La Era Poliónimo
En efecto, esta “producción de la naturaleza” como le llamó Neil Smith, no es una simple, superficial y trivial alteración. Se trata, como explica Dussel, de una “trans-formación en su sentido fuerte”, una que requiere cambiar la forma natural de las cosas reales y sin un valor inherente en objetos valiosos desde el punto de vista de su utilidad. Es decir, esa trans-formación de la naturaleza, trabajo, produce valores de uso. Hoy, nuestra producción de la naturaleza, que no debe confundirse con dominio o control absoluto sobre esta, ha alcanzado niveles y dimensiones extraordinarias. Esta ha convertido la humanidad, en particular en las últimas décadas, en una poderosa y asimismo peligrosa propulsora del cambio ambiental, capaz inclusive de alterar procesos biofísicos y geológicos globales. A lo largo de la historia esa producción de la naturaleza, que ha tomado distintas formas, ha sido beneficiosa y ciertamente creativa. Pero ha sido también terriblemente destructiva.
En los últimos siglos, y en particular después de las Segunda Guerra Mundial, nuestra relación con la naturaleza nos ha llevado a una grave crisis ambiental de dimensiones globales. La concentración atmosférica de dióxido de carbono es alarmante. Ya no podemos prevenir el cambio climático, y si no actuamos con premura, nos será inclusive muy difícil mitigar sus efectos y adaptarnos a las variaciones climáticas. Nuestras adiciones de nitrógeno y fósforo, entre otros elementos, a los ecosistemas promete sobrepasar los límites aceptables. La adición de aerosoles y otros contaminantes a la atmosfera sigue siendo inquietante. El creciente agotamiento del ozono, la progresiva acidificación de los océanos y la creciente demanda, uso y agotamiento de los recursos de agua, agravan la crisis ecológica. La deforestación y la transformación de la tierra y daños a los suelos se extiende e intensifica por todo el planeta. La extinción de muchas especies se ha incrementado grandemente. La gravedad de la crisis es tal que no sólo ha animado las angustias apocalípticas y catastróficas de muchas personas, sino que ha incluso estimulado aproximaciones escatológicas a la crisis ambiental.
La angustiante crisis ambiental es más bien una crisis socioambiental, no únicamente porque es en gran medida producto de las actividades antropogénicas sino además porque tiene consecuencias económicas, sociales, culturales y políticas, las que afectarán más gravemente a las minorías étnicas y raciales, a los pobres, a las mujeres, en fin, a los más vulnerables y marginados alrededor del mundo, y en el contexto internacional, al Sur global. Los efectos de estos problemas ambientales, aunque globales son impares o desiguales. Estas desigualdades implican injusticias ambientales, tanto en términos de la distribución desigual de los recursos y cargas y daños ambientales como en términos de la justicia procesal. Las injusticias procesales impiden que diversos grupos, entre estos los más afectados por la crisis ambiental, participen en la toma de decisiones con respecto al medioambiente. Son estos grupos, los marginados y oprimidos del mundo, los que también sufren de una falta tremenda de reconocimiento, una que los invisibiliza. La crisis ambiental es indudablemente un asunto de justicia ambiental.
La crisis ambiental devela, de forma dramática, que vivimos en un tiempo en el que los seres humanos y sus actividades se han convertido en una potencia constitutiva de la historia ambiental y ecológica. Para muchos científicos vivimos entonces en una nueva fase de nuestras relaciones con la naturaleza. Relatar el origen y desarrollo de esta nueva fase, delinear su historia y trayectoria, establecer sus parámetros espaciales y temporales, así como evaluar sus indicadores y proveer evidencia de su presencia e impacto, está, por supuesto, en la agenda de numerosos científicos y estudiosos de los problemas ambientales y de las relaciones humanas con la naturaleza. Esto es cierto tanto en las ciencias ambientales y naturales, como en las ciencias sociales y en las humanidades. Se trata, sin embargo, de un campo de estudio tremendamente contencioso, susceptible a debates y polémicas.
