La felicidad que destapamos
Cada vez que en el cine o la televisión veo/escucho la frase “destapa la felicidad” no puedo evitar molestarme. Caramba, hay tantas cosas bellas en el universo y en nuestras vidas, que me molesta sobremanera el hecho de que para ser feliz deba consumir tal o más cual refresco que, por demás, todos sabemos que en el fondo (por cierto no muy en el fondo) es dañino.
Para cualquier profesional y para muchos ciudadanos comunes es conocido que la publicidad, bien realizada, constituye uno de los instrumentos de comunicación más potentes. Su poder de persuasión y su capacidad para inducir a la acción son inmensos. En ese sentido el mensaje de solidaridad y amor que como eje psicológico de la campaña trasmitió la propia compañía de refrescos en la reciente navidad es, en mi opinión, uno de los más bellos que he “consumido”, excepto por un detalle: al final me recuerdan, como siempre, que debo “destapar la felicidad” consumiendo su producto.
Para nadie es un secreto que desde hace varias décadas nuestra sociedad (y cuando digo “nuestra” no me refiero únicamente a la boricua) se ha caracterizado, cada vez más, por la creciente “materialización” de las personas. Vivimos en un mundo generalmente “light”, donde los protagonistas son individuos con escasa educación (la que no puede enseñar ninguna escuela, si en el hogar no existe), extremadamente pragmáticos, frívolos, que lo aceptan todo o casi todo, “que no es lo mismo, pero es igual” (Rodríguez, 1975), pero sin criterios propios sólidos, fundamentalmente en su conducta.
Algunas de las características del ser humano light son: el materialismo desmedido, el hedonismo, la permisividad, el relativismo casi total y un consumismo que prácticamente se convierte en la razón de su existencia y la de su familia (Rojas, 2000).
El significado de la felicidad se ha reducido a un plano totalmente materialista, en el que se ha vuelto más importante tener, que ser y en el que se le ha hecho creer a mucha gente, que se puede “consumir la felicidad”.
Algunos psicólogos plantean que no se debe dicotomizar al ser humano en feliz o infeliz porque el concepto felicidad es un constructo antropológico social anidado en un contexto socio-económico-político específico para un grupo, por lo que –concluyen– nadie puede asegurar que tiene el significado definitivo de felicidad (Roque, 2013).
Teniendo en cuenta lo anterior se agrava más el que nos “vendan” ser felices “destapando” un refresco o comprando tal o más cual producto. Lo peor no es que traten de vendérnoslo, sino la facilidad con la que lo creemos, compramos y consumimos.
Lamentablemente no es solo la publicidad quien aporta a esta desviación social de algo tan importante y ambiguo a la vez, como es la felicidad. Se estima que los libros de “autoayuda” (escritos por otros que nos dicen lo que debemos hacer para ser felices) superan los 2000 millones.
En el caótico contexto anterior es demasiado peligroso afirmar que el abrir y consumir el refresco x, y, z, es “destapar la felicidad”. Como analogía vale recordar-nos que el aumento de la riqueza tiene muy poca relación con el aumento de satisfacción con la vida (Seligman, 2002).
Aunque las líneas anteriores no lo refrenden, no soy de los pesimistas que lo consideran todo perdido, que a “esto” (independientemente de lo que signifique “esto”) le queda poco y que el último debe apagar y cerrar.
Creo fervientemente en que lograremos un mundo mejor, en la bondad del ser humano, en los valores espirituales por encima de los materiales, en la amistad desinteresada, en el amor en todas sus manifestaciones y en la educación como vehículo para lograr todo lo anterior.
Considero a la familia y al hogar funcional (aunque no perfecto) como la primaria y más importante institución educativa y CONFÍO en que todos los actores de la sociedad civil contribuyamos a ese mundo mejor.
Soy consciente de que seguiremos destapando y consumiendo refrescos y cuanto producto similar nos vendan, pero también aspiro y espero que prefiramos para ser felices: un jugo natural, en lugar de ese refresco, una película latinoamericana, que una de Hollywood, un jardín botánico, que un centro comercial, el abrazo de un familiar o un amigo que cualquier cheque y que un día no muy lejano el adolescente que ayer, en una fila de un centro comercial se lamentaba de no tener suerte (y no ser feliz) porque “alguien” se ganó los 23 millones de la lotería, se dé cuenta de que su verdadera suerte y su verdadera felicidad es que tiene salud, a sus padres vivos y junto a él . Y quizá un montón de otras cosas que esos 23 millones, ni ningún refresco, le podrán destapar.