Bastante temprano entendió que lo feliz sucedía cuando una mano estaba en ella, cuando la estrechaba y la rodeaba y la acercaba, tibia y latiendo, en el instante antes de entrar.
Bastante temprano entendió que lo feliz sucedía cuando una mano estaba en ella, cuando la estrechaba y la rodeaba y la acercaba, tibia y latiendo, en el instante antes de entrar.
Levantó las hojas, los folletos, y los metió en la bolsa rosa que estaba a un lado de Isabel. Recogió el abrigo y la observó. Al ver que abría los ojos, estrechó la mano y la ayudó a levantarse. Se puso de pie y soltó aquella palma que había acudido en su ayuda.
Ninguno de estos siete murió en el acto. Al contrario, fue un proceso lento y sufrido. Era lo ansiado. Elegancia y asepsia sin escatimar crueldad. Así es Dalia.
El día antes de morirme hice un repaso breve de mis relaciones profesionales. Llevaba veintisiete años como profesor en una universidad R1.
Esas dos palabras retumbaron en su pecho, mientras un olor putrefacto penetraba por las rendijas de la ventana. Había empezado la segunda pandemia del siglo XXI.
Franqueó el limite que la puerta ofrecía al exterior. Salió como quien pasa de una edad a otra. Vacía de caminantes, la calle estaba rodeada de un tiempo nuevo, sin palabras.
Él ya no era el mismo, el país había cambiado. Hacía tiempo que no sentía en carne propia las vicisitudes del lugar que en su momento había considerado su patria y que ahora era nada, excepto un sitio para visitar de vez en cuando.
Él escuchó mi último pensamiento antes de ser devorado por una Esperanza, que así nombró el Gobierno a la pandemia final. Cada vez somos menos. Tampoco escuchan nuestras voces interiores. Deambulamos sobre la piel de los muertos-vivientes.
Una agencia de cobros especializada en trámites especiales. Le pusimos por nombre El Karma, solo por lo gracioso. Pero la verdad es que todo el mundo sabe que cuando llega El Karma a cobrarte ya no hay break.
Los personajes de estos microrrelatos se encuentran, desparacen, crecen y cumplen sus acometidos.
Sin dilación, el padre aprieta el botón de la raqueta eléctrica y el mosquito se achicharra. Crepita. Y una minúscula llama abraza el cuerpo del insecto, que parece bailotear al son de la electricidad.
Una sonrisa brotó en sus labios finos. Leve pero suficiente para ella. / Palpable excitación. / Entonces, cogieron sus cosas y salieron a quemar la ciudad.
—Las tostadas están riquísimas— dice el niño muy contento. Otro mordisco y cruje la corteza del pan. Ruedan migas por su barbilla y camisa. Las sacude despreocupadamente. Su padre lo observa. La escena le resulta tan familiar. Íntima. De niño […]
Desgarrador microcuento en el que los personajes relatan, según su parecer, le sucedió a la víctima, Cristal, una niña quemada.
Por algo las víctimas del cura lo contrataron. Su reputación. La garantía. El plus del asesinato como espectáculo público, justiciero, aleccionador. De película.
Hamilton «regresa». Dice que los puertorriqueños han podido disfrutar plenamente la obra sin el inconveniente de lucir subversivos o tener que comprometerse y que es vergonzoso que EEUU mantenga una colonia.
La solución siempre estuvo al toque de un botón. Sencillo, como siempre. Qué locura la de ofuscarse ante los problemas, de ahogarse en un vasito de agua.
La Junta de Supervisión Fiscal emitió una declaración rechazando la asignación presupuestaria para la UPR sometida el viernes pasado por la administración del Gobernador Pedro Rosselló y ordenó el cierre de todos los recintos del sistema UPR a fines del semestre en curso.
Esa noche, contrario a lo que yo esperaba, papi llegó temprano a casa. Llegó sobrio y pensativo. Y llegó con Ariel, que no tenía camisa y que estaba con los pantalones llenos de sangre y llorando y dormiloso y hablando sinsentidos. Mami acostó a Ariel en el sofá de la sala y yo escuché escondido cuando papi le contó que…
Noche tras noche, El Mostro jugaba y si cuarenta minutos permanecía en cancha igual tiempo recibía insultos variados. Bobolón, anormal, mongólico, cabrón, mamao, hijo de puta, feto recrecido y muchos más.
Es cómico, lo sé. Si me ven haciéndolo quizás pensarán que soy anormal. Allá ustedes. No voy a limitarme. Es parte esencial de mi terapia. La que me da la paz mental para poder atender los pacientes que tanto me necesitan.