Uno de estos debates gravita alrededor de la determinación de cuándo exactamente las actividades antropogénicas se convirtieron en la principal fuerza impulsora del cambio ambiental. Se trata de una cuestión de periodización histórica. Existen varias periodizaciones. Para un grupo importante de científicos, entre estos Paul Crutzen, la nueva era surgió con la Revolución Industrial, con el desarrollo tecnológico y el progresivo incremento en el uso de combustibles fósiles que produjo la industrialización. Para otros su inicio se remota a tiempos más recientes, a “la gran aceleración” después de la Segunda Guerra Mundial. Los indicadores de las tendencias en los sistemas terrestres y sociales, como los niveles de contaminantes y gases de invernadero, las temperaturas y el crecimiento poblacional, entre muchos otros, dan cuenta de un crecimiento exponencial o una aceleración de los impactos ambientales de la actividad antropogénica después de la guerra.
El Anthropocene Working Group apunta, que, como consecuencia de la actividad antropogénica, hemos ingresado a una nueva era geológica que suplanta el Holoceno, y que el grupo llama el Antropoceno. Este grupo apunta hacia los resultados de pruebas estratigráficas, que registran la presencia en las estratas de aluminio, hormigón, plástico, plutonio y dióxido de carbono, todos productos de la actividad antropogénica. Para este grupo y otros geólogos el problema consiste en encontrar el “pico dorado”, la marca indiscutible, estratigráfica, del momento en que los humanos comenzaron a ocasionar grandes cambios en los procesos geológicos y ambientales. Algunos geólogos plantean que el Antropoceno comenzó inclusive antes, 4,000 o 6,000 años atrás, con el origen y desarrollo de la agricultura. Ben van der Pluijm inclusive sugiere que se originó en la última glaciación, cuando los humanos cazaron los grandes mamíferos como los mamuts.
Otros, como Jason Moore, plantean que se trata de un proceso cíclico de larga duración, que se remota a los orígenes del capitalismo y la expansión de los circuitos del capital alrededor del planeta. Desde este punto de vista, el capitalismo y su abaratamiento de la naturaleza introdujo una nueva forma de transformarla y organizarla, así como nuevas formas de estructurar nuestras relaciones con esta. El capitalismo produjo así una ecología mundo, una naturaleza producida. Para Moore, el Capitaloceno, no el Antropoceno, comenzó entonces con los dramáticos cambios en el paisaje entre 1450 y 1750, periodo que incluye no sólo los orígenes del capitalismo sino además la conquista y colonización de las Américas y la expansión europea alrededor del planeta.
Cualquiera de estas periodizaciones, entre otras, alteraría la periodización y entendimiento actual del Holoceno, la época geológica en la que oficialmente vivimos. Esto ha suscitado contiendas entre los geólogos, a las que se refiere Robinson Meyer en su artículo para The Atlantic “Geology’s Timekeepers are Feuding.” Para Isabel C. Rivera Collazo si bien el concepto del Antropoceno es útil y necesario, aplicarlo solo después de la Revolución Industrial, hace al menos unos pocos siglos, significa ignorar la relevancia del impacto humano previo a eso. De su estudio sobre las dinámicas de los sistemas tropicales en Puerto Rico, sobre el impacto antropogénico en estos, Rivera concluye que la historia ambiental del archipiélago apoya la idea de que el Antropoceno se remota al menos a 5 o 6 kilo años atrás. Es entonces posible preguntarnos si el Antropoceno es realmente una nueva era, decididamente distinta del Holoceno, o si es más bien un subperiodo en el Holoceno o inclusive si el Holoceno es en gran medida el Antropoceno.
Las disputas con respecto al principio y final de la supuesta nueva era ambiental no prometen acabar pronto. Al final, la historia, sea esta humana, ambiental, ecológica o geológica, es un complejo de continuidades y discontinuidades, todo un enmarañado e incesante devenir. La fijación de comienzos y finales, la delimitación de épocas y periodos, aunque útil es consecuentemente mucho más arbitraria de lo que pensamos. La discusión con respecto a la modernidad, la posmodernidad y la transmodernidad son ejemplo de esto. El beneplácito otorgado a ciertas periodizaciones, como ocurre crecientemente con el Antropoceno, no garantiza el fin de las disputas. El consenso que muchas veces encontramos detrás de ciertas épocas o periodizaciones históricas, e inclusive detrás de las eras geológicas, han demostrado ser muchas veces inestable, vacilante, debatible.
