La epidemia reinante: notas al margen de un libro de Mayra Rosario Urrutia
Comentario en torno Mayra Rosario Urrutia (2018) La epidemia reinante. Llegada, difusión e impacto de la influenza en Puerto Rico, 1918-1919. San Juan: Laberinto. 131 págs.
En 2018 la Librería Laberinto inició su colección editorial con la publicación del libro La epidemia reinante. Llegada, difusión e impacto de la influenza en Puerto Rico, 1918-1919, obra de la doctora Mayra Rosario Urrutia, catedrática e historiadora adscrita al Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y conferenciante de historia en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe en San Juan Antiguo. La relevancia que ha ganado este tema desde marzo de 2020 no puede ser puesta en duda.
Rosario Urrutia, quién ha estudiado con cuidado las primeras décadas del siglo 20 a la luz de la prohibición del consumo de alcohol en el contexto de la Ley Jones de 1917, vuelve a indagar aspectos poco trabajados de aquel momento en el país. En términos historiográficos este volumen invita a conocer mejor un periodo, como tantos otros, poco visible en la historiografía. Todo sugiere que el “espesor” que se adjudica al 1898, momento de la invasión, y al 1929, momento de la crisis del capitalismo internacional y de la relación colonial establecida en 1900, son suficientes para explicar el “olvido” o la condición de “años en blanco” del 1918 y el 1919.
La lectura de este volumen, cuyo argumento central se apoya en el concepto metafórico “memoria traumática”, permitirá una comprensión más profunda de este problema. Para el estudioso de la historia de la “epidemia reinante”, una expresión recogida de la prensa de la época, el texto servirá no sólo para evaluar las razones de la omisión sino que también ofrecerá pistas para aclarar los mecanismos que definen los intereses de los historiadores y los lectores concretos en entornos precisos. La experiencia de la lectura de este volumen posee, en consecuencia, diversos valores.
Lo cierto es que en los últimos años el peso del “presente” se ha hecho más notable en la determinación de las direcciones investigativas de numerosos historiadores. El renacimiento del interés en los desastres cualificados como naturales, ha confluido en una invitación a la relectura de fuentes hoy consideradas clásicas con una mirada fresca, a la vez que ha promovido la invención de fuentes y miradas nuevas. El huracán María de 2017, los terremotos de diciembre y enero de 2019 y 2020, y la pandemia de Covid 19 desde marzo de 2020, no han hecho otra cosa que reafirmar el papel determinante del presente en la figuración del pasado.
El discurso de la autora gira alrededor de 3 nudos. El primero tiene que ver con el tema de la “censura” y el “trauma”, fenómenos medulares para comprender la omisión o el silencio propuesto. En este espacio se establece una “teoría del olvido” que bien podría servir como modelo para la apropiación de otros problemas historiográficos que también habitan el leteo. En el caso del 1918 y el 1919, el peso que tuvo la situación bélica fue significativa. La pandemia surgió y fue gatillada por la llamada “Gran Guerra” (1914-1918) y fueron las bases militares y el regreso de los veteranos un acicate para su propagación. No debe pasarse por alto que la discusión de la etiología del virus estaba censurada por el hecho de que aquella podría afectar la moral de las tropas en tiempos de combate o la imagen de unos aliados triunfantes ante el Imperio Alemán. Es asunto del terremoto de San Fermín de octubre de 1918, cumplió la función de un segundo violín siempre oculto detrás de todo aquel entramado.
La autora aprovecha aquel nudo para explicar el contexto biológico y social de los efectos del virus AH1N1, afección conocida también como la “muerte violeta”, el “flujo” y la “gripe española”. La riqueza y la diversidad metafórica de las nominaciones del mal, expresa bien la confusión que la medicina tenía con respecto al orden de aquella enfermedad. La “epidemia reinante”, una frase de talante modernista con remedos simbolistas, afirmaba el carácter todopoderoso del padecimiento a la vez que alimentaba y bruñía el “miedo” imperante, asunto que debería ser tratado con sumo cuidado en otras investigaciones. La ciencia, la popular y la académica siempre inciertas, se empantanó en la nominación confundiéndola con el dengue o el trancazo, concepto que en la lengua coloquial española sugería un catarro fuerte. Entre la censura oficial y la devaluación del peligro existía una relación que valdría la pena discutir en otra ocasión.
El segundo nudo ostenta un valor informativo extraordinario. Su lectura ofrece un cuadro de las tres etapas de la pandemia en el país. Una primera que comienza a mediados de junio y termina a finales de septiembre de 1918; una segunda que comienza en octubre de 1918 y termina en enero de 1919; y una tercera que comienza en enero y cierra en mayo de 1919. La autora se ocupa de precisar el lenguaje con el cual las autoridades sanitarias gubernamentales y la Cruz Roja de Puerto Rico se encargaron de explicar el fenómeno para consumo público. También establece las teorías formuladas para glosar el arribo de la influenza al territorio en medio de la censura impuesta por las autoridades federales.
