las octavitas. Por supuesto, aunque se negara y se escondiera la verdad, la colonia continuaba, y aunque una gran parte de la sociedad experimentara cierto esplendor económico, era a cambio de un silencio bochornoso sobre verdades que no se podían soslayar. Como todos acá en Luzbella sabemos y hemos sabido siempre, aquello en Puerto Rico fue y ha sido siempre vivir una mentira, y dicha mentira requería un periodo de olvido, de pretender que la falsedad no tiene ese peso que aplasta, así que el periodo navideño, aunque no tuvo prolongaciones, sí tuvo una intensificación severa. Aquellos fueron los tiempos en que todo el mundo en Puerto Rico parrandeaba.
Aquí en Luzbella hemos conservado más o menos este periodo como el periodo navideño reglamentario: principios-mediados de diciembre hasta el final de las octavitas. Sin embargo, a diferencia de Puerto Rico, el nuestro es más cultural que jolgorial, y dado que aquí en Luzbella nos hemos propuesto preservar y conservar las esencias fundamentales de la cultura puertorriqueña que peligran allá en la colonia, y que gran parte de estas esencias están relacionadas con el periodo navideño, pues lo hemos mantenido así para acomodar la mayor parte de ellas y continuar practicándolas. Hay mucho aguinaldo por cantar en Luzbella, mucha trulla por hacer y mucho cerdíforo a la varita por comer. Tengo entendido que hoy en día la actividad de la parranda y el asalto navideño es mucho más activa en Luzbella que en Puerto Rico, donde los niveles de crimen están por la estratosfera. No obstante, durante este periodo cultural, a diferencia de Puerto Rico, la productividad nacional y el emprendimiento no quedan supeditados al desenfreno de estas prácticas, ya que aquí, libre de la miseria, la esclavitud y la indefensión que generan la colonia, no las utilizamos como anestesia, ni como escape, ni como esa droguita que te todo te lo quita, sino como la exaltación de una tradición cultural de enorme creatividad.
Con el primer gran descalabro colonial del ELA a mediados y finales de los años setenta (momento que coincide con la salida de nuestro Uriel y los primeros patriotas y con la emersión de nuestra amada Luzbella), ocurre en Puerto Rico un nuevo estiramiento del periodo navideño, nuevamente hacia adelantarlo. Aunque corto el tramo, se aprovechó la festividad estadounidense del Día de Acción de Gracia para tomar por asalto semana y media adicional para la Navidad boricua a partir de esa fecha. Ese periodo adicional serviría para taparle las grietas que ya mostraba el ELA y dejaban ver del otro lado esa realidad incontestable de que mientras se perpetúe el sistema se perpetuará la miseria.
El nuevo acomodo económico logrado con las 936 y la subsecuente bonanza económica de los años 90 contuvo otra vez las prolongaciones del periodo navideño en Puerto Rico durante algunos años, ya oficialmente el más largo del mundo, como también era Puerto Rico oficialmente la más antigua de las colonias del mundo. Se mantuvo entre el viernes siguiente al jueves del San Guivin boricua, que es cuando se realizan las primeras compras navideñas, hasta el final de las octavitas. No obstante, con el derrumbe definitivo de Puerto Rico comenzado con el final del guiso de las compañías 936 en el 2006, su economía comenzó a caer en una espiral descontrolada que no ha hecho sino aumentar su aceleración con los años, lo cual ha resultado, como era de esperarse, en un natural y nuevo estiramiento del periodo navideño. De nuevo hacía falta más tiempo para olvidar que se vivía una situación indigna y sin futuro, para disminuir el esfuerzo productivo que se hace para otro y no para uno, para abandonarse a los placeres del jolgorio que mientras dura deja la impresión de que todo es como debe ser.
Este nuevo estiramiento del periodo navideño en Puerto Rico ha ocurrido en años recintes ha ido en ambas direcciones, hacia adelantar y hacia retrasar. Hacia adelantar, en un malabar que repite el de los años 30, la navidad boricua se ha lanzado otra vez hasta casi el Día de las Brujas o Halloween. En mis investigaciones realizadas durante los años recientes, he recopilado suficiente evidencia de cantos de aguinaldos y venta de pasteles navideños y pascuas y trullas con guitarras el primer día de noviembre, un adelanto sustancial de tres semanas. Por el otro lado, en la parte del retraso, se ha establecido que las Navidades en Puerto Rico concluirán con el fin de las Fiestas de la Calle San Sebastián, fiestas cuyo origen no tiene ninguna relación en absoluto con las Navidades, es decir, una semana adicional a la semana de las octavitas.