La disputa sobre la periodización de la nueva era en las relaciones humanas con la naturaleza ha suscitado otras controversias, entre estas disputas sobre como nombrarla. Muchos la han nombrado el Antropoceno, nombre que hoy goza de una gran popularidad. Sin embargo, este no es el único nombre usado para referirse a la nueva fase histórica. La lista es larga. Franciszck Chwalczyk en su artículo “Around the Anthropocene in Eighty Names-Considering the Urbanocene Proposition” identificó 91 nombres. La nueva etapa es una era poliónimo. Los calificativos más comunes para nombrar el nuevo periodo son Antropoceno, Capitaloceno, y Chthuluceno. Otros nombres incluyen: época humana, era postnatural, Homogenoceno, Homoceno y Atomicoceno. Previo a Chwalczyk ya otros habían provisto listas de nombres para la nueva etapa. Steve Mentz listó varios nombres: Agnotoceno, Angloceno, Anthrobsceno, Capitaloceno, Chthuluceno, Homogenoceno, Naufragoceno, Oliganthroceno, Fagoceno, Frónoceno, Plantacionoceno, Plantoceno, Polemiceno, Sustainoceno, Simbioceno, Talasaceno, Tánatoceno, Termoceno, y hasta Trumpoceno. Del inventario de Phillip John Usher en su ensayo “Untranslating the Anthropocene” para la revista Diacritics podemos añadirle al de Mentz los siguientes nombres: Eremitaceno, Manthropocene, Norteceno y Outisceno. T.J. Demos se refiere al concepto feminista Gineceno. Otros nombres son Econoceno, Tecnoceno, y Misantropoceno. Para Mentz esta diversidad de nombres, la mayoría neologismos, implica que estamos viviendo además en el Neologismoceno. El experto en filosofía y política de la tecnología Langdon Winner, mofándose de todo esto, nos invita a utilizar su nombre, y llamarle a la nueva era Langdonpoceno. La ironía y parodia es también aparente en el concepto de Trumpoceno. Sobre este Stephen Foucart, en un artículo para Le Monde, escribió:
At a time when most scientists think that the Earth has entered a new geological epoch—the Anthropocene-characterized by the influence of a single species (ours) on the major biogeochemical cycles, perhaps we should consider a new terminology? So, welcome to the ‘trumpocene’ where the future depends not on the decisions of a single species, but on a single member of that species: Donald Trump. Unless, of course, this new chapter turns out to be just a sub-period of the Anthropocene (a ‘stage’ as the geologists have it). In which case, it will be better to talk of the ‘trumpenian.’
Langdonpoceno o Trumpoceno apuntan a que sus autores no están tan interesados en apodar una era sino más bien en criticar los discursos e ideologías que informan nombres como Antropoceno, así como cuestionar los procesos y actores responsables de la grave crisis ambiental. En efecto, el propósito de muchos de estos nombres, particularmente los que circulan en las ciencias sociales, las humanidades y los movimientos sociales es, más allá de nombrar una etapa particular, contestatario. Por ejemplo, el concepto de Homoceno contiende que no estamos en la era del Anthropos sino en la era del Homo, del hombre, de uno además urbanita. El Manthropocene (en inglés), que añade la m de “man” al neologismo Antropoceno cuestiona el carácter masculino y patriarcal de este último. La noción del Naufragoceno, de la autoría de Mentz, destaca nuestro hundimiento en un mar de colapso ecológico, el naufragio que implica el alza en el nivel del mar como secuela del calentamiento global. Este neologismo está vinculado a otro nombre provisto por Mentz, el Talasaceno, inspirado en Talasa, la diosa del mar Mediterráneo en la mitología griega. Por medio de este neologismo nos invita a escribir la historia humana a través de y desde el océano. El Chthuluceno de Donna Haraway cuestiona el antropocentrismo típico del discurso del Antropoceno, la ciencia que lo informa, su masculinidad y su individualismo, entre otras cosas.