Llama mucho mi atención el empeño del gobernador Arthur Yager, un funcionario tildado como irresponsable en la correspondencia particular de José Celso Barbosa existente en el Archivo de Roberto H. Todd por sus afinidades con el Partido Unión de Puerto Rico. Pero lo más sorprendente es el descuido con que las autoridades federales utilizaron un argumento político-jurídico legitimado desde principios de siglo, me refiero a la condición de territorio no incorporado de Porto Rico, para negarle al país la ayuda humanitaria en paridad con los demás estados de la unión.
Todo parece indicar que históricamente la desidia y la indolencia se imponen en las autoridades estadounidenses cuando se trata de emergencias colectivas en Puerto Rico. Una lectura política entre líneas devuelve al lector al territorio de la batalla de las “razas” o “culturas”, un engendro interpretativo persistente en la cultura política que impregna la relación entre un proverbial “ellos” y “nosotros”. Imposible pasar por alto las expresiones innovadoras de aquel prejuicio expresados desde septiembre de 2017 al presente. El diseño de las relaciones entre Puerto Rico y Estados Unidos y la representación que han manufacturado aquellos de los puertorriqueños, esto es una broma teórica, parece ser un asunto propio de la larga duración braudeliana: cambia tan lentamente que parece que no cambia.
El tercer nudo tiene que ver con las reflexiones finales y los recursos que la autora ofrece para crear en el lector un mapa mental de aquella tragedia colectiva. El volumen posee un apreciable balance en términos de los recursos a los que recurre su interpretación. Se trata de un interesante juego entre el análisis social y análisis cultural con el cual se consigue una representación más holística del problema historiográfico planteado.
El sentido del análisis cultural en este libro posee una peculiar complejidad. El comentario en torno a la metaforización bélica en el lenguaje médico y su presencia en la prensa diaria es por demás valioso. La disciplina médica, la política y la guerra poseen intersecciones lingüísticas muy particulares. La recurrencia al lenguaje bélico en momentos en que se ha ganado una guerra debía ser considerada capaz de comprometer emocionalmente al que lo escuchaba. Esa práctica también ha sido documentada en el lenguaje religioso de su tiempo. La meta común parece haber sido estimular una actitud de cruzada, guerra santa o compromiso en donde la euforia patriótica, cívica y moral eran difíciles de distinguir una de las otras.
La actitud sumisa y colaboracionista de las masas populares, independiente de la fragilidad de sus bases, era considerada la garantía, ilusoria por demás, de paz social. La amenaza que se pretendía conculcar debía ser respaldada moral y materialmente por todos como una unidad. En cierto modo, y esto puede parecer un atrevimiento mayor, actuaba como un discurso paralelo al que se había apelado desde el unionismo puertorriqueño en el largo proceso de construcción de una identidad nacional o regional. Aquella actitud recuerda la insistencia de las autoridades del presente en el sentido de que el encierro, la cuarentena o el lockdown en medio de la epidemia de Covid 19, ha estimulado la reconstrucción o recuperación de un tipo de familia ideal que realmente no ha existido, no existe y no existirá. De ese tipo de ilusiones parece llena la contradictoria situación que emana de este tipo de emergencias.
Este asunto de la metaforización posee diversos rostros. Durante el siglo 19, por el contrario, se utilizó el lenguaje médico para criticar los esfuerzos políticos del separatismo y el laborantismo revolucionario. El periodista conservador José Pérez Moris, es su obra clásica sobre la insurrección de Lares publicada en 1872, insistía en tratar el separatismo como un “virus” cuya difusión debía ser frenada a toda prisa. El hecho de que en Puerto Rico la cabeza de ese movimiento ideológico fuese un médico, Ramón Emeterio Betances, con experiencia epidemiológica, explicaba su argumento. El juego de las metáforas de este tipo aplicadas al juicio de realidades concretas a lo largo de los siglos 19 y 20 no deja de ser un tema apasionante y poco trabajado en la investigación profesional.
Otro elemento significativo del volumen es la apelación cuidadosa que hace la historiadora a la biopolítica, artefacto ligado a Michel Foucault. Su utilidad para la interpretación de la pandemia de 1918 y 1919 y la de 2020 es incontrovertible. Las condiciones de la emergencia estimulaban al Estado, de por sí poderoso, a controlar y disciplinar con más rigor a la gente. El miedo a la amenaza mortífera del virus legitimaba el asedio. Las políticas higiénicas durante las pandemias son históricamente un laboratorio de control social que promueve y valida regímenes autoritarios. La diferencia entre el motivo invisible del terrorismo y un virus, por pensar en un modelo simple, es de grado. La seguridad y la libertad entran en tensión siempre en condiciones como las aludidas.