Desde tiempos de España, la evidencia histórica demuestra que existe en Puerto Rico una relación inversamente proporcional entre el decaimiento de la economía colonial y el incremento del jolgorio navideño. En la actualidad, Puerto Rico le dedica casi tres meses completos a la Navidad, el mismo tiempo comprendido antiguamente entre la festividad de los Reyes y el Miércoles de Ceniza, es decir, una cuarta parte del año. Como estudioso del tema que he sido, me siento en la confianza de vaticinar que, de continuar el actual descalabro económico que vive en estos momentos la Madre Patria, y de aumentar dramáticamente los niveles de pobreza, desesperanza, impotencia y desesperación entre su población, como es de esperarse, veremos un nuevo salto cuántico del periodo navideño. Quizá se adelante hasta próxima festividad gringa, el Día del Trabajo, casi dos meses adicionales; quizá se prolongue más su coda, quién sabe si de nuevo hasta la media raja. En todo caso será siempre para estirar ese periodo de tiempo en el cual uno puede hacerse de la vista larga del cataclismo que ocurre, ignorar la debacle que acontece y, por consecuencia, también prolongar el sometimiento a la mentira. A la larga no habrá salida, y si esta tendencia económica continúa, el periodo seguirá extendiéndose en ambas direcciones hasta encontrarse finalmente en el verano, cuando entonces se hará realidad la pesadilla propuesta por aquel Tony Croatto de unas Navidades todo el año. No obstante, también es vaticinable que, de resolverse el dilema colonial de Puerto Rico, bien sea por la propia mano de los puertorriqueños o por la mano de los luzbellanos que nos veamos forzados a intervenir, y advenir Puerto Rico a su soberanía, veremos reducirse significativamente su periodo navideño a uno similar al de Luzbella, lo cual les permita disfrutar plenamente del cúmulo de sus tradiciones, sin abandonar ni por un instante la veloz construcción de un país nuevo.
Muchas gracias y buenas noches.
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[1] El doctor Vicente Pérez Fontánez es Profesor Emérito de la Universidad Autónoma de Luzbella y pertenece a la Facultad de Sociología y Psicología Colonial. Obtuvo su grado de licenciatura en sociología de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, su grado de maestría en la Universidad de Berkeley en California y su doctorado en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres. Su especialidad es en la macrocinética. Ha sido reconocido por sus trabajos en diversos centros académicos del mundo, y recibido doctorados Honoris Causa de la Universidad Nacional de Singapur, de la Universidad de Humboldt en Berlín y de la Universidad de Oxford en Inglaterra, y ha sido considerado en varias ocasiones para el Premio Holberg en sociología. El doctor Pérez Fontánez llegó a Luzbella durante la década de los años ochenta y fue uno de los primeros egresados del Campo de Descolonización La Concordia. Desde entonces se ha dedicado al estudio de fenomenología colonial en Puerto Rico. Es autor de numerosas obras, entre las que se destacan: Musarañas: argumentos colonialistas para una economía productiva (Editorial Brillos Nocturnos: Ciudad León, Luzbella, 2002), Del BigMac al bacalao con vianda: descolonizándonos por la cocina (Petra Rivera Editores: La Nueva San Juan, Luzbella, 2004); Inyecciones de Ramito: la música típica en el proceso de reconstrucción social (Ediciones Luzbrillante: La Nueva San Juan, Luzbella, 2007); Manual de infiltración descolonizante en Puerto Rico (Ediciones Faro Marino: Farallones, Luzbella, 2009); y el famoso Tratado de psicología colonial y tratamiento clínico (Editorial de la Universidad Autónoma de Luzbella: La Nueva San Juan, Luzbella, 1990), que es el texto de tratamiento básico utilizado hoy en La Concordia.
[2] Ciencia luzbellana que estudia la facultad de la mentalidad colonizada para crear objetos, sucesos o circunstancias tangibles y físicos. La emersión misma de Luzbella es uno de los fenómenos más estudiados por la macrocinética.
[3] El doctor Ángel López Caballero es Catedrático de la Universidad Autónoma de Luzbella, en la cual ha ocupado varios cargos administrativos, incluidos el de Rector. Ha sido director del Departamento de Sociología y Psicología Colonial, y fue quien diseñó los programas de licenciatura, maestría y doctorado en Psicología Colonial. Debe comprenderse que, por ejemplo, que quien quiera pertenecer al Cuerpo de Alfiles y Alfilesas debe tener como mínimo una licenciatura en Psicología Colonial Clínica. El doctor López Caballero es también miembro fundador del Centro para el Estudio del Síndrome Colonial y la Macrocinética, y desde el 2016 ha sido su director.