La diversidad de nombres manifiesta también disputas respecto a los principales impulsores, determinantes o causantes de la nueva era y de la crisis ecológica global. Cada uno de los nombres subraya o matiza algún impulsor o actividad antropogénica en específico como el capitalismo, el patriarcado, el colonialismo, la oligarquía, el racismo, entre otros. Por ejemplo, el Capitaloceno destaca la expansión del capitalismo y su forma de relacionarse con la naturaleza, una relación de explotación que produce una ecología mundo particular y numerosos problemas ambientales. El Homogenoceno acentúa la masiva mezcolanza de la biota del planeta y su homogenización, un proceso intensificado por lo que Alfred W. Crosby llamó el “imperialismo ecológico” europeo. El Atomicoceno destaca la radiación y el uso de la energía nuclear para fines energéticos y militares. El concepto de Urbaniceno de Chwalczyk destaca la creciente urbanización como la fuerza impulsora de la gran transformación ambiental del planeta.
En fin, cada uno de los noventa y tantos nombres de la nueva fase acentúa algún impulsor o alguna combinación particular de estos. Por supuesto, estos nombres están vinculados no sólo a distintos impulsores y diagnósticos particulares, sino además a soluciones distintas a la crisis ambiental. Por ejemplo, los defensores del concepto del Antropoceno usualmente favorecen soluciones tecnológicas, vinculadas, por ejemplo, a la geoingeniería o a la modernización ecológica. Pero, aquellos que prefieren el Capitaloceno optan por el ecosocialismo o el Nuevo Trato Verde. Los defensores de la tesis del Ginoceno proponen trascender el patriarcado mediante un ambientalismo feminista y anti-anthropos que defiende la igualdad de género y que vincula la violencia geológica causada por el hombre con la dominación y violencia patriarcal, enlazando el ecocidio y el ginocidio.
A pesar de la extensa nomenclatura el calificativo más usado y popular es sin duda el Antropoceno, avalado por numerosos científicos en diversas disciplinas y favorecido por los medios de comunicación. Como explica Maristella Svampa: “El concepto Antropoceno estaba llamado a tener una gran fortuna. Pronto fue expandiéndose no sólo en el campo de las llamadas ciencias de la tierra, sino también en las ciencias sociales y humanas, incluso en el campo artístico, razón por la cual devino un punto de convergencia de geólogos, ecólogos, climatólogos, historiadores, filósofos, artistas y críticos de arte, entre otros.” Steve Mentz le concede inclusive el triunfo al nombre Antropoceno: “This particular terminological game is just about up, I think, and it’s no surprise that Anthropos has won again. I don’t think we’ll be using any word but Anthropocene to describe the ecological present anytime soon. More’s the pity, perhaps—but the Anthropocene is here to stay.”
A pesar del relativo éxito del nombre Antropoceno las críticas al concepto y el discurso antropocenista continuarán. Para los críticos del Antropoceno, y como afirma Svampa, no nos queda sino insistir en las tensiones que lo atraviesan, develar constantemente su carácter debatible, cuestionar su relato histórico, y reclamar que se trata de un concepto en disputa. Añadir nombres y neologismos, aparte de complicar y extender la nomenclatura del nuevo periodo, es un modo de revelar las tensiones y cualidades debatibles del concepto del Antropoceno y su periodización histórica y geológica. Es en ese sentido un acto crítico y productivo. Los apelativos alternativos para nombrar nuestra época ambiental, aunque críticos del concepto del Antropoceno reconocen al mismo tiempo su tesis y abstracción básica, que los seres humanos nos hemos convertido en poderosos impulsores del cambio ambiental. Pero si para algunos antropocenistas eso significa un nuevo brinco evolutivo para la mayoría de sus críticos eso nos convierte también en propulsores de crisis ambientales. Es quizás por esa razón que, para los proponentes de los nombres alternativos al Antropoceno, lo más importante no es la época sino el sujeto protagónico del relato antropocenista, el Anthropos. Para estos no es suficiente apelar a la naturaleza abstracta o esencia del Anthropos como un sujeto que transforma la naturaleza. Es mucho más importante dirigir la atención al contexto histórico y social de este y sus relaciones con la naturaleza, a como son estas relaciones son mediadas por formaciones sociales específicas en condiciones ambientales, ecológicas, e históricas particulares. Nos invitan además a examinar no sólo las relaciones humanas con la naturaleza sino también las relaciones entre distintos grupos, relaciones de poder, y como estas relaciones, de raza, clase y género, por ejemplo, configuran nuestras relaciones con la naturaleza y la manera en que la trans-formamos.