En tercer lugar resulta culturalmente interesante el análisis de la “confusión” que generaba un desafío desconocido en la forma de un virus. En el caso del 1918 y 1919 la vacilación tenía que ver, según se ha dicho, con el nombre: gripe, influenza, dengue, trancazo o catarro fueron utilizados indistintamente como nominativos. Aquella incertidumbre proyectaba bien las limitaciones de la ciencia médica en todos los tiempos. Leer este libro desde el hoy bajo la amenaza del Covid 19 orienta al lector sobre actitudes comunes al acá y el allá temporales. Todavía hay sectores de la comunidad que no confían en el criterio médico respecto a la peligrosidad del Covid 19.
De igual modo, tanto en 1918 y 1919 como en 2020, se apeló a remedios populares como la ingesta de licor para frenar su amenaza. Claro que en 1918 y 1919 la situación poseía sus peculiaridades dado el hecho de que la prohibición había desarticulado la venta de licor para el consumo de entretenimiento. En ese sentido una moralidad estrecha era objeto de la crítica de la voz popular y una justificación más para delinquir. En 2020 se trata más bien de un reclamo de defensa de la libertad individual cada vez que se aplica la Ley Seca, un tipo de prohibición en miniatura, en medio de la pandemia.
En cuarto lugar llama la atención la discusión que la autora desarrolla sobre la antes comentada “memoria traumática” y el papel del olvido de este tipo de eventos. La “memoria traumática” es un artefacto teórico enraizado en el psicoanálisis clásico y cercano al concepto “represión”. Recuerda ciertas teorías sobre la mente y el olvido asociadas a Henri Bergson y su afirmación de que el cerebro es una máquina para olvidar y no una para recordar. Estos apuntes reafirman algo que ya se sabía: la represión y la ausencia de memoria también son componentes activos de la conciencia que los seres humanos desarrollan de su situación en el tiempo y el espacio. La argumentación de la historiadora evoca la del teórico francés del siglo 19 Ernest Renan, y la del historiador marxista inglés del siglo 20 Eric Hobsbawm en torno a la inscripción de la idea de nación en la Europa de sus respectivos siglos. La elucidación de los criterios de selección durante el proceso de recordar u olvidar, conscientes o no, permiten “mejorar el ayer”, es decir hacerlo más comprensible, tal y como lo había sugerido en lúdico y complejo ensayo Jörn Rüsen.
Claro está, en el caso particular de la influenza, el olvido fue justificado por la censura oficial en medio del escenario bélico. Pero también, me parece, aquello tuvo que ver con el hecho de que los efectos de un desastre de aquella naturaleza lesionaban la imagen de la “promesa de modernización” emanada del 1898 puertorriqueño. La representación de Porto Rico, los portorriqueños y su pasado que habían producido los observadores estadounidenses había insistido en la falta de higiene, la suciedad y la insalubridad del territorio recién ocupado. Su pasado epidémico era un lugar común que siempre llamaba la atención en sus discursos. En 1918 y 1919, la gravedad de la influenza superaba por mucho aquel pasado atroz.
Si el “trauma” y el “olvido” se “sanan” con el “recuerdo” es un asunto que no estoy en posición de discutir. Un libro sin su lectura cuidadosa y sin una difusión/discusión sistemática nunca será suficiente para ese fin. En el campo intelectual puertorriqueño esas condiciones nunca se dan. La lectura de este volumen deja la impresión de que, en efecto, no se aprende del pasado. Mi pesimismo filosófico me dice además que nada garantiza que, incluso conociéndolo bien, no se caiga en los mismos errores. La historiografía no es ni una buena ni una mala maestra. Su eficacia depende de quienes la poseen como un bien valorable. El hecho de que la autora esté en posición de anotar “teorías de la conspiración” qué responsabilizaban a los chinos y a los alemanes por la pandemia, o sugerir la proliferación de “curas milagrosas” al mal tales como la ingesta de ron o alcohol, demuestra lo que llevo dicho.
Desde el punto de vista de la historia social la autora se cuida de demostrar que había una relación muy estrecha entre las condiciones emanadas de la guerra que tenían que ver con la escasez de alimentos, una dieta inadecuada sintetizada en los puertorriqueños “pechihundidos” que anotaba Eugenio María de Hostos en alguna de sus observaciones del 1899, y la tragedia colectiva de la pandemia. Por más que se insista en que aquella fue una pandemia “democrática” porque tocó a gente de todas las clases sociales, sus víctimas idóneas estaban en las capas de desposeídos y productores directos mal pagados por el capitalismo de su tiempo.
Los valores generales de este libro son diversos. La obra de la doctora Mayra Rosario Urrutia alimenta una visión más justa de la situación general de la salud en la recién adquirida colonia estadounidense. Sus observaciones desdicen la idea de que el progreso y la modernización calaron de manera homogénea aquel territorio adquirido por la fuerza. Por el contrario, confirman que la desigualdad seguía allí y que había adquirido rasgos más ominosos. La imagen del Puerto Rico que se recoge de la lectura de libros como éste ponen en duda la concepción que del territorio querían proyectar los gobernadores coloniales en sus informes anuales durante la misma época.